Artículos periodísticos y de investigación

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11 de marzo de 2009

SÓCRATES: EL MAESTRO

SÓCRATES: EL MAESTRO
Escribe: Dr. Eudoro Terrones Negrete

El destacado intelectual peruano y maestro universitario, Luís Felipe Alarco, en su obra “Lecciones de Filosofía de la Educación” sostiene que “Educador es quien configura espiritualmente la personalidad de otros seres humanos” y considera como educadores a los hombres cotidianos, a las personas anónimas, a los teóricos de la educación, a las personalidades de la época, a las personalidades de la historia y a los grandes maestros. Dentro de este último ubica a Jesús, Buda y Sócrates, debido a que “Los tres sacrifican su vida por el ideal de su fe –con toda la distancia en cuanto a la naturaleza de sus personas. Ellos son paradigmas, educadores en grado máximo. Pasan por las centurias iluminando y educando…”

Sócrates se consagró en vida íntegramente a la enseñanza y formación de la juventud, en cumplimiento de un “mandato divino”. Era un auténtico educador de masas. Cuando la pitonisa délfica contesta a Querefonte que Sócrates era el más sabio de los hombres, Sócrates cree ver en esto un mandato divino que le obliga a persistir en su vocación de educador y maestro.

Pensó que cada ateniense debería buscarse a sí mismo, debería encontrarse con sus potencialidades y posibilidades internas, descubrir y desarrollar sus propias capacidades, saber lo que es y lo que puede realizar según sus destrezas, habilidades y aptitudes singulares.

Sócrates tuvo por misión hacer que las personas descubrieran por sí mimas la verdad que guardan dentro de sí. Al respecto, Paul Henri Boyer expresa lo siguiente: “Para Sócrates, en efecto, la enseñanza no es la entrega de una verdad desde fuera, sino la iluminación operada en el alumno por el maestro, consistente en que el alumno descubra la verdad que se halla en su intimidad, y que el mismo desconocía” (Diccionario breve de filosofía).

Sócrates sacrificó sus intereses personales, familiares y políticos. Jamás llegó a cobrar un solo centavo por concepto de sus enseñanzas, actitud primigenia en la historia de la educación mundial. Se dedicó a la educación del hombre y del ciudadano hasta convertirlos en personalidades libres y morales, fieles cumplidores de sus deberes cívicos y de las leyes de la ciudad. Su vocación era enseñar a cada ateniense a ser cumplidor de sus compromisos y obligaciones. Convencido estaba que los hombres bien educados serían capaces de alcanzar las cumbres más elevadas del intelecto, la felicidad propia y harían felices a otros hombres.

Dentro de la filosofía educativa de Sócrates el hombre que haya de ser educado para gobernar tiene que aprender a cumplir su palabra empeñada, a respetar sus compromisos contraídos con la ciudad, sobreponerse al hambre y a la sed, endurecerse contra el frío y el calor, acostumbrarse a dormir poco, a acostarse tarde y a levantarse temprano. Ningún trabajo por más difícil que sea debe atormentarlo. No debe sentirse atraído por el goce de los sentidos del cuerpo. Y quien no sea capaz de todo esto está condenado a figurar entre las masas gobernadas.

Combatió a los ciudadanos que abusando de sus bienes materiales acumulados menosprecian la educación y la cultura. Les hizo ver que de nada les sirve su riqueza si no se emplea con espíritu de justicia distributiva y para buenos fines.

Maestro a carta cabal, maestro por la profundidad de su visión del mundo, la constancia en los trabajos, la meditación, la dedicación a los problemas humanos, el admirable dominio sobre sí mismo, la indiferencia a todo lo exterior y mundano, la perseverancia en las buenas acciones y en la conversación con los niños, jóvenes, adultos y ancianos. La personalidad de Sócrates como maestro destaca por su claridad espiritual, el hondo sentimiento religioso, la vocación de servicio a la divinidad y a la comunidad ateniense. Llegó a decir: “No debemos responder a la injusticia con la injusticia, ni hacer daño a nadie, ni tan siquiera a quien nos lo haya hecho”.

Para el filósofo español Manuel García Morente (1886-1942), Sócrates concibe la educación como una labor de “unificación del pensar”. En Protágoras expone Platón las ideas de su maestro de este modo: “¿Qué relación guardan la justicia, la discreción, la valentía…una con otra y con la virtud total?”. Protágoras aislaba los diversos aspectos del saber: separaba, por ejemplo, la música de la gimnasia. Para Sócrates, en la unidad de la virtud, fruto de la educación, se oculta la unidad de la persona. A esa unidad debió su excelencia la educación antigua” (Lecciones preliminares de filosofía).

A Sócrates se le consideraba en la Grecia antigua como “un amigo del pueblo” (Jenofonte, Memorables) y “Nadie le igualaba en agudeza de observación para seguir los pasos a la juventud que se iba desarrollando. Era el gran conocedor de hombres cuyas certeras preguntas servían de piedra de toque para pulsar todos los talentos y todas las fuerzas latentes y cuyo consejo buscaban para la educación de sus hijos los ciudadanos más respetables” (Jaeger, Paideia), aunque se le tenía por un mal ciudadano demócrata.

En la obra Apología de Sócrates, Platón manifiesta que Sócrates jamás dejaba de filosofar, de exhortar y de instruir al que se le acercaba en busca de la perfección de su alma y de la “areté” (virtud), de un cuerpo sano y de la dieta más conveniente para Es por eso que, el método mayéutico consistía en el arte de hacer decir al interlocutor lo que Sócrates pensaba o quería que lo digan a la manera que él quiera, llegando a descubrir la verdad. Sócrates sacaba así la verdad de las inteligencias más limitadas por medio de preguntas bien elaboradas y graduadas, de manera que poco a poco y por sí mismas llegasen a dar solución a problemas complejos.

En la obra Teeteto de Platón, Sócrates revela tener algo común con las parteras y explica su método con estas palabras: “Yo tengo en común con las parteras, el ser estéril en sabiduría; y lo que desde hace muchos años me reprochan, justamente, es que interrogo a los demás pero nunca respondo de mí, por no tener pensamiento sabio alguno que exponer”. “Mi arte mayéutica tiene seguramente el mismo alcance que el de aquéllas (las comadronas), aunque con una diferencia, y es que se practica con los hombres y no con las mujeres, tendiendo además a provocar el parto en las almas y no en los cuerpos.”

Más tarde, el método socrático es perfeccionado por Platón y lo convierte en lo que él denomina Dialéctica.

El método de Sócrates comprendía dos partes: ironía e inducción. Expliquemos en qué consiste cada etapa de este método para una mejor comprensión y utilidad en el campo de la educación.

Ironía. Es la parte negativa del método mayéutico, aquí Sócrates obligaba al interlocutor a contradecirse o confesar su ignorancia. El método empezaba tomando como punto de partida las definiciones de sus interlocutores, luego las aplicaba a ejemplos particulares para finalmente refutarlos y demostrar así que eran falsas o ridículas (ironía). Sócrates en esta primera parte de su método hacía ver los errores a sus interlocutores y la inconsistencia del saber de los sofistas.

El método en este sentido consistía, en una palabra, en hacer preguntas al interlocutor, preguntas muy bien elaboradas y combinadas de manera que llegara a descubrir y confesar su propio error e ignorancia y a comprender que no sabe nada. Tal es así que el filósofo Sócrates decía: “Sólo sé que nada sé” o más claro todavía “Sólo sé que no sé nada”, pero agregándole además que “los sofistas nada saben y pretenden saberlo todo”.

Con este confesar del error a que los llevaba Sócrates mediante sus preguntas, estaba al mismo tiempo haciéndole reconocer el valor de las afirmaciones a que él los dirigía.

“Seguramente expuso así a muchos a penosa vergüenza refiere Augusto Messer (Filosofía antigua y medieval)- y apareció por ello como un testarudo arrogante, y hasta un peligroso y revolucionario, que no respetaba ninguna autoridad consagrada y ninguna tradición venerable. Se inclinaba siempre, en efecto, a interrogar sobre cosas que ningún “ciudadano bueno y correcto” ponía en cuestión, sino que las aceptaba sin más como válidas. Tampoco compartía Sócrates el vulgar patriotismo ateniense”.

Nicola Abbagnano, en su Diccionario de Filosofía explica la ironía del método socrático con los términos siguientes: “Es la devaluación que Sócrates hace de sí mismo en relación con los adversarios con quienes discute. Cuando Sócrates declara en la discusión acerca de la justicia: “Yo considero que la investigación está fuera de nuestras posibilidades y que vosotros que sois hábiles en vez de enojaros deberíais tener piedad de nosotros”, Trasímaco responde: “He aquí la habitual ironía de Sócrates” (La República). Cicerón elaboró este concepto afirmando que “Sócrates en la disputa a menudo se rebajaba a sí mismo y elevaba a los que quería refutar y así, hablando en forma diferente a la pensada, adoptaba voluntariamente la simulación que los griegos denominaban ironía”.

Inducción. Es la parte positiva del método mayéutico, que consiste en inducir de los hechos y acontecimientos la esencia, el concepto universal, la definición de la cosa discutida (la piedad, la virtud, el bien, la justicia), basado en el sentido común.

Sócrates, a decir de Aristóteles, es el inventor de la inducción, entendido como de los hechos singulares o particulares llegar a lo general o al concepto universal. Este concepto universal para Sócrates constituía la verdadera ciencia. Y obtener los conceptos universales (o ciencia de los universales), decía, es el fin de la filosofía.

Sócrates llevaba a sus discípulos a observar con minuciosidad los hechos concretos de la vida cotidiana, a “alumbrar las ideas”, los conducía por el sendero del conocimiento y los orientaba a extraer de los mismos la idea universal que ocultaban (inducción).

“La inducción Socrática, indica P.Dionisio Domínguez, S.I.-, es un medio o método de definir y deducir las nociones universales admitidas por todos los hombres (este consentimiento universal era para Sócrates el criterio de la verdad); la Aristotélica era medio de demostración; la de Bacon era medio de investigación” (Historia de la Filosofía).

El arte obstétrico que cultivaba Sócrates solamente lo aplicaba a los hombres y no a las mujeres, toda vez que se relacionaba con sus almas parturientas y no con los cuerpos.

En la obra Teetetos de Platón se lee lo siguiente: “Sobre todo, en nuestro arte hay la siguiente particularidad: que se puede averiguar por todo medio, si el pensamiento del joven va a dar a luz alguna cosa fantástica o falsa, o algo genuino y verdadero. Pues, lo mismo que a las parteras, me sucede lo siguiente: yo soy estéril de sabiduría, y lo que me han reprochado muchos, que interrogo a los demás, pero que después yo no respondo nada sobre nada, por falta de sabiduría, en verdad puede reprochárseme. Y la causa es la siguiente: que el Dios me constriñe a obrar como obstétrico, pero me veta dar a luz. Y yo, entonces, no soy sabio, ni puedo ostentar ningún descubrimiento mío, engendrado por mi alma. Pero los que me frecuentan, al principio parecen (algunos también en todo) ignorantes, pero después, alcanzando familiaridad, como asistidos por el dios, obtienen un provecho admirablemente grande, tal como les parece a ellos mismos y a los demás. Y sin embargo, es evidente que nada han aprendido nunca de mí, sino que ellos han encontrado por sí mismos, muchas y bellas cosas, que ya poseían…Y es verdad que mis familiares pasan justamente por el mismo estado de las parturientas, porque sienten los dolores del parto y están llenos de angustias, día y noche, aún mayores que las de aquéllas. Pero mi arte puede suscitar y hacer desaparecer prontamente estas angustias… Confíate, entonces, a mí, como a hijo de partera y obstétrico yo mismo, y a las preguntas que te haré trata de responder de la manera en que eres capaz. Y si después, examinando alguna de las cosas que tú digas, la juzgo imaginaria y no verdadera, y por ello la aparto y la desecho, no te ofendas, como hacen las primerizas con los hijitos.”
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