POR LA UNIÓN POLÍTICA Y ECONÓMICA
DE AMÉRICA LATINA
Escribe: Dr. Eudoro Terrones Negrete
«La fuerza o alianza de
pueblos que lleve a la victoria la causa de la libertad de América, eso aspira
a ser el A.P.R.A». Víctor Raúl Haya de la
Torre.
La unión política y económica de América Latina ha sido enunciada por vez primera en la historia de los partidos políticos del continente por el APRA, como postulado programático. Haya de la Torre retoma las banderas bolivarianas desde 1924 como mandato histórico de integración latinoamericana.
En tierras peruanas, en los campos de Junín y Ayacucho se corona la libertad definitiva de América. Surgieron, entonces, los grandes precursores de la gesta y del pensamiento libertario. No podemos dejar de mencionar a Manco Inca, Cahuide, los hermanos de Túpac Amaru, Mariano Melgar, Pablo de Olavide, Toribio Rodríguez de Mendoza, Mateo Aguilar, José Baquíjano y Carrillo y tantos otros que derramaron su sangre por legarnos una Patria continental y un Estado continentalmente unido, grande, próspero, libre y justo. Jamás fueron partícipes de posiciones separatistas, de chauvinismos, de racismos comarcanos o de patrioterismos hostiles y egoístas.
Cosa muy distinta aconteció desde el 28 de julio de 1821 en el Perú y en los demás países de América Latina. La división de América Latina en impotentes Repúblicas, abrumadoramente burocratizadas, débiles todas e incapaces de afrontar y de solucionar sus problemas trajo consigo la dominación y la dependencia económica, política y cultural con la consiguiente pérdida permanente de la dignidad y la soberanía nacionales.
Ante esta problemática latinoamericana, el político visionario Haya de la Torre, desde 1924 alzó el grito unionista y libertario en nuestros pueblos, planteando la necesidad de contar con un nuevo Estado que promoviera la independencia continental, la afirmación democrática y unionista de los países indoamericanos.[1]
Dijo, entonces, Haya de la Torre: «Nuestro tiempo y nuestro espacio económicos nos señalan una posición y un camino», «América Latina debe encontrar su propio derrotero» y «Para otorgar a nuestra independencia contenido auténtico, había que rescatar la riqueza de nuestras patrias de la voracidad imperialista que las acaparaba».
El jefe y fundador del Aprismo proclamó la necesidad de los países de América Latina de unirse para enfrentarse al lobo feroz del imperialismo, porque «Unirnos será desfeudalizarnos definitivamente. Y será democratizarnos tanto económica y socialmente como cultural y políticamente». Y, «Esto sólo será posible por la afirmación de una conciencia continental indoamericana que tenga su expresión democrática en la unidad o confederación de nuestros pueblos» enfatizando, a la vez, que «La base de toda efectiva democracia y de toda posible justicia social en nuestros pueblos radica en su unión política y económica».
De aquí, concluyó magistralmente en el siguiente slogan: «Unidos, todo lo podemos; desunidos, nada somos ni seremos».
A través de la historia republicana se registran muchos hechos, fenómenos y acontecimientos que ocurrieron en el Perú y que debilitaron y bloquearon el proceso de integración nacional y que condenaron a los pueblos a continuar en el círculo vicioso de pobreza. Cabe referir sólo algunos de ellos. Represiones y guerras civiles, régimen feudal y de servidumbre, destrucción del sistema social y económico del Tahuantinsuyo con la extinción de la economía agraria para ser reemplazada por una economía minera (época de la Conquista), desmembramiento territorial y pauperización de las clases (época del Virreinato), abolición de las mitas, explotación del guano de las islas, abolición del tributo indígena y de la esclavitud, caudillaje militar y «golpes de Estado», desastre de la Guerra con Chile, Guerra del pacífico, el crac de 1929, endeudamiento externo, colonialismo cultural y político, economía capitalista periférica, narcotráfico, terrorismo, etc., etc.
De la inicial República de Indios se arribó a la República de Españoles, pasando por la República aristocrática u oligárquica, hasta llegar a la República del imperialismo y de la globalización de inicios del siglo XXI. Así, la pretendida revolución social quedó en la vera del camino, esperando tiempos mejores; las buenas promesas políticas se convirtieron con el tiempo en simples papeles mojados con tinta y dando vueltas en el tintero añorando nuevos tiempos. Una irritante maraña de «vividores» y de «sanguijuelas» dio pábulo a protestas populares y alzamiento en armas de minorías frustradas políticamente, que quisieron hacer la revolución con las armas vendando sus ojos con pasamontañas. Y así resultó en la práctica más de treinta mil muertos y más de treinta mil millones de soles que tuvo que gastar el Estado peruano para defenderse de los sanguinarios.
Ante esta lacerante realidad urge una fuerte dosis de espíritu unitario y cooperativo, de integración de la familia peruana y latinoamericana en sus luchas por el crecimiento y desarrollo armónico, coherente, auto-sostenido y sustentable, superando diferencias en intereses, en ideales, en sentimientos y en aspiraciones, dejando atrás viejos odios, egoísmos y rivalidades y toda suerte de separatismo, de enfrentamiento o división de pueblos.
La necesidad de integración de los países latinoamericanos se justifica y es importante por las razones que pasamos a exponer:
Los pueblos son fuertes cuando son unidos, y más unidos cuanto más fuerte es el peligro común del imperialismo. Frente a problemas comunes es obvio, imperioso e impostergable que los países postulen y emprendan soluciones también comunes.
La división de América Latina en importantes repúblicas, abrumadoramente burocratizadas, débiles todas e incapaces de afrontar y solucionar sus problemas trajo consigo la dominación y dependencia económico-social, político-cultural y la pérdida permanente de la dignidad y la soberanía nacional.
Urge continuar el ejemplo de nuestros antepasados, la tarea gloriosa iniciada por los Libertadores y el ideal que Bolívar dejó incumplido. El Perú, por ejemplo, fue unitario en tiempo del Tahuantinsuyo, del Virreinato y de la Emancipación, y por eso fue grande, invencible y próspero.
La integración continental, traería consigo una serie de beneficios, por ejemplo: Incorporación de América Latina al concierto mundial de los pueblos industrializados. Lucha efectiva contra la penetración imperialista en nuestros pueblos y contra los viejos males de ayer y los nuevos de hoy como son la deuda externa, el armamentismo, la contaminación ambiental, el narcotráfico, la subversión terrorista, la pobreza absoluta, la explosión demográfica, la alienación cultural, la exclusión social y la injusticia de las mayorías nacionales. Superación de rivalidades, de egoísmos, de abusos de poder y de toda forma de separatismo. Coordinación de intereses, necesidades, problemas y derechos comunes para el bienestar general de los países. Permitirá poner en funcionamiento el Estado Antiimperialista, de los cuatro poderes: Legislativo, Ejecutivo, Judicial y Económico, basado en una democracia funcional y económica. Evitará el abuso de poder político y económico, y garantizar la supervivencia de estados democráticos libres y soberanos, haciendo frente y controlando toda presentación futura de golpes de estado. Emancipación del subdesarrollo, del terrorismo y de dictaduras de arriba o de abajo.
El Aprismo como pocos de los movimientos políticos latinoamericanos y mundiales, ha padecido su ideal de integración continentalista. Y precisamente por haber logrado la victoria de su confirmación, es que los apristas se sienten libres de resentimientos, de enconos o de recriminaciones.
Es tesis del Aprismo, ya enunciada desde 1928 por Haya de la Torre, que «los Estados de la América Latina o de Indoamérica necesitan tanto de los Estados Unidos como éstos de aquellos», puesto que «si nosotros nos unimos, si junto a los Estados Unidos del Norte emergen los Estados Unidos de Indoamérica, ellos y nosotros habremos asegurado nuestra paz y nuestra justicia, nuestro poder y nuestra felicidad para ejemplo y garantía de un mundo nuevo cuyo meridiano histórico universal está aquí en el Nuevo Mundo».[2]
Para concretar la unidad política, social, económica, educativa y cultural de los países latinoamericanos el aprismo propugna los lazos de hermandad y de diálogo democrático y constructivo, con docencia y decencia política, pero al mismo tiempo considera que sólo unidos los Estados latinoamericanos podrán reglamentar, regular o controlar eficazmente las inversiones extranjeras que necesitan para impulsar su industrialización y lograr su segunda independencia. Pues sólo unidos los países de América Latina serán capaces de garantizar y asegurar su autonomía frente a los riesgos intervencionistas de los países más fuertes. Y sólo unidos podrán enfrentarse con éxito contra el peligro de la conquista que amenaza a nuestra América, y podrán acrecentar su poderío económico y realizar la aspiración de una democracia social justa y estable.
Haya de la Torre en su incansable prédica integracionista denunció y combatió los aislamientos recelosos y las anacrónicas políticas separatistas, denunció el nacionalismo aislacionista y estrecho de las viejas políticas, censuró la política de compra de gobiernos por el capitalismo de Norteamérica, y criticó acremente a las discordias y hostilidades pequeño-nacionalistas. Puntualizó que la integración supone «la práctica de la interdependencia, la abolición de la llamada «soberanía absoluta y la sustitución por la soberanía interdependiente. Y entonces nos entenderemos y entonces sabremos por qué en un país aislado por fronteras artificiales, no se come carne cuando en los países vecinos abunda la carne; entonces se entenderá que los problemas de la alimentación van más allá de las fronteras, porque son problemas de humanidad, de necesidad, perentorios e inaplazables».[3]
Más adelante puntualiza: «De allí que la interdependencia creciente de nuestros países, la necesidad de una integración estén vinculadas a la solución de nuestros problemas fundamentales e internos de cada país. Por eso es que somos partidarios del Pacto Andino ideado en la tesis de los cuatro sectores del Partido Aprista en 1927. Creemos en la integración no como el resultado de una previa organización interna de cada país, sino como la consecuencia de una interacción entre las relaciones de unos países con otros y las soluciones de sus problemas de interdependencia porque cada uno de nuestros países en América tiene problemas propios pero también necesidades comunes y es justamente el intercambio de esas necesidades y la solución recíproca de esos problemas lo que nos ha de dar la solución total de una nueva nación de 33 millones de kilómetros cuadrados y 250 millones de habitantes con destino común para enfrentarse a los imperialismos y solucionar sus problemas internos con el ámbito y la visión de los de un Pueblo Continente».[4]
Todo espíritu y posición separatista, irracional y esterilizante a nivel de gobernantes y gobernados es amiga del totalitarismo, de las dictaduras y tiranías, del capital imperialista, de la vil opresión. En cambio, todo espíritu unionista, integrador de conciencias, de ideales y de objetivos de pueblos que buscan mejores horizontes de vida deviene en instrumento de liberación, en herramienta adecuada y útil para enfrentar el poder de los países fuertes y veloces.
Para
el aprismo, el Mercado Común Andino y Latinoamericano constituye el primer gran paso hacia la integración
económica, el Parlamento andino y el Parlamento Latinoamericano es el camino
necesario para impulsar, promover y consolidar la unidad política en el
continente.
[1] “…el aprismo
ha sido el primer movimiento político indoamericano que ha incorporado a su
programa el principio de la unidad continental. Ningún otro partido, ni de
izquierda ni de derecha, ha enarbolado hasta hoy, como primer enunciado de su
programa, el de la unión política y económica de los pueblos indoamericanos o
sea el propósito de constituir los Estados Unidos de Indoamérica” (Treinta años
de Aprismo”, Ed. Fondo de Cultura Económico, México, 1956).
[2] Alva Castro, Luis. Víctor Raúl en el Tiempo. Tomo1, Santiago de Chile, 1988, pág.26.
[3]Haya de la
Torre, Víctor Raúl. Obras completas.
Tomo 7, pág. 401 y 402.
[4] Haya de
la Torre, Víctor Raúl. Op. cit., Tomo 7, pág. 420.