LA IGLESIA CATÓLICA
Y SU LUCHA CONTRA EL
COMUNISMO
Escribe:
Dr. Eudoro Terrones Negrete
Históricamente la Iglesia Católica siempre luchó, enfrentó y condenó
frontalmente el comunismo ateo.
El Catecismo de la Iglesia católica de 1992
afirma: "La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas
asociadas en los tiempos modernos al ‘comunismo’ o ‘socialismo’.
El papa Pío IX en su encíclica Quipluribus (Noviembre 9, 1846), condenó a la
doctrina del comunismo, confirmada después en el
"Syllabus": "aquella nefanda doctrina del llamado comunismo,
enteramente contraria al mismo derecho natural, y que una vez admitida,
conduciría a la radical inversión de los derechos, de las cosas, de la
propiedad de todos y de la misma sociedad humana.”
Más tarde el papa León XIII, cuyo pontificado duró veinticinco años, en la Encíclica "Quod Apostolici numeris" (28 diciembre de 1878) definió el comunismo como "peste destructora que atacando la médula de la sociedad humana, la conduciría a la ruina". Y en 1891 calificó al socialismo de ser "un cáncer que pretendía destruir los fundamentos mismos de la sociedad moderna."
El Sumo Pontífice Pío XI en su encíclica “Divini Redemptoris” del 19 de marzo de 1937 señaló: “El furor comunista no se ha limitado a matar
a obispos y millares de sacerdotes, de religiosos y religiosas, buscando de un
modo particular a aquellos y a aquellas que precisamente trabajan con mayor
celo con los pobres y los obreros, sino que, además, ha matado a un gran número
de seglares de toda clase y condición, asesinados aún hoy día en masa, por el
mero hecho de ser cristianos o al menos contrarios al ateísmo comunista. Y esta
destrucción tan espantosa es realizada con un odio, una barbarie y una
ferocidad que jamás se hubieran creído posibles en nuestro siglo. Ningún
individuo que tenga buen juicio, ningún hombre de Estado consciente de su
responsabilidad pública, puede dejar de temblar si piensa que lo que hoy sucede
en España tal vez podrá repetirse mañana en otras naciones civilizadas.”
Por su parte, el papa Pablo VI, en su encíclica “Ecclesiam suam” del 6 de agosto de 1964 pidió que
la Iglesia tomara conciencia de sí y de su importancia "para la salvación
de la sociedad humana".
En sendos documentos la Iglesia Católica ha elevado su solemne
protesta contra las persecuciones desencadenadas en Rusia, Méjico, España y diversos
países del mundo, llamando la atención sobre el peligro comunista, peligro que aumenta y se agrava bajo el empuje de agitadores con ideas subversivas y que alientan una falsa
redención y un pseudo ideal de
justicia, igualdad y fraternidad en el trabajo.
Cabe puntualizar, los partidarios
del comunismo quieren imponer en la población su doctrina a sabiendas que es contraria
a la concepción cristiana y para ello se valen de todos los medios posibles a
su alcance con tal de arrancar de las mentes de la población menos culta la
religión, la fe, el amor al Divino
Redentor y la creencia en la vida cristiana.
Para el comunismo ateo
existe una sola realidad: la materia. No no hay lugar para la idea de Dios, no
existe diferencia entre espíritu y materia, entre alma y cuerpo, no existe
sobrevivencia del alma después de la muerte y no hay ninguna esperanza en otra
vida para el ser humano.
El comunismo se esfuerza
en agudizar los antagonismos entre las clases, en agudizar la lucha de clases
alentando odios, rencores y venganza,
para que a río revuelto ellos sigan avanzando.
El comunismo quita toda
fe, dignidad y libertad a la persona humana; el individuo es una simple rueda y
un engranaje de su sistema. El comunismo niega a la vida humana todo carácter
sagrado y espiritual; hace del matrimonio y de la familia una institución
puramente artificial y civil, es decir, fruto de un determinado sistema económico.
Para el comunismo no
existe vínculo alguno entre la mujer, la familia y el hogar. El comunismo proclama la emancipación de la
mujer, la aleja de la vida doméstica y de la atención de los hijos, para
arrastrarla a la vida pública y a la producción colectiva y entregar a la colectividad el cuidado del
hogar y de la prole.
Una vez más el comunismo pretende
edificar “Una humanidad sin Dios”, un mundo descristianizado, negador de los
derechos fundamentales de la persona humana y subvertidor del orden social.
El comunismo promueve con mucho interés el laicismo, con el fin de edificar una sociedad organizada aconfesionalmente, es decir, ajena a las confesiones religiosas. Jamás piensa en construir iglesias cerca de las fábricas o de las áreas rurales, menos aún es de su preocupación apoyar la labor de los sacerdotes y de las monjas.