Escribe: Eudoro Terrones Negrete
En la era de la globalización, los defensores de la teoría liberal sostienen que el hombre es el único protagonista de la historia, que busca lograr la mayor libertad entre los seres humanos, la igualdad de deberes y que procura alcanzar el mayor bien para el mayor número de personas.
La teoría liberal postula la defensa de los derechos del hombre: educación libre; libertad de opinión, expresión y difusión; sufragio universal; libertad empresarial; trabajo competitivo, etc., condicionados a parámetros de una sociedad regulada por el libre mercado.
Esta teoría valoriza al hombre según lo que tiene, produce, consume o es capaz de contribuir a su propio bienestar, originando así una sociedad individualista, egoísta e injusta, en permanente lucha de ricos y pobres, de opresores y oprimidos.
Es así como se engendra y enraíza la plutocracia, el odio de clases entre los que más tienen y los que menos tienen, a la vez que se consolida y profundiza la sociedad de consumo y la división de la sociedad en función a su poder adquisitivo.
El hombre es concebido como una simple máquina que produce bienes materiales y servicios básicos para la población, los mismos que son ofertados en el libre mercado, a fin de que los propietarios del capital puedan acumular grandes utilidades. Así el hombre común y corriente deviene en un medio al servicio de los que más tienen el poder económico y el poder político. El dinero – y no el hombre- es el centro del universo; don dinero es don caballero; tanto tienes, tanto vales.
El hombre resulta siendo un objeto (materia) y no una persona (materia, espíritu y moral); un «que» y no un «quien»; «algo» y no «alguien», una cosa entre todas las cosas del universo.
Y el hombre liberal, desprendido de principios y valores éticos, con una visión superficial, estrecha, materializada y monetarizada de sí mismo, de la sociedad y del mundo, construye un tipo de sociedad deshumanizada, cosificada y dependiente de la tecnología sofisticada.
No le falta razón a Ítalo Gastaldi, cuando en su obra «El Hombre, un misterio», afirma categóricamente:«Las máquinas nos infunden una aguda conciencia de poder y una grata sensación de autosuficiencia. Nos encierran en lo inmediato, en lo presente, en el «aquí» y el «ahora», haciendo que olvidemos toda preocupación por el futuro. Nos lleva a vivir en la superficie de las cosas y no nos dejan tiempo para la reflexión y la contemplación».
Los adelantos científicos y tecnológicos plantean por ahora situaciones, temas y problemas nuevos, a la vez que generan dilemas éticos y decisiones éticas también nuevos, que afectan hondamente la vida del hombre en lo referente a sus formas de pensar, producir, trabajar, consumir, estudiar, descansar y relacionarse con las demás personas.
La sociedad del conocimiento tiene por columna vertebral a los multimedios de comunicación, al libre mercado y a las finanzas por medios electrónicos, pero se olvida sustantivamente de la persona humana, de su derecho a vivir en comunidades libres, con vivienda y empleo dignos. Así el hombre deviene en un ser excluido, en “otro” por antonomasia.
En la sociedad global se afianza el predominio del Individuo-Total-Neoliberal, es decir: anti-igualitario, competitivo en desigualdad de condiciones y oportunidades, consumista a ultranza y autoreferido. Este nuevo tipo de hombre considera al Otro como objeto o cosa (cosificación del hombre por el hombre), como ser oprimido o explotado por el propio hombre (explotación del hombre por el hombre) y como ser excluido, sobrante, descartable y sacrificable dentro del libre mercado (el hombre light).
El Estado convencional, que según las Constituciones políticas de los países es el protector, promotor y defensor de los derechos del hombre deviene en letra muerta y es sustituido por el Estado-Red que resulta siendo un Estado cibernético, insensible, indolente e inmisericorde.
Estado-Red que globaliza la desigualdad social, las tecnologías de punta, la especulación financiera, pero no globaliza la justicia social, el pleno empleo, los principios y valore éticos para una sociedad con rostro humano.
En la sociedad global todo se mide en términos de operación de función, de eficiencia, de competitividad y de rendimiento. No importa la condición de la persona humana, más importa qué producto de calidad es capaz de producir o de comprar, más importa que el hombre en su condición de trabajador cumpla a plenitud sus deberes a costa de recibir cada vez menos derechos. Y el Estado convencional así va desprendiéndose cada vez más de sus responsabilidades sociales, permitiendo o haciéndose de la vista gorda que el propietario del capital incremente sus utilidades a través de cualquier medio, inclusive medio ilícito y antiético (el fin justifica los medios).
¿Es este el tipo de hombre que la sociedad del presente y del futuro se merece? Apuesto que no. (www.eudoroterrones.com; eudoro.terrones@yahoo.com).