MARIO BUNGE Y SUS REFLEXIONES
ACERCA DE CÓMO
HACER CIENCIA
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
Mario Bunge, físico, filósofo científico y epistemólogo
argentino, maestro universitario en la cátedra de Lógica y Metafísica en la
Universidad McGill de Montreal. Su concepción filosófica se ubica dentro del
realismo científico, el cientificismo, el materialismo y el sistemismo.
Mario Bunge, en su obra
“Ciencia y desarrollo”, expresa: “Puesto
que la investigación científica es tarea de la comunidad científica, y puesto
que ésta no puede existir en un vacío social, si nos interesa estimular o
inhibir el desarrollo científico debemos enfocarlo como un aspecto del
desarrollo integral de la sociedad humana. A su vez, como se vio en el Capítulo
1, toda sociedad humana, cualquiera sea su estado de desarrollo, puede
analizarse como un sistema compuesto de cuatro subsistemas. Estos son el
sistema biológico, el económico, el cultural y el político…”[1]
El
científico hace ciencia para el pueblo
“…En principio toda
ciencia básica es ciencia para el pueblo, o sea, potencialmente beneficiosa
para el público, sea por sí misma (como bien cultural), sea por sus
aplicaciones. Producir y difundir ciencia básica son servicios sociales. En
suma, todo buen científico hace ciencia para el pueblo sin que se lo pidan.
Pero si se lo piden explícitamente, y en particular si le piden que produzca
cosas o procedimientos de utilidad práctica inmediata, tendrá que dejar de
hacer ciencia básica para dedicarse a una actividad para la cual no está
preparado: lo más probable es que le obliguen a convertirse de científico bueno
o mediocre, en mal técnico. Lo dicho no implica que el científico pueda hacer
oídos sordos a su responsabilidad social. En efecto, puesto que la actividad
científica se inserta en la vida social, no puede dejar de tener aspectos
morales…”[2]
Se
puede hacer ciencia en países en desarrollo
Bunge, tras analizar las
posibilidades de hacer ciencia, particularmente investigación básica, en países
en desarrollo, concluye que sí es posible aun cuando “es mucho más difícil” y
que requiere de ciertas “condiciones mínimas”: “¡En suma, se puede hacer
investigación básica en países en desarrollo, y de hecho se vienen haciendo, si
bien es cierto que es mucho más difícil hacerla que en países desarrollados.
Las condiciones mínimas para hacerla en cualquier parte del mundo son: poseer
talento científico, estar libre de preocupaciones económicas angustiantes,
tener acceso a publicaciones, gozar de libertad académica, estar en contacto
con otros investigadores del país y del extranjero, y no requerir equipos
excesivamente costosos”.[3]
Condiciones
para hacer ciencia en la Universidad del Tercer Mundo
Bunge, luego de
preguntarse ¿Puede haber ciencia en la Universidad del Tercer Mundo? responde:
“Debiera haberla y a veces la hay, aunque pocas veces con continuidad. Que
debiera haberla parece obvio, ya que una universidad no es tal si no produce
conocimiento nuevo, en particular conocimiento científico. Pero eso no es fácil:
construir teorías, calcular, diseñar experimentos, y efectuar mediciones es más
difícil que comentar textos escritos por otros o debatir cuestiones
ideológicas. Para hacer ciencia es menester una preparación especializada que
exige largos años de aprendizaje difícil. También hacen falta bibliotecas al
día, laboratorios, gabinetes de estudio, seminarios y coloquios, así como
personal auxiliar competente. En una palabra, hace falta gente competente a
diversos niveles, e instalaciones adecuadas. Pero ni esto, que ya es difícil de
obtener, basta. También se necesita tranquilidad, estabilidad y continuidad. Y
esto es muy difícil de lograr allí donde la Universidad es una isla de libertad
acosada por adversarios exteriores y minada por dentro por activistas que,
aunque acaso bien intencionados, no se proponen tanto la mejora de la
Universidad como su utilización como arma política. Es posible que la mayoría
de los científicos que han emigrado del Tercer Mundo lo han hecho en busca de
la tranquilidad indispensable para trabajar” [4]
El filósofo argentino,
luego de realizar un análisis crítico y objetivo puntualiza y subraya la
existencia de tres grandes males en la Universidad del Tercer Mundo: “En suma,
la Universidad del Tercer Mundo está aquejada de tres grandes males entre
muchos otros: la preparación insuficiente de sus alumnos, la improvisación de
sus profesores y la politización de unos y otros. Por estos motivos algunos
investigadores sueñan con institutos de investigación independientes de las
universidades, al estilo de las academias y centros científicos de Europa
occidental (en particular la República Federal Alemana) y oriental (la
U.R.S.S.)[5].
Se
hace ciencia en universidades e institutos extraordinarios
“Se hace ciencia, buena o
mediocre, en universidades y en institutos extraordinarios. Pero estos últimos,
si dependen de la industria o de ministerios no especializados en ciencia (o al
menos en cultura), suelen especializarse en ciencia aplicada con descuido de la
básica. Se entiende: a un dirigente de empresa, o a un ministro de salud
pública (o de industria y comercio, o de desarrollo, o de defensa) se le hace
difícil justificar gastos en ciencia básica: sólo la aplicada le resultará
evidentemente “relevante” a las actividades centrales de la unidad que
administra. En cambio, la Universidad no puede legítimamente cuestionar la
investigación básica (a menos, claro está, que caiga en manos de gentes
incultas, o de delincuentes culturales, o de políticos demagógicos). Por este
motivo la ciencia básica tiene más posibilidades de florecer dentro de la
Universidad que fuera de ella, siempre que sea una Universidad auténtica y no
sólo de nombre”[6].
“En resumen – indica Bunge-,
no hay Universidad moderna, que merezca el nombre de tal, a menos que albergue
a investigadores activos en el área de la ciencia (y de la técnica y de las
humanidades). Allí donde la Universidad no ofrece las condiciones necesarias
para el trabajo científico serio y sostenido, se podrá ensayar la formación de
un instituto extrauniversitario de ciencias. Pero ésta no será una solución
ideal ni permanente, a menos que responda a necesidades regionales. (Y aun en
este caso es posible que la solución óptima se obtenga reuniendo a
investigadores por períodos limitados a la realización de planes precisos de
investigación). La única solución posible es global, o sea, consiste en mejorar
las condiciones económicas, culturales y políticas de la sociedad íntegra, de
modo que esté en condiciones de sostener a una Universidad que funcione
regularmente (no espasmódicamente) y que esté organizada en torno a la
investigación en todas las áreas del conocimiento”[7]
La
comunidad de científicos se ajusta a un código de conducta
Mario Bunge indica que de
cuando en cuando la comunidad de científicos vigila a los investigadores para
que se ajusten a un código de conducta que incluye los siguientes imperativos:
Esforzarse por hacer buena ciencia. (El
investigador que no hace este esfuerzo estafa al público).
Esforzarse por difundir conocimientos y
métodos científicos dentro y fuera de su lugar de trabajo. (El investigador que
no lo hace es egoísta).
Criticar creencias anticientíficas y
seudocientíficas dentro y fuera de su lugar de trabajo. (El investigador que no
lo hace no es una persona culta, o es indiferente al rumbo que tome su cultura,
o no tiene coraje, o no tiene libertad).
No servir a opresores económicos,
políticos o culturales. (El investigador que ayuda a los enemigos del pueblo se
convierte él mismo en enemigo público y desprestigia la ciencia).”[8]
El filósofo científico
argentino concluye manifestando enfáticamente: “Pero no puede haber desarrollo
científico técnico integral y sostenido a menos que haya cierta holgura
económica, cierta tolerancia intelectual, y cierta libertad política. En suma,
el desarrollo científico y técnico requiere del desarrollo de la sociedad en
todos sus aspectos: biológico, económico, cultural y político…”[9]