COMENTARIOS
DE LA OBRA
“SÓCRATES: EL MAESTRO, EL FILÓSOFO Y EL MÁRTIR DE LA FILOSOFÍA”
PRÓLOGO
Dr. Carlos Díaz Hernández
Me cumple el honor de prologar esta obra del doctor Eudoro Terrones Negrete, a quien tuve la gran fortuna de conocer personalmente en Lima, prodigio de laboriosidad e inteligencia, pues amén de otras actividades docentes y publicistas, ha sido capaz de mantener la pasión y la alegría por el saber hasta unos límites insospechables e inalcanzables por la casi totalidad de las gentes. ¿A quién pudiera extrañar, teniendo en cuenta tales hábitos, que ahora nos regale un hermoso libro sobre Sócrates precisamente, libro al que desde mi condición de filósofo "académico" o "profesional" (¡perdón maestro Sócrates!) reputo serio, riguroso y, por si ello fuera poco, sumamente didáctico.
Doctor en Educación, Magíster en Docencia
Universitaria, Periodista profesional colegiado y Profesor Principal en la
Universidad Jaime Bausate y Meza, nuestro autor ha publicado la mágica cifra
de cuarenta y cinco libros desde el año 1969, es decir, a un ritmo de un libro
al año, y no de libros de ocasión, sino de fuste y sentencia, de reflexión e
investigación, bien documentados en sus fuentes.
Cuando se estudia a Sócrates como aquí se hace, lo
de menos es concordar o discrepar del gran maestro griego, yo mismo dudo de eso
que se llama socratismo moral, compartido por Confucio desde el
remoto Oriente, y que defiende que quien sabe es bueno, y por ende que sólo el
ignorante hace mal, algo que a su vez le exculparía de toda responsabilidad
penal. Esta afirmación, como todos sabemos, se desarrollará en muchos diálogos
de su discípulo Platón, el cual atribuye un papel casi divino al filósofo
sabio, hasta el punto de presentarlo cual único digno de dirigir los gobiernos
de los países con justicia y pudor. Ahora bien, según mi particular
opinión, tal idea es más bella que la realidad, sobre todo cuando se tiene
delante a políticos incultos y voraces, pero la realidad no la avala: quienes
saben leer y fuman, no dejan de hacerlo aunque en la cajetilla se recuerde con
grandes caracteres: fumar mata.
Pero eso es de menos, lo verdaderamente importante
es el genio, la magnitud y la impronta antropológica que la muerte de Platón
nos dejó en heredad y pervivencia. Y digo la muerte, porque ella sella la
maestría y el magisterio de quienes elaboran ideas y pronuncian palabras: será
maestro de humanidad el que muera defendiendo la verdad, no solamente
diciéndola, porque sólo así se sobrepasa a la muerte y se la vence. He aquí lo
inmortal de una vida: emparentar con el martirio la verdad, sólo así sirve de
base para el comportamiento de la humanidad. "Amigo Sócrates, pero más
amiga la verdad". Por eso Sócrates enseñaba la virtud personalizadamente:
«Desciende a las profundidades de ti mismo, y logra ver tu alma buena. La
felicidad la construye uno mismo solamente con la buena conducta». De ahí estos
corolarios socráticos básicos, que el presente libro nos recuerda: “La virtud
produce agrado, el vicio desagrado. Hay que renunciar a los vicios” y “El mayor
mal no es sufrir la injusticia, sino padecerla”.
Mientras tanto, lejos de enfatizar el saber y muy
cerca de reconocer la necesidad de estudiar, recordamos que el entendimiento
alumbra como las velas, derramando lágrimas, y no hay saber que no tenga 99% de
transpiración y 1% de inspiración: “El maestro Confucio dijo: El primer absurdo
consiste en pretender alcanzar el bien prescindiendo del estudio, y su
consecuencia es la decepción; el segundo consiste en intentar alcanzar la
ciencia sin entregarse al estudio, lo que conduce a la incertidumbre; el tercero
consiste en el deseo de ser sincero prescindiendo del estudio, lo que provoca
el engaño; el cuarto consiste en pretender obrar rectamente sin haber recibido
la instrucción adecuada, con lo que se cae en la temeridad; el quinto consiste
en querer compaginar el valor con la incultura, lo que da lugar a la
insubordinación; finalmente, si se desea alcanzar la perseverancia
prescindiendo del estudio, se cae en la testarudez y obcecación”. Mucho de lo
que pasa por sabiduría no es sino pedantería.
Así pues, para pensar con profundidad hay que
estudiar mucho y muy mucho, aseguraba también Confucio: “Cuando se penetró en
la razón de las cosas, la conciencia se desplegó al máximo y los pensamientos
se hicieron sinceros. Cuando eso ocurrió, el corazón se hizo recto. Cuando eso
ocurrió, cada uno se perfeccionó a sí mismo. Cuando eso ocurrió, el orden
comenzó a reinar en la familia. Cuando eso ocurrió, el Estado fue bien
gobernado. Cuando eso ocurrió, la paz se extendió por el universo. Los antiguos
príncipes se esforzaban primero en gobernar con rectitud sus propios reinos.
Para ello, se aplicaban ante todo en ordenar bien sus familias. Para ello,
procuraban previamente corregirse a sí mismos. Para ello, ponían un especial
cuidado en adornar su alma de todas las virtudes. Para ello, se esforzaban en
conseguir la rectitud y sinceridad de todas sus intenciones. Para ello, se
entregaban con ardor al perfeccionamiento de sus conocimientos morales, que
consiste en descubrir los móviles de las acciones. Si alcanzamos la perfección
personal, se establecerá el orden en nuestra familia. Entonces, el reino será
rectamente gobernado. Y cuando todos los reinos son bien gobernados, el mundo
entero goza de paz y armonía. Desde el más noble al más humilde, todos tienen
el deber de mejorar y corregir su propio ser. El perfeccionamiento de uno mismo
es la base de todo progreso y desarrollo moral”.
Así de rigurosamente tomada en serio, la filosofía
ayuda a vivir una vida buena. Como en el caso de Sócrates, ella propicia la
actitud serena y prudente, el discernimiento desapasionado enseñando a vivir.
En su deseo de hacer el bien, proporciona contenidos formativos que nos ayudan
a ser plenos, y no simplemente felices a cualquier precio, por eso propone un
corazón alegre, encantado con la realidad pese a las desventuras, porque un
corazón triste sería un triste corazón; un corazón liberador que supera aquellas
esclavitudes que destruían; un corazón esencial que se conforma con poco para
ser feliz; un corazón modesto que se abre a lo grande y lo saluda; un corazón
bueno en el buen sentido de la palabra bueno, que no echa nada al
fuego, que espera, disculpa, acompaña y se esfuerza por ponerse enérgicamente
en positivo: la antítesis del corazón duro; que perdona y permite rehacer la
experiencia de estrechar vínculos.
La “vida buena” aporta también esa convivencia
amistosa que según Cicerón constituye el mayor placer de la vida. En orden a
ello el filósofo trabaja por los derechos humanos y rechaza las
discriminaciones sociales y laborales, mostrando una efectiva preocupación y
sensibilidad con las personas desfavorecidas. Desde luego no solamente la
filosofía puede trabajar en esta línea, pero la filosofía intentará también
fundamentar racionalmente esas actitudes: al filósofo se le ha de pedir un
esfuerzo de profundización y de sistematización. La búsqueda de la
vida buena no concluye en la perfección de este mundo, pues todo pensamiento
que no se decapita desemboca en la trascendencia, en lo eterno. Ahora bien, no
cabe búsqueda de lo eterno sin alguna esperanza en la bondad de la realidad de
esta vida. A diferencia de quien contempla a los humanos como seres egoístas y
orgullosos inmersos en el mal y destinados a la náusea o a la nada, el filósofo
ayudará a encontrar razones para la esperanza y a renacer de nuevo a quien
parecía destruido y roto.
La filosofía ayuda mucho a conocerse a sí mismo,
algo para lo cual hay que bajar a las profundidades del propio espíritu,
convicción básica también para el mundo oriental. Un discípulo entregó a Buda
una flor y le pidió que le explicara su doctrina. El maestro tomó la flor, la
contempló en silencio durante un largo rato, y, sin mediar palabra, con un
gesto indicó al discípulo que se retirase. Al parecer, de esta anécdota se
deriva el zen: el misterio no se alcanza con palabras ni con
razonamientos, sino mediante la contemplación. Ella produce la imperturbabilidad.
Cierto ejército rebelde irrumpió en una ciudad y hasta los monjes del templo
budista de la localidad huyeron. Todos, excepto el abad. El general quedó
atónito: “¿No sabes, rugió, que estás viendo a un hombre que puede traspasarte
con su espada sin un parpadeo?” “¡Y tú, replicó el abad, estás viendo a un
hombre que puede ser traspasado por una espada sin un parpadeo!” El general,
desconcertado, pasado un momento se inclinó reverencialmente y se marchó.
Quien se conoce a sí mismo ha de ser crítico de sí
mismo (autocrítico, autoirónico diríamos con Sócrates) y de los demás
(heteroirónico). Criticar no es destruir. Sin amor, la crítica es envidia. La
filosofía enseña a denunciar al gato que quiere pasar por liebre, y a tal
efecto no tiene pelos en la lengua. Esto entraña vivir en el riesgo, pues
“donde hay poca justicia es peligroso tener razón” (Quevedo). Sólo supero los
propios errores que reconozco. Por lo demás, el verdaderamente crítico con su
propio yo compañero sabe aceptarse a sí mismo (¿para qué despedazarse a sí
propio?) y reconocer en los otros sus aspectos positivos. No echemos la culpa
de nuestra cojera al empedrado: ¿no estaría mejor reconocer las cosas, a fin de
cambiarlas cuando podamos y de aceptarlas si no
podemos?
La filosofía de raíz socrática ayuda a saber vivir,
convivir y dialogar construyendo un mundo mejor, como el maestro nos enseñara a
todos a través de su discípulo Platón. Para los filósofos presocráticos saber
era entender, para Sócrates discernir, para Platón definir, para Aristóteles
demostrar, para Kant es trabajar en favor de toda la humanidad. La
acción es la hora de la verdad; sin la acción, todo se nos vuelven excusas y
lamentos, como indica Quevedo en su Sueño del Infierno: “Y llegando
a una cárcel oscurísima oí gran ruido de cadenas, grillos y fuego, azotes y
grillos. Pregunté a uno de los que allí estaban qué estancia era aquella, y me
dijeron que era el cuartel de los ¡oh, quién hubiera..'. Son gente necia que en
el mundo vivía mal y se condenó sin entenderlo, y ahora aquí se les va todo en
decir: '¡oh, quién hubiera dado limosna! ¡oh, quién hubiera oído misa! ¡oh,
quién hubiera callado! ¡oh, quién hubiera favorecido al pobre! ¡oh, quién
hubiera confesado'”. Por eso no fueron filósofos. “Yan-kieu dijo a Confucio:
“Tu doctrina me complace, maestro, pero no me siento con fuerzas para
practicarla”. El maestro le contestó: “Los débiles emprenden el camino, pero se
detienen a la mitad; tú ni siquiera tienes voluntad para iniciar el camino; no
es que no puedas, sino que no quieres”. No basta, pues, con saber, por muy
importante que ello sea: hay que actuar, y actuar bien; cuando debes hacer una
elección y no la haces, esto ya es una elección. Así que, cuando no tengas otra
cosa que hacer, planta un árbol: irá creciendo mientras tú duermes.
La filosofía, pues, ayuda a querer saber, para
saber querer. Tanto Confucio como Sócrates, coetáneos, recordemos, defendieron
que la bondad se aprende y, una vez bien aprendida, no cabe portarse mal: “El
maestro dijo: si nuestras palabras son sinceras y se hallan conformes con la
recta razón, cuantos nos escuchen modificarán su conducta y entrarán por el
camino de la virtud. Si nuestra conversación resulta agradable y persuasiva,
induciremos a todos los hombres a buscar la verdad. Es imposible que tras una
conversación persuasiva el hombre no se sienta incitado a la búsqueda de la
verdad. No creo que pueda existir nadie que, tras haber escuchado unas palabras
sinceras y conforme a la recta razón, deje de convertirse hacia la virtud”. Tal
vez Sócrates y Confucio exageraban, pues una cosa es conocer lo que es mejor y
otra llevarlo a cabo; en lo que no exageraban es en que saber y querer forman
unidad ¿Te has preguntado qué haría contigo quien supiese pero no (te)
quisiera? Para que tal cosa no ocurra, recuerda: “¿Para qué te sirve, Sócrates,
aprender a tocar la lira si vas a morir?” “Me sirve para tocar la lira antes de
morir”.
En Occidente existen dos tipos de actitudes casi
sin término medio, la de quienes no saben parar y la de quienes viven
inmóviles, parados-paralizados, abúlicos hastiados que se limitan a vegetar, a
comer del subsidio fácil, y al final terminan con una especie de anorexia
existencial, como la que Herman Melville describe en su célebre Bartleby el
escribiente, que muere de autoconsunción:
«-¿Quiere decirme, Bartleby, dónde ha nacido?
-Preferiría no hacerlo.
-¿Quiere contarme algo de usted?
-Preferiría no hacerlo.
-¿Cuál es su respuesta, Bartleby?
-Por ahora prefiero no contestar».
A cada día le basta su afán, que es la virtud del
esfuerzo en el esfuerzo por la virtud. Ansia de superación, diría Ortega:
«Varias veces he dicho que yo no he pretendido venir a enseñar nada a vuestros
estudiosos, no porque estos lo sepan todo, lo cual no es verdad, sino porque yo
apenas si sé algo, y aun para enseñar ese algo me falta una autoridad que no he
tratado nunca de conquistar. Conozco muy bien no ser sabio y dudo mucho que
deba ser llamado profesor. Cuando miro a retrotiempo y veo mis años mozos,
hallo que fue mi alma, a defecto de mejores cualidades, un incendio perdurable
de entusiasmo que no sabía acercarse a cosa alguna sin intentar centrarla y
abrillantarla con su fuego interior. Me ha poseído siempre una como fe profunda
en que todas las cosas son susceptibles de ilimitada mejora y que nos basta con
fijar los ojos en el más humilde objeto para que aparezcan sobre sus flancos
prodigiosas reverberaciones. Nada hay mísero ni sórdido si sabemos contemplarlo
y, como dice el viejísimo ‘purana’ indio, dondequiera que el hombre pone en el
suelo la planta, pisa siempre cien senderos. Después de todo, es esta fe en que
el universo es susceptible de infinita mejora el sentido radical que da Platón
a la Filosofía cuando hacía nervio de ella el ‘Eros’, la aspiración
de amor» (Meditación del pueblo joven). Sólo así podremos comenzar a
salir de la industria de la inercia y de la queja.
¿Nos hace felices la virtud? Como dijera Erich
Fromm, «la felicidad es una adquisición debida a la productividad interior del
ser humano. Felicidad y gozo no son la satisfacción de una necesidad originada
por una carencia fisiológica o psicológica; no son el alivio de una tensión,
sino el fenómeno que acompaña a toda actividad productiva en el pensar, en el
sentir y en el hacer. El gozo y la felicidad no son diferentes en calidad;
difieren solamente en cuanto que el gozo se refiere a un acto singular,
mientras que la felicidad es una experiencia continua o integrada de gozo;
podemos hablar de gozos en plural, pero solamente de felicidad en singular. La
felicidad es la indicadora de que la persona ha encontrado la respuesta al
problema de la existencia humana: la realización productiva de sus
potencialidades siendo simultáneamente uno con el mundo y conservando su propia
integridad. Al gastar su energía productivamente acrecienta sus poderes, se
quema sin ser consumido. La felicidad es el criterio de excelencia en el arte
de vivir. Aunque se la considera frecuentemente como lo opuesto al
pesar y al dolor, el sufrimiento físico o mental es parte de la existencia humana
y el experimentarlos es algo inevitable. Rehuir la pena a toda costa sólo puede
lograrse al precio de un aislamiento total, el cual excluye la capacidad para
experimentar la felicidad. Lo opuesto a la felicidad no es, por consiguiente,
el pesar o el dolor, sino la depresión que resulta de la esterilidad interior y
de la improductividad» (Ética y psicoanálisis). Y por eso, por el
carácter abierto y transitivo de la productividad interior, felicidad y
afectividad son como el mar y los peces, y al supuesto derecho a la felicidad
le correspondería en todo caso la contrapartida del deber de corresponder.
Lo admirable es que el ser humano siga luchando a
pesar de todo y que, desilusionado o triste, cansado o enfermo, siga trazando
caminos, arando la tierra, luchando contra los elementos y hasta creando obras
de belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil. “Esto debería bastar para
probarnos que el mundo tiene algún misterioso sentido y para convencemos de
que, aunque mortales y perversos, los hombres podemos alcanzar de algún modo la
grandeza y la eternidad. Y que, si es cierto que Satanás es el amo de la
tierra, en alguna parte del cielo o en algún rincón de nuestro ser reside un
Espíritu Divino que incesantemente lucha contra él, para levantamos una y otra vez
sobre el barro de nuestra desesperación” (Ernesto Sábato). En este sentido
cabria esforzarse siempre por descubrir el valor del sufrimiento sin masoquismo
ni victimismo, ni miserabilísimo: «Un atardecer de 1947 –escribe Sábato-,
mientras iba camino de una aldea de Italia a otra, vi a un hombrecillo
inclinado sobre su tierra, trabajando todavía afanosamente, casi sin luz. Su
tierra labrada renacía a la vida. Al borde del camino se veía todavía un tanque
retorcido y arrumbado. Pensé qué admirable es a pesar de todo el hombre, esa
cosa tan pequeña y transitoria, tan reiteradamente aplastada por terremotos y
guerras, tan cruelmente puesta a prueba por incendios y naufragios y pestes y
muertes de hijos y padres».
Me escribía Chema Berro respecto de los militantes
obreros que ambos hemos conocido: «Murieron tras una vida dedicada a la
CNT (Confederación Nacional de Trabajadores). Es el caso de cantidad de
compañeros mayores, gran parte de los cuales van viviendo y muriendo en el
exilio. Sus nombres aparecen en nuestros humildes periódicos, en una breve nota
que casi con seguridad anuncia que su fallecimiento se ha producido arropado
por sus familiares y por sus compañeros, sus hermanos de la CNT.
Son nombres que no nos dicen casi nada, pero todos ellos esconden una
biografía impresionante. Hicieron lo que se les pidió con una capacidad
asombrosa. Se codearon, tuvieron que codearse, con los grandes personajes de la
historia sobresaliendo por su capacidad y por su dignidad, ganándose la
consideración y el aprecio de todos ellos, de sus propios contrincantes en el
campo de las ideas. Pero ese reconocimiento quedó en el círculo de sus
contactos directos, sin traspasar el umbral de la historia, sin entrar en los
libros o haciéndolo de refilón y de paso, sin quedar individualmente, como
legado para las futuras generaciones. Salieron del anonimato y volvieron al
anonimato para seguir haciendo lo que tenían que hacer, de nuevo en tareas más
humildes. Dedicaron la vida a la CNT y ésta se convirtió en un buen
medio para dedicarla a su clase, a su causa y, de una forma más general, a su
país y a toda la humanidad. Seguramente esa capacidad de anonimato, esa
capacidad de enterrarse para dar fruto, esa renuncia a su prodigiosa
individualidad para convertirse en una parte, sólo una parte, de algo
colectivo, sólo puede darse en gente que tiene una misión, una causa, algo por
lo que vivir y luchar y morir y enterrarse. Buena lección, no aprendida, para
la situación actual ¡tan distinta! Hoy cualquiera está dispuesto a hacer de su pequeña
diferencia un abismo insalvable; y si nos tocaran nuestro ego, nuestra
individualidad, ello se convertiría en el centro de todos los problemas.
Actuamos en función de nuestros deseos, reducidos a apetencias cada vez más
inmediatas, más absorbentes y absorbidas por un mundo que no ha aprendido, que
ha olvidado que la realización, si se reduce a satisfacción de las apetencias,
se convierte en locura y en huida hacia ninguna parte, y que sólo se realiza en
la medida en que se convierte en entrega, en renuncia hasta el enterramiento,
en la medida en que se somete a esa misión que traspasa y ordena las apetencias
y les da sentido, y nos lo da a nosotros... Pero el futuro no se ve desde el
presente sin la perspectiva que da el pasado. La memoria es parte del ser,
parte de la posibilidad de ser y del futuro. Renunciando a nuestro pasado no
tendríamos sentido, ni tan siquiera existiríamos. Ellos son nuestro pasado, y
recuperar su memoria y proyectarla, darle continuidad, es nuestra tarea y
nuestro mejor homenaje. El único que seguramente quieren y esperan. Conseguir,
en definitiva, que el anónimo ‘Fulano de tal, militante de la CNT’, siga
siendo el mejor de los epitafios».
Pero el Banquero (el existente y el que muchos
desean llegar a ser: demasiados soldados llevan en su mochila el bastón de
mariscal) tendrá que decirnos cuáles son esos otros valores no puramente
económicos a los que él alude sin especificar, pues la verdad es que todos los
valores del Banquero del dinero provienen, al dinero se dirigen, y con dinero
se compran (es decir, tienen valor porque tienen precio): también con dinero se
apesebran artistas, intelectuales, políticos, y todo lo que haga falta, incluso
la misma madrileña Universidad Complutense premiando al Banquero rodeado de
reyes, gobierno, etc., a los pocos meses encarcelado por corrupto y por
estafador. Irresistible es el prestigio de los Salones para aquellos que sólo
saben ser si se visten con el ropaje de la cortesanía, siempre necesitada de
dinero. ¡El dinero, el dinero es el hombre!, gritaban ya los primeros
tímidos Banqueros de Grecia, sin que en modo alguno hayan desaparecido de
nuestros oídos sus ecos. Suerte que este libro del Dr. Eudoro Terrones nos lo
recuerda impagablemente haciendo honor a su nombre: Eudoro, regalo
bueno.
Madrid, septiembre
de 2011.
Dr. CARLOS DÍAZ HERNÁNDEZ,
EL FILÓSOFO DEL PERSONALISMO COMUNITARIO[4]
Escribe: Dr. Eudoro Terrones Negrete
Con el saludo cordial quiero expresar la cálida y
fraternal bienvenida a nuestra Universidad, al doctor Carlos Díaz
Hernández, con motivo de su visita a Perú para sustentar sendas conferencias
magistrales en varias universidades de Lima, y particularmente en la
Universidad Jaime Bausate y Meza.
El doctor Carlos Díaz Hernández es el principal
investigador y difusor del pensamiento personalista comunitario en lengua
española. Es profesor titular en la Universidad Complutense de
Madrid, profesor visitante permanente de la Universidad Pontificia de
México, fundador del Instituto Mounier de España, México, Argentina y Paraguay,
actual Presidente de la Fundación Emmanuel Mounier, miembro del
Consejo de Redacción de la revista “Acontecimiento” y de la
Colección “Persona”.
Este influyente filósofo en la juventud, el más
productivo de estos tiempos, es un conferencista polémico que ha vertido sus
ideas en universidades de América latina, Europa, África, entre oros. Defiende
por doquier el personalismo comunitario de Emmanuel Mounier y el anarquismo
cristiano.
Mostrando una extraordinaria vitalidad intelectual,
Díaz Hernández, a sus 65 años de edad es autor de más de 200 libros, los mismos
que fueron traducidos a varios idiomas.
Es autor de una serie de libros: Memoria
y deseo; Personalismo obrero: presencia viva de Mounier; Hombre y dialéctica en
el marxismo-leninismo; Del anarquismo como fenómeno político-moral; Pro y
contra Stirner; Julián Besteiro o el socialismo en libertad; El anarquismo como
fenómeno político-moral; La actualidad del anarquismo; Contra Prometeo;
Sabiduría y locura; La buena aventura de comunicarse; ¿Qué es ser joven?; El
sujeto ético; El sueño hegeliano del estado ético.
Asimismo, Nihilismo y estética. Filosofía de fin
del milenio; De la razón dialógica a la razón profética; La política como
justicia y pudor; Cuando la razón se hace palabra; Releyendo el anarquismo;
Manifiesto para los humildes; Víctor García: El Marco Polo del anarquismo; Diez
miradas sobre el rostro del otro; Valores del futuro que viene; La filosofía,
sabiduría primera; Diego Abad Santillán; Mi encuentro con el personalismo
comunitario; Pedagogía de la ética social. Para una formación en valores; El
nuevo pensamiento de Franz Rosenzwei y Cómo hacer el amor filosóficamente.
Carlos Díaz Hernández no es un filósofo
alejado de la realidad y de la vida social, no es un filósofo de escritorio que
se encierra en sus cuatro paredes para dar a luz sus ideas y lanzarlas a
posteriori a los cuatro vientos sin saber quien las recoja. Es un filósofo
social, con conciencia social y conciencia profesional, de pensar y actuar a
favor de los que más sufren, de los que menos tienen y de los que más aspiran a
una vida digna y con justicia social.
Alguna vez declaró para la prensa: “Yo vivo como un
monje en medio de la civilización. Estudio y escribo como orino, como una
necesidad fisiológica. Apenas me ocupo de muchas cosas. No conduzco un coche,
ni voy a un banco, ni tengo idea de cuestiones cotidianas para millones de
personas... Lo mío es una suerte de antena de orientación que, permanentemente
cuando salgo a la calle, apunta a los más pobres, a los desfavorecidos. A
escribir sobre cómo cambiar; a eso dedico mi vida…. A mí me duele la miseria,
el ser humano".
Confiesa con toda sinceridad: “Soy diferente al
filósofo de academia, al ratón de biblioteca, que sólo sabe hablar con cuatro
colegas de cuatro arcanos propios de su especialidad. No soy así. Busco estar
cerca de los pobres, también físicamente… El nivel de cercanía que se siente
con la viuda, el huérfano y el extranjero del Antiguo Testamento, no hay que
perderlo de vista. Ese primer nivel es básico. No hacer las cosas para los
pobres, sino desde y con ellos.”.
Como es de dominio público, el personalismo es una
doctrina filosófica que reconoce a la persona humana como valor absoluto por
sobre todas las cosas, la persona es un fin y no un instrumento, una cosa o un
cliente. Es una actitud y búsqueda constante porque lo único estable en la
sociedad es el cambio y lo único permanente en el hombre es su “hacerse”, su
continua creación en todas las latitudes y circunstancias.
Al respecto, el filósofo español Díaz Hernández
explica enfáticamente: “La base sobre la que se asienta el personalismo
comunitario es que el ser es el centro de la realidad. Y no el tener. Hoy, todo
se mide por los parámetros del tener. Evidentemente algo tenemos que tener,
tenemos que comer. Pero no me distraigo en acumular dinero: quiero que haya
justicia social; es para eso para lo que trabajo".
Díaz Hernández, el filósofo de los más pobres,
afirma: "el personalismo comunitario de lo que trata es de que
la persona sea el centro, que a uno no lo midan por los parámetros económicos,
que pueda vivir con dignidad; que no sean el centro la vanidad, la tontería, la
estupidez del mundo”.
Concluyo estas breves palabras de presentación y de bienvenida, pero sin agotar el tema sobre la vida y obra del filósofo, manifestando que el doctor Carlos Díaz es un pensador profundo e innovador, que realiza cotidianamente sendas reflexiones críticas respecto a lo que tienen en común las cosas detrás de su aparente diversidad, pero fundamentalmente sobre el ser humano en su esencia y existencia vital.
PALABRAS DEL AUTOR DE LA OBRA
Dr. Eudoro Terrones Negrete
“Los filósofos y los hombres
“capaces de morir por una idea”, han sido las grandes fuerzas de la historia,
cuyos vaivenes y altibajos son la expresión o personificación de determinada
mentalidad. Las ideas, son entonces, los resortes de la humanidad y de la
historia y no precisamente “el hambre y el miedo” como se expresa Lenin”. Samuel
Vargas Montoya
Pocas figuras representativas hubieron en la
antigüedad clásica, como las de Sócrates, Platón y Aristóteles, que
despertaron y aún siguen despertando amplias y profundas resonancias e impactos
en la cultura de Occidente y en la cultura universal, precisamente
por su elevada calidad humana, integridad espiritual, grandeza
moral, pedagogía social y por hacer accesible a públicos diversos sus aportes
intelectuales y la filosofía de aquella civilización.
Seguramente no hay entre todas las figuras que
llenan la historia de la cultura humana ninguna tan popular como Sócrates,
ninguna que haya sido tan traída y llevada por el oleaje de la literatura
universal y cuyo conocimiento haya llegado hasta los rincones más apartados en
que vive el espíritu.
Sócrates era el ideal de sabiduría en las escuelas
filosóficas griegas, en la literatura romana, en los pueblos europeos y entre
los judíos y mahometanos.
Donde quiera que haya destilado aunque sea una gota
del espíritu helénico, nos encontramos con Sócrates como con una personalidad
venerada por todos. Hasta los relatos más superficiales y someros de la llamada
historia universal se detienen un momento en él. Los resúmenes más fugaces del
panorama histórico del mundo le dedican una rápida ojeada. Los estudiantes,
profesionales y lectores de todos los tiempos han oído hablar algo sobre
Sócrates; todo el mundo sabe cómo vivió, qué enseñó y cuál fue su muerte. En
estas condiciones, ¿vale realmente la pena hablar de Sócrates?”, pregunta
Wilhelm Windelband [1]
Y la respuesta es: Claro que sí vale la pena hablar
y seguir hablando de Sócrates. Resulta que ¡Sócrates es Sócrates!, se
trata de una de las figuras más paradigmáticas de la filosofía
occidental. Sócrates es uno de los más grandes filósofos de la humanidad. Y no
obstante el tiempo transcurrido de más de dos mil cuatrocientos años, y a
sabiendas de no encontrar un solo artículo o una sola obra de su autoría, aún
seguiremos hablando y escribiendo sobre la vida, el pensamiento y la obra de
Sócrates, fundamentalmente por las razones que pasamos a exponer.
Sócrates es el hombre más sabio y el filósofo
moralista más famoso de la Grecia Antigua, de sobresaliente personalidad humana
y el maestro de todos los filósofos que existieron después de él.
Sócrates es el defensor del
cosmopolitismo y del igualitarismo ateniense; es una de
las figuras extraordinarias en la historia de la filosofía de Occidente; es “el
primero de los filósofos que murió condenado por la justicia” (Diógenes
Laercio) y es “el fenómeno pedagógico más formidable en la historia de
Occidente” (Werner Jaeger).
Sócrates no sólo significa algo para los seguidores
de Cristo, sino también para los enemigos del cristianismo: “Sócrates es el Jesucristo de Grecia para el poeta Shelley y un maestro de todos para el obispo Agustín de Hipona; es el serio intelectual para los modernos y el agudo
ironista para los críticos de la modernidad, de Kierkegaard a Derrida, según
refiere Venustiano Reyes Reyes, catedrático de la Universidad Iberoamericana,
en su obra La Apología de Sócrates.
Se ha dicho incluso que la muerte del pensador
abrió un litigio entre los aspirantes a su herencia filosófica que no sólo
marcó el siglo que se iniciaba ( s.IV a.C.), sino también el devenir entero de
la filosofía[2]
Escribir una obra para un extraordinario filósofo
griego, como es el caso de Sócrates, que nunca escribió nada, resulta siendo
una tarea muy complicada y difícil, pero no imposible si compartimos las
expresiones del filósofo y escritor español Fernando Savater: “A lo largo de
los siglos se han compuesto miles de libros sobre él, pero él no escribió
ninguno, ni siquiera unas pocas páginas explicando su forma de pensar. ¿Cómo
podemos saber entonces lo que realmente dijo? La verdad es que no podemos estar
seguros. Algunos de quienes le escucharon tomaron nota de sus palabras, así
como de sus gestos y de su forma de comportarse: fueron ellos los primeros que
escribieron sobre Sócrates y todos los que han venido luego se han basado en su
testimonio. Lo mismo pasó también con otros importantes maestros en el campo de
la religión, como Buda o Jesucristo. Sus enseñanzas no nos han llegado
directamente de su puño y letra sino a través de lo que sobre ellos cuentan
varios de sus discípulos. Quizá no todos esos oyentes sean igualmente fiables,
pero comparando lo que dicen unos y otros podemos hacernos una idea
razonablemente aproximada de cómo fueron y qué enseñaron esos notables
personajes.”[3]
Tales de Mileto, el primer filósofo de la Grecia
Antigua, tampoco dejó escritos ni tuvo un sistema filosófico definido; el
conocimiento que se tiene de él procede de lo que se cuenta en la
Metafísica de Aristóteles.
Para realizar este ensayo de investigación
filosófica sobre Sócrates: El maestro, el filósofo y el mártir de la
filosofía, no fue una tarea fácil. Hemos tenido que
recurrir a testimonios documentales provenientes de personalidades de la
filosofía griega, por cuanto Sócrates no escribió una sola línea y todo su
pensamiento lo trasmitió oralmente a través de sus diálogos con la población.
Frente a esta situación sólo quedó el camino de acudir a las obras escritas por
Platón, Jenofonte, Aristófanes y Aristóteles, quienes trataron de interpretar y
explicar el pensamiento de Sócrates. Algunos escritos sobre Sócrates se han
perdido, como es el caso de los siete Diálogos escritos por Esquines el
Filósofo (no el orador).
Para el acopio, el procesamiento, la interpretación
y la explicación de los conceptos sobre la vida y obra de Sócrates en sus
dimensiones de filósofo, de maestro y de mártir de la filosofía se ha utilizado
los métodos filosóficos siguientes: método de análisis conceptual, método
lingüístico, método analógico, método analítico, método sintético, método
deductivo, método inductivo, método de lectura y comentario de textos, método
especulativo, método dialéctico y el método histórico.
Asimismo tuvimos que confrontar los textos escritos
por los discípulos de Sócrates: Platón y Jenofonte, por Diógenes
Laercio, por Aristóteles y por sus opositores, entre ellos Aristófanes. Pero
también consultamos los testimonios valiosos de otras fuentes independientes,
tratando en todo momento de establecer su grado de fiabilidad.
Consultamos las obras de Platón: Eutifrón, Apología
de Sócrates, Critón, Fedón y Carta VII. Eutifrón, por ejemplo, es
una obra que versa sobre las acusaciones a Sócrates; Apología de
Sócrates, describe el proceso judicial a Sócrates; Critón, describe
la visita en la cárcel del amigo más querido de Sócrates; Fedón o Del
Alma, narra los últimos instantes de la vida de Sócrates y sobre su
discurso respecto a la inmortalidad del alma; y Carta VII. En esta
última obra Platón reprocha a los Treinta Tiranos de la época porque “entre
otras tropelías que cometieron, estuvo la de enviar a mi amigo, el anciano
Sócrates, de quien yo no tendría reparo en afirmar que fue el más justo de los
hombres de su tiempo, a que, en unión de otras personas, prendiera a un
ciudadano para conducirle por la fuerza a ser ejecutado; orden dada con el fin
de que Sócrates quedara, de grado o por fuerza, complicado en sus crímenes; por
cierto que él no obedeció, y se arriesgó a sufrir toda clase de castigos antes
que hacerse cómplice de sus iniquidades”.
Asimismo recurrimos a las obras del historiador
Jenofonte, Apología de Sócrates y Memorables; de
Aristófanes, Las Nubes; de Diógenes Laercio, Vida de
los filósofos más ilustres. Finalmente, se consultó las obras de
Aristóteles y de varios autores y estudiosos de la historia de la filosofía.
Cabe adelantar algunas conclusiones básicas que
hemos recogido de diferentes textos que abordan la vida y obra de Sócrates:
Sobre su educación y el desarrollo filosófico de Sócrates no sabemos nada en
concreto y nada con exactitud y de manera definitiva, no sabemos
cuándo ni de qué forma llegó a descubrir su “verdadera profesión”, porque
precisamente es como pocos de la historia de la filosofía de todos los tiempos
un personaje ágrafo.
Sócrates
El propósito central de este ensayo es aportar y
difundir relevante información histórica sobre la personalidad de Sócrates en
su triple dimensión: como filósofo, maestro y mártir de la filosofía, en clara
posición de diferenciación con los cosmólogos y los sofistas de su época, y
describir brevemente el proceso de acusación, condena y muerte del
filósofo. Pero al mismo tiempo, el propósito de destacar la importancia,
trascendencia e influencia de la vida y del pensamiento de Sócrates dentro del
proceso evolutivo de la historia de la filosofía, de la educación y la
pedagogía social.
A Sócrates se le acusó de no creer nunca en los
dioses y sólo en los dáimones (demonios), por haber dicho alguna vez: “son
las nubes, y no Zeus, quienes provocan la lluvia; de otro modo, si solo
dependiera de Zeus, veríamos llover también cuando el cielo está sereno”.
Sócrates fue denunciado por corromper a los jóvenes, simplemente por haber
manifestado en algún tiempo que “el Sol es una piedra y que la
Luna está hecha de tierra”. Y otras acusaciones, entre ellas las
que provenían de sus opositores Anito, Melito y Licón, y de Aristófanes, su
enemigo declarado, que aún siguen siendo motivo de riguroso análisis, pero
también de severas críticas al poder judicial griego, por haber dado muestras
de parcialización e injusticia, al condenar a muerte a Sócrates, sin las
mayores pruebas objetivas.
La obra, Sócrates: El maestro, el filósofo
y el mártir de la filosofía, se desarrolla en cinco capítulos. El primer
capítulo, Sócrates en su espacio y tiempo histórico, comprende
una referencia de Atenas de los años 500 a 323 antes de Cristo; la
situación social, económica, política y educativa, y la filosofía griega. El
segundo capítulo: El maestro Sócrates, describe los rasgos
biográficos de Sócrates, los discípulos de Sócrates, Sócrates como maestro, el
método mayéutico, Sócrates y los sofistas. El tercer capítulo: Sócrates,
El filósofo, incluye el pensamiento de Sócrates, la concepción
ética y los principios éticos de Sócrates, las cinco anécdotas socráticas. El
cuarto capítulo: Sócrates, el mártir de la filosofía, comprende la
represión a los filósofos a través de la historia y a Sócrates como mártir de
la filosofía. El quinto capítulo aborda aspectos claves sobre la
acusación, la defensa y la condena a muerte de Sócrates.
Queremos culminar estas
palabras manifestando enfáticamente que las dotes y el talento sin
par de Sócrates, hacen de él un personaje de imperecederas estimaciones, un
símbolo de alta calidad humana y de grandeza espiritual y uno de los filósofos
cumbres de la humanidad.
Lima, 22 de noviembre de 2010.
Dr. Eudoro Terrones Negrete
[1] Windelband, Wilhelm. Preludios Filosóficos. Figuras y problemas de la filosofía y de su historia. Santiago Rueba, Buenos Aires, 1949, p.39.
[2] Cfr. Luri Medrano, Gregorio. El Proceso de Sócrates. Sócrates y la transformación del socratismo. Editorial Trotta, Madrid, 1998, p.13.
[3] Savater, Fernando. Historia de la Filosofía sin temblor ni temor. Editorial Espasa Calpe, S.A., España, 2009, p.29.
[4] El Dr. Carlos Díaz sustentó dos concurridas conferencias magistrales en el auditorio de la Universidad Jaime Bausate y Meza , en Lima-Perú, el día 19 de mayo de 2010 con la asistencia de estudiantes, maestros universitarios y público en general, abordando los temas “Filosofía de la comunicación y valores del futuro” y ”El pensamiento personalista comunitario en el Siglo XXI”, en los horarios de 11.00 a.m. y 7.00 p.m., respectivamente. Las palabras de bienvenida estuvo a cargo del Coordinador Académico de la Universidad, doctor Eudoro Terrones Negrete, cuyo texto se transcribe en esta obra.