¿Cuáles
son los grandes ideales, pero también los caminos concretos a recorrer para
quienes quieren construir un mundo más justo y fraterno en sus relaciones
cotidianas, en la vida social, en la política y en las instituciones?
Esta es la pregunta a la que pretende
responder, principalmente “Fratelli tutti”: el Papa la define como una
“Encíclica social” que toma su título de
las “Admoniciones” de san Francisco de Asís, que usó esas palabras “para
dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida
con sabor a Evangelio” señala Isabella Piro
– Ciudad del Vaticano.
CARTA ENCÍCLICA FRATELLI TUTTI
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
SOBRE LA FRATERNIDAD
Y LA AMISTAD SOCIAL
Fuente: http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html
1. «Fratelli tutti»[1],
escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las
hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio. De esos
consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las
barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien ame al otro
«tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él»[2].
Con estas pocas y sencillas palabras expresó lo esencial de una fraternidad
abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la
cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde
habite.
2. Este santo del amor
fraterno, de la sencillez y de la alegría, que me inspiró a escribir la
encíclica Laudato si’, vuelve a motivarme
para dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y a la amistad social.
Porque san Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se
sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró paz por todas
partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los
descartados, de los últimos.
Sin fronteras
3. Hay un episodio de
su vida que nos muestra su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las
distancias de procedencia, nacionalidad, color o religión. Es su visita al
Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, que significó para él un gran esfuerzo debido
a su pobreza, a los pocos recursos que tenía, a la distancia y a las
diferencias de idioma, cultura y religión. Este viaje, en aquel momento
histórico marcado por las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan
amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su Señor
era proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las
dificultades y peligros, san Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma
actitud que pedía a sus discípulos: que sin negar su identidad, cuando fueran
«entre sarracenos y otros infieles […] no promuevan disputas ni controversias,
sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios»[3]. En
aquel contexto era un pedido extraordinario. Nos impresiona que ochocientos
años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también
a vivir un humilde y fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no
compartían su fe.
4. Él no hacía la
guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios.
Había entendido que «Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en
Dios» (1 Jn 4,16). De ese modo fue un padre fecundo que
despertó el sueño de una sociedad fraterna, porque «sólo el hombre que acepta
acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo,
sino para ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente padre»[4].
En aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras,
las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo
tiempo que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí
Francisco acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de
dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía
con todos. Él ha motivado estas páginas.
5. Las cuestiones
relacionadas con la fraternidad y la amistad social han estado siempre entre
mis preocupaciones. Durante los últimos años me he referido a ellas reiteradas
veces y en diversos lugares. Quise recoger en esta encíclica muchas de esas
intervenciones situándolas en un contexto más amplio de reflexión. Además, si
en la redacción de la Laudato si’ tuve una fuente de
inspiración en mi hermano Bartolomé, el Patriarca ortodoxo que propuso con
mucha fuerza el cuidado de la creación, en este caso me sentí especialmente estimulado
por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, con quien me encontré en Abu Dabi para
recordar que Dios «ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos,
en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos
entre ellos»[5]. No
se trató de un mero acto diplomático sino de una reflexión hecha en diálogo y
de un compromiso conjunto. Esta encíclica recoge y desarrolla grandes temas
planteados en aquel documento que firmamos juntos. También acogí aquí, con mi
propio lenguaje, numerosas cartas y documentos con reflexiones que recibí de
tantas personas y grupos de todo el mundo.
6. Las siguientes
páginas no pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse
en su dimensión universal, en su apertura a todos. Entrego esta encíclica
social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y
actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar
con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las
palabras. Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me
alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se
abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad.
7. Asimismo, cuando
estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la pandemia de
Covid-19 que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades. Más allá de las
diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la
incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía
una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan
a todos. Si alguien cree que sólo se trataba de hacer funcionar mejor lo
que ya hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y
las reglas ya existentes, está negando la realidad.
8. Anhelo que en esta
época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana,
podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos:
«He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa
aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una
comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros
a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el
riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se
construyen juntos»[6].
Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana,
como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza
de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos.
Capítulo primero
LAS SOMBRAS DE UN
MUNDO CERRADO
9. Sin pretender
realizar un análisis exhaustivo ni poner en consideración todos los aspectos de
la realidad que vivimos, propongo sólo estar atentos ante algunas tendencias
del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal.
Sueños que se rompen en pedazos
10. Durante décadas
parecía que el mundo había aprendido de tantas guerras y fracasos y se dirigía
lentamente hacia diversas formas de integración. Por ejemplo, avanzó el sueño
de una Europa unida, capaz de reconocer raíces comunes y de alegrarse con la
diversidad que la habita. Recordemos «la firme convicción de los Padres
fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la
capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y
la comunión entre todos los pueblos del continente»[7].También
tomó fuerza el anhelo de una integración latinoamericana y comenzaron a darse
algunos pasos. En otros países y regiones hubo intentos de pacificación y
acercamientos que lograron frutos y otros que parecían promisorios.
11. Pero la historia da
muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos anacrónicos que se
consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos
y agresivos. En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación,
penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida
del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses
nacionales. Lo que nos recuerda que «cada generación ha de hacer suyas las
luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas
aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad,
no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es
posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y
disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos
hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos»[8].
12. “Abrirse al mundo”
es una expresión que hoy ha sido cooptada por la economía y las finanzas. Se
refiere exclusivamente a la apertura a los intereses extranjeros o a la
libertad de los poderes económicos para invertir sin trabas ni complicaciones
en todos los países. Los conflictos locales y el desinterés por el bien común
son instrumentalizados por la economía global para imponer un modelo cultural
único. Esta cultura unifica al mundo pero divide a las personas y a las
naciones, porque «la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos,
pero no más hermanos»[9].
Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los
intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia.
Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de
espectadores. El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de
los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las
identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y
dependientes. De este modo la política se vuelve cada vez más frágil frente a
los poderes económicos transnacionales que aplican el “divide y reinarás”.
El fin de la conciencia histórica
13. Por eso mismo se
alienta también una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía
más. Se advierte la penetración cultural de una especie de
“deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde
cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la
acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos. En esta línea se
situaba un consejo que di a los jóvenes: «Si una persona les hace una
propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de
los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que ella
les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que
solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona los necesita vacíos,
desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo confíen en sus promesas y se
sometan a sus planes. Así funcionan las ideologías de distintos colores, que
destruyen —o de-construyen— todo lo que sea diferente y de ese modo pueden
reinar sin oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que desprecien la historia,
que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo
de las generaciones, que ignoren todo lo que los ha precedido»[10].
14. Son las nuevas
formas de colonización cultural. No nos olvidemos que «los pueblos que enajenan
su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable
negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con
su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia
ideológica, económica y política»[11].
Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la
lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o
manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como
democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para
utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que
pueden servir para justificar cualquier acción.
Sin un proyecto para todos
15. La mejor manera de
dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la
desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores.
Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y
polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a
opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de
ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo
la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte. La
política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el
desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que
encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En este juego
mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado
permanente de cuestionamiento y confrontación.
16. En esta pugna de
intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde vencer pasa a ser
sinónimo de destruir, ¿cómo es posible levantar la cabeza para reconocer al
vecino o para ponerse al lado del que está caído en el camino? Un proyecto con
grandes objetivos para el desarrollo de toda la humanidad hoy suena a delirio.
Aumentan las distancias entre nosotros, y la marcha dura y lenta hacia un mundo
unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso.
17. Cuidar el mundo que
nos rodea y contiene es cuidarnos a nosotros mismos. Pero necesitamos
constituirnos en un “nosotros” que habita la casa común. Ese cuidado no
interesa a los poderes económicos que necesitan un rédito rápido.
Frecuentemente las voces que se levantan para la defensa del medio ambiente son
acalladas o ridiculizadas, disfrazando de racionalidad lo que son sólo
intereses particulares. En esta cultura que estamos gestando, vacía,
inmediatista y sin un proyecto común, «es previsible que, ante el agotamiento
de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas
guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones»[12].
El descarte mundial
18. Partes de la
humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un
sector humano digno de vivir sin límites. En el fondo «no se considera ya a las
personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente
si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no
nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos—. Nos hemos hecho insensibles
a cualquier forma de despilfarro, comenzando por el de los alimentos, que es
uno de los más vergonzosos»[13].
19. La falta de hijos,
que provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con el abandono de los
ancianos a una dolorosa soledad, es un modo sutil de expresar que todo termina
con nosotros, que sólo cuentan nuestros intereses individuales. Así, «objeto de
descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia
los mismos seres humanos»[14]. Vimos
lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa
del coronavirus. No tenían que morir así. Pero en realidad algo semejante ya
había ocurrido a causa de olas de calor y en otras circunstancias: cruelmente
descartados. No advertimos que aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de
otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y
empobrece a la misma familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese
necesario contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí
sola no puede alcanzar.
20. Este descarte se
expresa de múltiples maneras, como en la obsesión por reducir los costos
laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque
el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las fronteras de
la pobreza[15]. El
descarte, además, asume formas miserables que creíamos superadas, como el
racismo, que se esconde y reaparece una y otra vez. Las expresiones de racismo
vuelven a avergonzarnos demostrando así que los supuestos avances de la
sociedad no son tan reales ni están asegurados para siempre.
21. Hay reglas
económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el
desarrollo humano integral[16].
Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que «nacen
nuevas pobrezas»[17].
Cuando dicen que el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con
criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual. Porque en
otros tiempos, por ejemplo, no tener acceso a la energía eléctrica no era
considerado un signo de pobreza ni generaba angustia. La pobreza siempre se
analiza y se entiende en el contexto de las posibilidades reales de un momento
histórico concreto.
Derechos humanos no suficientemente universales
22. Muchas veces se
percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos. El
respeto de estos derechos «es condición previa para el mismo desarrollo social
y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus
derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el
ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en
favor del bien común»[18].
Pero «observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos
numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la
igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70
años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las
circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia,
nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico
basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al
hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su
propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos
fundamentales ignorados o violados»[19].
¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad
humana?
23. De modo semejante,
la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de
reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e
idénticos derechos que los varones. Se afirma algo con las palabras, pero las
decisiones y la realidad gritan otro mensaje. Es un hecho que «doblemente
pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y
violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de
defender sus derechos»[20].
24. Reconozcamos
igualmente que, «a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos
acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto
varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de
personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de su libertad
y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud. […] Hoy como
ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona
humana que admite que pueda ser tratada como un objeto. […] La persona humana,
creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad,
mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la
constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin». Las
redes criminales «utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas
para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo»[21].
La aberración no tiene límites cuando se somete a mujeres, luego forzadas a
abortar. Un acto abominable que llega incluso al secuestro con el fin de vender
sus órganos. Esto convierte a la trata de personas y a otras formas actuales de
esclavitud en un problema mundial que necesita ser tomado en serio por la
humanidad en su conjunto, porque «como las organizaciones criminales utilizan
redes globales para lograr sus objetivos, la acción para derrotar a este fenómeno
requiere un esfuerzo conjunto y también global por parte de los diferentes
agentes que conforman la sociedad»[22].
Conflicto y miedo
25. Guerras, atentados,
persecuciones por motivos raciales o religiosos, y tantas afrentas contra la
dignidad humana se juzgan de diversas maneras según convengan o no a
determinados intereses, fundamentalmente económicos. Lo que es verdad cuando
conviene a un poderoso deja de serlo cuando ya no le beneficia. Estas
situaciones de violencia van «multiplicándose dolorosamente en muchas regiones
del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una “tercera guerra
mundial en etapas”»[23].
26. Esto no llama la
atención si advertimos la ausencia de horizontes que nos congreguen, porque en
toda guerra lo que aparece en ruinas es «el mismo proyecto de fraternidad,
inscrito en la vocación de la familia humana», por lo que «cualquier situación
de amenaza alimenta la desconfianza y el repliegue»[24].
Así, nuestro mundo avanza en una dicotomía sin sentido con la pretensión de
«garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada
por una mentalidad de miedo y desconfianza»[25].
27. Paradójicamente,
hay miedos ancestrales que no han sido superados por el desarrollo tecnológico;
es más, han sabido esconderse y potenciarse detrás de nuevas tecnologías. Aun
hoy, detrás de la muralla de la antigua ciudad está el abismo, el territorio de
lo desconocido, el desierto. Lo que proceda de allí no es confiable porque no
es conocido, no es familiar, no pertenece a la aldea. Es el territorio de lo
“bárbaro”, del cual hay que defenderse a costa de lo que sea. Por consiguiente,
se crean nuevas barreras para la autopreservación, de manera que deja de
existir el mundo y únicamente existe “mi” mundo, hasta el punto de que muchos
dejan de ser considerados seres humanos con una dignidad inalienable y pasan a
ser sólo “ellos”. Reaparece «la tentación de hacer una cultura de muros, de
levantar muros, muros en el corazón, muros en la tierra para evitar este
encuentro con otras culturas, con otras personas. Y cualquiera que levante un
muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros
que ha construido, sin horizontes. Porque le falta esta alteridad»[26].
28. La soledad, los
miedos y la inseguridad de tantas personas que se sienten abandonadas por el
sistema, hacen que se vaya creando un terreno fértil para las mafias. Porque
ellas se afirman presentándose como “protectoras” de los olvidados, muchas
veces a través de diversas ayudas, mientras persiguen sus intereses criminales.
Hay una pedagogía típicamente mafiosa que, con una falsa mística comunitaria,
crea lazos de dependencia y de subordinación de los que es muy difícil
liberarse.
Globalización y progreso sin un rumbo común
29. Con el Gran Imán
Ahmad Al-Tayyeb no ignoramos los avances positivos que se dieron en la ciencia,
la tecnología, la medicina, la industria y el bienestar, sobre todo en los
países desarrollados. No obstante, «subrayamos que, junto a tales progresos
históricos, grandes y valiosos, se constata un deterioro de la ética, que
condiciona la acción internacional, y un debilitamiento de los valores
espirituales y del sentido de responsabilidad. Todo eso contribuye a que se
difunda una sensación general de frustración, de soledad y de desesperación.
[…] Nacen focos de tensión y se acumulan armas y municiones, en una situación
mundial dominada por la incertidumbre, la desilusión y el miedo al futuro y
controlada por intereses económicos miopes». También señalamos «las fuertes
crisis políticas, la injusticia y la falta de una distribución equitativa de
los recursos naturales. […] Con respecto a las crisis que llevan a la muerte a
millones de niños, reducidos ya a esqueletos humanos —a causa de la pobreza y
del hambre—, reina un silencio internacional inaceptable»[27].
Ante este panorama, si bien nos cautivan muchos avances, no advertimos un rumbo
realmente humano.
30. En el mundo actual
los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño
de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas.
Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una
profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que
podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca. Este
desengaño que deja atrás los grandes valores fraternos lleva «a una especie de
cinismo. Esta es la tentación que nosotros tenemos delante, si vamos por este
camino de la desilusión o de la decepción. […] El aislamiento y la cerrazón en
uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver
esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del
encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no;
cultura del encuentro, sí»[28].
31. En este mundo que
corre sin un rumbo común, se respira una atmósfera donde «la distancia entre la
obsesión por el propio bienestar y la felicidad compartida de la humanidad se
amplía hasta tal punto que da la impresión de que se está produciendo un
verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana. […] Porque una cosa
es sentirse obligados a vivir juntos, y otra muy diferente es apreciar la
riqueza y la belleza de las semillas de la vida en común que hay que buscar y
cultivar juntos»[29]. Avanza
la tecnología sin pausa, pero «¡qué bonito sería si al crecimiento de las
innovaciones científicas y tecnológicas correspondiera también una equidad y
una inclusión social cada vez mayores! ¡Qué bonito sería que a medida que
descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir las necesidades
del hermano o de la hermana en órbita alrededor de mí!»[30].
Las pandemias y otros flagelos de la historia
32. Es verdad que una
tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la
consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde
el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que
únicamente es posible salvarse juntos. Por eso dije que «la tempestad
desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y
superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas,
nuestros proyectos, rutinas y prioridades. […] Con la tempestad, se cayó el
maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre
pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa
bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa
pertenencia de hermanos»[31].
33. El mundo avanzaba
de manera implacable hacia una economía que, utilizando los avances
tecnológicos, procuraba reducir los “costos humanos”, y algunos pretendían
hacernos creer que bastaba la libertad de mercado para que todo estuviera
asegurado. Pero el golpe duro e inesperado de esta pandemia fuera de control
obligó por la fuerza a volver a pensar en los seres humanos, en todos, más que
en el beneficio de algunos. Hoy podemos reconocer que «nos hemos alimentado con
sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro
y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la
fraternidad. Hemos buscado el resultado rápido y seguro y nos vemos abrumados
por la impaciencia y la ansiedad. Presos de la virtualidad hemos perdido el
gusto y el sabor de la realidad»[32].
El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que
despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de
vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo
el sentido de nuestra existencia.
34. Si todo está
conectado, es difícil pensar que este desastre mundial no tenga relación con
nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo ser señores absolutos de la
propia vida y de todo lo que existe. No quiero decir que se trata de una suerte
de castigo divino. Tampoco bastaría afirmar que el daño causado a la naturaleza
termina cobrándose nuestros atropellos. Es la realidad misma que gime y se
rebela. Viene a la mente el célebre verso del poeta Virgilio que evoca las
lágrimas de las cosas o de la historia[33].
35. Pero olvidamos
rápidamente las lecciones de la historia, «maestra de vida»[34].
Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una
fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al
final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de
otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de
aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de
respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año
tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una
forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos
debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los
rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos
creado.
36. Si no logramos
recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de
solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global
que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y
el vacío. Además, no se debería ignorar ingenuamente que «la obsesión por un
estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo,
sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca»[35].
El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y
eso será peor que una pandemia.
Sin dignidad humana en las fronteras
37. Tanto desde algunos
regímenes políticos populistas como desde planteamientos económicos liberales,
se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes.
Al mismo tiempo se argumenta que conviene limitar la ayuda a los países pobres,
de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte
que, detrás de estas afirmaciones abstractas difíciles de sostener, hay muchas
vidas que se desgarran. Muchos escapan de la guerra, de persecuciones, de
catástrofes naturales. Otros, con todo derecho, «buscan oportunidades para
ellos y para sus familias. Sueñan con un futuro mejor y desean crear las
condiciones para que se haga realidad»[36].
38. Lamentablemente,
otros son «atraídos por la cultura occidental, a veces con expectativas poco
realistas que los exponen a grandes desilusiones. Traficantes sin escrúpulos, a
menudo vinculados a los cárteles de la droga y de las armas, explotan la
situación de debilidad de los inmigrantes, que a lo largo de su viaje con
demasiada frecuencia experimentan la violencia, la trata de personas, el abuso
psicológico y físico, y sufrimientos indescriptibles»[37].
Los que emigran «tienen que separarse de su propio contexto de origen y con
frecuencia viven un desarraigo cultural y religioso. La fractura también
concierne a las comunidades de origen, que pierden a los elementos más
vigorosos y emprendedores, y a las familias, en particular cuando emigra uno de
los padres o ambos, dejando a los hijos en el país de origen»[38].
Por consiguiente, también «hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir,
a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra»[39].
39. Para colmo «en
algunos países de llegada, los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a
menudo fomentados y explotados con fines políticos. Se difunde así una
mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma».[40].
Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar
en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad
intrínseca de cualquier persona. Por lo tanto, deben ser «protagonistas de su
propio rescate»[41].
Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el
modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos
importantes, menos humanos. Es inaceptable que los cristianos compartan esta
mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias
políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable
dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la
ley suprema del amor fraterno.
40. «Las
migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo»[42]. Pero
hoy están afectadas por una «pérdida de ese “sentido de la responsabilidad
fraterna”, sobre el que se basa toda sociedad civil»[43]. Europa,
por ejemplo, corre serios riesgos de ir por esa senda. Sin embargo,
«inspirándose en su gran patrimonio cultural y religioso, tiene los
instrumentos necesarios para defender la centralidad de la persona humana y
encontrar un justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de
sus ciudadanos, por una parte, y, por otra, el de garantizar la asistencia y la
acogida de los emigrantes»[44].
41. Comprendo que ante
las personas migrantes algunos tengan dudas y sientan temores. Lo entiendo como
parte del instinto natural de autodefensa. Pero también es verdad que una
persona y un pueblo sólo son fecundos si saben integrar creativamente en su
interior la apertura a los otros. Invito a ir más allá de esas reacciones
primarias, porque «el problema es cuando esas dudas y esos miedos condicionan
nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en seres
intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas. El miedo
nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro»[45].
La ilusión de la comunicación
42. Paradójicamente,
mientras se desarrollan actitudes cerradas e intolerantes que nos clausuran
ante los otros, se acortan o desaparecen las distancias hasta el punto de que
deja de existir el derecho a la intimidad. Todo se convierte en una especie de
espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control
constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo
se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan,
frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos y, de esa
manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin
pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo.
43. Por otra parte, los movimientos
digitales de odio y destrucción no constituyen —como algunos pretenden hacer
creer— una forma adecuada de cuidado grupal, sino meras asociaciones contra un
enemigo. En cambio, «los medios de comunicación digitales pueden exponer al
riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con
la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones
interpersonales auténticas»[46].
Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje
corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la
transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana.
Las relaciones digitales, que eximen del laborioso cultivo de una amistad, de
una reciprocidad estable, e incluso de un consenso que madura con el tiempo,
tienen apariencia de sociabilidad. No construyen verdaderamente un “nosotros”
sino que suelen disimular y amplificar el mismo individualismo que se expresa
en la xenofobia y en el desprecio de los débiles. La conexión digital no basta
para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad.
Agresividad sin pudor
44. Al mismo tiempo que
las personas preservan su aislamiento consumista y cómodo, eligen una
vinculación constante y febril. Esto favorece la ebullición de formas insólitas
de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales
hasta destrozar la figura del otro, en un desenfreno que no podría existir en
el contacto cuerpo a cuerpo sin que termináramos destruyéndonos entre todos. La
agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores un
espacio de ampliación sin igual.
45. Ello ha permitido
que las ideologías pierdan todo pudor. Lo que hasta hace pocos años no podía
ser dicho por alguien sin el riesgo de perder el respeto de todo el mundo, hoy
puede ser expresado con toda crudeza aun por algunas autoridades políticas y
permanecer impune. No cabe ignorar que «en el mundo digital están en juego
ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan
sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y
del proceso democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba
por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo,
obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados
facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios
y odios»[47].
46. Conviene reconocer
que los fanatismos que llevan a destruir a otros son protagonizados también por
personas religiosas, sin excluir a los cristianos, que «pueden formar parte de
redes de violencia verbal a través de internet y de los diversos foros o
espacios de intercambio digital. Aun en medios católicos se pueden perder los
límites, se suelen naturalizar la difamación y la calumnia, y parece quedar
fuera toda ética y respeto por la fama ajena»[48].
¿Qué se aporta así a la fraternidad que el Padre común nos propone?
Información sin sabiduría
47. La verdadera
sabiduría supone el encuentro con la realidad. Pero hoy todo se puede producir,
disimular, alterar. Esto hace que el encuentro directo con los límites de la
realidad se vuelva intolerable. Como consecuencia, se opera un mecanismo de
“selección” y se crea el hábito de separar inmediatamente lo que me gusta de lo
que no me gusta, lo atractivo de lo feo. Con la misma lógica se eligen las
personas con las que uno decide compartir el mundo. Así las personas o
situaciones que herían nuestra sensibilidad o nos provocaban desagrado hoy
sencillamente son eliminadas en las redes virtuales, construyendo un círculo
virtual que nos aísla del entorno en el que vivimos.
48. El sentarse a
escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de
actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta
atención, lo acoge en el propio círculo. Pero «el mundo de hoy es en su mayoría
un mundo sordo. […] A veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético nos
impide escuchar bien lo que dice otra persona. Y cuando está a la mitad de su
diálogo, ya lo interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó
de decir. No hay que perder la capacidad de escucha». San Francisco de Asís
«escuchó la voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del enfermo,
escuchó la voz de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un estilo de vida.
Deseo que la semilla de san Francisco crezca en tantos corazones»[49].
49. Al desaparecer el
silencio y la escucha, convirtiendo todo en tecleos y mensajes rápidos y
ansiosos, se pone en riesgo esta estructura básica de una sabia comunicación
humana. Se crea un nuevo estilo de vida donde uno construye lo que quiere tener
delante, excluyendo todo aquello que no se pueda controlar o conocer
superficial e instantáneamente. Esta dinámica, por su lógica intrínseca, impide
la reflexión serena que podría llevarnos a una sabiduría común.
50. Podemos buscar
juntos la verdad en el diálogo, en la conversación reposada o en la discusión
apasionada. Es un camino perseverante, hecho también de silencios y de
sufrimientos, capaz de recoger con paciencia la larga experiencia de las
personas y de los pueblos. El cúmulo abrumador de información que nos inunda no
significa más sabiduría. La sabiduría no se fabrica con búsquedas ansiosas por
internet, ni es una sumatoria de información cuya veracidad no está asegurada.
De ese modo no se madura en el encuentro con la verdad. Las conversaciones
finalmente sólo giran en torno a los últimos datos, son meramente horizontales
y acumulativas. Pero no se presta una detenida atención y no se penetra en el
corazón de la vida, no se reconoce lo que es esencial para darle un sentido a
la existencia. Así, la libertad es una ilusión que nos venden y que se confunde
con la libertad de navegar frente a una pantalla. El problema es que un camino
de fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus
libres y dispuestos a encuentros reales.
Sometimientos y autodesprecios
51. Algunos países
exitosos desde el punto de vista económico son presentados como modelos
culturales para los países poco desarrollados, en lugar de procurar que cada
uno crezca con su estilo propio, para que desarrolle sus capacidades de innovar
desde los valores de su cultura. Esta nostalgia superficial y triste, que lleva
a copiar y comprar en lugar de crear, da espacio a una autoestima nacional muy
baja. En los sectores acomodados de muchos países pobres, y a veces en quienes
han logrado salir de la pobreza, se advierte la incapacidad de aceptar
características y procesos propios, cayendo en un menosprecio de la propia
identidad cultural como si fuera la única causa de los males.
52. Destrozar la
autoestima de alguien es una manera fácil de dominarlo. Detrás de estas
tendencias que buscan homogeneizar el mundo, afloran intereses de poder que se
benefician del bajo aprecio de sí, al tiempo que, a través de los medios y de
las redes se intenta crear una nueva cultura al servicio de los más poderosos.
Esto es aprovechado por el ventajismo de la especulación financiera y la
expoliación, donde los pobres son los que siempre pierden. Por otra parte,
ignorar la cultura de un pueblo hace que muchos líderes políticos no logren
implementar un proyecto eficiente que pueda ser libremente asumido y sostenido
en el tiempo.
53. Se olvida que «no
existe peor alienación que experimentar que no se tienen raíces, que no se
pertenece a nadie. Una tierra será fecunda, un pueblo dará fruto, y podrá
engendrar el día de mañana sólo en la medida que genere relaciones de
pertenencia entre sus miembros, que cree lazos de integración entre las
generaciones y las distintas comunidades que la conforman; y también en la
medida que rompa los círculos que aturden los sentidos alejándonos cada vez más
los unos de los otros»[50].
Esperanza
54. A pesar de estas
sombras densas que no conviene ignorar, en las próximas páginas quiero hacerme
eco de tantos caminos de esperanza. Porque Dios sigue derramando en la
humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y
valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo,
reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras
vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas,
escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida:
médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los
supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y
mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad,
voluntarios, sacerdotes, religiosas… comprendieron que nadie se salva solo[51].
55. Invito a la
esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del
ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los
condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una
aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo
grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como
la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es
audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas
seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes
ideales que hacen la vida más bella y digna»[52]. Caminemos
en esperanza.
Capítulo segundo
UN EXTRANO EN EL
CAMINO
56. Todo lo que
mencioné en el capítulo anterior es más que una aséptica descripción de la
realidad, ya que «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de
los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren,
son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de
Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón»[53].
En el intento de buscar una luz en medio de lo que estamos viviendo, y antes de
plantear algunas líneas de acción, propongo dedicar un capítulo a una parábola
dicha por Jesucristo hace dos mil años. Porque, si bien esta carta está
dirigida a todas las personas de buena voluntad, más allá de sus convicciones
religiosas, la parábola se expresa de tal manera que cualquiera de nosotros
puede dejarse interpelar por ella.
«Un maestro de la Ley se levantó y
le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué debo hacer para
heredar la vida eterna?”. Jesús le preguntó a su vez: “Qué está escrito en la
Ley?, ¿qué lees en ella?”. Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al
prójimo como a ti mismo”. Entonces Jesús le dijo: “Has respondido bien; pero
ahora practícalo y vivirás”. El maestro de la Ley, queriendo justificarse, le
volvió a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”. Jesús tomó la palabra y dijo: “Un
hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, quienes,
después de despojarlo de todo y herirlo, se fueron, dejándolo por muerto. Por
casualidad, un sacerdote bajaba por el mismo camino, lo vio, dio un rodeo y
pasó de largo. Igual hizo un levita, que llegó al mismo lugar, dio un rodeo y
pasó de largo. En cambio, un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba
el hombre herido y, al verlo, se conmovió profundamente, se acercó y le vendó
sus heridas, curándolas con aceite y vino. Después lo cargó sobre su propia
cabalgadura, lo llevó a un albergue y se quedó cuidándolo. A la mañana
siguiente le dio al dueño del albergue dos monedas de plata y le dijo:
‘Cuídalo, y, si gastas de más, te lo pagaré a mi regreso’. ¿Cuál de estos tres
te parece que se comportó como prójimo del hombre que cayó en manos de los
ladrones?” El maestro de la Ley respondió: “El que lo trató con misericordia”.
Entonces Jesús le dijo: “Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,25-37).
El trasfondo
57. Esta parábola
recoge un trasfondo de siglos. Poco después de la narración de la creación del
mundo y del ser humano, la Biblia plantea el desafío de las relaciones entre
nosotros. Caín destruye a su hermano Abel, y resuena la pregunta de Dios:
«¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gn 4,9). La respuesta es la misma
que frecuentemente damos nosotros: «¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?» (ibíd.).
Al preguntar, Dios cuestiona todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda
justificar la indiferencia como única respuesta posible. Nos habilita, por el
contrario, a crear una cultura diferente que nos oriente a superar las
enemistades y a cuidarnos unos a otros.
58. El libro de Job
acude al hecho de tener un mismo Creador como base para sostener algunos
derechos comunes: «¿Acaso el que me formó en el vientre no lo formó también a
él y nos modeló del mismo modo en la matriz?» (31,15). Muchos siglos después,
san Ireneo lo expresará con la imagen de la melodía: «El amante de la verdad no
debe dejarse engañar por el intervalo particular de cada tono, ni suponer un
creador para uno y otro para otro […], sino uno solo»[54].
59. En las tradiciones
judías, el imperativo de amar y cuidar al otro parecía restringirse a las
relaciones entre los miembros de una misma nación. El antiguo precepto «amarás
a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) se entendía ordinariamente
como referido a los connacionales. Sin embargo, especialmente en el judaísmo
que se desarrolló fuera de la tierra de Israel, los confines se fueron
ampliando. Apareció la invitación a no hacer a los otros lo que no quieres que
te hagan (cf. Tb 4,15). El sabio Hillel (siglo I a. C.) decía
al respecto: «Esto es la Ley y los Profetas. Todo lo demás es comentario»[55].
El deseo de imitar las actitudes divinas llevó a superar aquella tendencia a
limitarse a los más cercanos: «La misericordia de cada persona se extiende a su
prójimo, pero la misericordia del Señor alcanza a todos los vivientes» (Si 18,13).
60. En el Nuevo
Testamento, el precepto de Hillel se expresó de modo positivo: «Traten en todo
a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque en esto consisten la Ley
y los Profetas» (Mt 7,12). Este llamado es universal, tiende a
abarcar a todos, sólo por su condición humana, porque el Altísimo, el Padre
celestial «hace salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Como
consecuencia se reclama: «Sean misericordiosos así como el Padre de ustedes es
misericordioso» (Lc 6,36).
61. Hay una motivación
para ampliar el corazón de manera que no excluya al extranjero, que puede
encontrarse ya en los textos más antiguos de la Biblia. Se debe al constante
recuerdo del pueblo judío de haber vivido como forastero en Egipto:
«No maltratarás ni oprimirás al
migrante que reside en tu territorio, porque ustedes fueron migrantes en el
país de Egipto»(Ex 22,20).
«No oprimas al migrante: ustedes
saben lo que es ser migrante, porque fueron migrantes en el país de Egipto»(Ex 23,9).
«Si un migrante viene a residir
entre ustedes, en su tierra, no lo opriman. El migrante residente será para
ustedes como el compatriota; lo amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron
migrantes en el país de Egipto»(Lv 19,33-34).
«Si cosechas tu viña, no vuelvas a
por más uvas. Serán para el migrante, el huérfano y la viuda. Recuerda que
fuiste esclavo en el país de Egipto»(Dt 24,21-22).
En el Nuevo Testamento resuena con
fuerza el llamado al amor fraterno:
«Toda la Ley alcanza su plenitud en
un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»(Ga 5,14).
«Quien ama a su hermano permanece en
la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está y camina en las
tinieblas» (1 Jn 2,10-11).
«Nosotros sabemos que hemos pasado
de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en
la muerte» (1 Jn 3,14).
«Quien no ama a su hermano, a quien
ve, no puede amar a Dios, a quien no ve»(1 Jn 4,20).
62. Aun esta propuesta
de amor podía entenderse mal. Por algo, frente a la tentación de las primeras
comunidades cristianas de crear grupos cerrados y aislados, san Pablo exhortaba
a sus discípulos a tener caridad entre ellos «y con todos» (1 Ts 3,12),
y en la comunidad de Juan se pedía que los hermanos fueran bien recibidos,
«incluso los que están de paso» (3 Jn 5). Este contexto
ayuda a comprender el valor de la parábola del buen samaritano: al amor no le
importa si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el «amor que
rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos
permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa.
[…] Amor que sabe de compasión y de dignidad»[56].
El abandonado
63. Jesús cuenta que
había un hombre herido, tirado en el camino, que había sido asaltado. Pasaron
varios a su lado pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas con funciones
importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor por el bien
común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al herido o al
menos para buscar ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus
propias manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo,
le dio algo que en este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo.
Seguramente él tenía sus planes para aprovechar aquel día según sus
necesidades, compromisos o deseos. Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante
el herido, y sin conocerlo lo consideró digno de dedicarle su tiempo.
64. ¿Con quién te
identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos
te pareces? Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de
desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos
crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y
sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos
acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las
situaciones hasta que estas nos golpean directamente.
65. Asaltan a una
persona en la calle, y muchos escapan como si no hubieran visto nada.
Frecuentemente hay personas que atropellan a alguien con su automóvil y huyen. Sólo
les importa evitar problemas, no les interesa si un ser humano se muere por su
culpa. Pero estos son signos de un estilo de vida generalizado, que se
manifiesta de diversas maneras, quizás más sutiles. Además, como todos estamos
muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien sufriendo nos
molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de
los problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca
construirse de espaldas al dolor.
66. Mejor no caer en
esa miseria. Miremos el modelo del buen samaritano. Es un texto que nos invita
a que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo
entero, constructores de un nuevo vínculo social. Es un llamado siempre nuevo,
aunque está escrito como ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se
encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad,
reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones,
su proyecto humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que «la
existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es
tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro»[57].
67. Esta parábola es un
ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que
necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor,
ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra
opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que
pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La
parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a
partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no
dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y
levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común. Al mismo tiempo,
la parábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que sólo se miran
a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de la realidad
humana.
68. El relato,
digámoslo claramente, no desliza una enseñanza de ideales abstractos, ni se
circunscribe a la funcionalidad de una moraleja ético-social. Nos revela una
característica esencial del ser humano, tantas veces olvidada: hemos sido
hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción
posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a
un costado de la vida”. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra
serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad.
Una historia que se repite
69. La narración es
sencilla y lineal, pero tiene toda la dinámica de esa lucha interna que se da
en la elaboración de nuestra identidad, en toda existencia lanzada al camino
para realizar la fraternidad humana. Puestos en camino nos chocamos,
indefectiblemente, con el hombre herido. Hoy, y cada vez más, hay heridos. La
inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define
todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos. Enfrentamos
cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan
de largo. Y si extendemos la mirada a la totalidad de nuestra historia y a lo
ancho y largo del mundo, todos somos o hemos sido como estos personajes: todos
tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y
algo del buen samaritano.
70. Es notable cómo las
diferencias de los personajes del relato quedan totalmente transformadas al
confrontarse con la dolorosa manifestación del caído, del humillado. Ya no hay
distinción entre habitante de Judea y habitante de Samaría, no hay sacerdote ni
comerciante; simplemente hay dos tipos de personas: las que se hacen cargo del
dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las
que distraen su mirada y aceleran el paso. En efecto, nuestras múltiples
máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la
verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos
inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros? Este es el desafío
presente, al que no hemos de tenerle miedo. En los momentos de crisis la opción
se vuelve acuciante: podríamos decir que, en este momento, todo el que no es
salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido o está poniendo
sobre sus hombros a algún herido.
71. La historia del
buen samaritano se repite: se torna cada vez más visible que la desidia social
y política hace de muchos lugares de nuestro mundo un camino desolado, donde
las disputas internas e internacionales y los saqueos de oportunidades dejan a
tantos marginados, tirados a un costado del camino. En su parábola, Jesús no
plantea vías alternativas, como ¿qué hubiera sido de aquel malherido o del que
lo ayudó, si la ira o la sed de venganza hubieran ganado espacio en sus
corazones? Él confía en lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo
alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad
digna de tal nombre.
Los personajes
72. La parábola
comienza con los salteadores. El punto de partida que elige Jesús es un asalto
ya consumado. No hace que nos detengamos a lamentar el hecho, no dirige nuestra
mirada hacia los salteadores. Los conocemos. Hemos visto avanzar en el mundo
las densas sombras del abandono, de la violencia utilizada con mezquinos
intereses de poder, acumulación y división. La pregunta podría ser: ¿Dejaremos
tirado al que está lastimado para correr cada uno a guarecerse de la violencia
o a perseguir a los ladrones? ¿Será el herido la justificación de nuestras
divisiones irreconciliables, de nuestras indiferencias crueles, de nuestros enfrentamientos
internos?
73. Luego la parábola
nos hace poner la mirada claramente en los que pasan de largo. Esta peligrosa
indiferencia de no detenerse, inocente o no, producto del desprecio o de una
triste distracción, hace de los personajes del sacerdote y del levita un no
menos triste reflejo de esa distancia cercenadora que se pone frente a la
realidad. Hay muchas maneras de pasar de largo que se complementan: una es
ensimismarse, desentenderse de los demás, ser indiferentes. Otra sería sólo
mirar hacia afuera. Respecto a esta última manera de pasar de largo, en algunos
países, o en ciertos sectores de estos, hay un desprecio de los pobres y de su
cultura, y un vivir con la mirada puesta hacia fuera, como si un proyecto de
país importado intentara forzar su lugar. Así se puede justificar la
indiferencia de algunos, porque aquellos que podrían tocarles el corazón con
sus reclamos simplemente no existen. Están fuera de su horizonte de intereses.
74. En los que pasan de
largo hay un detalle que no podemos ignorar; eran personas religiosas. Es más,
se dedicaban a dar culto a Dios: un sacerdote y un levita. Esto es un fuerte
llamado de atención, indica que el hecho de creer en Dios y de adorarlo no
garantiza vivir como a Dios le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a
todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios
y creerse con más dignidad que los demás. Pero hay maneras de vivir la fe que
facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una
auténtica apertura a Dios. San Juan Crisóstomo llegó a expresar con mucha
claridad este desafío que se plantea a los cristianos: «¿Desean honrar el
cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo
honren aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su
frío y desnudez»[58].
La paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de
Dios mejor que los creyentes.
75. Los “salteadores
del camino” suelen tener como aliados secretos a los que “pasan por el camino
mirando a otro lado”. Se cierra el círculo entre los que usan y engañan a la
sociedad para esquilmarla, y los que creen mantener la pureza en su función
crítica, pero al mismo tiempo viven de ese sistema y de sus recursos. Hay una
triste hipocresía cuando la impunidad del delito, del uso de las instituciones
para el provecho personal o corporativo y otros males que no logramos
desterrar, se unen a una permanente descalificación de todo, a la constante
siembra de sospecha que hace cundir la desconfianza y la perplejidad. El engaño
del “todo está mal” es respondido con un “nadie puede arreglarlo”, “¿qué puedo
hacer yo?”. De esta manera, se nutre el desencanto y la desesperanza, y eso no
alienta un espíritu de solidaridad y de generosidad. Hundir a un pueblo en el
desaliento es el cierre de un círculo perverso perfecto: así obra la dictadura
invisible de los verdaderos intereses ocultos, que se adueñaron de los recursos
y de la capacidad de opinar y pensar.
76. Miremos finalmente
al hombre herido. A veces nos sentimos como él, malheridos y tirados al costado
del camino. Nos sentimos también desamparados por nuestras instituciones
desarmadas y desprovistas, o dirigidas al servicio de los intereses de unos
pocos, de afuera y de adentro. Porque «en la sociedad globalizada, existe un
estilo elegante de mirar para otro lado que se practica recurrentemente: bajo
el ropaje de lo políticamente correcto o las modas ideológicas, se mira al que
sufre sin tocarlo, se lo televisa en directo, incluso se adopta un discurso en
apariencia tolerante y repleto de eufemismos»[59].
Recomenzar
77. Cada día se nos
ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que esperar todo de
los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de
corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y
transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las
sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra
esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor
de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos. Como el viajero
ocasional de nuestra historia, sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de
querer ser pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de
integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces nos veamos inmersos y
condenados a repetir la lógica de los violentos, de los que sólo se ambicionan
a sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que otros sigan pensando
en la política o en la economía para sus juegos de poder. Alimentemos lo bueno
y pongámonos al servicio del bien.
78. Es posible comenzar
de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón
de la patria y del mundo, con el mismo cuidado que el viajero de Samaría tuvo
por cada llaga del herido. Busquemos a otros y hagámonos cargo de la realidad
que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia, porque allí está todo
lo bueno que Dios ha sembrado en el corazón del ser humano. Las dificultades
que parecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la
tristeza inerte que favorece el sometimiento. Pero no lo hagamos solos,
individualmente. El samaritano buscó a un hospedero que pudiera cuidar de aquel
hombre, como nosotros estamos invitados a convocar y encontrarnos en un
“nosotros” que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades;
recordemos que «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma
de ellas».[60] Renunciemos
a la mezquindad y al resentimiento de los internismos estériles, de los
enfrentamientos sin fin. Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y
hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y mentiras. La reconciliación
reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a nosotros mismos y a los
demás.
79. El samaritano del
camino se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega al servicio
era la gran satisfacción frente a su Dios y a su vida, y por eso, un deber.
Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y todos
los pueblos de la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer,
de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud
de proximidad del buen samaritano.
El prójimo sin fronteras
80. Jesús propuso esta
parábola para responder a una pregunta: ¿Quién es mi prójimo? La palabra
“prójimo” en la sociedad de la época de Jesús solía indicar al que es más
cercano, próximo. Se entendía que la ayuda debía dirigirse en primer lugar al
que pertenece al propio grupo, a la propia raza. Un samaritano, para algunos
judíos de aquella época, era considerado un ser despreciable, impuro, y por lo
tanto no se lo incluía dentro de los seres cercanos a quienes se debía ayudar.
El judío Jesús transforma completamente este planteamiento: no nos invita a
preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos
nosotros cercanos, prójimos.
81. La propuesta es la
de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del
propio círculo de pertenencia. En este caso, el samaritano fue quien se
hizo prójimo del judío herido. Para volverse cercano y presente,
atravesó todas las barreras culturales e históricas. La conclusión de Jesús es
un pedido: «Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,37). Es decir,
nos interpela a dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos
cercanos a cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo
ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros.
82. El problema es que
Jesús destaca, a propósito, que el hombre herido era un judío —habitante de
Judea— mientras quien se detuvo y lo auxilió era un samaritano —habitante de
Samaría—. Este detalle tiene una importancia excepcional para reflexionar sobre
un amor que se abre a todos. Los samaritanos habitaban una región que había sido
contagiada por ritos paganos, y para los judíos esto los volvía impuros,
detestables, peligrosos. De hecho, un antiguo texto judío que menciona a
naciones odiadas, se refiere a Samaría afirmando además que «ni siquiera es una
nación» (Si 50,25), y agrega que es «el pueblo necio que reside en
Siquén» (v. 26).
83. Esto explica por
qué una mujer samaritana, cuando Jesús le pidió de beber, respondió
enfáticamente: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una
mujer samaritana?» (Jn 4,9). Quienes buscaban acusaciones que
pudieran desacreditar a Jesús, lo más ofensivo que encontraron fue decirle
«endemoniado» y «samaritano» (Jn 8,48). Por lo tanto, este
encuentro misericordioso entre un samaritano y un judío es una potente
interpelación, que desmiente toda manipulación ideológica, para que ampliemos
nuestro círculo, para que demos a nuestra capacidad de amar una dimensión
universal capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las barreras
históricas o culturales, todos los intereses mezquinos.
La interpelación del forastero
84. Finalmente,
recuerdo que en otra parte del Evangelio Jesús dice: «Fui forastero y me
recibieron» (Mt 25,35). Jesús podía decir esas palabras porque
tenía un corazón abierto que hacía suyos los dramas de los demás. San Pablo
exhortaba: «Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran» (Rm 12,15).
Cuando el corazón asume esa actitud, es capaz de identificarse con el otro sin
importarle dónde ha nacido o de dónde viene. Al entrar en esta dinámica, en
definitiva experimenta que los demás son «su propia carne» (Is 58,7).
85. Para los
cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión trascendente;
implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido
(cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones
inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a
reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que «con ello
le confiere una dignidad infinita»[61].
A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno,
por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos a la fuente
última, que es la vida íntima de Dios, nos encontramos con una comunidad de
tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en común. La teología
continúa enriqueciéndose gracias a la reflexión sobre esta gran verdad.
86. A veces me asombra
que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia le haya llevado tanto tiempo
condenar contundentemente la esclavitud y diversas formas de violencia. Hoy,
con el desarrollo de la espiritualidad y de la teología, no tenemos excusas.
Sin embargo, todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos
autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y
violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que
son diferentes. La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener vivo un
sentido crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar rápidamente
cuando comienzan a insinuarse. Para ello es importante que la catequesis y la
predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia,
la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable
dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos.
Capítulo tercero
PENSAR Y GESTAR UN
MUNDO ABIERTO
87. Un ser humano está
hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su
plenitud «si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás»[62].
Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro
con los otros: «Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me
comunico con el otro»[63].
Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros
concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia
humana, porque «la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es
una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones
verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando
pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas
actitudes prevalece la muerte»[64].
Más allá
88. Desde la intimidad
de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la
persona de sí misma hacia el otro[65].
Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros «una ley de éxtasis: salir de
sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser»[66].
Por ello «en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa:
salir de sí mismo»[67].
89. Pero no puedo
reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia
familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones:
no sólo el actual sino también el que me precede y me fue configurando a lo
largo de mi vida. Mi relación con una persona que aprecio no puede ignorar que
esa persona no vive sólo por su relación conmigo, ni yo vivo sólo por mi
referencia a ella. Nuestra relación, si es sana y verdadera, nos abre a los
otros que nos amplían y enriquecen. El más noble sentido social hoy fácilmente
queda anulado detrás de intimismos egoístas con apariencia de relaciones
intensas. En cambio, el amor que es auténtico, que ayuda a crecer, y las formas
más nobles de la amistad, residen en corazones que se dejan completar. La
pareja y el amigo son para abrir el corazón en círculos, para volvernos capaces
de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos. Los grupos cerrados y las
parejas autorreferenciales, que se constituyen en un “nosotros” contra todo el
mundo, suelen ser formas idealizadas de egoísmo y de mera autopreservación.
90. Por algo muchas
pequeñas poblaciones que sobrevivían en zonas desérticas desarrollaron una
generosa capacidad de acogida ante los peregrinos que pasaban, y acuñaron el
sagrado deber de la hospitalidad. Lo vivieron también las comunidades
monásticas medievales, como se advierte en la Regla de san Benito. Aunque
pudiera desestructurar el orden y el silencio de los monasterios, Benito
reclamaba que a los pobres y peregrinos se los tratara «con el máximo cuidado y
solicitud»[68].
La hospitalidad es un modo concreto de no privarse de este desafío y de este
don que es el encuentro con la humanidad más allá del propio grupo. Aquellas
personas percibían que todos los valores que podían cultivar debían estar
acompañados por esta capacidad de trascenderse en una apertura a los otros.
El valor único del amor
91. Las personas pueden
desarrollar algunas actitudes que presentan como valores morales: fortaleza,
sobriedad, laboriosidad y otras virtudes. Pero para orientar adecuadamente los
actos de las distintas virtudes morales, es necesario considerar también en qué
medida estos realizan un dinamismo de apertura y unión hacia otras personas.
Ese dinamismo es la caridad que Dios infunde. De otro modo, quizás tendremos
sólo apariencia de virtudes, que serán incapaces de construir la vida en común.
Por ello decía santo Tomás de Aquino —citando a san Agustín— que la templanza
de una persona avara ni siquiera es virtuosa[69].
San Buenaventura, con otras palabras, explicaba que las otras virtudes, sin la
caridad, estrictamente no cumplen los mandamientos «como Dios los entiende»[70].
92. La altura espiritual de una vida
humana está marcada por el amor, que es «el criterio para la decisión
definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana»[71].
Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de
sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes
demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo
primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor
peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13).
93. En un intento de
precisar en qué consiste la experiencia de amar que Dios hace posible con su
gracia, santo Tomás de Aquino la explicaba como un movimiento que centra la
atención en el otro «considerándolo como uno consigo»[72].
La atención afectiva que se presta al otro, provoca una orientación a buscar su
bien gratuitamente. Todo esto parte de un aprecio, de una valoración, que en
definitiva es lo que está detrás de la palabra “caridad”: el ser amado es
“caro” para mí, es decir, «es estimado como de alto valor»[73].
Y «del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé
algo gratis»[74].
94. El amor implica
entonces algo más que una serie de acciones benéficas. Las acciones brotan de
una unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo valioso, digno,
grato y bello, más allá de las apariencias físicas o morales. El amor al otro
por ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo
de esta forma de relacionarnos haremos posibles la amistad social que no
excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos.
La creciente apertura del amor
95. El amor nos pone
finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su
plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura,
mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra
todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos
decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8).
96. Esta necesidad de
ir más allá de los propios límites vale también para las distintas regiones y
países. De hecho, «el número cada vez mayor de interdependencias y de
comunicaciones que se entrecruzan en nuestro planeta hace más palpable la
conciencia de que todas las naciones de la tierra […] comparten un destino
común. En los dinamismos de la historia, a pesar de la diversidad de etnias,
sociedades y culturas, vemos sembrada la vocación de formar una comunidad
compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de
los otros»[75].
Sociedades abiertas que integran a todos
97. Hay periferias que
están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia.
También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico
sino existencial. Es la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo, de llegar a
aquellos que espontáneamente no siento parte de mi mundo de intereses, aunque
estén cerca de mí. Por otra parte, cada hermana y hermano que sufre, abandonado
o ignorado por mi sociedad es un forastero existencial, aunque haya nacido en
el mismo país. Puede ser un ciudadano con todos los papeles, pero lo hacen sentir
como un extranjero en su propia tierra. El racismo es un virus que muta
fácilmente y en lugar de desaparecer se disimula, pero está siempre al acecho.
98. Quiero recordar a
esos “exiliados ocultos” que son tratados como cuerpos extraños en la sociedad[76]. Muchas
personas con discapacidad «sienten que existen sin pertenecer y sin
participar». Hay todavía mucho «que les impide tener una ciudadanía plena». El
objetivo no es sólo cuidarlos, sino «que participen activamente en la comunidad
civil y eclesial. Es un camino exigente y también fatigoso, que contribuirá
cada vez más a la formación de conciencias capaces de reconocer a cada
individuo como una persona única e irrepetible». Igualmente pienso en «los
ancianos, que, también por su discapacidad, a veces se sienten como una carga».
Sin embargo, todos pueden dar «una contribución singular al bien común a través
de su biografía original». Me permito insistir: «Tengan el valor de dar voz a
quienes son discriminados por su discapacidad, porque desgraciadamente en
algunas naciones, todavía hoy, se duda en reconocerlos como personas de igual
dignidad»[77].
Comprensiones inadecuadas de un amor universal
99. El amor que se
extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que llamamos “amistad
social” en cada ciudad o en cada país. Cuando es genuina, esta amistad social
dentro de una sociedad es una condición de posibilidad de una verdadera
apertura universal. No se trata del falso universalismo de quien necesita
viajar constantemente porque no soporta ni ama a su propio pueblo. Quien mira a
su pueblo con desprecio, establece en su propia sociedad categorías de primera
o de segunda clase, de personas con más o menos dignidad y derechos. De esta
manera niega que haya lugar para todos.
100. Tampoco estoy
proponiendo un universalismo autoritario y abstracto, digitado o planificado
por algunos y presentado como un supuesto sueño en orden a homogeneizar,
dominar y expoliar. Hay un modelo de globalización que «conscientemente apunta
a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y
tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad. […] Si una globalización
pretende igualar a todos, como si fuera una esfera, esa globalización destruye
la riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo»[78].
Ese falso sueño universalista termina quitando al mundo su variado colorido, su
belleza y en definitiva su humanidad. Porque «el futuro no es monocromático,
sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y en la diversidad
de lo que cada uno puede aportar. Cuánto necesita aprender nuestra familia
humana a vivir juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser
todos igualitos»[79].
Trascender un mundo de socios
101. Retomemos ahora
aquella parábola del buen samaritano que todavía tiene mucho para proponernos.
Había un hombre herido en el camino. Los personajes que pasaban a su lado no se
concentraban en este llamado interior a volverse cercanos, sino en su función,
en el lugar social que ellos ocupaban, en una profesión relevante en la
sociedad. Se sentían importantes para la sociedad del momento y su urgencia era
el rol que les tocaba cumplir. El hombre herido y abandonado en el camino era
una molestia para ese proyecto, una interrupción, y a su vez era alguien que no
cumplía función alguna. Era un nadie, no pertenecía a una agrupación que se
considerara destacable, no tenía función alguna en la construcción de la historia.
Mientras tanto, el samaritano generoso se resistía a estas clasificaciones
cerradas, aunque él mismo quedaba fuera de cualquiera de estas categorías y era
sencillamente un extraño sin un lugar propio en la sociedad. Así, libre de todo
rótulo y estructura, fue capaz de interrumpir su viaje, de cambiar su proyecto,
de estar disponible para abrirse a la sorpresa del hombre herido que lo
necesitaba.
102. ¿Qué reacción
podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y
crecen, grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del
resto? ¿Cómo puede conmover a quienes tienden a organizarse de tal manera que
se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa
organización autoprotectora y autorreferencial? En ese esquema queda excluida
la posibilidad de volverse prójimo, y sólo es posible ser prójimo de quien
permita asegurar los beneficios personales. Así la palabra “prójimo” pierde
todo significado, y únicamente cobra sentido la palabra “socio”, el asociado
por determinados intereses[80].
Libertad, igualdad y fraternidad
103. La fraternidad no
es sólo resultado de condiciones de respeto a las libertades individuales, ni
siquiera de cierta equidad administrada. Si bien son condiciones de posibilidad
no bastan para que ella surja como resultado necesario. La fraternidad tiene
algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad. ¿Qué ocurre sin la
fraternidad cultivada conscientemente, sin una voluntad política de
fraternidad, traducida en una educación para la fraternidad, para el diálogo,
para el descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como
valores? Lo que sucede es que la libertad enflaquece, resultando así más una
condición de soledad, de pura autonomía para pertenecer a alguien o a algo, o
sólo para poseer y disfrutar. Esto no agota en absoluto la riqueza de la
libertad que está orientada sobre todo al amor.
104. Tampoco la igualdad
se logra definiendo en abstracto que “todos los seres humanos son iguales”,
sino que es el resultado del cultivo consciente y pedagógico de la fraternidad.
Los que únicamente son capaces de ser socios crean mundos cerrados. ¿Qué
sentido puede tener en este esquema esa persona que no pertenece al círculo de
los socios y llega soñando con una vida mejor para sí y para su familia?
105. El individualismo
no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los
intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la
humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se
vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil de
vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las
propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales
pudiéramos construir el bien común.
Amor universal que promueve a las personas
106. Hay un
reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la
fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una
persona, siempre y en cualquier circunstancia. Si cada uno vale tanto, hay que
decir con claridad y firmeza que «el solo hecho de haber nacido en un lugar con
menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con
menor dignidad»[81].
Este es un principio elemental de la vida social que suele ser ignorado de
distintas maneras por quienes sienten que no aporta a su cosmovisión o no sirve
a sus fines.
107. Todo ser humano
tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese
derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo tiene aunque sea poco
eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no
menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las
circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no
queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de
la humanidad.
108. Hay sociedades que
acogen parcialmente este principio. Aceptan que haya posibilidades para todos,
pero sostienen que a partir de allí todo depende de cada uno. Desde esa
perspectiva parcial no tendría sentido «invertir para que los
lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida»[82].
Invertir a favor de los frágiles puede no ser rentable, puede implicar menor
eficiencia. Exige un Estado presente y activo, e instituciones de la sociedad
civil que vayan más allá de la libertad de los mecanismos eficientistas de
determinados sistemas económicos, políticos o ideológicos, porque realmente se
orientan en primer lugar a las personas y al bien común.
109. Algunos nacen en
familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien
alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no
necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no
cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació
en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de
baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus
enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la
libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la
fraternidad será una expresión romántica más.
110. El hecho es que
«una libertad económica sólo declamada, pero donde las condiciones reales
impiden que muchos puedan acceder realmente a ella […] se convierte en un
discurso contradictorio»[83].
Palabras como libertad, democracia o fraternidad se vacían de sentido. Porque
el hecho es que «mientras nuestro sistema económico y social produzca una sola
víctima y haya una sola persona descartada, no habrá una fiesta de fraternidad
universal»[84].Una
sociedad humana y fraterna es capaz de preocuparse para garantizar de modo
eficiente y estable que todos sean acompañados en el recorrido de sus vidas, no
sólo para asegurar sus necesidades básicas, sino para que puedan dar lo mejor
de sí, aunque su rendimiento no sea el mejor, aunque vayan lento, aunque su
eficiencia sea poco destacada.
111. La persona humana,
con sus derechos inalienables, está naturalmente abierta a los vínculos. En su
propia raíz reside el llamado a trascenderse a sí misma en el encuentro con
otros. Por eso «es necesario prestar atención para no caer en algunos errores
que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un
paradójico mal uso de los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una
reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales —estoy tentado
de decir individualistas—, que esconde una concepción de persona humana
desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una “mónada” (monás),
cada vez más insensible. […] Si el derecho de cada uno no está armónicamente
ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y,
consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias»[85].
Promover el bien moral
112. No podemos dejar de
decir que el deseo y la búsqueda del bien de los demás y de toda la humanidad
implican también procurar una maduración de las personas y de las sociedades en
los distintos valores morales que lleven a un desarrollo humano integral. En el
Nuevo Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22),
expresado con la palabra griega agazosúne. Indica el apego a lo
bueno, la búsqueda de lo bueno. Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor
para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida sana, el cultivo de
los valores y no sólo el bienestar material. Hay una expresión latina
semejante: bene-volentia, que significa la actitud de querer el
bien del otro. Es un fuerte deseo del bien, una inclinación hacia todo lo que
sea bueno y excelente, que nos mueve a llenar la vida de los demás de cosas
bellas, sublimes, edificantes.
113. En esta línea,
vuelvo a destacar con dolor que «ya hemos tenido mucho tiempo de degradación
moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y
llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de
poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina
enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses»[86].
Volvamos a promover el bien, para nosotros mismos y para toda la humanidad, y
así caminaremos juntos hacia un crecimiento genuino e integral. Cada sociedad
necesita asegurar que los valores se transmitan, porque si esto no sucede se
difunde el egoísmo, la violencia, la corrupción en sus diversas formas, la
indiferencia y, en definitiva, una vida cerrada a toda trascendencia y
clausurada en intereses individuales.
El valor de la solidaridad
114. Quiero destacar la
solidaridad, que «como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión
personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades
educativas y formativas. En primer lugar me dirijo a las familias,
llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible. Ellas constituyen el
primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la
fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado
del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe
desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los
hijos. Los educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes
centros de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua tarea de educar a los
niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad
tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la
persona. Los valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad
se transmiten desde la más tierna infancia. […] Quienes se dedican al mundo de
la cultura y de los medios de comunicación social tienen también una
responsabilidad en el campo de la educación y la formación, especialmente en la
sociedad contemporánea, en la que el acceso a los instrumentos de formación y
de comunicación está cada vez más extendido»[87].
115. En estos momentos
donde todo parece diluirse y perder consistencia, nos hace bien apelar a la
solidez[88] que
surge de sabernos responsables de la fragilidad de los demás buscando un
destino común. La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que
puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás. El servicio es
«en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de
nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo». En esta tarea cada
uno es capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia
ante la mirada concreta de los más frágiles. […] El servicio siempre mira el
rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos
casos la “padece” y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio
es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas»[89].
116. Los últimos en
general «practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que
sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o
al menos tiene muchas ganas de olvidar. Solidaridad es una palabra que no cae
bien siempre, yo diría que algunas veces la hemos transformado en una mala palabra,
no se puede decir; pero es una palabra que expresa mucho más que algunos actos
de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de
prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de
algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la
desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los
derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del
Imperio del dinero. […] La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es
un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares»[90].
117. Cuando hablamos de
cuidar la casa común que es el planeta, acudimos a ese mínimo de conciencia
universal y de preocupación por el cuidado mutuo que todavía puede quedar en
las personas. Porque si alguien tiene agua de sobra, y sin embargo la cuida
pensando en la humanidad, es porque ha logrado una altura moral que le permite
trascenderse a sí mismo y a su grupo de pertenencia. ¡Eso es maravillosamente
humano! Esta misma actitud es la que se requiere para reconocer los derechos de
todo ser humano, aunque haya nacido más allá de las propias fronteras.
Reproponer la función social de la propiedad
118. El mundo existe
para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma
dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento,
lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para
justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos. Por
consiguiente, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona
viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral.
119. En los primeros
siglos de la fe cristiana, varios sabios desarrollaron un sentido universal en
su reflexión sobre el destino común de los bienes creados[91].
Esto llevaba a pensar que si alguien no tiene lo suficiente para vivir con
dignidad se debe a que otro se lo está quedando. Lo resume san Juan Crisóstomo
al decir que «no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y
quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»[92];
o también en palabras de san Gregorio Magno: «Cuando damos a los pobres las
cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo
que es suyo»[93].
120. Vuelvo a hacer mías
y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia
quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano
para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni
privilegiar a ninguno»[94].
En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como
absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función
social de cualquier forma de propiedad privada».[95] El
principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer
principio de todo el ordenamiento ético-social»[96],
es un derecho natural, originario y prioritario[97].
Todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización
integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y cualquier
otro, «no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización», como
afirmaba san Pablo VI[98].
El derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho
natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes
creados, y esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el
funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos
secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin
relevancia práctica.
Derechos sin fronteras
121. Entonces nadie
puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y menos a causa de los
privilegios que otros poseen porque nacieron en lugares con mayores
posibilidades. Los límites y las fronteras de los Estados no pueden
impedir que esto se cumpla. Así como es inaceptable que alguien tenga menos
derechos por ser mujer, es igualmente inaceptable que el lugar de nacimiento o
de residencia ya de por sí determine menores posibilidades de vida digna y de
desarrollo.
122. El desarrollo no
debe orientarse a la acumulación creciente de unos pocos, sino que tiene que
asegurar «los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos,
incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos»[99].
El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por
encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni
tampoco del respeto al medio ambiente, puesto que «quien se apropia
algo es sólo para administrarlo en bien de todos»[100]-
123. Es verdad que la
actividad de los empresarios «es una noble vocación orientada a producir
riqueza y a mejorar el mundo para todos»[101].
Dios nos promueve, espera que desarrollemos las capacidades que nos dio y llenó
el universo de potencialidades. En sus designios cada hombre está llamado a
promover su propio progreso[102],
y esto incluye fomentar las capacidades económicas y tecnológicas para hacer
crecer los bienes y aumentar la riqueza. Pero en todo caso estas
capacidades de los empresarios, que son un don de Dios, tendrían que orientarse
claramente al desarrollo de las demás personas y a la superación de la miseria,
especialmente a través de la creación de fuentes de trabajo diversificadas.
Siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y
anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al
destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos
a su uso[103].
Derechos de los pueblos
124. La convicción del
destino común de los bienes de la tierra hoy requiere que se aplique también a
los países, a sus territorios y a sus posibilidades. Si lo miramos no sólo
desde la legitimidad de la propiedad privada y de los derechos de los
ciudadanos de una determinada nación, sino también desde el primer principio
del destino común de los bienes, entonces podemos decir que cada país es
asimismo del extranjero, en cuanto los bienes de un territorio no deben ser
negados a una persona necesitada que provenga de otro lugar. Porque, como
enseñaron los Obispos de los Estados Unidos, hay derechos fundamentales que
«preceden a cualquier sociedad porque manan de la dignidad otorgada a cada
persona en cuanto creada por Dios»[104].
125. Esto supone además
otra manera de entender las relaciones y el intercambio entre países. Si toda
persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi
hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido
aquí o si vive fuera de los límites del propio país. También mi nación es
corresponsable de su desarrollo, aunque pueda cumplir esta responsabilidad de
diversas maneras: acogiéndolo de manera generosa cuando lo necesite
imperiosamente, promoviéndolo en su propia tierra, no usufructuando ni vaciando
de recursos naturales a países enteros propiciando sistemas corruptos que
impiden el desarrollo digno de los pueblos. Esto que vale para las naciones se
aplica a las distintas regiones de cada país, entre las que suele haber graves
inequidades. Pero la incapacidad de reconocer la igual dignidad humana a veces
lleva a que las regiones más desarrolladas de algunos países sueñen con
liberarse del “lastre” de las regiones más pobres para aumentar todavía más su
nivel de consumo.
126. Hablamos de una
nueva red en las relaciones internacionales, porque no hay modo de resolver los
graves problemas del mundo pensando sólo en formas de ayuda mutua entre
individuos o pequeños grupos. Recordemos que «la inequidad no afecta sólo a
individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las
relaciones internacionales»[105].
Y la justicia exige reconocer y respetar no sólo los derechos individuales,
sino también los derechos sociales y los derechos de los pueblos[106].
Lo que estamos diciendo implica asegurar «el derecho fundamental de los pueblos
a la subsistencia y al progreso»[107],
que a veces se ve fuertemente dificultado por la presión que origina la deuda
externa. El pago de la deuda en muchas ocasiones no sólo no favorece el
desarrollo, sino que lo limita y lo condiciona fuertemente. Si bien se mantiene
el principio de que toda deuda legítimamente adquirida debe ser saldada, el
modo de cumplir este deber que muchos países pobres tienen con los países ricos
no debe llegar a comprometer su subsistencia y su crecimiento.
127. Sin dudas, se trata
de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a
fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del
solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío
de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure
tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no
la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y
desconfianza ante amenazas externas. Porque la paz real y duradera sólo es
posible «desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un
futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la
familia humana»[108].
Capítulo cuarto
UN CORAZÓN ABIERTO AL
MUNDO ENTERO
128. La afirmación de
que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es sólo una
abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de
retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a
desarrollar nuevas reacciones.
El límite de las fronteras
129. Cuando el prójimo
es una persona migrante se agregan desafíos complejos[109].
Es verdad que lo ideal sería evitar las migraciones innecesarias y para ello el
camino es crear en los países de origen la posibilidad efectiva de vivir y de
crecer con dignidad, de manera que se puedan encontrar allí mismo las
condiciones para el propio desarrollo integral. Pero mientras no haya serios
avances en esta línea, nos corresponde respetar el derecho de todo ser humano
de encontrar un lugar donde pueda no solamente satisfacer sus necesidades
básicas y las de su familia, sino también realizarse integralmente como
persona. Nuestros esfuerzos ante las personas migrantes que llegan pueden
resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Porque «no
se trata de dejar caer desde arriba programas de asistencia social sino de
recorrer juntos un camino a través de estas cuatro acciones, para construir
ciudades y países que, al tiempo que conservan sus respectivas identidades
culturales y religiosas, estén abiertos a las diferencias y sepan cómo
valorarlas en nombre de la fraternidad humana»[110].
130. Esto implica
algunas respuestas indispensables, sobre todo frente a los que escapan de
graves crisis humanitarias. Por ejemplo: incrementar y simplificar la concesión
de visados, adoptar programas de patrocinio privado y comunitario, abrir
corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables, ofrecer un
alojamiento adecuado y decoroso, garantizar la seguridad personal y el acceso a
los servicios básicos, asegurar una adecuada asistencia consular, el derecho a
tener siempre consigo los documentos personales de identidad, un acceso
equitativo a la justicia, la posibilidad de abrir cuentas bancarias y la
garantía de lo básico para la subsistencia vital, darles libertad de movimiento
y la posibilidad de trabajar, proteger a los menores de edad y asegurarles el
acceso regular a la educación, prever programas de custodia temporal o de
acogida, garantizar la libertad religiosa, promover su inserción social,
favorecer la reagrupación familiar y preparar a las comunidades locales para
los procesos integrativos[111].
131. Para quienes ya
hace tiempo que han llegado y participan del tejido social, es importante
aplicar el concepto de “ciudadanía”, que «se basa en la igualdad de derechos y
deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia. Por esta razón, es
necesario comprometernos para establecer en nuestra sociedad el concepto
de plena ciudadanía y renunciar al uso
discriminatorio de la palabra minorías, que trae consigo las
semillas de sentirse aislado e inferior; prepara el terreno para la hostilidad
y la discordia y quita los logros y los derechos religiosos y civiles de
algunos ciudadanos al discriminarlos»[112].
132. Más allá de las
diversas acciones indispensables, los Estados no pueden desarrollar por su
cuenta soluciones adecuadas «ya que las consecuencias de las opciones de cada
uno repercuten inevitablemente sobre toda la Comunidad internacional». Por lo
tanto «las respuestas sólo vendrán como fruto de un trabajo común»[113],
gestando una legislación (governance) global para las migraciones. De
cualquier manera se necesita «establecer planes a medio y largo plazo que no se
queden en la simple respuesta a una emergencia. Deben servir, por una parte,
para ayudar realmente a la integración de los emigrantes en los países de
acogida y, al mismo tiempo, favorecer el desarrollo de los países de
proveniencia, con políticas solidarias, que no sometan las ayudas a estrategias
y prácticas ideológicas ajenas o contrarias a las culturas de los pueblos a las
que van dirigidas»[114].
Las ofrendas recíprocas
133. La llegada de
personas diferentes, que proceden de un contexto vital y cultural distinto, se
convierte en un don, porque «las historias de los migrantes también son
historias de encuentro entre personas y entre culturas: para las comunidades y
las sociedades a las que llegan son una oportunidad de enriquecimiento y de
desarrollo humano integral de todos»[115].
Por esto «pido especialmente a los jóvenes que no caigan en las redes de
quienes quieren enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus países,
haciéndolos ver como seres peligrosos y como si no tuvieran la misma
inalienable dignidad de todo ser humano»[116].
134. Por otra parte,
cuando se acoge de corazón a la persona diferente, se le permite seguir siendo
ella misma, al tiempo que se le da la posibilidad de un nuevo desarrollo. Las
culturas diversas, que han gestado su riqueza a lo largo de siglos, deben ser
preservadas para no empobrecer este mundo. Esto sin dejar de estimularlas para
que pueda brotar algo nuevo de sí mismas en el encuentro con otras realidades.
No se puede ignorar el riesgo de terminar víctimas de una esclerosis cultural.
Para ello «tenemos necesidad de comunicarnos, de descubrir las riquezas de cada
uno, de valorar lo que nos une y ver las diferencias como oportunidades de
crecimiento en el respeto de todos. Se necesita un diálogo paciente y confiado,
para que las personas, las familias y las comunidades puedan transmitir los
valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno en la experiencia de
los demás»[117].
135. Retomo ejemplos que
mencioné tiempo atrás: la cultura de los latinos es «un fermento de valores y
posibilidades que puede hacer mucho bien a los Estados Unidos. […] Una fuerte
inmigración siempre termina marcando y transformando la cultura de un lugar. En
la Argentina, la fuerte inmigración italiana ha marcado la cultura de la
sociedad, y en el estilo cultural de Buenos Aires se nota mucho la presencia de
alrededor de 200.000 judíos. Los inmigrantes, si se los ayuda a integrarse, son
una bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a una sociedad a crecer»[118].
136. Ampliando la
mirada, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb recordamos que «la relación entre
Occidente y Oriente es una necesidad mutua indiscutible, que no puede ser
sustituida ni descuidada, de modo que ambos puedan enriquecerse mutuamente a
través del intercambio y el diálogo de las culturas. El Occidente podría
encontrar en la civilización del Oriente los remedios para algunas de sus
enfermedades espirituales y religiosas causadas por la dominación del
materialismo. Y el Oriente podría encontrar en la civilización del Occidente
muchos elementos que pueden ayudarlo a salvarse de la debilidad, la división,
el conflicto y el declive científico, técnico y cultural. Es importante prestar
atención a las diferencias religiosas, culturales e históricas que son un
componente esencial en la formación de la personalidad, la cultura y la
civilización oriental; y es importante consolidar los derechos humanos
generales y comunes, para ayudar a garantizar una vida digna para todos los
hombres en Oriente y en Occidente, evitando el uso de políticas de doble
medida»[119].
El fecundo intercambio
137. La ayuda mutua
entre países en realidad termina beneficiando a todos. Un país que progresa
desde su original sustrato cultural es un tesoro para toda la humanidad.
Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no
se salva nadie. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un lugar de la
tierra son un silencioso caldo de cultivo de problemas que finalmente afectarán
a todo el planeta. Si nos preocupa la desaparición de algunas especies, debería
obsesionarnos que en cualquier lugar haya personas y pueblos que no desarrollen
su potencial y su belleza propia a causa de la pobreza o de otros límites
estructurales. Porque eso termina empobreciéndonos a todos.
138. Si esto fue siempre
cierto, hoy lo es más que nunca debido a la realidad de un mundo tan conectado
por la globalización. Necesitamos que un ordenamiento mundial jurídico,
político y económico «incremente y oriente la colaboración internacional hacia
el desarrollo solidario de todos los pueblos»[120].
Esto finalmente beneficiará a todo el planeta, porque «la ayuda al desarrollo
de los países pobres» implica «creación de riqueza para todos»[121].
Desde el punto de vista del desarrollo integral, esto supone que se conceda
«también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres»[122] y
que se procure «incentivar el acceso al mercado internacional de los países
marcados por la pobreza y el subdesarrollo»[123].
Gratuidad que acoge
139. No obstante, no
quisiera limitar este planteamiento a alguna forma de utilitarismo. Existe la
gratuidad. Es la capacidad de hacer algunas cosas porque sí, porque son buenas
en sí mismas, sin esperar ningún resultado exitoso, sin esperar inmediatamente
algo a cambio. Esto permite acoger al extranjero, aunque de momento no traiga
un beneficio tangible. Pero hay países que pretenden recibir sólo a los
científicos o a los inversores.
140. Quien no vive la
gratuidad fraterna, convierte su existencia en un comercio ansioso, está
siempre midiendo lo que da y lo que recibe a cambio. Dios, en cambio, da
gratis, hasta el punto de que ayuda aun a los que no son fieles, y «hace salir
el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Por algo Jesús recomienda:
«Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha,
para que tu limosna quede en secreto» (Mt 6,3-4). Hemos recibido la
vida gratis, no hemos pagado por ella. Entonces todos podemos dar
sin esperar algo, hacer el bien sin exigirle tanto a esa persona que uno ayuda.
Es lo que Jesús decía a sus discípulos: «Lo que han recibido gratis,
entréguenlo también gratis» (Mt 10,8).
141. La verdadera
calidad de los distintos países del mundo se mide por esta capacidad de pensar
no sólo como país, sino también como familia humana, y esto se prueba
especialmente en las épocas críticas. Los nacionalismos cerrados expresan en
definitiva esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que pueden
desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al resto
estarán más protegidos. El inmigrante es visto como un usurpador que no ofrece
nada. Así, se llega a pensar ingenuamente que los pobres son peligrosos o
inútiles y que los poderosos son generosos benefactores. Sólo una cultura
social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro.
Local y universal
142. Cabe recordar que
«entre la globalización y la localización también se produce una tensión. Hace
falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al
mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con
los pies sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos
dos extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y
globalizante […]; otro, que se conviertan en un museo folklórico de
ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de
dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama
fuera de sus límites»[124].
Hay que mirar lo global, que nos rescata de la mezquindad casera. Cuando la
casa ya no es hogar, sino que es encierro, calabozo, lo global nos va
rescatando porque es como la causa final que nos atrae hacia la plenitud.
Simultáneamente, hay que asumir con cordialidad lo local, porque tiene algo que
lo global no posee: ser levadura, enriquecer, poner en marcha mecanismos de
subsidiaridad. Por lo tanto, la fraternidad universal y la amistad social
dentro de cada sociedad son dos polos inseparables y coesenciales. Separarlos
lleva a una deformación y a una polarización dañina.
El sabor local
143. La solución no es
una apertura que renuncia al propio tesoro. Así como no hay diálogo con el otro
sin identidad personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde
el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales. No me
encuentro con el otro si no poseo un sustrato donde estoy firme y arraigado,
porque desde allí puedo acoger el don del otro y ofrecerle algo verdadero. Sólo
es posible acoger al diferente y percibir su aporte original si estoy afianzado
en mi pueblo con su cultura. Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad
su tierra y se preocupa por su país, así como cada uno debe amar y cuidar su
casa para que no se venga abajo, porque no lo harán los vecinos. También el
bien del universo requiere que cada uno proteja y ame su propia tierra. De lo
contrario, las consecuencias del desastre de un país terminarán afectando a
todo el planeta. Esto se fundamenta en el sentido positivo que tiene el derecho
de propiedad: cuido y cultivo algo que poseo, de manera que pueda ser un aporte
al bien de todos.
144. Además, este es un
presupuesto de los intercambios sanos y enriquecedores. El trasfondo de la
experiencia de la vida en un lugar y en una cultura determinada es lo que
capacita a alguien para percibir aspectos de la realidad que quienes no tienen
esa experiencia no son capaces de percibir tan fácilmente. Lo universal no debe
ser el imperio homogéneo, uniforme y estandarizado de una única forma cultural dominante,
que finalmente perderá los colores del poliedro y terminará en el hastío. Es la
tentación que se expresa en el antiguo relato de la torre de Babel: la
construcción de una torre que llegara hasta el cielo no expresaba la unidad
entre distintos pueblos capaces de comunicarse desde su diversidad. Por el
contrario, fue una tentativa engañosa, que surgía del orgullo y de la ambición
humana, de crear una unidad diferente de aquella deseada por Dios en su plan
providencial para las naciones (cf. Gn 11,1-9).
145. Hay una falsa
apertura a lo universal, que procede de la superficialidad vacía de quien no es
capaz de penetrar hasta el fondo en su patria, o de quien sobrelleva un
resentimiento no resuelto hacia su pueblo. En todo caso, «siempre hay que
ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos.
Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las
raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de
Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más
amplia. […] No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que
esteriliza»[125],
es el poliedro, donde al mismo tiempo que cada uno es respetado en su valor,
«el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas»[126].
El horizonte universal
146. Hay narcisismos
localistas que no son un sano amor al propio pueblo y a su cultura. Esconden un
espíritu cerrado que, por cierta inseguridad y temor al otro, prefiere crear
murallas defensivas para preservarse a sí mismo. Pero no es posible ser
sanamente local sin una sincera y amable apertura a lo universal, sin dejarse
interpelar por lo que sucede en otras partes, sin dejarse enriquecer por otras
culturas o sin solidarizarse con los dramas de los demás pueblos. Ese localismo
se clausura obsesivamente en unas pocas ideas, costumbres y seguridades,
incapaz de admiración frente a la multitud de posibilidades y de belleza que
ofrece el mundo entero, y carente de una solidaridad auténtica y generosa. Así,
la vida local ya no es auténticamente receptiva, ya no se deja completar por el
otro; por lo tanto, se limita en sus posibilidades de desarrollo, se vuelve
estática y se enferma. Porque en realidad toda cultura sana es abierta y
acogedora por naturaleza, de tal modo que «una cultura sin valores universales
no es una verdadera cultura»[127].
147. Reconozcamos que
una persona, mientras menos amplitud tenga en su mente y en su corazón, menos
podrá interpretar la realidad cercana donde está inmersa. Sin la relación y el
contraste con quien es diferente, es difícil percibirse clara y completamente a
sí mismo y a la propia tierra, ya que las demás culturas no son enemigos de los
que hay que preservarse, sino que son reflejos distintos de la riqueza
inagotable de la vida humana. Mirándose a sí mismo con el punto de referencia
del otro, de lo diverso, cada uno puede reconocer mejor las peculiaridades de
su persona y de su cultura: sus riquezas, sus posibilidades y sus límites. La
experiencia que se realiza en un lugar debe ser desarrollada “en contraste” y
“en sintonía” con las experiencias de otros que viven en contextos culturales
diferentes[128].
148. En realidad, una
sana apertura nunca atenta contra la identidad. Porque al enriquecerse con
elementos de otros lugares, una cultura viva no realiza una copia o una mera
repetición, sino que integra las novedades “a su modo”. Esto provoca el
nacimiento de una nueva síntesis que finalmente beneficia a todos, ya que la
cultura donde se originan estos aportes termina siendo retroalimentada. Por
ello exhorté a los pueblos originarios a cuidar sus propias raíces y sus
culturas ancestrales, pero quise aclarar que no era «mi intención proponer un
indigenismo completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda
forma de mestizaje», ya que «la propia identidad cultural se arraiga y se
enriquece en el diálogo con los diferentes y la auténtica preservación no es un
aislamiento empobrecedor»[129].
El mundo crece y se llena de nueva belleza gracias a sucesivas síntesis que se
producen entre culturas abiertas, fuera de toda imposición cultural.
149. Para estimular una
sana relación entre el amor a la patria y la inserción cordial en la humanidad
entera, es bueno recordar que la sociedad mundial no es el resultado de la suma
de los distintos países, sino que es la misma comunión que existe entre ellos,
es la inclusión mutua que es anterior al surgimiento de todo grupo particular.
En ese entrelazamiento de la comunión universal se integra cada grupo humano y allí
encuentra su belleza. Entonces, cada persona que nace en un contexto
determinado se sabe perteneciente a una familia más grande sin la que no es
posible comprenderse en plenitud.
150. Este enfoque, en
definitiva, reclama la aceptación gozosa de que ningún pueblo, cultura o
persona puede obtener todo de sí. Los otros son constitutivamente necesarios
para la construcción de una vida plena. La conciencia del límite o de la
parcialidad, lejos de ser una amenaza, se vuelve la clave desde la que soñar y
elaborar un proyecto común. Porque «el hombre es el ser fronterizo que no tiene
ninguna frontera»[130].
Desde la propia región
151. Gracias al
intercambio regional, desde el cual los países más débiles se abren al mundo
entero, es posible que la universalidad no diluya las particularidades. Una
adecuada y auténtica apertura al mundo supone la capacidad de abrirse al
vecino, en una familia de naciones. La integración cultural, económica y
política con los pueblos cercanos debería estar acompañada por un proceso
educativo que promueva el valor del amor al vecino, primer ejercicio
indispensable para lograr una sana integración universal.
152. En algunos barrios
populares, todavía se vive el espíritu del “vecindario”, donde cada uno siente
espontáneamente el deber de acompañar y ayudar al vecino. En estos lugares que
conservan esos valores comunitarios, se viven las relaciones de cercanía con
notas de gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un
“nosotros” barrial[131].
Ojalá pudiera vivirse esto también entre países cercanos, que sean capaces de
construir una vecindad cordial entre sus pueblos. Pero las visiones
individualistas se traducen en las relaciones entre países. El riesgo de vivir
cuidándonos unos de otros, viendo a los demás como competidores o enemigos
peligrosos, se traslada a la relación con los pueblos de la región. Quizás
fuimos educados en ese miedo y en esa desconfianza.
153. Hay países
poderosos y grandes empresas que sacan rédito de este aislamiento y prefieren
negociar con cada país por separado. Por el contrario, para los países pequeños
o pobres se abre la posibilidad de alcanzar acuerdos regionales con sus vecinos
que les permitan negociar en bloque y evitar convertirse en segmentos
marginales y dependientes de los grandes poderes. Hoy ningún Estado nacional
aislado está en condiciones de asegurar el bien común de su propia población.
Capítulo quinto
LA MEJOR POLÍTCA
154. Para hacer posible
el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a
partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor
política puesta al servicio del verdadero bien común. En cambio,
desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan
la marcha hacia un mundo distinto.
Populismos y liberalismos
155. El desprecio de los
débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente
para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de
los poderosos. En ambos casos se advierte la dificultad para pensar un mundo
abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que
respete las diversas culturas.
Popular o populista
156. En los últimos años
la expresión “populismo” o “populista” ha invadido los medios de comunicación y
el lenguaje en general. Así pierde el valor que podría contener y se convierte
en una de las polaridades de la sociedad dividida. Esto llegó al punto de
pretender clasificar a todas las personas, agrupaciones, sociedades y gobiernos
a partir de una división binaria: “populista” o “no populista”. Ya no es
posible que alguien opine sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo en
uno de esos dos polos, a veces para desacreditarlo injustamente o para enaltecerlo
en exceso.
157. La pretensión de
instalar el populismo como clave de lectura de la realidad social, tiene otra
debilidad: que ignora la legitimidad de la noción de pueblo. El intento por
hacer desaparecer del lenguaje esta categoría podría llevar a eliminar la misma
palabra “democracia” —es decir: el “gobierno del pueblo”—. No obstante, si no
se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se
necesita la palabra “pueblo”. La realidad es que hay fenómenos sociales que articulan
a las mayorías, que existen megatendencias y búsquedas comunitarias. También
que se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para
conformar un proyecto común. Finalmente, que es muy difícil proyectar algo
grande a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo.
Todo esto se encuentra expresado en el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo
“popular”. Si no se incluyen —junto con una sólida crítica a la demagogia— se
estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social.
158. Porque existe un
malentendido: «Pueblo no es una categoría lógica, ni una categoría mística, si
lo entendemos en el sentido de que todo lo que hace el pueblo es bueno, o en el
sentido de que el pueblo sea una categoría angelical. Es una categoría mítica
[…] Cuando explicas lo que es un pueblo utilizas categorías lógicas porque
tienes que explicarlo: cierto, hacen falta. Pero así no explicas el sentido de
pertenencia a un pueblo. La palabra pueblo tiene algo más que no se puede
explicar de manera lógica. Ser parte de un pueblo es formar parte de una
identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo
automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un
proyecto común»[132].
159. Hay líderes
populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y
las grandes tendencias de una sociedad. El servicio que prestan, aglutinando y
conduciendo, puede ser la base para un proyecto duradero de transformación y
crecimiento, que implica también la capacidad de ceder lugar a otros en pos del
bien común. Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad
de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura
del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal
y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad
exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la
población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles,
en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad.
160. Los grupos populistas
cerrados desfiguran la palabra “pueblo”, puesto que en realidad no hablan de un
verdadero pueblo. En efecto, la categoría de “pueblo” es abierta. Un pueblo
vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a nuevas
síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí
con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por
otros, y de ese modo puede evolucionar.
161. Otra expresión de
la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a
exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin
avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos
para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y
su creatividad. En esta línea dije claramente que «estoy lejos de proponer un
populismo irresponsable»[133].
Por una parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo económico,
aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad
sustentable[134].
Por otra parte, «los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo
deberían pensarse como respuestas pasajeras»[135].
162. El gran tema es el
trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es
asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto
en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda
para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en
que «ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria
para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una
vida digna a través del trabajo»[136].
Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede
renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a
cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque «no
existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del
trabajo»[137].
En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión
irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan,
sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones
sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse
corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir
como pueblo.
Valores y límites de las visiones liberales
163. La categoría de
pueblo, que incorpora una valoración positiva de los lazos comunitarios y
culturales, suele ser rechazada por las visiones liberales individualistas,
donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses que coexisten.
Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. En
ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan
los derechos de los más débiles de la sociedad. Para estas visiones, la
categoría de pueblo es una mitificación de algo que en realidad no existe. Sin
embargo, aquí se crea una polarización innecesaria, ya que ni la idea de pueblo
ni la de prójimo son categorías puramente míticas o románticas que excluyan o
desprecien la organización social, la ciencia y las instituciones de la
sociedad civil[138].
164. La caridad reúne
ambas dimensiones —la mítica y la institucional— puesto que implica una marcha
eficaz de transformación de la historia que exige incorporarlo principalmente
todo: las instituciones, el derecho, la técnica, la experiencia, los aportes
profesionales, el análisis científico, los procedimientos administrativos.
Porque «no hay de hecho vida privada si no es protegida por un orden público,
un hogar cálido no tiene intimidad si no es bajo la tutela de la legalidad, de
un estado de tranquilidad fundado en la ley y en la fuerza y con la condición
de un mínimo de bienestar asegurado por la división del trabajo, los
intercambios comerciales, la justicia social y la ciudadanía política»[139].
165. La verdadera
caridad es capaz de incorporar todo esto en su entrega, y si debe expresarse en
el encuentro persona a persona, también es capaz de llegar a una hermana o a un
hermano lejano e incluso ignorado, a través de los diversos recursos que las
instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son capaces de generar.
Si vamos al caso, aun el buen samaritano necesitó de la existencia de una
posada que le permitiera resolver lo que él solo en ese momento no estaba en
condiciones de asegurar. El amor al prójimo es realista y no desperdicia nada
que sea necesario para una transformación de la historia que beneficie a los
últimos. De otro modo, a veces se tienen ideologías de izquierda o pensamientos
sociales, junto con hábitos individualistas y procedimientos ineficaces que
sólo llegan a unos pocos. Mientras tanto, la multitud de los abandonados queda
a merced de la posible buena voluntad de algunos. Esto hace ver que es
necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino al mismo
tiempo una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas
acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres. Esto a
su vez implica que no hay una sola salida posible, una única metodología
aceptable, una receta económica que pueda ser aplicada igualmente por todos, y
supone que aun la ciencia más rigurosa pueda proponer caminos diferentes.
166. Todo esto podría
estar colgado de alfileres, si perdemos la capacidad de advertir la necesidad
de un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida.
Es lo que ocurre cuando la propaganda política, los medios y los constructores
de opinión pública persisten en fomentar una cultura individualista e ingenua
ante los intereses económicos desenfrenados y la organización de las sociedades
al servicio de los que ya tienen demasiado poder. Por eso, mi crítica al
paradigma tecnocrático no significa que sólo intentando controlar sus excesos
podremos estar asegurados, porque el mayor peligro no reside en las cosas, en
las realidades materiales, en las organizaciones, sino en el modo como las
personas las utilizan. El asunto es la fragilidad humana, la tendencia
constante al egoísmo humano que forma parte de aquello que la tradición
cristiana llama “concupiscencia”: la inclinación del ser humano a encerrarse en
la inmanencia de su propio yo, de su grupo, de sus intereses mezquinos. Esa
concupiscencia no es un defecto de esta época. Existió desde que el hombre es
hombre y simplemente se transforma, adquiere diversas modalidades en cada
siglo, y finalmente utiliza los instrumentos que el momento histórico pone a su
disposición. Pero es posible dominarla con la ayuda de Dios.
167. La tarea educativa,
el desarrollo de hábitos solidarios, la capacidad de pensar la vida humana más
integralmente, la hondura espiritual, hacen falta para dar calidad a las
relaciones humanas, de tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione ante
sus inequidades, sus desviaciones, los abusos de los poderes económicos,
tecnológicos, políticos o mediáticos. Hay visiones liberales que ignoran este
factor de la fragilidad humana, e imaginan un mundo que responde a un
determinado orden que por sí solo podría asegurar el futuro y la solución de
todos los problemas.
168. El mercado solo no
resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal.
Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas
recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se
reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin
nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales. No se
advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de
nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Por una parte, es
imperiosa una política económica activa orientada a «promover una economía que
favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial»[140],
para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos.
La especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue
causando estragos. Por otra parte, «sin formas internas de solidaridad y de
confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función
económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado»[141].
El fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría
económica imperante mostraron no ser infalibles. La fragilidad de los sistemas
mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la
libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté
sometida al dictado de las finanzas, «tenemos que volver a llevar la dignidad
humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales
alternativas que necesitamos»[142].
169. En ciertas visiones
economicistas cerradas y monocromáticas, no parecen tener lugar, por ejemplo,
los movimientos populares que aglutinan a desocupados, trabajadores precarios e
informales y a tantos otros que no entran fácilmente en los cauces ya
establecidos. En realidad, estos gestan variadas formas de economía popular y
de producción comunitaria. Hace falta pensar en la participación social,
política y económica de tal manera «que incluya a los movimientos populares y
anime las estructuras de gobierno locales, nacionales e internacionales con ese
torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la
construcción del destino común» y a su vez es bueno promover que «estos
movimientos, estas experiencias de solidaridad que crecen desde abajo, desde el
subsuelo del planeta, confluyan, estén más coordinadas, se vayan encontrando»[143].
Pero sin traicionar su estilo característico, porque ellos «son sembradores de
cambio, promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones
grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía»[144].
En este sentido son “poetas sociales”, que trabajan, proponen, promueven y
liberan a su modo. Con ellos será posible un desarrollo humano integral,
que implica superar «esa idea de las políticas sociales concebidas como
una política hacia los pobres pero nunca con los
pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un
proyecto que reunifique a los pueblos»[145]. Aunque
molesten, aunque algunos “pensadores” no sepan cómo clasificarlos, hay que
tener la valentía de reconocer que sin ellos «la democracia se atrofia, se
convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va
desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la
dignidad, en la construcción de su destino»[146].
El poder internacional
170. Me permito repetir
que «la crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una
nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación
de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo
una reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo
al mundo»[147].
Es más, parece que las verdaderas estrategias que se desarrollaron
posteriormente en el mundo se orientaron a más individualismo, a más
desintegración, a más libertad para los verdaderos poderosos que siempre
encuentran la manera de salir indemnes.
171. Quisiera insistir
en que «dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia,
significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente,
autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras
personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del
poder —sea, sobre todo, político, económico, de defensa, tecnológico— entre una
pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las
pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial
hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y —a la vez— grandes
sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder»[148].
172. El siglo XXI «es
escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo
porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales,
tiende a predominar sobre la política. En este contexto, se vuelve
indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y
eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo
entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar»[149].
Cuando se habla de la posibilidad de alguna forma de autoridad mundial regulada
por el derecho[150] no
necesariamente debe pensarse en una autoridad personal. Sin embargo, al menos
debería incluir la gestación de organizaciones mundiales más eficaces, dotadas
de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y
la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales.
173. En esta línea,
recuerdo que es necesaria una reforma «tanto de la Organización de las Naciones
Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que
se dé una concreción real al concepto de familia de naciones»[151].
Sin duda esto supone límites jurídicos precisos que eviten que se trate de una
autoridad cooptada por unos pocos países, y que a su vez impidan imposiciones
culturales o el menoscabo de las libertades básicas de las naciones más débiles
a causa de diferencias ideológicas. Porque «la Comunidad Internacional es una
comunidad jurídica fundada en la soberanía de cada uno de los Estados miembros,
sin vínculos de subordinación que nieguen o limiten su independencia»[152].
Pero «la labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo
y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el
desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia
es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal.
[…] Hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable
recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone
la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica
fundamental»[153]. Es
necesario evitar que esta Organización sea deslegitimizada, porque sus
problemas o deficiencias pueden ser afrontados y resueltos conjuntamente.
174. Hacen falta
valentía y generosidad en orden a establecer libremente determinados objetivos
comunes y asegurar el cumplimiento en todo el mundo de algunas normas básicas.
Para que esto sea realmente útil, se debe sostener «la exigencia de mantener
los acuerdos suscritos —pacta sunt servanda—»[154],
de manera que se evite «la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que
a la fuerza del derecho».[155] Esto
requiere fortalecer «los instrumentos normativos para la solución pacífica de
las controversias de modo que se refuercen su alcance y su obligatoriedad»[156].
Entre estos instrumentos normativos, deben ser favorecidos los acuerdos
multilaterales entre los Estados, porque garantizan mejor que los
acuerdos bilaterales el cuidado de un bien común realmente universal y la
protección de los Estados más débiles.
175. Gracias a Dios
tantas agrupaciones y organizaciones de la sociedad civil ayudan a paliar las
debilidades de la Comunidad internacional, su falta de coordinación en
situaciones complejas, su falta de atención frente a derechos humanos
fundamentales y a situaciones muy críticas de algunos grupos. Así adquiere una
expresión concreta el principio de subsidiariedad, que garantiza la
participación y la acción de las comunidades y organizaciones de menor rango,
las que complementan la acción del Estado. Muchas veces desarrollan esfuerzos
admirables pensando en el bien común y algunos de sus miembros llegan a
realizar gestos verdaderamente heroicos que muestran de cuánta belleza todavía
es capaz nuestra humanidad.
Una caridad social y política
176. Para muchos la
política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este
hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos
políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla,
reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede
funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la
fraternidad universal y la paz social sin una buena política?[157]
La política que se necesita
177. Me permito volver a
insistir que «la política no debe someterse a la economía y esta no debe
someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia»[158].
Aunque haya que rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta de
respeto a las leyes y la ineficiencia, «no se puede justificar una economía sin
política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos
aspectos de la crisis actual»[159].
Al contrario, «necesitamos una política que piense con visión amplia, y que
lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo
interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis»[160].
Pienso en «una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas
y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias
viciosas»[161].
No se puede pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que esta asuma el
poder real del Estado.
178. Ante tantas formas
mezquinas e inmediatistas de política, recuerdo que «la grandeza política se
muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y
pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir
este deber en un proyecto de nación»[162] y
más aún en un proyecto común para la humanidad presente y futura. Pensar en los
que vendrán no sirve a los fines electorales, pero es lo que exige una justicia
auténtica, porque, como enseñaron los Obispos de Portugal, la tierra «es un
préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente»[163].
179. La sociedad mundial
tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o soluciones
rápidas meramente ocasionales. Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos
de fondo y transformaciones importantes. Sólo una sana política podría
liderarlo, convocando a los más diversos sectores y a los saberes más variados.
De esa manera, una economía integrada en un proyecto político, social, cultural
y popular que busque el bien común puede «abrir camino a oportunidades
diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de
progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos»[164].
El amor político
180. Reconocer a cada
ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que
integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para
encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier
empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque
un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros
para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra
en «el campo de la más amplia caridad, la caridad política»[165].
Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad
social[166].
Una vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima vocación,
es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común»[167].
181. Todos los
compromisos que brotan de la Doctrina Social de la Iglesia «provienen de la
caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley
(cf. Mt 22,36-40)»[168].
Esto supone reconocer que «el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo,
es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran
construir un mundo mejor»[169].
Por esa razón, el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas,
sino también en «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas
y políticas»[170].
182. Esta caridad
política supone haber desarrollado un sentido social que supera toda mentalidad
individualista: «La caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a
buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo
individualmente, sino también en la dimensión social que las une»[171].
Cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo
no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona. Pueblo y persona
son términos correlativos. Sin embargo, hoy se pretende reducir las personas a
individuos, fácilmente dominables por poderes que miran a intereses espurios.
La buena política busca caminos de construcción de comunidades en los distintos
niveles de la vida social, en orden a reequilibrar y reorientar la
globalización para evitar sus efectos disgregantes.
Amor efectivo
183. A partir del «amor
social»[172] es
posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos
sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir
un mundo nuevo[173],
porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos
eficaces de desarrollo para todos. El amor social es una «fuerza capaz de
suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para
renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones
sociales y ordenamientos jurídicos»[174].
184. La caridad está en
el corazón de toda vida social sana y abierta. Sin embargo, hoy «se afirma
fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades
morales»[175].
Es mucho más que sentimentalismo subjetivo, si es que está unida al compromiso
con la verdad, de manera que no sea «presa fácil de las emociones y las
opiniones contingentes de los sujetos»[176].
Precisamente su relación con la verdad facilita a la caridad su universalismo y
así evita ser «relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado»[177].
De otro modo, será «excluida de los proyectos y procesos para construir un
desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad»[178].
Sin la verdad, la emotividad se vacía de contenidos relacionales y sociales.
Por eso la apertura a la verdad protege a la caridad de una falsa fe que se
queda sin «su horizonte humano y universal»[179].
185. La caridad necesita
la luz de la verdad que constantemente buscamos y «esta luz es simultáneamente
la de la razón y la de la fe»[180],
sin relativismos. Esto supone también el desarrollo de las ciencias y su aporte
insustituible para encontrar los caminos concretos y más seguros para obtener
los resultados que se esperan. Porque cuando está en juego el bien de los demás
no bastan las buenas intenciones, sino lograr efectivamente lo que ellos y sus
naciones necesitan para realizarse.
La actividad del amor político
186. Hay un llamado amor
“elícito”, que son los actos que proceden directamente de la virtud de la
caridad, dirigidos a personas y a pueblos. Hay además un amor “imperado”:
aquellos actos de la caridad que impulsan a crear instituciones más sanas,
regulaciones más justas, estructuras más solidarias[181].
De ahí que sea «un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo
dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga
que padecer la miseria»[182].
Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que
se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las
condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano
a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un
puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el
político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la
caridad que ennoblece su acción política.
Los desvelos del amor
187. Esta caridad,
corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los
últimos, que está detrás de todas las acciones que se realicen a su favor[183].
Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le
lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados
en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por
lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad. Esta mirada es el núcleo del
verdadero espíritu de la política. Desde allí los caminos que se abren son
diferentes a los de un pragmatismo sin alma. Por ejemplo, «no se puede abordar
el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente
tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos. Qué
triste ver cuando detrás de supuestas obras altruistas, se reduce al otro a la
pasividad»[184]. Lo
que se necesita es que haya diversos cauces de expresión y de participación
social. La educación está al servicio de ese camino para que cada ser humano
pueda ser artífice de su destino. Aquí muestra su valor el principio de subsidiariedad,
inseparable del principio de solidaridad.
188. Esto provoca la
urgencia de resolver todo lo que atenta contra los derechos humanos
fundamentales. Los políticos están llamados a «preocuparse de la fragilidad, de
la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere
decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista
y privatista que conduce inexorablemente a la “cultura del descarte”. […]
Significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y
angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad»[185].
Así ciertamente se genera una actividad intensa, porque «hay que hacer lo que
sea para salvaguardar la condición y dignidad de la persona humana»[186].
El político es un hacedor, un constructor con grandes objetivos, con mirada
amplia, realista y pragmática, aún más allá de su propio país. Las mayores
angustias de un político no deberían ser las causadas por una caída en las
encuestas, sino por no resolver efectivamente «el fenómeno de la exclusión
social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos,
comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas,
trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas,
terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de estas
situaciones y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar
toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto
tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones
sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos»[187].
Esto se hace aprovechando con inteligencia los grandes recursos del desarrollo
tecnológico.
189. Todavía estamos
lejos de una globalización de los derechos humanos más básicos. Por eso la
política mundial no puede dejar de colocar entre sus objetivos principales e
imperiosos el de acabar eficazmente con el hambre. Porque «cuando la
especulación financiera condiciona el precio de los alimentos tratándolos como
a cualquier mercancía, millones de personas sufren y mueren de hambre. Por otra
parte, se desechan toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero
escándalo. El hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable»[188]. Mientras
muchas veces nos enfrascamos en discusiones semánticas o ideológicas,
permitimos que todavía hoy haya hermanas y hermanos que mueran de hambre o de
sed, sin un techo o sin acceso al cuidado de su salud. Junto con estas
necesidades elementales insatisfechas, la trata de personas es otra vergüenza
para la humanidad que la política internacional no debería seguir tolerando,
más allá de los discursos y las buenas intenciones. Son mínimos impostergables.
Amor que integra y reúne
190. La caridad política
se expresa también en la apertura a todos. Principalmente aquel a quien le toca
gobernar, está llamado a renuncias que hagan posible el encuentro, y busca la
confluencia al menos en algunos temas. Sabe escuchar el punto de vista del otro
facilitando que todos tengan un espacio. Con renuncias y paciencia un gobernante
puede ayudar a crear ese hermoso poliedro donde todos encuentran un lugar. En
esto no funcionan las negociaciones de tipo económico. Es algo más, es un
intercambio de ofrendas en favor del bien común. Parece una utopía ingenua,
pero no podemos renunciar a este altísimo objetivo.
191. Mientras vemos que
todo tipo de intolerancias fundamentalistas daña las relaciones entre personas,
grupos y pueblos, vivamos y enseñemos nosotros el valor del respeto, el amor
capaz de asumir toda diferencia, la prioridad de la dignidad de todo ser humano
sobre cualesquiera fuesen sus ideas, sentimientos, prácticas y aun sus pecados.
Mientras en la sociedad actual proliferan los fanatismos, las lógicas cerradas
y la fragmentación social y cultural, un buen político da el primer paso para
que resuenen las distintas voces. Es cierto que las diferencias generan
conflictos, pero la uniformidad genera asfixia y hace que nos fagocitemos
culturalmente. No nos resignemos a vivir encerrados en un fragmento de
realidad.
192. En este contexto,
quiero recordar que, junto con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, pedimos «a los
artífices de la política internacional y de la economía mundial, comprometerse
seriamente para difundir la cultura de la tolerancia, de la convivencia y de la
paz; intervenir lo antes posible para parar el derramamiento de sangre
inocente»[189].
Y cuando una determinada política siembra el odio o el miedo hacia otras
naciones en nombre del bien del propio país, es necesario preocuparse,
reaccionar a tiempo y corregir inmediatamente el rumbo.
Más fecundidad que éxitos
193. Al mismo tiempo que
desarrolla esta actividad incansable, todo político también es un ser humano.
Está llamado a vivir el amor en sus relaciones interpersonales cotidianas. Es
una persona, y necesita advertir que «el mundo moderno, por su misma perfección
técnica tiende a racionalizar, cada día más, la satisfacción de los deseos
humanos, clasificados y repartidos entre diversos servicios. Cada vez menos se
llama a un hombre por su nombre propio, cada vez menos se tratará como persona
a este ser, único en el mundo, que tiene su propio corazón, sus sufrimientos,
sus problemas, sus alegrías y su propia familia. Sólo se conocerán sus
enfermedades para curarlas, su falta de dinero para proporcionárselo, su
necesidad de casa para alojarlo, su deseo de esparcimiento y de distracciones
para organizárselas». Pero «amar al más insignificante de los seres humanos
como a un hermano, como si no hubiera más que él en el mundo, no es perder el
tiempo»[190].
194. También en la
política hay lugar para amar con ternura. «¿Qué es la ternura? Es el amor que
se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a
los ojos, a los oídos, a las manos. […] La ternura es el camino que han
recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes»[191].
En medio de la actividad política, «los más pequeños, los más débiles, los más
pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de llenarnos el alma y el corazón.
Sí, ellos son nuestros hermanos y como tales tenemos que amarlos y tratarlos»[192].
195. Esto nos ayuda a
reconocer que no siempre se trata de lograr grandes éxitos, que a veces no son
posibles. En la actividad política hay que recordar que «más allá de toda
apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra
entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya
justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y
alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de
rostros y de nombres!»[193].
Los grandes objetivos soñados en las estrategias se logran parcialmente. Más
allá de esto, quien ama y ha dejado de entender la política como una mera
búsqueda de poder «tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos
realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por
los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún
cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da
vueltas por el mundo como una fuerza de vida»[194].
196. Por otra parte, una
gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por
otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra.
La buena política une al amor la esperanza, la confianza en las reservas de
bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo. Por eso «la auténtica
vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los
protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y
cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas
energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales»[195].
197. Vista de esta
manera, la política es más noble que la apariencia, que el marketing,
que distintas formas de maquillaje mediático. Todo eso lo
único que logra sembrar es división, enemistad y un escepticismo desolador
incapaz de apelar a un proyecto común. Pensando en el futuro, algunos días las
preguntas tienen que ser: “¿Para qué? ¿Hacia dónde estoy apuntando realmente?”.
Porque, después de unos años, reflexionando sobre el propio pasado la pregunta
no será: “¿Cuántos me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una
imagen positiva de mí?”. Las preguntas, quizás dolorosas, serán: “¿Cuánto amor
puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de
la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta
paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?”.
Capítulo sexto
DIÁLOGO Y AMISTAD
SOCIAL
198. Acercarse,
expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar
puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para
encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir
para qué sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo
paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a
comunidades. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros
y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de
lo que podamos darnos cuenta.
El diálogo social hacia una nueva cultura
199. Algunos tratan de
huir de la realidad refugiándose en mundos privados, y otros la enfrentan con
violencia destructiva, pero «entre la indiferencia egoísta y la protesta
violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las
generaciones, el diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la capacidad
de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus
diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura
popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura
económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación»[196].
200. Se suele confundir
el diálogo con algo muy diferente: un febril intercambio de opiniones en
las redes sociales, muchas veces orientado por información mediática no siempre
confiable. Son sólo monólogos que proceden paralelos, quizás imponiéndose a la
atención de los demás por sus tonos altos o agresivos. Pero los monólogos no
comprometen a nadie, hasta el punto de que sus contenidos frecuentemente son
oportunistas y contradictorios.
201. La resonante
difusión de hechos y reclamos en los medios, en realidad suele cerrar las
posibilidades del diálogo, porque permite que cada uno mantenga intocables y
sin matices sus ideas, intereses y opciones con la excusa de los errores
ajenos. Prima la costumbre de descalificar rápidamente al adversario,
aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y
respetuoso, donde se busque alcanzar una síntesis superadora. Lo peor es que
este lenguaje, habitual en el contexto mediático de una campaña política, se ha
generalizado de tal manera que todos lo utilizan cotidianamente. El debate
frecuentemente es manoseado por determinados intereses que tienen mayor poder,
procurando deshonestamente inclinar la opinión pública a su favor. No me
refiero solamente al gobierno de turno, ya que este poder manipulador puede ser
económico, político, mediático, religioso o de cualquier género. A veces se lo
justifica o excusa cuando su dinámica responde a los propios intereses
económicos o ideológicos, pero tarde o temprano se vuelve en contra de esos
mismos intereses.
202. La falta de diálogo
implica que ninguno, en los distintos sectores, está preocupado por el bien
común, sino por la adquisición de los beneficios que otorga el poder, o en el
mejor de los casos, por imponer su forma de pensar. Así las conversaciones se
convertirán en meras negociaciones para que cada uno pueda rasguñar todo el
poder y los mayores beneficios posibles, no en una búsqueda conjunta que genere
bien común. Los héroes del futuro serán los que sepan romper esa lógica
enfermiza y decidan sostener con respeto una palabra cargada de verdad, más
allá de las conveniencias personales. Dios quiera que esos héroes se estén
gestando silenciosamente en el corazón de nuestra sociedad.
Construir en común
203. El auténtico
diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro
aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses
legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es deseable
que profundice y exponga su propia posición para que el debate público sea más
completo todavía. Es cierto que cuando una persona o un grupo es coherente con
lo que piensa, adhiere firmemente a valores y convicciones, y desarrolla un
pensamiento, eso de un modo o de otro beneficiará a la sociedad. Pero esto sólo
ocurre realmente en la medida en que dicho desarrollo se realice en diálogo y
apertura a los otros. Porque «en un verdadero espíritu de diálogo se alimenta
la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno
no pueda asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible ser
sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos
de contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos»[197].
La discusión pública, si verdaderamente da espacio a todos y no manipula ni
esconde información, es un permanente estímulo que permite alcanzar más
adecuadamente la verdad, o al menos expresarla mejor. Impide que los diversos
sectores se instalen cómodos y autosuficientes en su modo de ver las cosas y en
sus intereses limitados. Pensemos que «las diferencias son creativas, crean
tensión y en la resolución de una tensión está el progreso de la humanidad»[198].
204. Hoy existe la convicción de que,
además de los desarrollos científicos especializados, es necesaria la
comunicación entre disciplinas, puesto que la realidad es una, aunque pueda ser
abordada desde distintas perspectivas y con diferentes metodologías. No se debe
soslayar el riesgo de que un avance científico sea considerado el único
abordaje posible para comprender algún aspecto de la vida, de la sociedad y del
mundo. En cambio, un investigador que avanza con eficiencia en su análisis, e
igualmente está dispuesto a reconocer otras dimensiones de la realidad que él
investiga, gracias al trabajo de otras ciencias y saberes, se abre a conocer la
realidad de manera más íntegra y plena.
205. En este mundo
globalizado «los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos
más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de
unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso
serio por una vida más digna para todos. […] Pueden ayudarnos en esta tarea,
especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado
niveles de desarrollo inauditos. En particular, internet puede ofrecer mayores
posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno,
es un don de Dios»[199]. Pero
es necesario verificar constantemente que las actuales formas de comunicación
nos orienten efectivamente al encuentro generoso, a la búsqueda sincera de la
verdad íntegra, al servicio, a la cercanía con los últimos, a la tarea de construir
el bien común. Al mismo tiempo, como enseñaron los Obispos de Australia, «no
podemos aceptar un mundo digital diseñado para explotar nuestra debilidad y
sacar afuera lo peor de la gente»[200].
El fundamento de los consensos
206. El relativismo no
es la solución. Envuelto detrás de una supuesta tolerancia, termina facilitando
que los valores morales sean interpretados por los poderosos según las
conveniencias del momento. Si en definitiva «no hay verdades objetivas ni
principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las
necesidades inmediatas […] no podemos pensar que los proyectos políticos o la
fuerza de la ley serán suficientes. […] Cuando es la cultura la que se corrompe
y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente
válidos, las leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos
a evitar»[201].
207. ¿Es posible prestar
atención a la verdad, buscar la verdad que responde a nuestra realidad más
honda? ¿Qué es la ley sin la convicción alcanzada tras un largo camino de
reflexión y de sabiduría, de que cada ser humano es sagrado e inviolable? Para
que una sociedad tenga futuro es necesario que haya asumido un sentido respeto hacia
la verdad de la dignidad humana, a la que nos sometemos. Entonces no se evitará
matar a alguien sólo para evitar el escarnio social y el peso de la ley, sino
por convicción. Es una verdad irrenunciable que reconocemos con la razón y
aceptamos con la conciencia. Una sociedad es noble y respetable también por su
cultivo de la búsqueda de la verdad y por su apego a las verdades más
fundamentales.
208. Hay que
acostumbrarse a desenmascarar las diversas maneras de manoseo, desfiguración y
ocultamiento de la verdad en los ámbitos públicos y privados. Lo que llamamos
“verdad” no es sólo la difusión de hechos que realiza el periodismo. Es ante
todo la búsqueda de los fundamentos más sólidos que están detrás de nuestras
opciones y también de nuestras leyes. Esto supone aceptar que la inteligencia
humana puede ir más allá de las conveniencias del momento y captar algunas
verdades que no cambian, que eran verdad antes de nosotros y lo serán siempre.
Indagando la naturaleza humana, la razón descubre valores que son universales,
porque derivan de ella.
209. De otro modo, ¿no
podría suceder quizás que los derechos humanos fundamentales, hoy considerados
infranqueables, sean negados por los poderosos de turno, luego de haber logrado
el “consenso” de una población adormecida y amedrentada? Tampoco sería
suficiente un mero consenso entre los distintos pueblos, igualmente
manipulable. Ya tenemos pruebas de sobra de todo el bien que somos capaces de
realizar, pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer la capacidad
de destrucción que hay en nosotros. El individualismo indiferente y despiadado
en el que hemos caído, ¿no es también resultado de la pereza para buscar los
valores más altos, que vayan más allá de las necesidades circunstanciales? Al
relativismo se suma el riesgo de que el poderoso o el más hábil termine
imponiendo una supuesta verdad. En cambio, «ante las normas morales que
prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay
ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el último de los miserables
de la tierra: ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales»[202].
210. Lo que nos ocurre
hoy, y nos arrastra en una lógica perversa y vacía, es que hay una asimilación
de la ética y de la política a la física. No existen el bien y el mal en sí,
sino solamente un cálculo de ventajas y desventajas. El desplazamiento de la razón
moral trae como consecuencia que el derecho no puede referirse a una concepción
fundamental de justicia, sino que se convierte en el espejo de las ideas
dominantes. Entramos aquí en una degradación: ir “nivelando hacia abajo” por
medio de un consenso superficial y negociador. Así, en definitiva, la lógica de
la fuerza triunfa.
El consenso y la verdad
211. En una sociedad
pluralista, el diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer
aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más allá del
consenso circunstancial. Hablamos de un diálogo que necesita ser enriquecido e
iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de perspectivas,
por aportes de diversos saberes y puntos de vista, y que no excluye la
convicción de que es posible llegar a algunas verdades elementales que deben y
deberán ser siempre sostenidas. Aceptar que hay algunos valores permanentes,
aunque no siempre sea fácil reconocerlos, otorga solidez y estabilidad a una
ética social. Aun cuando los hayamos reconocido y asumido gracias al diálogo y
al consenso, vemos que esos valores básicos están más allá de todo consenso,
los reconocemos como valores trascendentes a nuestros contextos y nunca
negociables. Podrá crecer nuestra comprensión de su significado y alcance —y en
ese sentido el consenso es algo dinámico—, pero en sí mismos son apreciados
como estables por su sentido intrínseco.
212. Si algo es siempre
conveniente para el buen funcionamiento de la sociedad, ¿no es porque detrás de
eso hay una verdad permanente, que la inteligencia puede captar? En la realidad
misma del ser humano y de la sociedad, en su naturaleza íntima, hay una serie
de estructuras básicas que sostienen su desarrollo y su supervivencia. De allí
se derivan determinadas exigencias que pueden ser descubiertas gracias al
diálogo, si bien no son estrictamente fabricadas por el consenso. El hecho de
que ciertas normas sean indispensables para la misma vida social es un indicio
externo de que son algo bueno en sí mismo. Por consiguiente, no es necesario
contraponer la conveniencia social, el consenso y la realidad de una verdad
objetiva. Estas tres pueden unirse armoniosamente cuando, a través del diálogo,
las personas se atreven a llegar hasta el fondo de una cuestión.
213. Si hay que respetar
en toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no inventamos o
suponemos la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente en ellos un
valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, y que exige que se
les trate de otra manera. Que todo ser humano posee una dignidad inalienable es
una verdad que responde a la naturaleza humana más allá de cualquier cambio
cultural. Por eso el ser humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier
época de la historia y nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a
negar esta convicción o a no obrar en consecuencia. La inteligencia puede
entonces escrutar en la realidad de las cosas, a través de la reflexión, de la
experiencia y del diálogo, para reconocer en esa realidad que la trasciende la
base de ciertas exigencias morales universales.
214. A los agnósticos,
este fundamento podrá parecerles suficiente para otorgar una firme y estable
validez universal a los principios éticos básicos y no negociables, que pueda
impedir nuevas catástrofes. Para los creyentes, esa naturaleza humana, fuente
de principios éticos, ha sido creada por Dios, quien, en definitiva, otorga un
fundamento sólido a esos principios[203].
Esto no establece un fijismo ético ni da lugar a la imposición de algún sistema
moral, puesto que los principios morales elementales y universalmente válidos
pueden dar lugar a diversas normativas prácticas. Por eso deja siempre un lugar
para el diálogo.
Una nueva cultura
215. «La vida es el arte
del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida»[204].
Reiteradas veces he invitado a desarrollar una cultura del encuentro, que vaya
más allá de las dialécticas que enfrentan. Es un estilo de vida tendiente a
conformar ese poliedro que tiene muchas facetas, muchísimos lados, pero todos
formando una unidad cargada de matices, ya que «el todo es superior a la parte»[205].
El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven
complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto
implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo,
nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las
periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la
realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las
decisiones más definitorias.
El encuentro hecho cultura
216. La palabra
“cultura” indica algo que ha penetrado en el pueblo, en sus convicciones más
entrañables y en su estilo de vida. Si hablamos de una “cultura” en el pueblo,
eso es más que una idea o una abstracción. Incluye las ganas, el entusiasmo y
finalmente una forma de vivir que caracteriza a ese conjunto humano. Entonces,
hablar de “cultura del encuentro” significa que como pueblo nos apasiona
intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo
que incluya a todos. Esto se ha convertido en deseo y en estilo de vida. El
sujeto de esta cultura es el pueblo, no un sector de la sociedad que busca
pacificar al resto con recursos profesionales y mediáticos.
217. La paz social es
trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las diferencias
con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil,
no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga. Integrar a los
diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real
y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque «aun las
personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar
que no debe perderse»[206].
Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o
evitando que hagan lío, ya que no es «un consenso de escritorio o una efímera
paz para una minoría feliz»[207].
Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos
que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros
hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!
El gusto de reconocer al otro
218. Esto implica el
hábito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente. A
partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la gestación de un
pacto social. Sin ese reconocimiento surgen maneras sutiles de
buscar que el otro pierda todo significado, que se vuelva irrelevante, que no
se le reconozca algún valor en la sociedad. Detrás del rechazo de determinadas
formas visibles de violencia, suele esconderse otra violencia más solapada: la
de quienes desprecian al diferente, sobre todo cuando sus reclamos perjudican
de algún modo los propios intereses.
219. Cuando un sector de
la sociedad pretende disfrutar de todo lo que ofrece el mundo, como si los
pobres no existieran, eso en algún momento tiene sus consecuencias. Ignorar la
existencia y los derechos de los otros, tarde o temprano provoca alguna forma
de violencia, muchas veces inesperada. Los sueños de la libertad, la igualdad y
la fraternidad pueden quedar en el nivel de las meras formalidades, porque no
son efectivamente para todos. Por lo tanto, no se trata solamente de buscar un
encuentro entre los que detentan diversas formas de poder económico, político o
académico. Un encuentro social real pone en verdadero diálogo las grandes
formas culturales que representan a la mayoría de la población. Con frecuencia
las buenas propuestas no son asumidas por los sectores más empobrecidos porque
se presentan con un ropaje cultural que no es el de ellos y con el que no
pueden sentirse identificados. Por consiguiente, un pacto social realista e
inclusivo debe ser también un “pacto cultural”, que respete y asuma las
diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la
sociedad.
220. Por ejemplo, los
pueblos originarios no están en contra del progreso, si bien tienen una idea de
progreso diferente, muchas veces más humanista que la de la cultura moderna de
los desarrollados. No es una cultura orientada al beneficio de los que tienen
poder, de los que necesitan crear una especie de paraíso eterno en la tierra.
La intolerancia y el desprecio ante las culturas populares indígenas es una
verdadera forma de violencia, propia de los “eticistas” sin bondad que viven
juzgando a los demás. Pero ningún cambio auténtico, profundo y estable es
posible si no se realiza a partir de las diversas culturas, principalmente de
los pobres. Un pacto cultural supone renunciar a entender la identidad de un
lugar de manera monolítica, y exige respetar la diversidad ofreciéndole caminos
de promoción y de integración social.
221. Este pacto también
implica aceptar la posibilidad de ceder algo por el bien común. Ninguno podrá
tener toda la verdad ni satisfacer la totalidad de sus deseos, porque esa
pretensión llevaría a querer destruir al otro negándole sus derechos. La
búsqueda de una falsa tolerancia tiene que ceder paso al realismo dialogante,
de quien cree que debe ser fiel a sus principios, pero reconociendo que el otro
también tiene el derecho de tratar de ser fiel a los suyos. Es el auténtico
reconocimiento del otro, que sólo el amor hace posible, y que significa
colocarse en el lugar del otro para descubrir qué hay de auténtico, o al menos
de comprensible, en medio de sus motivaciones e intereses.
Recuperar la amabilidad
222. El individualismo
consumista provoca mucho atropello. Los demás se convierten en meros obstáculos
para la propia tranquilidad placentera. Entonces se los termina tratando como
molestias y la agresividad crece. Esto se acentúa y llega a niveles
exasperantes en épocas de crisis, en situaciones catastróficas, en momentos
difíciles donde sale a plena luz el espíritu del “sálvese quien pueda”. Sin
embargo, todavía es posible optar por el cultivo de la amabilidad. Hay personas
que lo hacen y se convierten en estrellas en medio de la oscuridad.
223. San Pablo
mencionaba un fruto del Espíritu Santo con la palabra griega jrestótes (Ga 5,22),
que expresa un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable,
suave, que sostiene y conforta. La persona que tiene esta cualidad ayuda a los
demás a que su existencia sea más soportable, sobre todo cuando cargan con el
peso de sus problemas, urgencias y angustias. Es una manera de tratar a otros
que se manifiesta de diversas formas: como amabilidad en el trato, como un
cuidado para no herir con las palabras o gestos, como un intento de aliviar el
peso de los demás. Implica «decir palabras de aliento, que reconfortan, que
fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan,
que entristecen, que irritan, que desprecian»[208].
224. La amabilidad es
una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la
ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que
ignora que los otros también tienen derecho a ser felices. Hoy no suele haber
ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a
decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Pero de vez en cuando aparece el milagro
de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para
prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que
estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta
indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia
sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El cultivo de la
amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto
que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad
transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo
de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre
caminos donde la exasperación destruye todos los puentes.
Capítulo séptimo
CAMINOS DE
REENCUENTRO
225. En muchos lugares
del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se
necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de
reencuentro con ingenio y audacia.
Recomenzar desde la verdad
226. Reencuentro no
significa volver a un momento anterior a los conflictos. Con el tiempo todos
hemos cambiado. El dolor y los enfrentamientos nos han transformado. Además, ya
no hay lugar para diplomacias vacías, para disimulos, para dobles discursos,
para ocultamientos, para buenos modales que esconden la realidad. Los que han
estado duramente enfrentados conversan desde la verdad, clara y desnuda. Les
hace falta aprender a cultivar una memoria penitencial, capaz de asumir el
pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o
proyecciones. Sólo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el
esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar una
nueva síntesis para el bien de todos. La realidad es que «el proceso de paz es
un compromiso constante en el tiempo. Es un trabajo paciente que busca la
verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso
a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza»[209].
Como dijeron los Obispos del Congo con respecto a un conflicto que se repite,
«los acuerdos de paz en los papeles nunca serán suficientes. Será necesario ir
más lejos, integrando la exigencia de verdad sobre los orígenes de esta crisis
recurrente. El pueblo tiene el derecho de saber qué pasó»[210].
227. En efecto, «la
verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las
tres juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de
ellas impide que las otras sean alteradas. […] La verdad no debe, de hecho,
conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón. Verdad
es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus
parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad
reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las
mujeres víctimas de violencia y de abusos. […] Cada violencia cometida contra
un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta
nos disminuye como personas. […] La violencia engendra violencia, el odio
engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se
presenta como ineludible»[211].
La arquitectura y la artesanía de la paz
228. El camino hacia la
paz no implica homogeneizar la sociedad, pero sí nos permite trabajar juntos.
Puede unir a muchos en pos de búsquedas comunes donde todos ganan. Frente a un
determinado objetivo común, se podrán aportar diferentes propuestas técnicas,
distintas experiencias, y trabajar por el bien común. Es necesario tratar de
identificar bien los problemas que atraviesa una sociedad para aceptar que
existen diferentes maneras de mirar las dificultades y de resolverlas. El
camino hacia una mejor convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de
que el otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda
ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal. Porque «nunca
se debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser
considerado por la promesa que lleva dentro de él»[212],
promesa que deja siempre un resquicio de esperanza.
229. Como enseñaron los
Obispos de Sudáfrica, la verdadera reconciliación se alcanza de manera
proactiva, «formando una nueva sociedad basada en el servicio a los demás, más
que en el deseo de dominar; una sociedad basada en compartir con otros lo que
uno posee, más que en la lucha egoísta de cada uno por la mayor riqueza
posible; una sociedad en la que el valor de estar juntos como seres humanos es
definitivamente más importante que cualquier grupo menor, sea este la familia,
la nación, la raza o la cultura»[213].
Los Obispos de Corea del Sur señalaron que una verdadera paz «sólo puede
lograrse cuando luchamos por la justicia a través del diálogo, persiguiendo la
reconciliación y el desarrollo mutuo»[214].
230. El esfuerzo duro
por superar lo que nos divide sin perder la identidad de cada uno, supone que
en todos permanezca vivo un básico sentimiento de pertenencia. Porque «nuestra
sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social, se siente verdaderamente
de casa. En una familia, los padres, los abuelos, los hijos son de casa;
ninguno está excluido. Si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la
haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos.
[…] En las familias todos contribuyen al proyecto común, todos trabajan por el
bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo sostienen, lo
promueven. Se pelean, pero hay algo que no se mueve: ese lazo familiar. Las
peleas de familia son reconciliaciones después. Las alegrías y las penas de
cada uno son asumidas por todos. ¡Eso sí es ser familia! Si pudiéramos lograr
ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos ojos que a los
hijos, esposas, esposos, padres o madres, qué bueno sería. ¿Amamos nuestra
sociedad o sigue siendo algo lejano, algo anónimo, que no nos involucra, no nos
mete, no nos compromete?»[215].
231. Muchas veces es muy
necesario negociar y así desarrollar cauces concretos para la paz. Pero los
procesos efectivos de una paz duradera son ante todo transformaciones
artesanales obradas por los pueblos, donde cada ser humano puede ser un
fermento eficaz con su estilo de vida cotidiana. Las grandes transformaciones
no son fabricadas en escritorios o despachos. Entonces «cada uno juega un papel
fundamental en un único proyecto creador, para escribir una nueva página de la
historia, una página llena de esperanza, llena de paz, llena de reconciliación»[216].
Hay una “arquitectura” de la paz, donde intervienen las diversas instituciones
de la sociedad, cada una desde su competencia, pero hay también una “artesanía”
de la paz que nos involucra a todos. A partir de diversos procesos de paz que
se desarrollaron en distintos lugares del mundo «hemos aprendido que estos
caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada
armonía entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la
gente. No se alcanzan con el diseño de marcos normativos y arreglos
institucionales entre grupos políticos o económicos de buena voluntad. […]
Además, siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia
de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean
precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria
colectiva»[217].
232. No hay punto final
en la construcción de la paz social de un país, sino que es «una tarea que no
da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en
el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los
obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la
convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del
encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y
económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien
común. Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y
búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo»[218].
Las manifestaciones públicas violentas, de un lado o de otro, no ayudan a
encontrar caminos de salida. Sobre todo porque, como bien han señalado los
Obispos de Colombia, cuando se alientan «movilizaciones ciudadanas no siempre
aparecen claros sus orígenes y objetivos, hay ciertas formas de manipulación
política y se han percibido apropiaciones a favor de intereses particulares»[219].
Sobre todo con los últimos
233. La procura de la
amistad social no implica solamente el acercamiento entre grupos sociales
distanciados a partir de algún período conflictivo de la historia, sino también
la búsqueda de un reencuentro con los sectores más empobrecidos y vulnerables.
La paz «no sólo es ausencia de guerra sino el compromiso incansable
—especialmente de aquellos que ocupamos un cargo de más amplia responsabilidad—
de reconocer, garantizar y reconstruir concretamente la dignidad tantas veces
olvidada o ignorada de hermanos nuestros, para que puedan sentirse los principales
protagonistas del destino de su nación»[220].
234. Frecuentemente se
ha ofendido a los últimos de la sociedad con generalizaciones injustas. Si a
veces los más pobres y los descartados reaccionan con actitudes que parecen
antisociales, es importante entender que muchas veces esas reacciones tienen
que ver con una historia de menosprecio y de falta de inclusión social. Como
enseñaron los Obispos latinoamericanos, «sólo la cercanía que nos hace amigos
nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres de hoy, sus
legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los pobres
debe conducirnos a la amistad con los pobres»[221].
235. Quienes pretenden
pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de un
desarrollo humano integral no permiten generar paz. En efecto, «sin igualdad de
oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo
de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad
—local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no
habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan
asegurar indefinidamente la tranquilidad»[222].
Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos.
El valor y el sentido del perdón
236. Algunos prefieren
no hablar de reconciliación porque entienden que el conflicto, la violencia y
las rupturas son parte del funcionamiento normal de una sociedad. De hecho, en
cualquier grupo humano hay luchas de poder más o menos sutiles entre distintos
sectores. Otros sostienen que dar lugar al perdón es ceder el propio espacio
para que otros dominen la situación. Por eso, consideran que es mejor mantener
un juego de poder que permita sostener un equilibrio de fuerzas entre los
distintos grupos. Otros creen que la reconciliación es cosa de débiles, que no
son capaces de un diálogo hasta el fondo, y por eso optan por escapar de los
problemas disimulando las injusticias. Incapaces de enfrentar los problemas,
eligen una paz aparente.
El conflicto inevitable
237. El perdón y la
reconciliación son temas fuertemente acentuados en el cristianismo y, de
diversas formas, en otras religiones. El riesgo está en no comprender
adecuadamente las convicciones creyentes y presentarlas de tal modo que
terminen alimentando el fatalismo, la inercia o la injusticia, o por otro lado
la intolerancia y la violencia.
238. Jesucristo nunca
invitó a fomentar la violencia o la intolerancia. Él mismo condenaba
abiertamente el uso de la fuerza para imponerse a los demás: «Ustedes saben que
los jefes de las naciones las someten y los poderosos las dominan. Entre
ustedes no debe ser así» (Mt 20,25-26). Por otra parte, el
Evangelio pide perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) y pone el
ejemplo del servidor despiadado, que fue perdonado pero él a su vez no fue
capaz de perdonar a otros (cf. Mt 18,23-35).
239. Si leemos otros
textos del Nuevo Testamento, podemos advertir que de hecho las comunidades
primitivas, inmersas en un mundo pagano desbordado de corrupción y
desviaciones, vivían un sentido de paciencia, tolerancia, comprensión. Algunos
textos son muy claros al respecto: se invita a reprender a los adversarios con
dulzura (cf. 2 Tm 2,25). O se exhorta: «Que no injurien a
nadie ni sean agresivos, sino amables, demostrando una gran humildad con todo
el mundo. Porque nosotros también antes […] éramos detestables» (Tt 3,2-3).
El libro de los Hechos de los Apóstoles afirma que los discípulos, perseguidos
por algunas autoridades, «gozaban de la estima de todo el pueblo» (2,47; cf.
4,21.33; 5,13).
240. Sin embargo, cuando
reflexionamos acerca del perdón, de la paz y de la concordia social, nos
encontramos con una expresión de Jesucristo que nos sorprende: «No piensen que
vine a traer paz a la tierra. ¡No vine a traer paz, sino espada! Vine a
enfrentar al hijo contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra
su suegra y así, los enemigos de cada uno serán los de su familia» (Mt 10,34-36).
Es importante situarla en el contexto del capítulo donde está inserta. Allí
queda claro que el tema del que se está hablando es el de la fidelidad a la
propia opción, sin avergonzarse, aunque eso acarree contrariedades, y aunque
los seres queridos se opongan a dicha opción. Por lo tanto, dichas palabras no
invitan a buscar conflictos, sino simplemente a soportar el conflicto inevitable,
para que el respeto humano no lleve a faltar a la fidelidad en pos de una
supuesta paz familiar o social. San Juan Pablo II ha dicho que la Iglesia «no
pretende condenar todas y cada una de las formas de conflictividad social. La
Iglesia sabe muy bien que, a lo largo de la historia, surgen inevitablemente
los conflictos de intereses entre diversos grupos sociales y que frente a ellos
el cristiano no pocas veces debe pronunciarse con coherencia y decisión»[223].
Las luchas legítimas y el perdón
241. No se trata de
proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso
corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos
llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir
que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable.
Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir,
es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano.
Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la
de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño. Quien sufre la
injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos y los de su familia
precisamente porque debe preservar la dignidad que se le ha dado, una dignidad
que Dios ama. Si un delincuente me ha hecho daño a mí o a un ser querido, nadie
me prohíbe que exija justicia y que me preocupe para que esa persona —o
cualquier otra— no vuelva a dañarme ni haga el mismo daño a otros. Corresponde
que lo haga, y el perdón no sólo no anula esa necesidad sino que la reclama.
242. La clave está en no
hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma personal y el alma de
nuestro pueblo, o por una necesidad enfermiza de destruir al otro que desata
una carrera de venganza. Nadie alcanza la paz interior ni se reconcilia con la
vida de esa manera. La verdad es que «ninguna familia, ningún grupo de vecinos
o una etnia, menos un país, tiene futuro si el motor que los une, convoca y
tapa las diferencias es la venganza y el odio. No podemos ponernos de acuerdo y
unirnos para vengarnos, para hacerle al que fue violento lo mismo que él nos
hizo, para planificar ocasiones de desquite bajo formatos aparentemente
legales»[224].
Así no se gana nada y a la larga se pierde todo.
243. Es cierto que «no
es tarea fácil superar el amargo legado de injusticias, hostilidad y
desconfianza que dejó el conflicto. Esto sólo se puede conseguir venciendo el
mal con el bien (cf. Rm 12,21) y mediante el cultivo de las
virtudes que favorecen la reconciliación, la solidaridad y la paz»[225].
De ese modo, «quien cultiva la bondad en su interior recibe a cambio una
conciencia tranquila, una alegría profunda aun en medio de las dificultades y
de las incomprensiones. Incluso ante las ofensas recibidas, la bondad no es
debilidad, sino auténtica fuerza, capaz de renunciar a la venganza»[226].
Es necesario reconocer en la propia vida que «también ese duro juicio que
albergo en mi corazón contra mi hermano o mi hermana, esa herida no curada, ese
mal no perdonado, ese rencor que sólo me hará daño, es un pedazo de guerra que
llevo dentro, es un fuego en el corazón, que hay que apagar para que no se convierta
en un incendio»[227].
La verdadera superación
244. Cuando los
conflictos no se resuelven sino que se esconden o se entierran en el pasado,
hay silencios que pueden significar volverse cómplices de graves errores y
pecados. Pero la verdadera reconciliación no escapa del conflicto sino que se
logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la
negociación transparente, sincera y paciente. La lucha entre diversos sectores
«siempre que se abstenga de enemistades y de odio mutuo, insensiblemente se
convierte en una honesta discusión, fundada en el amor a la justicia»[228].
245. Reiteradas veces
propuse «un principio que es indispensable para construir la amistad social: la
unidad es superior al conflicto. […] No es apostar por un sincretismo ni por la
absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que
conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna»[229]. Sabemos
bien que «cada vez que las personas y las comunidades aprendemos a apuntar más
alto de nosotros mismos y de nuestros intereses particulares, la comprensión y
el compromiso mutuo se transforman […] en un ámbito donde los conflictos, las
tensiones e incluso los que se podrían haber considerado opuestos en el pasado,
pueden alcanzar una unidad multiforme que engendra nueva vida»[230].
La memoria
246. A quien sufrió
mucho de manera injusta y cruel, no se le debe exigir una especie de “perdón
social”. La reconciliación es un hecho personal, y nadie puede imponerla al
conjunto de una sociedad, aun cuando deba promoverla. En el ámbito
estrictamente personal, con una decisión libre y generosa, alguien puede
renunciar a exigir un castigo (cf. Mt 5,44-46), aunque la
sociedad y su justicia legítimamente lo busquen. Pero no es posible decretar
una “reconciliación general”, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o
cubrir las injusticias con un manto de olvido. ¿Quién se puede arrogar el
derecho de perdonar en nombre de los demás? Es conmovedor ver la capacidad de
perdón de algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido, pero
también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo. En todo caso, lo que
jamás se debe proponer es el olvido.
247. La Shoah no
debe ser olvidada. Es el «símbolo de hasta dónde puede llegar la maldad del
hombre cuando, alimentada por falsas ideologías, se olvida de la dignidad
fundamental de la persona, que merece respeto absoluto independientemente del
pueblo al que pertenezca o la religión que profese»[231].
Al recordarla, no puedo menos que repetir esta oración: «Acuérdate de nosotros
en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres,
hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de
haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro,
que tú vivificaste con tu aliento de vida. ¡Nunca más, Señor, nunca más!»[232].
248. No deben olvidarse
los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki. Una vez más «hago memoria aquí
de todas las víctimas, me inclino ante la fuerza y la dignidad de aquellos que,
habiendo sobrevivido a esos primeros momentos, han soportado en sus cuerpos
durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes
de la muerte que seguían consumiendo su energía vital. […] No podemos permitir
que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa
memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más
fraterno»[233].
Tampoco deben olvidarse las persecuciones, el tráfico de esclavos y las
matanzas étnicas que ocurrieron y ocurren en diversos países, y tantos otros
hechos históricos que nos avergüenzan de ser humanos. Deben ser recordados
siempre, una y otra vez, sin cansarnos ni anestesiarnos.
249. Es fácil hoy caer
en la tentación de dar vuelta la página diciendo que ya hace mucho tiempo que
sucedió y que hay que mirar hacia adelante. ¡No, por Dios! Nunca se avanza sin
memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa. Necesitamos
mantener «viva la llama de la conciencia colectiva, testificando a las
generaciones venideras el horror de lo que sucedió» que «despierta y preserva
de esta manera el recuerdo de las víctimas, para que la conciencia humana se
fortalezca cada vez más contra todo deseo de dominación y destrucción»[234].
Lo necesitan las mismas víctimas —personas, grupos sociales o naciones—
para no ceder a la lógica que lleva a justificar las represalias y cualquier
tipo de violencia en nombre del enorme mal que han sufrido. Por esto, no me
refiero sólo a la memoria de los horrores, sino también al recuerdo de quienes,
en medio de un contexto envenenado y corrupto fueron capaces de recuperar la
dignidad y con pequeños o grandes gestos optaron por la solidaridad, el perdón,
la fraternidad. Es muy sano hacer memoria del bien.
Perdón sin olvidos
250. El perdón no
implica olvido. Decimos más bien que cuando hay algo que de ninguna manera
puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo, podemos perdonar.
Cuando hay algo que jamás debe ser tolerado, justificado o excusado, sin
embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que por ninguna razón debemos
permitirnos olvidar, sin embargo, podemos perdonar. El perdón libre y sincero
es una grandeza que refleja la inmensidad del perdón divino. Si el perdón es
gratuito, entonces puede perdonarse aun a quien se resiste al arrepentimiento y
es incapaz de pedir perdón.
251. Los que perdonan de
verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza
destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso, frenan el avance
de las fuerzas de la destrucción. Deciden no seguir inoculando en la sociedad
la energía de la venganza que tarde o temprano termina recayendo una vez más
sobre ellos mismos. Porque la venganza nunca sacia verdaderamente la
insatisfacción de las víctimas. Hay crímenes tan horrendos y crueles, que hacer
sufrir a quien los cometió no sirve para sentir que se ha reparado el daño; ni
siquiera bastaría matar al criminal, ni se podrían encontrar torturas que se
equiparen a lo que pudo haber sufrido la víctima. La venganza no resuelve nada.
252. Tampoco estamos
hablando de impunidad. Pero la justicia sólo se busca adecuadamente por amor a
la justicia misma, por respeto a las víctimas, para prevenir nuevos crímenes y
en orden a preservar el bien común, no como una supuesta descarga de la propia
ira. El perdón es precisamente lo que permite buscar la justicia sin caer en el
círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido.
253. Cuando hubo
injusticias mutuas, cabe reconocer con claridad que pueden no haber tenido la
misma gravedad o que no sean comparables. La violencia ejercida desde las
estructuras y el poder del Estado no está en el mismo nivel de la violencia de
grupos particulares. De todos modos, no se puede pretender que sólo se
recuerden los sufrimientos injustos de una sola de las partes. Como enseñaron
los Obispos de Croacia, «nosotros debemos a toda víctima inocente el mismo
respeto. No puede haber aquí diferencias raciales, confesionales, nacionales o
políticas»[235].
254. Pido a Dios «que
prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más allá de las
diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con
el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las
incomprensiones, de las controversias; la gracia de enviarnos, con humildad y
mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la
paz»[236].
La guerra y la pena de muerte
255. Hay dos situaciones
extremas que pueden llegar a presentarse como soluciones en circunstancias
particularmente dramáticas, sin advertir que son falsas respuestas, que no
resuelven los problemas que pretenden superar y que en definitiva no hacen más
que agregar nuevos factores de destrucción en el tejido de la sociedad nacional
y universal. Se trata de la guerra y de la pena de muerte.
La injusticia de la guerra
256. «En el que trama el
mal sólo hay engaño, pero en los que promueven la paz hay alegría» (Pr 12,20).
Sin embargo hay quienes buscan soluciones en la guerra, que frecuentemente «se
nutre de la perversión de las relaciones, de ambiciones hegemónicas, de abusos
de poder, del miedo al otro y a la diferencia vista como un obstáculo»[237]. La
guerra no es un fantasma del pasado, sino que se ha convertido en una amenaza
constante. El mundo está encontrando cada vez más dificultad en el lento camino
de la paz que había emprendido y que comenzaba a dar algunos frutos.
257. Puesto que se están
creando nuevamente las condiciones para la proliferación de guerras, recuerdo
que «la guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al
ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se
debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las
naciones y los pueblos. Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado
del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y
al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas,
verdadera norma jurídica fundamental»[238].
Quiero destacar que los 75 años de las Naciones Unidas y la experiencia de los
primeros 20 años de este milenio, muestran que la plena aplicación de las
normas internacionales es realmente eficaz, y que su incumplimiento es nocivo.
La Carta de las Naciones Unidas, respetada y aplicada con
transparencia y sinceridad, es un punto de referencia obligatorio de justicia y
un cauce de paz. Pero esto supone no disfrazar intenciones espurias ni colocar
los intereses particulares de un país o grupo por encima del bien común mundial.
Si la norma es considerada un instrumento al que se acude cuando resulta
favorable y que se elude cuando no lo es, se desatan fuerzas incontrolables que
hacen un gran daño a las sociedades, a los más débiles, a la fraternidad, al
medio ambiente y a los bienes culturales, con pérdidas irrecuperables para la
comunidad global.
258. Así es como
fácilmente se opta por la guerra detrás de todo tipo de excusas supuestamente
humanitarias, defensivas o preventivas, acudiendo incluso a la manipulación de
la información. De hecho, en las últimas décadas todas las guerras han sido
pretendidamente “justificadas”. El Catecismo de la Iglesia Católica habla
de la posibilidad de una legítima defensa mediante la fuerza
militar, que supone demostrar que se den algunas «condiciones rigurosas de
legitimidad moral»[239].
Pero fácilmente se cae en una interpretación demasiado amplia de este posible
derecho. Así se quieren justificar indebidamente aun ataques “preventivos” o
acciones bélicas que difícilmente no entrañen «males y desórdenes más graves
que el mal que se pretende eliminar»[240].
La cuestión es que, a partir del desarrollo de las armas nucleares, químicas y
biológicas, y de las enormes y crecientes posibilidades que brindan las nuevas
tecnologías, se dio a la guerra un poder destructivo fuera de control que
afecta a muchos civiles inocentes. Es verdad que «nunca la humanidad tuvo tanto
poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien»[241]. Entonces
ya no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos
probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le
atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios
racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”.
¡Nunca más la guerra![242]
259. Es importante
agregar que, con el desarrollo de la globalización, lo que puede aparecer como
una solución inmediata o práctica para un lugar de la tierra, desata una cadena
de factores violentos muchas veces subterráneos que termina afectando a todo el
planeta y abriendo camino a nuevas y peores guerras futuras. En nuestro mundo
ya no hay sólo “pedazos” de guerra en un país o en otro, sino que se vive una
“guerra mundial a pedazos”, porque los destinos de los países están fuertemente
conectados entre ellos en el escenario mundial.
260. Como decía san Juan
XXIII, «resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para
resarcir el derecho violado»[243].
Lo afirmaba en un período de fuerte tensión internacional, y así expresó el
gran anhelo de paz que se difundía en los tiempos de la guerra fría. Reforzó la
convicción de que las razones de la paz son más fuertes que todo cálculo de
intereses particulares y que toda confianza en el uso de las armas. Pero no se
aprovecharon adecuadamente las ocasiones que ofrecía el final de la guerra fría
por la falta de una visión de futuro y de una conciencia compartida sobre
nuestro destino común. En cambio, se cedió a la búsqueda de intereses
particulares sin hacerse cargo del bien común universal. Así volvió a abrirse
camino el engañoso espanto de la guerra.
261. Toda guerra deja al
mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política
y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las
fuerzas del mal. No nos quedemos en discusiones teóricas, tomemos contacto con
las heridas, toquemos la carne de los perjudicados. Volvamos a contemplar a
tantos civiles masacrados como “daños colaterales”. Preguntemos a las víctimas.
Prestemos atención a los prófugos, a los que sufrieron la radiación atómica o
los ataques químicos, a las mujeres que perdieron sus hijos, a los niños
mutilados o privados de su infancia. Prestemos atención a la verdad de esas
víctimas de la violencia, miremos la realidad desde sus ojos y escuchemos sus
relatos con el corazón abierto. Así podremos reconocer el abismo del mal en el
corazón de la guerra y no nos perturbará que nos traten de ingenuos por elegir
la paz.
262. Las normas tampoco
serán suficientes si se piensa que la solución a los problemas actuales está en
disuadir a otros a través del miedo, amenazando con el uso de armas nucleares,
químicas o biológicas. Porque «si se tienen en cuenta las principales amenazas
a la paz y a la seguridad con sus múltiples dimensiones en este mundo
multipolar del siglo XXI, tales como, por ejemplo, el terrorismo, los
conflictos asimétricos, la seguridad informática, los problemas ambientales, la
pobreza, surgen no pocas dudas acerca de la inadecuación de la disuasión
nuclear para responder eficazmente a estos retos. Estas preocupaciones son aún
más consistentes si tenemos en cuenta las catastróficas consecuencias
humanitarias y ambientales derivadas de cualquier uso de las armas nucleares
con devastadores efectos indiscriminados e incontrolables en el tiempo y el
espacio. […] Debemos preguntarnos cuánto sea sostenible un equilibrio basado en
el miedo, cuando en realidad tiende a aumentarlo y a socavar las relaciones de
confianza entre los pueblos. La paz y la estabilidad internacional no pueden
basarse en una falsa sensación de seguridad, en la amenaza de la destrucción
mutua o de la aniquilación total, en el simple mantenimiento de un equilibrio
de poder. […] En este contexto, el objetivo último de la eliminación total de
las armas nucleares se convierte tanto en un desafío como en un imperativo
moral y humanitario. […] El aumento de la interdependencia y la globalización
comportan que cualquier respuesta que demos a la amenaza de las armas
nucleares, deba ser colectiva y concertada, basada en la confianza mutua. Esta
última se puede construir sólo a través de un diálogo que esté sinceramente
orientado hacia el bien común y no hacia la protección de intereses encubiertos
o particulares»[244].
Y con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, constituyamos un
Fondo mundial[245], para
acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres,
de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni
necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna.
La pena de muerte
263. Hay otra manera de
hacer desaparecer al otro, que no se dirige a países sino a personas. Es la pena
de muerte. San Juan Pablo II declaró de manera clara y firme que esta es
inadecuada en el ámbito moral y ya no es necesaria en el ámbito penal[246].
No es posible pensar en una marcha atrás con respecto a esta postura. Hoy
decimos con claridad que «la pena de muerte es inadmisible»[247] y
la Iglesia se compromete con determinación para proponer que sea abolida en
todo el mundo[248].
264. En el Nuevo
Testamento, al tiempo que se pide a los particulares no tomar la justicia por
cuenta propia (cf. Rm 12,17.19), se reconoce la necesidad de
que las autoridades impongan penas a los que obran el mal (cf. Rm 13,4; 1
P 2,14). En efecto, «la vida en común, estructurada en torno a
comunidades organizadas, necesita normas de convivencia cuya libre violación
requiere una respuesta adecuada»[249]. Esto
implica que la autoridad pública legítima pueda y deba «conminar penas
proporcionadas a la gravedad de los delitos»[250] y
que se garantice al poder judicial «la independencia necesaria en el ámbito de
la ley»[251].
265. Desde los primeros
siglos de la Iglesia, algunos se manifestaron claramente contrarios a la pena
capital. Por ejemplo, Lactancio sostenía que «no hay que hacer ninguna
distinción: siempre será crimen matar a un hombre».[252] El
Papa Nicolás I exhortaba: «Esfuércense por liberar de la pena de muerte no sólo
a cada uno de los inocentes, sino también a todos los culpables»[253].
Con ocasión del juicio contra unos homicidas que habían asesinado a dos
sacerdotes, san Agustín pedía al juez que no quitara la vida a los asesinos, y
lo fundamentaba de esta manera: «Con esto no impedimos que se reprima la
licencia criminal de esos malhechores. Queremos que se conserven vivos y con
todos sus miembros; que sea suficiente dirigirlos, por la presión de las leyes,
de su loca inquietud al reposo de la salud, o bien que se les ocupe en alguna
tarea útil, una vez apartados de sus perversas acciones. También esto se llama
condena, pero todos entenderán que se trata de un beneficio más bien que de un
suplicio, al ver que no se suelta la rienda a su audacia para dañar ni se les
impide la medicina del arrepentimiento. […] Encolerízate contra la iniquidad de
modo que no te olvides de la humanidad. No satisfagas contra las atrocidades de
los pecadores un apetito de venganza, sino más bien haz intención de curar las
llagas de esos pecadores»[254].
266. Los miedos y los
rencores fácilmente llevan a entender las penas de una manera vindicativa,
cuando no cruel, en lugar de entenderlas como parte de un proceso de sanación y
de reinserción en la sociedad. Hoy, «tanto por parte de algunos sectores de la
política como por parte de algunos medios de comunicación, se incita algunas
veces a la violencia y a la venganza, pública y privada, no sólo contra quienes
son responsables de haber cometido delitos, sino también contra quienes cae la
sospecha, fundada o no, de no haber cumplido la ley. […] Existe la tendencia a
construir deliberadamente enemigos: figuras estereotipadas, que concentran en
sí mismas todas las características que la sociedad percibe o interpreta como
peligrosas. Los mecanismos de formación de estas imágenes son los mismos que,
en su momento, permitieron la expansión de las ideas racistas»[255].
Esto ha vuelto particularmente riesgosa la costumbre creciente que existe en
algunos países de acudir a prisiones preventivas, a reclusiones sin juicio y
especialmente a la pena de muerte.
267. Quiero remarcar que
«es imposible imaginar que hoy los Estados no puedan disponer de otro medio que
no sea la pena capital para defender la vida de otras personas del agresor
injusto». Particular gravedad tienen las así llamadas ejecuciones
extrajudiciales o extralegales, que «son homicidios deliberados cometidos por
algunos Estados o por sus agentes, que a menudo se hacen pasar como enfrentamientos
con delincuentes o son presentados como consecuencias no deseadas del uso
razonable, necesario y proporcional de la fuerza para hacer aplicar la ley»[256].
268. «Los argumentos
contrarios a la pena de muerte son muchos y bien conocidos. La Iglesia ha
oportunamente destacado algunos de ellos, como la posibilidad de la existencia
del error judicial y el uso que hacen de ello los regímenes totalitarios y
dictatoriales, que la utilizan como instrumento de supresión de la disidencia
política o de persecución de las minorías religiosas y culturales, todas
víctimas que para sus respectivas legislaciones son “delincuentes”. Todos los
cristianos y los hombres de buena voluntad están llamados, por lo tanto, a
luchar no sólo por la abolición de la pena de muerte, legal o ilegal que sea, y
en todas sus formas, sino también con el fin de mejorar las condiciones carcelarias,
en el respeto de la dignidad humana de las personas privadas de libertad. Y
esto yo lo relaciono con la cadena perpetua. […] La cadena perpetua es una pena
de muerte oculta»[257].
269. Recordemos que «ni
siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su
garante»[258].
El firme rechazo de la pena de muerte muestra hasta qué punto es posible
reconocer la inalienable dignidad de todo ser humano y aceptar que tenga un
lugar en este universo. Ya que, si no se lo niego al peor de los criminales, no
se lo negaré a nadie, daré a todos la posibilidad de compartir conmigo este
planeta a pesar de lo que pueda separarnos.
270. A los cristianos
que dudan y se sienten tentados a ceder ante cualquier forma de violencia, los
invito a recordar aquel anuncio del libro de Isaías: «Con sus espadas forjarán
arados» (2,4). Para nosotros esa profecía toma carne en Jesucristo, que frente
a un discípulo cebado por la violencia dijo con firmeza: «¡Vuelve tu espada a
su lugar!, pues todos los que empuñan espada, a espada morirán» (Mt 26,52).
Era un eco de aquella antigua advertencia: «Pediré cuentas al ser humano por la
vida de su hermano. Quien derrame sangre humana, su sangre será derramada por
otro ser humano» (Gn 9,5-6). Esta reacción de Jesús, que le brotó
del corazón, supera la distancia de los siglos y llega hasta hoy como un
constante reclamo.
Capítulo octavo
LAS RELIGIONES AL
SERVICIO DE LA FRATERNIDAD EN EL MUNDO
271. Las distintas
religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura
llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la
construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad.
El diálogo entre personas de distintas religiones no se hace meramente por
diplomacia, amabilidad o tolerancia. Como enseñaron los Obispos de India, «el
objetivo del diálogo es establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y
experiencias morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor»[259].
El fundamento último
272. Los creyentes
pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y
estables para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de que «sólo con
esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre
nosotros»[260].
Porque «la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los
hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue
fundar la hermandad»[261].
273. En esta línea,
quiero recordar un texto memorable: «Si no existe una verdad trascendente, con
cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún
principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los
intereses de clase, grupo o nación, los contraponen inevitablemente unos a
otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y
cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para
imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los
demás. [...] La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la
negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de
Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie
puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la nación o el
Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo social, poniéndose en
contra de la minoría»[262].
274. Desde nuestra
experiencia de fe y desde la sabiduría que ha ido amasándose a lo largo de los
siglos, aprendiendo también de nuestras muchas debilidades y caídas, los
creyentes de las distintas religiones sabemos que hacer presente a Dios es un
bien para nuestras sociedades. Buscar a Dios con corazón sincero, siempre que
no lo empañemos con nuestros intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda
a reconocernos compañeros de camino, verdaderamente hermanos. Creemos que
«cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la sociedad,
se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es
pisoteada, sus derechos violados. Ustedes saben bien a qué atrocidades puede
conducir la privación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa,
y cómo esa herida deja a la humanidad radicalmente empobrecida, privada de
esperanza y de ideales»[263].
275. Cabe reconocer que
«entre las causas más importantes de la crisis del mundo moderno están una
conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos,
además del predominio del individualismo y de las filosofías materialistas que
divinizan al hombre y ponen los valores mundanos y materiales en el lugar de
los principios supremos y trascendentes»[264].
No puede admitirse que en el debate público sólo tengan voz los poderosos y los
científicos. Debe haber un lugar para la reflexión que procede de un trasfondo
religioso que recoge siglos de experiencia y de sabiduría. «Los textos
religiosos clásicos pueden ofrecer un significado para todas las épocas, tienen
una fuerza motivadora», pero de hecho «son despreciados por la cortedad de
vista de los racionalismos»[265].
276. Por estas razones,
si bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no relega su propia
misión al ámbito de lo privado. Al contrario, no «puede ni debe quedarse al
margen» en la construcción de un mundo mejor ni dejar de «despertar las fuerzas
espirituales»[266] que
fecunden toda la vida en sociedad. Es verdad que los ministros religiosos no
deben hacer política partidaria, propia de los laicos, pero ni siquiera ellos
pueden renunciar a la dimensión política de la existencia[267] que
implica una constante atención al bien común y la preocupación por el
desarrollo humano integral. La Iglesia «tiene un papel público que no se agota
en sus actividades de asistencia y educación» sino que procura «la promoción
del hombre y la fraternidad universal»[268].
No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como «un hogar entre los
hogares —esto es la Iglesia—, abierto […] para testimoniar al mundo actual la
fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección.
Una casa de puertas abiertas. La Iglesia es una casa con las puertas abiertas,
porque es madre»[269].
Y como María, la Madre de Jesús, «queremos ser una Iglesia que sirve, que sale
de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la
vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad […] para tender puentes,
romper muros, sembrar reconciliación»[270].
La identidad cristiana
277. La Iglesia valora
la acción de Dios en las demás religiones, y «no rechaza nada de lo que en
estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los
modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que […] no pocas veces
reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres»[271].
Pero los cristianos no podemos esconder que «si la música del Evangelio deja de
vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la
compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación
que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados‒enviados. Si la música
del Evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los
trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos
desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer»[272].
Otros beben de otras fuentes. Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y
de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge «para el
pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la
relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión
universal con la humanidad entera como vocación de todos»[273].
278. Llamada a
encarnarse en todos los rincones, y presente durante siglos en cada lugar de la
tierra —eso significa “católica”— la Iglesia puede comprender desde su
experiencia de gracia y de pecado, la belleza de la invitación al amor
universal. Porque «todo lo que es humano tiene que ver con nosotros. […]
Dondequiera que se reúnen los pueblos para establecer los derechos y deberes
del hombre, nos sentimos honrados cuando nos permiten sentarnos junto a ellos»[274].
Para muchos cristianos, este camino de fraternidad tiene también una Madre,
llamada María. Ella recibió ante la Cruz esta maternidad universal (cf. Jn 19,26)
y está atenta no sólo a Jesús sino también «al resto de sus descendientes» (Ap 12,17).
Ella, con el poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos
seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades,
donde resplandezcan la justicia y la paz.
279. Los cristianos
pedimos que, en los países donde somos minoría, se nos garantice la libertad,
así como nosotros la favorecemos para quienes no son cristianos allí donde
ellos son minoría. Hay un derecho humano fundamental que no debe ser olvidado
en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la libertad religiosa para
los creyentes de todas las religiones. Esa libertad proclama que podemos
«encontrar un buen acuerdo entre culturas y religiones diferentes; atestigua
que las cosas que tenemos en común son tantas y tan importantes que es posible
encontrar un modo de convivencia serena, ordenada y pacífica, acogiendo las
diferencias y con la alegría de ser hermanos en cuanto hijos de un único Dios»[275].
280. Al mismo tiempo,
pedimos a Dios que afiance la unidad dentro de la Iglesia, unidad que se
enriquece con diferencias que se reconcilian por la acción del Espíritu Santo.
Porque «fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1
Co 12,13) donde cada uno hace su aporte distintivo. Como decía san
Agustín: «El oído ve a través del ojo, y el ojo escucha a través del oído»[276].
También urge seguir dando testimonio de un camino de encuentro entre las
distintas confesiones cristianas. No podemos olvidar aquel deseo que expresó
Jesucristo: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Escuchando su llamado
reconocemos con dolor que al proceso de globalización le falta todavía la
contribución profética y espiritual de la unidad entre todos los cristianos. No
obstante, «mientras nos encontramos aún en camino hacia la plena comunión,
tenemos ya el deber de dar testimonio común del amor de Dios a su pueblo
colaborando en nuestro servicio a la humanidad»[277].
Religión y violencia
281. Entre las
religiones es posible un camino de paz. El punto de partida debe ser la mirada
de Dios. Porque «Dios no mira con los ojos, Dios mira con el corazón. Y el amor
de Dios es el mismo para cada persona sea de la religión que sea. Y si es ateo
es el mismo amor. Cuando llegue el último día y exista la luz suficiente sobre
la tierra para poder ver las cosas como son, ¡nos vamos a llevar cada
sorpresa!»[278].
282. También «los
creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y para actuar juntos
por el bien común y la promoción de los más pobres. No se trata de que todos
seamos más light o de que escondamos las convicciones propias
que nos apasionan para poder encontrarnos con otros que piensan distinto. […]
Porque mientras más profunda, sólida y rica es una identidad, más tendrá para
enriquecer a los otros con su aporte específico»[279].
Los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para
concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de
manera que algunos aspectos de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no
terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro.
La verdad es que la violencia no encuentra fundamento en las convicciones
religiosas fundamentales sino en sus deformaciones.
283. El culto a Dios
sincero y humilde «no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino
al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad
de los demás, y al compromiso amoroso por todos»[280].
En realidad «el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,8).
Por ello «el terrorismo execrable que amenaza la seguridad de las personas,
tanto en Oriente como en Occidente, tanto en el Norte como en el Sur,
propagando el pánico, el terror y el pesimismo no es a causa de la religión
—aun cuando los terroristas la utilizan—, sino de las interpretaciones
equivocadas de los textos religiosos, políticas de hambre, pobreza, injusticia,
opresión, arrogancia; por esto es necesario interrumpir el apoyo a los
movimientos terroristas a través del suministro de dinero, armas, planes o
justificaciones y también la cobertura de los medios, y considerar esto como
crímenes internacionales que amenazan la seguridad y la paz mundiales. Tal
terrorismo debe ser condenado en todas sus formas y manifestaciones»[281]. Las
convicciones religiosas sobre el sentido sagrado de la vida humana nos permiten
«reconocer los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en
virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y
crecer, permitiendo que el conjunto de las voces forme un noble y armónico
canto, en vez del griterío fanático del odio»[282].
284. A veces la
violencia fundamentalista, en algunos grupos de cualquier religión, es desatada
por la imprudencia de sus líderes. Pero «el mandamiento de la paz está inscrito
en lo profundo de las tradiciones religiosas que representamos. […] Los líderes religiosos
estamos llamados a ser auténticos “dialogantes”, a trabajar en la construcción
de la paz no como intermediarios, sino como auténticos mediadores. Los
intermediarios buscan agradar a todas las partes, con el fin de obtener una
ganancia para ellos mismos. El mediador, en cambio, es quien no se guarda nada
para sí mismo, sino que se entrega generosamente, hasta consumirse, sabiendo
que la única ganancia es la de la paz. Cada uno de nosotros está llamado a ser
un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo,
abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros»[283].
Llamamiento
285. En aquel encuentro fraterno que
recuerdo gozosamente, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb «declaramos —firmemente—
que las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de
odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de
sangre. Estas desgracias son fruto de la desviación de las enseñanzas
religiosas, del uso político de las religiones y también de las
interpretaciones de grupos religiosos que han abusado —en algunas fases de la
historia— de la influencia del sentimiento religioso en los corazones de los
hombres. […] En efecto, Dios, el Omnipotente, no necesita ser defendido por
nadie y no desea que su nombre sea usado para aterrorizar a la gente»[284].
Por ello quiero retomar aquí el llamamiento de paz, justicia y fraternidad que
hicimos juntos:
«En el nombre de Dios que ha creado
todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la
dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos, para poblar la
tierra y difundir en ella los valores del bien, la caridad y la paz.
En el nombre de la inocente alma humana
que Dios ha prohibido matar, afirmando que quien mata a una persona es como si
hubiese matado a toda la humanidad y quien salva a una es como si hubiese
salvado a la humanidad entera.
En el nombre de los pobres, de los
desdichados, de los necesitados y de los marginados que Dios ha ordenado
socorrer como un deber requerido a todos los hombres y en modo particular a
cada hombre acaudalado y acomodado.
En el nombre de los huérfanos, de las
viudas, de los refugiados y de los exiliados de sus casas y de sus pueblos; de
todas las víctimas de las guerras, las persecuciones y las injusticias; de los
débiles, de cuantos viven en el miedo, de los prisioneros de guerra y de los
torturados en cualquier parte del mundo, sin distinción alguna.
En el nombre de los pueblos que han
perdido la seguridad, la paz y la convivencia común, siendo víctimas de la
destrucción, de la ruina y de las guerras.
En nombre de la fraternidad
humana que abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales.
En el nombre de esta fraternidad golpeada
por las políticas de integrismo y división y por los sistemas de ganancia
insaciable y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y
los destinos de los hombres.
En el nombre de la libertad, que Dios
ha dado a todos los seres humanos, creándolos libres y distinguiéndolos con
ella.
En el nombre de la justicia y de la
misericordia, fundamentos de la prosperidad y quicios de la fe.
En el nombre de todas las personas de
buena voluntad, presentes en cada rincón de la tierra.
En el nombre de Dios y de todo esto […]
“asumimos” la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como
conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio»[285].
***
286. En este espacio de
reflexión sobre la fraternidad universal, me sentí motivado especialmente por
san Francisco de Asís, y también por otros hermanos que no son católicos:
Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y muchos más. Pero
quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su
intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse
hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld.
287. Él fue orientando
su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos,
abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus
deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano,[286] y
pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de
todos».[287] Quería
ser, en definitiva, «el hermano universal»[288].
Pero sólo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que
Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén.
Oración al Creador
Señor y Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear sociedades más sanas
y un mundo más digno,
sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que nuestro corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas. Amén.
Oración cristiana ecuménica
Dios nuestro, Trinidad de amor,
desde la fuerza comunitaria de tu intimidad divina
derrama en nosotros el río del amor fraterno.
Danos ese amor que se reflejaba en los gestos de Jesús,
en su familia de Nazaret y en la primera comunidad cristiana.
Concede a los cristianos que vivamos el Evangelio
y podamos reconocer a Cristo en cada ser humano,
para verlo crucificado en las angustias de los abandonados
y olvidados de este mundo
y resucitado en cada hermano que se levanta.
Ven, Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura
reflejada en todos los pueblos de la tierra,
para descubrir que todos son importantes,
que todos son necesarios, que son rostros diferentes
de la misma humanidad que amas. Amén.
Dado en Asís, junto a
la tumba de san Francisco, el 3 de octubre del año 2020, víspera de la Fiesta
del “Poverello”, octavo de mi Pontificado.
Francisco
[1] Admoniciones, 6, 1: Fonti
Francescane (FF) 155; cf. Escritos. Biografías.
Documentos de la época, ed. Bac, Madrid 2011, 94.
[2] Ibíd., 25: FF 175;
cf. ibíd., p. 99.
[3] S. Francisco de
Asís, Regla no bulada de los hermanos menores, 16, 3.6: FF 42-43;
cf. ibíd., 120.
[4] Eloi Leclerc,
O.F.M., Exilio y ternura, ed. Marova, Madrid 1987, 205.
[5] Documento sobre la
fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 6.
[6] Discurso en el
encuentro ecuménico e interreligioso con los jóvenes, Skopie –
Macedonia del Norte (7 mayo 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 13.
[7] Discurso al
Parlamento europeo, Estrasburgo (25 noviembre
2014): AAS 106 (2014), 996; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 3.
[8] Encuentro con las
autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Santiago
– Chile (16 enero 2018): AAS 110 (2018), 256.
[9] Benedicto XVI,
Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 19: AAS 101
(2009), 655.
[10] Exhort.
ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 181.
[11] Card. Raúl
Silva Henríquez, S.D.B., Homilía en el Tedeum en Santiago de Chile (18
septiembre 1974).
[12] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 57: AAS 107 (2015), 869.
[13] Discurso al Cuerpo
diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero
2016): AAS 108 (2016), 120; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 7.
[14] Discurso al Cuerpo
diplomático acreditado ante la Santa Sede (13 enero
2014): AAS 106 (2014), 83-84; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (17 enero 2014), p. 7.
[15] Cf. Discurso a la
Fundación Centesimus annus pro Pontifice (25 mayo
2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (31
mayo 2013), p. 4.
[16] Cf. S. Pablo
VI, Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 14: AAS 59
(1967), 264.
[17] Benedicto XVI,
Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 22: AAS 101
(2009), 657.
[18] Discurso a las
autoridades, Tirana – Albania (21 septiembre 2014): AAS 106
(2014), 773; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (26 septiembre 2014), p. 7.
[19] Mensaje a los
participantes en la Conferencia internacional “Los derechos humanos en el mundo
contemporáneo: conquistas, omisiones, negaciones” (10
diciembre 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (14 diciembre 2018), p. 11.
[20] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 212: AAS 105 (2013), 1108.
[21] Mensaje para la
48.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2015 (8 diciembre
2014), 3-4: AAS 107 (2015), 69-71; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (12 diciembre 2014), p. 9.
[22] Ibíd.,
5: AAS 107 (2015), 72; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (12 diciembre 2014), p. 9.
[23] Mensaje para la
49.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2016 (8
diciembre 2015), 2: AAS 108 (2016), 49; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (18-25 diciembre 2015), p. 8.
[24] Mensaje para la
53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8
diciembre 2019), 1:L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(13 diciembre 2019), p. 6.
[25] Discurso sobre las
armas nucleares, Nagasaki – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 11.
[26] Discurso a los
profesores y estudiantes del Colegio “San Carlos” de Milán (6
abril 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(14 abril 2019), p. 7.
[27] Documento sobre la
fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 7.
[28] Discurso al mundo
de la cultura, Cagliari – Italia (22 septiembre
2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (27
septiembre 2013), p. 15.
[29] Humana communitas.
Carta al Presidente de la Pontificia Academia para la Vida con ocasión del 25.º
aniversario de su institución (6 enero 2019), 2. 6: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (18 enero 2019), pp. 6-7.
[30] Videomensaje al
TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore
Romano (27 abril 2017), p. 7.
[31] Momento
extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 marzo
2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (3
abril 2020), p. 3.
[32] Homilía durante la
Santa Misa, Skopie – Macedonia del Norte (7 mayo 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 12.
[33] Cf. Eneida1,
462: «Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt».
[34] «Historia […]
magistra vitae» (Marco Tulio Cicerón, De Oratore, 2, 36).
[35] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 204: AAS 107 (2015), 928.
[36] Exhort.
ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 91.
[39] Benedicto
XVI, Mensaje para la
99.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (12
octubre 2012): AAS 104 (2012), 908; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (11 noviembre 2012), p. 4.
[40] Exhort.
ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 92.
[41] Mensaje para la
106.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2020 (13
mayo 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(22 mayo 2020), p. 5.
[42] Discurso al Cuerpo
diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero
2016): AAS 108 (2016), 124; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[43] Discurso al Cuerpo
diplomático acreditado ante la Santa Sede (13 enero
2014): AAS 106 (2014), 84; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (17 enero 2014), p. 7.
[44] Discurso al Cuerpo
diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero
2016): AAS 108 (2016), 123; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[45] Mensaje para la
105.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (27 mayo
2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (31
mayo 2019), p. 6.
[46] Exhort.
ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 88.
[48] Exhort.
ap. Gaudete et
exsultate (19 marzo 2018), 115.
[49]Del film El
Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal,
de Wim Wenders (2018).
[50] Discurso a las
autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Tallin –
Estonia (25 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (5 octubre 2018), p. 4.
[51] Cf. Momento
extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 marzo
2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (3
abril 2020), p. 3; Mensaje para la
4.ª Jornada Mundial de los Pobres 2020 (13 junio 2020),
6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19 junio
2020), p. 5.
[52] Saludo a los
jóvenes del Centro Cultural Padre Félix Varela, La Habana – Cuba
(20 septiembre 2015): L’Osservatore Romano (21-22 septiembre
2015), p. 6.
[53] Conc.
Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en
el mundo actual, 1.
[54] S. Ireneo de
Lyon, Adversus Haereses 2, 25, 2: PG 7/1,
798-s.
[55] Talmud
Bavli (Talmud de Babilonia), Sabbat, 31 a.
[56] Discurso a los
asistidos de las obras de caridad de la Iglesia, Tallin
– Estonia (25 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (5 octubre 2018), p. 5.
[57] Videomensaje al
TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore
Romano (27 abril 2017), p. 7.
[58] Homiliae in
Matthaeum, 50, 3: PG 58, 508.
[59] Mensaje con
ocasión del Encuentro de los Movimientos populares, Modesto
– Estados Unidos (10 febrero 2017): AAS 109 (2017), 291.
[60] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 235: AAS 105 (2013), 1115.
[61] S. Juan Pablo
II, Mensaje a
los discapacitados, Ángelus en Osnabrück –
Alemania (16 noviembre 1980): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (23 noviembre 1980), p. 9.
[62] Conc.
Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en
el mundo actual, 24.
[63] Gabriel
Marcel, Du refus à l’invocation, ed. NRF, París 1940, 50; cf.
Íd., De la negación a la invocación, en Obras selectas,
ed. BAC, Madrid 2004, vol. 2, 41.
[64] Ángelus (10
noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (15 noviembre 2019), p. 3.
[65] Cf. Sto. Tomás
de Aquino, Scriptum super Sententiis, lib. 3, dist. 27, q. 1, a. 1,
ad 4: «Dicitur amor extasim facere, et fervere, quia quod fervet extra se
bullit et exhalat» (se dice que el amor produce éxtasis y efervescencia puesto
que lo efervescente bulle fuera de sí y expira).
[66] Karol
Wojtyła, Amor y responsabilidad, Madrid 1978, 136.
[67] Karl Rahner,
S.J., El año litúrgico, Barcelona 1966, 28. Obra original: Kleines Kirchenjahr. Ein
Gang durch den Festkreis, ed. Herder, Friburgo 1981, 30.
[68] Regula, 53, 15: «Pauperum
et peregrinorum maxime susceptioni cura sollicite exhibeatur».
[69] Cf. Summa
Theologiae, II-II, q. 23, art. 7; S. Agustín, Contra Julianum,
4, 18: PL 44, 748: «De cuántos placeres se privan los avaros
para aumentar sus tesoros o por el temor de verlos disminuir».
[70] «Secundum
acceptionem divinam» (Scriptum super Sententiis, lib. 3, dist. 27, a. 1, q. 1,
concl. 4).
[71] Benedicto XVI,
Carta enc. Deus caritas est (25
diciembre 2005), 15: AAS 98 (2006), 230.
[72] Summa
Theologiae II-II, q. 27, art. 2, resp.
[73] Ibíd., I-II, q. 26, art. 3, resp.
[74] Ibíd., q. 110, art. 1,
resp.
[75] Mensaje para la
47.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2014 (8 diciembre
2013), 1: AAS 106 (2014), 22; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 diciembre 2013), p. 8.
[76] Cf. Ángelus (29 diciembre 2013): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (3 enero 2014), pp. 2-3; Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (12
enero 2015): AAS 107 (2015), 165; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 10.
[77] Mensaje para el
Día internacional de las personas con discapacidad (3
diciembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (6 diciembre 2019), pp. 5.12.
[78] Discurso en el
Encuentro por la libertad religiosa con la comunidad hispana y otros
inmigrantes, Filadelfia – Estados Unidos (26 septiembre
2015): AAS 107 (2015), 1050-1051.
[79] Discurso a los
jóvenes, Tokio – Japón (25 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 15.
[80] En estas
consideraciones me dejo inspirar por el pensamiento de Paul Ricoeur, «Le socius
et le prochain», en Histoire et vérité, ed. Le Seuil, París 1967,
113-127.
[81] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 190: AAS 105 (2013), 1100.
[82] Ibíd.,
209: AAS 105 (2013), 1107.
[83] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 129: AAS 107 (2015), 899.
[84] Mensaje para el
evento “Economy of Francesco” (1 mayo 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (17 mayo 2019), p. 5.
[85] Discurso al
Parlamento europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106
(2014), 997; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(28 noviembre 2014), p. 3.
[86] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 229: AAS 107 (2015), 937.
[87] Mensaje para la
49.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2016 (8
diciembre 2015), 6: AAS 108 (2016), 57-58; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (18-25 diciembre 2015), p. 10.
[88] La solidez está
en la raíz etimológica de la palabra solidaridad. La solidaridad, en el
significado ético-político que esta ha asumido en los últimos dos siglos, da
lugar a una construcción social segura y firme.
[89] Homilía durante la
Santa Misa, La Habana – Cuba (20 septiembre
2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(25 septiembre 2015), p. 3.
[90] Discurso a los
participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 851-852.
[91] Cf. S.
Basilio, Homilia 21. Quod rebus mundanis adhaerendum
non sit, 3, 5: PG 31, 545-549; Regulae brevius tractatae,
92: PG 31, 1145-1148; S. Pedro Crisólogo, Sermo 123: PL 52,
536-540; S. Ambrosio, De Nabuthe, 27.52: PL 14,
738s; S. Agustín, In Iohannis Evangelium 6, 25: PL 35,
1436s.
[92] De Lazaro
Concio 2, 6: PG 48, 992D.
[93] Regula
pastoralis 3, 21: PL 77, 87.
[94] Carta
enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 31: AAS 83 (1991), 831.
[95]Carta enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 93: AAS 107 (2015), 884.
[96]S. Juan Pablo II,
Carta enc. Laborem exercens (14
septiembre 1981), 19: AAS 73 (1981), 626.
[97] Cf. Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
doctrina social de la Iglesia, 172.
[98] Carta
enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 22: AAS 59
(1967), 268.
[99] S. Juan Pablo
II, Carta enc. Sollicitudo rei
socialis (30 diciembre 1987), 33: AAS 80
(1988), 557.
[100] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 95: AAS 107 (2015), 885.
[101] Ibíd., 129: AAS 107
(2015), 899.
[102] Cf. S. Pablo
VI, Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 15: AAS 59
(1967), 265; Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 16: AAS 101
(2009), 652.
[103] Cf. Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 93: AAS 107 (2015), 884-885; Exhort. ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 189-190: AAS 105 (2013), 1099-1100.
[104] Conferencia de
Obispos Católicos de Estados Unidos, Abramos nuestros corazones: El
incesante llamado al amor. Carta pastoral contra el racismo (noviembre
2018).
[105] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 51: AAS 107 (2015), 867.
[106] Cf. Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 6: AAS 101
(2009), 644.
[107] S. Juan Pablo
II, Carta enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 35: AAS 83 (1991), 838.
[108] Discurso sobre las
armas nucleares, Nagasaki – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 11.
[109] Cf. Obispos
católicos de México y los Estados Unidos, Carta pastoral Juntos en el
camino de la esperanza ya no somos extranjeros (enero 2003).
[110] Audiencia general (3
abril 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (5 abril 2019), p. 20.
[111] Cf. Mensaje para la
104.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (14
enero 2018): AAS 109 (2017), 918-923; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2018), p. 2.
[112] Documento sobre la
fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[113] Discurso al Cuerpo
diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero
2016): AAS 108 (2016), 124; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[114] Ibíd.,
122; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (15 enero
2016), p. 8.
[115] Exhort.
ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 93.
[117] Discurso a las
autoridades, Sarajevo – Bosnia-Herzegovina (6 junio 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (12 junio 2015), p. 5.
[118] Latinoamérica.
Conversaciones con Hernán Reyes Alcaide, ed. Planeta, Buenos Aires 2017, 105.
[119] Documento sobre la
fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[120] Benedicto XVI,
Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 67: AAS 101
(2009), 700.
[121] Ibíd.,
60: AAS 101 (2009), 695.
[122] Ibíd.,
67: AAS 101 (2009), 700.
[123] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
doctrina social de la Iglesia, 447.
[124] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 234: AAS 105 (2013), 1115.
[125] Ibíd.,
235: AAS 105 (2013), 1115.
[127] S. Juan Pablo
II, Discurso a los
representantes del mundo de la cultura argentina, Buenos Aires –
Argentina (12 abril 1987), 4: L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (10 mayo 1987), p. 20.
[128] Cf. Íd., Discurso
a los cardenales (21 diciembre 1984), 4: AAS 76
(1984), 506; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (30 diciembre 1984), p. 3.
[129] Exhort. ap.
postsin. Querida Amazonia (2
febrero 2020), 37.
[130] Georg Simmel,
«Puente y puerta», en El individuo y la libertad. Ensayos de crítica de
la cultura, ed. Península, Barcelona 2001, 34. Obra
original: Brücke und Tür. Essays des Philosophen zur Geschichte, Religion, Kunst und Gesellschaft, ed. Michael Landmann, Köhler-Verlag,
Stuttgart 1957, 6.
[131] Cf. Jaime
Hoyos-Vásquez, S.J., «Lógica de las relaciones sociales. Reflexión
onto-lógica», en Revista Universitas Philosophica, 15-16, Bogotá
(diciembre 1990 - junio 1991), 95-106.
[132] Antonio
Spadaro, S.J., Las huellas de un pastor. Una conversación con el Papa
Francisco, en: Jorge Mario Bergoglio – Papa Francisco, En tus ojos
está mi palabra. Homilías y discursos de Buenos Aires (1999-2013),
Publicaciones Claretianas, Madrid 2017, 24-25; cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 220-221: AAS 105 (2013), 1110-1111.
[133] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 204: AAS 105 (2013), 1106.
[134] Cf. Ibíd.: AAS 105 (2013),
1105-1106.
[135] Ibíd.,
202: AAS 105 (2013), 1105.
[136] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 128: AAS 107 (2015), 898.
[137] Discurso al Cuerpo
diplomático acreditado ante la Santa Sede (12 enero
2015): AAS 107 (2015), 165; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 10; cf. Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos
populares (28 octubre 2014): AAS 106
(2014), 851-859.
[138] Algo semejante
puede decirse de la categoría bíblica de “Reino de Dios”.
[139] Paul
Ricoeur, Histoire et vérité, ed. Le Seuil, París 1967, 122.
[140] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 129: AAS 107 (2015), 899.
[141] Benedicto XVI,
Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 35: AAS 101
(2009), 670.
[142] Discurso a los
participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 858.
[144] Discurso a los
participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (5 noviembre
2016): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(11 noviembre 2016), p. 6.
[147] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 189: AAS 107 (2015), 922.
[148] Discurso a la
Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25
septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1037.
[149] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 175: AAS 107 (2015), 916-917.
[150] Cf. Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700-701.
[151] Ibíd.: AAS 101
(2009), 700.
[152] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
doctrina social de la Iglesia, 434.
[153] Discurso a la
Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre
2015): AAS 107 (2015), 1037.1041.
[154] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
doctrina social de la Iglesia, 437.
[155] S. Juan Pablo
II, Mensaje para la
37.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2004, 5: AAS 96
(2004), 117;L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19
diciembre 2003), p. 5.
[156] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
doctrina social de la Iglesia, 439.
[157] Cf. Comisión
social de los Obispos de Francia, Declaración Réhabiliter la politique (17
febrero 1999).
[158] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 189: AAS 107 (2015), 922.
[159] Ibíd., 196: AAS 107
(2015), 925.
[160] Ibíd., 197: AAS 107
(2015), 925.
[161] Ibíd.,
181: AAS 107 (2015), 919.
[162] Ibíd.,
178: AAS 107 (2015), 918.
[163] Conferencia
Episcopal Portuguesa, Carta pastoral Responsabilidade solidária pelo
bem comum (15 septiembre 2003), 20; cf. Carta enc. Laudato si’,
159: AAS 107 (2015), 911.
[164] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 191: AAS 107 (2015), 923.
[165] Pío XI, Discurso
a la Federación Universitaria Católica Italiana (18 diciembre
1927): L’Osservatore Romano (23 diciembre 1927), 3.
[166] Cf. Íd., Carta
enc. Quadragesimo anno (15
mayo 1931), 88: AAS 23 (1931), 206-207.
[167] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 205: AAS 105 (2013), 1106.
[168] Benedicto XVI,
Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101
(2009), 642.
[169] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 231: AAS 107 (2015), 937.
[170] Benedicto XVI,
Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101
(2009), 642.
[171] Consejo Pontificio
Justicia y Paz, Compendio de la
doctrina social de la Iglesia, 207.
[172] S. Juan Pablo
II, Carta enc. Redemptor hominis (4
marzo 1979), 15: AAS 71 (1979), 288.
[173] Cf. S. Pablo
VI, Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 44: AAS 59
(1967), 279.
[174]Consejo Pontificio
Justicia y Paz, Compendio de la
doctrina social de la Iglesia, 207.
[175] Benedicto XVI,
Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101
(2009), 642.
[176] Ibíd., 3: AAS 101
(2009), 643.
[177] Ibíd.,
4: AAS 101 (2009), 643.
[179] Ibíd., 3: AAS 101
(2009), 643.
[180] Ibíd.: AAS 101
(2009), 642.
[181] La doctrina
moral católica, siguiendo la enseñanza de santo Tomás de Aquino, distingue
entre el acto “elícito” y el acto “imperado” (cf. Summa Theologiae,
I-II, q. 8-17; Marcellino Zalba, S.J., Theologiae moralis summa.
Theologia moralis fundamentalis. Tractatus de virtutibus theologicis, ed.
BAC, Madrid 1952, vol. 1, 69; Antonio Royo Marín, O.P., Teología de la
perfección cristiana, ed. BAC, Madrid 1962, 192-196).
[182] Consejo Pontificio Justicia
y Paz, Compendio de la
doctrina social de la Iglesia, 208.
[183] Cf. S. Juan
Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei
socialis (30 diciembre 1987), 42: AAS 80
(1988), 572-574; Íd., Carta enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 11: AAS 83 (1991), 806-807.
[184] Discurso a los
participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 852.
[185] Discurso al
Parlamento europeo, Estrasburgo (25 noviembre
2014): AAS 106 (2014), 999; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 4.
[186] Discurso a la
clase dirigente y al Cuerpo diplomático, Bangui – República
Centroafricana (29 noviembre 2015): AAS 107 (2015), 1320;L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (4 diciembre 2015), p. 15.
[187] Discurso a la
Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre
2015): AAS 107 (2015), 1039.
[188] Discurso a los
participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28
octubre 2014): AAS 106 (2014), 853.
[189] Documento sobre la
fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (8 febrero 2019), p. 7.
[190] René
Voillaume, Hermano de todos, ed. Narcea, Madrid 1978, 15-17.
[191] Videomensaje al
TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore
Romano (27 abril 2017), p. 7.
[192] Audiencia general (18
febrero 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (20 febrero 2015)p. 2.
[193] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 274: AAS 105 (2013), 1130.
[194] Ibíd., 279: AAS 105 (2013),
1132.
[195] Mensaje para la
52.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2019 (8 diciembre
2018), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(21 diciembre 2018), p. 7.
[196] Discurso en el
encuentro con la clase dirigente, Río de Janeiro – Brasil (27
julio 2013): AAS 105 (2013), 683-684.
[197] Exhort. ap.
postsin. Querida Amazonia (2
febrero 2020), 108.
[198] Del film El
Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal,
de Wim Wenders (2018).
[199] Mensaje para la
48.ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24
enero 2014): AAS 106 (2014), 113; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (24 enero 2014), p. 3.
[200] Conferencia de
Obispos católicos de Australia – Departamento de Justicia social, Making
it real: genuine human encounter in our digital world (noviembre
2019), 5.
[201] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 123: AAS 107 (2015), 896.
[202] S. Juan Pablo
II, Carta enc. Veritatis splendor (6
agosto 1993), 96: AAS 85 (1993), 1209.
[203] Los cristianos
creemos, además, que Dios nos ofrece su gracia para que sea posible actuar como
hermanos.
[204] Vinicius De
Moraes, Samba de la bendición (Samba da Bênção), en el
disco Um encontro no Au bon Gourmet, Río de Janeiro (2 agosto
1962).
[205] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 237: AAS 105 (2013), 1116.
[206] Ibíd.,
236: AAS 105 (2013), 1115.
[207] Ibíd.,
218: AAS 105 (2013), 1110.
[208] Exhort.
ap. postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016), 100: AAS 108 (2016), 351.
[209] Mensaje para la
53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8
diciembre 2019), 2: L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (13 septiembre 2019), p. 6.
[210] Conferencia
Episcopal del Congo, Message au Peuple de Dieu et aux
femmes et aux hommes de bonne volonté (9 mayo 2018).
[211] Discurso en el
gran encuentro de oración por la reconciliación nacional,
Villavicencio – Colombia (8 septiembre 2017): AAS 109 (2017),
1063-1064.1066.
[212] Mensaje para la
53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8
diciembre 2019), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (13 diciembre 2019), p. 7.
[213] Conferencia de
Obispos de Sudáfrica, Pastoral letter on christian hope in the current
crisis (mayo 1986).
[214] Conferencia de
Obispos católicos de Corea, Appeal of the Catholic Church in Korea for
Peace on the Korean Peninsula (15 agosto 2017).
[215] Discurso a la
sociedad civil, Quito – Ecuador (7 julio 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (10 julio 2015), p. 7.
[216] Encuentro
interreligioso con los jóvenes, Maputo – Mozambique (5
septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (13 septiembre 2019), p. 3.
[217] Homilía durante la
Santa Misa, Cartagena de Indias – Colombia (10 septiembre
2017): AAS 109 (2017), 1086.
[218] Discurso a las
autoridades, el Cuerpo diplomático y algunos representantes de la sociedad
civil, Bogotá – Colombia (7 septiembre 2017): AAS 109
(2017), 1029.
[219] Conferencia
Episcopal de Colombia, Por el bien de Colombia: diálogo, reconciliación
y desarrollo integral (26 noviembre 2019), 4.
[220] Discurso a las
autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Maputo –
Mozambique (5 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p. 2.
[221] V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29
junio 2007), 398.
[222] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 59: AAS 105 (2013), 1044.
[223] Carta
enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 14: AAS 83 (1991), 810.
[224] Homilía durante la
Santa Misa por el progreso de los pueblos, Maputo – Mozambique
(6 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (13 septiembre 2019), p. 7.
[225] Discurso en la
ceremonia de bienvenida, Colombo – Sri Lanka (13 enero
2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(16 enero 2015), p. 3.
[226] Discurso a los
niños del centro Betania y a una representación de asistidos de otros centros
caritativos de Albania, Tirana - Albania (21 septiembre
2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(26 septiembre 2014), p. 11.
[227] Videomensaje al
TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore
Romano (27 abril 2017), p. 7.
[228]Pío XI, Carta
enc. Quadragesimo anno (15
mayo 1931), 114: AAS 23 (1931), 213.
[229] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 228: AAS 105 (2013), 1113.
[230] Discurso a las
autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Riga –
Letonia (24 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (28 septiembre 2018), p. 12.
[231] Discurso en la
Ceremonia de bienvenida, Tel Aviv – Israel (25 mayo 2014): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 10.
[232] Discurso en el
Memorial de Yad Vashem, Jerusalén (26 mayo 2014): AAS 106
(2014), 228; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (30 mayo 2014), p. 9.
[233] Discurso en el
Memorial de la Paz, Hiroshima – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 13.
[234] Mensaje para la
53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8
diciembre 2019), 2:L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (13 diciembre 2019), p. 6.
[235] Conferencia
de Obispos de Croacia, Letter on the Fiftieth Anniversary of the End of
the Second World War (1 mayo 1995).
[236] Homilía durante la
Santa Misa, Amán – Jordania (24 mayo 2014): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 6.
[237] Cf. Mensaje para la
53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8
diciembre 2019), 1: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (13 diciembre 2019), p. 6.
[238] Discurso a la
Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre
2015): AAS 107 (2015), 1041-1042.
[241] Carta
enc. Laudato si’ (24
mayo 2015), 104: AAS 107 (2015), 888.
[242] Aun san
Agustín, quien forjó una idea de la “guerra justa” que hoy ya no sostenemos,
dijo que «dar muerte a la guerra con la palabra, y alcanzar y conseguir la paz
con la paz y no con la guerra, es mayor gloria que darla a los hombres con la
espada» (Epistola 229, 2: PL 33, 1020).
[243] Carta
enc. Pacem in terris (11
abril 1963), 127: AAS 55 (1963), 291.
[244] Mensaje a la
Conferencia de la ONU para la negociación de un instrumento jurídicamente
vinculante sobre la prohibición de las armas nucleares (23
marzo 2017): AAS 109 (2017), 394-396; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (31 marzo 2017), p. 9.
[245] Cf. S. Pablo
VI, Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 51: AAS 59
(1967), 282.
[246] Cf. Carta enc. Evangelium vitae (25
marzo 1995), 56: AAS 87 (1995), 463-464.
[247] Discurso con
motivo del 25.º aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica (11
octubre 2017): AAS 109 (2017), 1196; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (13 octubre 2017), p. 1.
[248] Cf.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los
Obispos acerca de la nueva redacción del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia
Católica sobre la pena de muerte (1 agosto 2018): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (3 agosto 2018), p. 11.
[249] Discurso a una
delegación de la Asociación internacional de Derecho Penal (23
octubre 2014): AAS 106 (2014), 840; L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (31 octubre 2014), p. 9.
[250] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
doctrina social de la Iglesia, 402.
[251] S. Juan Pablo
II, Discurso a la
Asociación Nacional Italiana de Magistrados (31 marzo
2000), 4: AAS 92 (2000), 633; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (7 abril 2000), p. 9.
[252] Divinae
Institutiones 6, 20, 17: PL 6, 708.
[253] Epistola 97 (responsa
ad consulta bulgarorum), 25: PL 119, 991.
[254] Epistola ad
Marcellinum 133, 1.2: PL 33, 509.
[255] Discurso a una
delegación de la Asociación internacional de Derecho Penal (23 octubre
2014): AAS 106 (2014), 840-841; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (31 octubre 2014), p. 9.
[258] S. Juan Pablo
II, Carta enc. Evangelium vitae (25
marzo 1995), 9: AAS 87 (1995), 411.
[259] Conferencia de
Obispos católicos de India, Response of the church in India to the
present day challenges (9 marzo 2016).
[260] Homilía durante
la Santa Misa, Domus Sanctae Marthae (17 mayo 2020).
[261] Benedicto XVI,
Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 19: AAS 101
(2009), 655.
[262] S. Juan Pablo
II, Carta enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 44: AAS 83 (1991), 849.
[263] Discurso a los
líderes de otras religiones y otras denominaciones cristianas,
Tirana – Albania (21 septiembre 2014): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (26 septiembre 2014), p. 9.
[264] Documento sobre la
fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (8 febrero 2019), p. 7.
[265] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 256: AAS 105 (2013), 1123.
[266] Benedicto XVI,
Carta enc. Deus caritas est (25
diciembre 2005), 28: AAS 98 (2006), 240.
[267] «El ser humano
es un animal político» (Aristóteles, Política, 1253a 1-3).
[268] Benedicto XVI,
Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 11: AAS 101 (2009),
648.
[269] Discurso a la
Comunidad católica, Rakovski – Bulgaria (6 mayo
2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(10 mayo 2019), p. 9.
[270] Homilía durante la
Santa Misa, Santiago de Cuba (22 septiembre 2015): AAS 107
(2015), 1005.
[271] Conc. Ecum.
Vat. II, Declaración Nostra aetate,
sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 2.
[272] Discurso en el
encuentro ecuménico, Riga – Letonia (24 septiembre 2018): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (28 septiembre 2018), p. 13.
[273] Lectio
divina en la Pontificia Universidad Lateranense (26 marzo 2019): L’Osservatore
Romano (27 marzo 2019), p. 10.
[274] S. Pablo VI,
Carta enc. Ecclesiam suam (6
agosto 1964), 44: AAS 56 (1964), 650.
[275] Discurso a las
autoridades, Belén – Palestina (25 mayo 2014): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 7.
[276] Enarrationes in
Psalmos, 130, 6: PL 37, 1707.
[277] Declaración
conjunta del Santo Padre Francisco y del Patriarca Ecuménico Bartolomé I,
Jerusalén (25 mayo 2014), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (30 mayo 2014), p. 12.
[278] Del film El
Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal,
de Wim Wenders (2018).
[279] Exhort. ap.
postsin. Querida Amazonia (2
febrero 2020), 106.
[280] Homilía durante la
Santa Misa, Colombo – Sri Lanka (14 enero 2015): AAS 107
(2015), 139; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (16 enero 2015), p. 5.
[281] Documento sobre la
fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019):L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (8 febrero 2019), p. 10.
[282] Discurso a las
autoridades, Sarajevo – Bosnia-Herzegovina (6 junio 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (12 junio 2015), p. 5.
[283] Discurso en el
Encuentro Internacional por la Paz organizado por la Comunidad de San Egidio (30
septiembre 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (4 octubre 2013), p. 3.
[284] Documento sobre la
fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común,
Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[286] Cf. B. Carlos
de Foucauld, Meditación sobre el Padrenuestro (23 enero 1897).
[287] Íd., Carta
a Henry de Castries (29 noviembre 1901).
[288] Íd., Carta
a Madame de Bondy (7 enero 1902). Así le llamaba también san Pablo VI,
elogiando su compromiso: Carta enc. Populorum
progressio (26 marzo 1967), 12: AAS 59
(1967), 263.