Artículos periodísticos y de investigación

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1 de febrero de 2023

La muerte como problema existencial del hombre (8)

 LA MUERTE COMO PROBLEMA EXISTENCIAL DEL HOMBRE

Escribe: Dr. Eudoro Terrones Negrete


VIII.                    LA MUERTE COMO PROBLEMA EXISTENCIAL DEL HOMBRE

Filósofos, científicos, biotecnólogos, antropólogos, psicoanalistas, psicólogos, sociólogos, escritores, sacerdotes, teólogos, pedagogos, poetas, periodistas y hombres de a pie en algún momento de sus vidas han reflexionado y siguen reflexionando sobre el fenómeno de la vida como valor, el fenómeno de la muerte como antivalor y como problema existencial fundamental del hombre ante la urgencia de encontrar una respuesta al reto de la muerte.

Desde hace muchos años, personas y empresarios filantrópicos vienen invirtiendo miles de millones de dólares en proyectos de investigación científica para salvarnos de la muerte prematura, regenerar órganos y tejidos, prolongar o triplicar, cuando menos, la esperanza de vida, luchar contra la muerte, vencerla o garantizar la eterna juventud y con ello revolucionar la sociedad global.

Yuval Noah Harari, en su obra “Homo Deus. Breve historia del mañana”, asevera que “El vertiginoso desarrollo de ámbitos tales como la ingeniería genética, la medicina regenerativa y la nanotecnología fomenta profecías cada vez más optimistas. Algunos expertos creen que los humanos vencerán a la muerte hacia 2200, otros dicen que lo harán en 2100, Kurzweil y De Grey son incluso más optimistas: sostienen que quienquiera que en 2050 posea un cuerpo y una cuenta bancaria sanos tendrá una elevada probabilidad de alcanzar la inmortalidad al engañar a la muerte una década tras otra. Según Kurzweil y De Grey, cada diez años, aproximadamente, entraremos en la clínica y recibiremos un tratamiento de renovación que no sólo curará enfermedades, sino que también regenerará tejidos deteriorados y rejuvenecerá manos, ojos y cerebro. Antes de que toque realizar el siguiente tratamiento, los médicos habrán inventado una plétora de nuevos medicamentos, mejoras y artilugios. Si Kurzweil y De Grey están en lo cierto, quizá algunos inmortales caminen ya por la calle junto al lector…, al menos si este camina por Wall Street o la Quinta Avenida”.[1]

Diríamos con Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina 1906: “Quien no se preocupa de la constitución del Universo y de los problemas de la vida y de la muerte, no pasa de ser un cuadrúmano con pretensiones”.

No con poca razón se afirma que la filosofía se origina cuando el hombre empieza a filosofar. La filosofía es producto de la actividad del filósofo (el filosofar). Filosofar que algunos lo han definido como “aprender a vivir” y “aprender a morir”, una ocupación intelectual o reflexiva propia del filósofo que trata de conseguir explicaciones válidas, confiables y útiles a cuestiones, dilemas y problemas de la cotidiana existencia humana.

Para Sócrates: “—Es cierto, por consiguiente, Simmias, que los verdaderos filósofos se ejercitan para la muerte, y que ésta no les parece de ninguna manera terrible. [...] siempre que veas a un hombre estremecerse y retroceder cuando está a punto de morir, es una prueba segura de que tal hombre ama, no la sabiduría, sino su cuerpo, y con el cuerpo los honores y riquezas, o ambas cosas a la vez”.

Manuel Kant en la Introducción de sus “Lecciones de Lógica” formuló estas 4 preguntas básicas que deberían ser planteadas por la filosofía en su sentido cósmico: ¿Qué es el hombre? (a esta pregunta responde la Antropología) ¿Qué puedo saber? (a esta pregunta responde la Metafísica), ¿qué debo hacer? (a esta pregunta responde la Moral)  y ¿qué me cabe esperar?  (a esta pregunta responde la Religión). Preguntas que implican una reflexión profunda sobre la naturaleza última de la existencia humana, en tanto y en cuanto el hombre es un ser mortal que lleva impregnado en el destino de su naturaleza y existencia el germen de la muerte.

En su recorrido existencial los hombres pasan del nacimiento a la muerte a veces alegres por haber alcanzado sus objetivos, fines y metas trazados, y a veces tristes o renegando por no haber podido satisfacer sus ambiciones, aspiraciones y necesidades plenas para sí o para toda su familia. Unos lograron entender y dar respuesta a los problemas de la vida sobre la base de esfuerzos, sacrificios, privaciones y capacitaciones; otros, con sus actitudes pesimistas, mezquinas y egoístas se quedaron en medio camino, insatisfechos y descontentos.

En la Edad Antigua, Platón concebía al filósofo como “el espectador de todo tiempo y de toda existencia”. Posteriormente, Aristóteles precisó: “Todo hombre desea naturalmente saber”. En la Edad Media, Santo Tomás de Aquino en su obra Suma Contra Gentiles afirma: “La naturaleza ha depositado en cada hombre la necesidad de saber la causa de aquello que ve; y precisamente por la admiración de lo que veían (los hombres), y cuyas causas les eran desconocidas, los hombres empezaron a filosofar, y finalmente descansaron al encontrar la causa de cuanto buscaban”. En la Edad Contemporánea, Karl Jaspers enfatiza: “Todo hombre en cuanto hombre filosofa”.

La población mundial al 2022 llegó a ocho mil millones de personas. Dentro de este contexto el vivir humano deviene en preocupación constante por la variedad y complejidad de los problemas que embarga, y el fenómeno de la muerte aún más inquieta, preocupa y aterroriza a los seres humanos. Los hechos (sociales, políticos, educativos, culturales, ecológicos, económicos, jurídicos, etc.) no van ni vienen como el hombre quiere ni como lo planifica o dispone.

La muerte es la materia prima de la actividad pensante del ser humano; es  motivo de reflexión crítica y autocrítica, de regocijo y aflicción; es tema enigmático y tabú en las culturas, países, naciones y civilizaciones; es el peor de los males en el planeta Tierra, desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días.

San Agustín (354-430 d.C.) en su obra La Ciudad de Dios, puntualiza: “Desde el instante en que comenzamos a existir en este cuerpo mortal, nunca dejamos de tender hacia la muerte. Ésta es la obra de la mutabilidad durante todo el tiempo de la vida (si es que vida debe llamarse): el tender hacia la muerte. No existe nadie que no esté más cercano a la muerte después de un año que antes de él, y mañana más que hoy, y hoy más que ayer, y poco después, más que ahora, y ahora, poco más que antes. Porque el tiempo vivido es un pellizco dado a la vida, y diariamente disminuye lo que resta: de tal forma, que esta vida no es más que una carrera hacia la muerte”.

El hombre es el único animal racional que “sabe que debe morir”, es consciente de que va a morir tarde o temprano, pero no sabe cuándo va a morir, cómo va a morir, dónde va a morir, de qué va a morir, por qué va a morir y para qué va a morir. El hombre es el único animal que es consciente y capaz de enterrar o de cremar a sus muertos.

Los progresos en la bioética, en la medicina, en las diferentes ciencias y en la tecnología si bien es cierto han contribuido a mejorar la calidad de vida de las personas y prolongar la vida, pero no nos han enseñado cómo combatir con efectividad, eficacia y eficiencia la muerte y como evitar la muerte para tranquilidad y felicidad absoluta de la humanidad.

Para el psicólogo canadiense Otto Klineberg (1899-1992) “La muerte es motivo de aflicción, no sólo en nuestra sociedad, sino probablemente en la mayoría de las culturas conocidas. Sin embargo, hay casos en que es motivo de regocijo. Se sabe de ciertos grupos de naturales de Siberia y de esquimales, así como de pobladores de las Islas Fidji que sentían verdadera ansiedad por morirse antes de entrar de lleno en la vejez. Esos isleños creían que la vida en la tierra era, simplemente, el preludio a una vida eterna, en la que poseerían las facultades corporales y mentales que tuviesen en el momento de morir. Si vivían hasta que fueran decrépitos, así continuarían para siempre. Por esta razón, un hijo respetuoso podía matar a sus padres, con la firme convicción de que les estaba haciendo el mayor favor posible. La creencia en la inmortalidad también existe entre nosotros, pero no la abrigamos con tanta convicción”[2]

El hombre es una indisoluble unidad biológica, psicológica y axiológica; es un ser social que nace, crece, se reproduce, se desarrolla, se realiza y muere en un determinado espacio y tiempo histórico. El ciclo biológico del hombre se inicia con la concepción y el desarrollo prenatal en el seno materno y culmina con la muerte.

El hombre es una unidad indisoluble por su aptitud emocional, por su poder creativo, por su motivación de logro, por su capacidad de planificación y de organización, por su visión de futuro. Tiene conciencia psicológica y conciencia moral, tiene pensamiento, conocimiento, experiencia, razón, voluntad, intuición, sentimiento, e inteligencia, y tiene también memoria, imaginación, lenguaje articulado, capacidad perceptiva y capacidad comunicativa.

La evolución biológica comprende el crecimiento y desarrollo de las partes del cuerpo, el aumento de estatura y de peso, transformaciones en las glándulas de secreción interna y cambios en la conducta.

La evolución psicológica del hombre comprende la maduración psíquica, es decir el desarrollo de capacidades mentales como la inteligencia, la memoria, la imaginación, la atención, la percepción, el pensamiento, las emociones, la capacidad de aprender conocimientos, el desarrollo del lenguaje, el aprendizaje de nuevos idiomas y las diversas formas de conducta.

Desde el nacimiento hasta la muerte el hombre vive en un proceso de adaptación e integración a la sociedad, desplegando sus actividades, realizando sus aspiraciones, sorteando y superando obstáculos, afrontando los problemas cotidianos, luchando y procurando alcanzar formas y niveles de vida, bienestar y felicidad compatibles con la dignidad humana. El hombre se esfuerza por conocerse a sí mismo y conocer a los demás: busca mejores posibilidades, alternativas y vías de autorrealización plena, recibe y asimila las influencias positivas del mundo externo (estímulos, satisfacciones e insatisfacciones).

Durante el transcurso de la existencia humana solemos escuchar expresiones cono éstas: “Notorio es que los años no poseen la misma duración subjetiva al terminar que al iniciarse el curso de la existencia. De niños, decimos: “Un año más, ¡qué alegría! De viejos, pensamos: “Un año menos, ¡qué pena!” escribía Santiago Ramón y Cajal, en sus “Charlas de Café” (Madrid, 1932). Hay personas que se “hacen el muerto”, al quedar inactivos o en silencio para no ser advertidos por las otras personas de su entorno o de la comunidad en el que trabaja o vive. Hay personas que “no tienen donde caerse muerto”, al carecer de dinero o vivir en la miseria por motivos diversos. O que al restablecerse de una enfermedad gravísima “vuelven de la muerte a la vida”. O “estar uno a la muerte” al encontrarse en riesgo o peligro inminente de morir.

El insigne Menéndez y Pelayo exclamaba en su lecho de muerte: “¡Qué lástima morirse cuando me faltaba tanto que leer”! Y quedando tantos angustiosos misterios por esclarecer.

El médico y científico español, Santiago Felipe Ramón y Cajal, refiere en la siguiente anécdota que “A dos leguas de Alcantarilla (Murcia), y en pleno socarral, vivía una familia de centenarios. Lo habían sido el padre y el abuelo, y llevaba camino de emularlos una hija, tronco de tres generaciones robustas. Cuando la vi, frisaba en los noventa y siete; dormía en una especie de pocilga húmeda y angosta; caminaba todos los días cuatro leguas para vender en Alcantarilla huevos y comprar provisiones, y abusaba lastimosamente del aguardiente y del tabaco. Pregunté a la anciana si se sentía satisfecha de su senectud fuerte y lozana, y respondióme con aire melancólico y desolado: “No, señor; me cansa la vida; deseo que cuanto antes se me lleve la Virgen del Carmen.” Y la ingenua viejecita murió dos años después, no por caducidad irremediable, sino a causa de un hartazgo de higos chumbos”.[3]

Los misterios de la vida y los secretos de la muerte están en el genoma humano. En el globo terráqueo todo tiene su inicio (la vida), todo tiene su fin (la muerte) y todo lo que vive muere.

A través del llanto y del luto el hombre manifiesta su tristeza por la muerte de un ser querido, de un amigo o una amiga, de un personaje importante o de una autoridad de la comunidad.

Las opiniones acerca de la muerte siempre son mayoritariamente en contra y minoritariamente a favor. Para unos, la muerte es un fenómeno trágico, triste, no tiene sentido y es muy fácil de soportar; para otros, les resulta muy difícil. El teólogo y escritor francés Francois Fénelon enfatizaba: “La muerte sólo será triste para los que no han pensado en ella”.

Para el filósofo existencialista alemán Martín Heidegger el hombre es en el mundo un extranjero que se precipita en la nada. El hombre es un “ser-para-morir”, pero no sólo para morir una vez, sino que en cada instante se realiza como “un-ser-que-muere”. La muerte es un hecho biográfico, se inscribe en su misma existencia, como la corporalidad: vivir es morir. Los vivos lo estamos…porque “todavía no hemos muerto”.

Por su parte, el filósofo francés Jean-Paul Sartre  manifiesta que “Es absurdo que hayamos existido y es absurdo que muramos”. “Todo existente nace sin razón, se desarrolla por debilidad y muere por azar”. “La vida es proyecto y espera. El término debiera ser fruición y goce y reposo. Pero jamás se llega a ese término. La muerte interrumpe, desde el exterior, la propia realización. Estamos condenados a unas conquistas sin sentido y a unos anhelos sin cumplimiento. “La vida es una pasión inútil.”[4]

No cabe duda que la muerte no respeta ni perdona a nadie, ocurre a cualquier edad del ser humano, unifica a todos los individuos, iguala a todos los seres humanos, juzga con la misma vara a todos y carece de preferencias o simpatías individuales. Lao-Tsé, decía: “Diferentes en la vida, los hombres son iguales en la muerte.”

Quien mal vive, poco vive, porque quien vive una vida desordenada y con malos hábitos alimenticios estos suelen acarrear enfermedades de todo tipo y que conducen a la muerte y terminan con la muerte.

Quien poco o nada tiene hace corto su testamento o muere sin dejar testamento, por ser muy poco o nada lo que tiene que heredar. Lo que no ocurre con los millonarios que no duermen bien por pensar antes de morir en los muchos bienes muebles e inmuebles que tiene que incluir en su testamento y hacen largo su testamento.

La mayoría de personas del mundo abrigan el interés y la curiosidad de saber qué es la muerte, cómo es la muerte, cuáles son las primeras y las últimas manifestaciones de la persona fenecida, quiere saber a qué causas se debe la muerte, de qué manera puede esquivarse de la muerte y cuáles sus consecuencias. Es consciente que nadie tiene la vida comprada y que en cualquier momento puede fallecer. El hombre presiente y percibe la muerte a través de su amenaza o de la muerte de un pariente o de otras personas y consiguientemente tiene el deber de prepararse para un buen morir y así ejercitar su derecho a una muerte planificada y digna.

Confesó el marxista Adam Schaff[5] que la muerte es, sin discusión, el “talón de Aquiles” de la Cosmovisión marxista. Porque “también en el socialismo mueren los hombres, y este es el más grave problema que la filosofía no puede resolver”. Y Ernesto Bloch[6], marxista alemán, reconoció que “la muerte es la respuesta más dura a la utopía”.

Los marxistas lo saben, porque consciente o inconscientemente minimizan el problema, considerando la muerte como un “hecho biológico intrascendente”, no como un absurdo ni un valor”[7]. Los Manuales del marxismo ortodoxo eluden cuidadosamente la cuestión; sus Diccionarios ni siquiera contienen el término “muerte”[8].

Manuel Kant en la Introducción de sus “Lecciones de Lógica” formuló estas 4 preguntas: ¿Qué es el hombre? ¿Qué puedo saber?, ¿qué debo saber?  y ¿qué me cabe esperar? Preguntas que implican una reflexión profunda sobre la naturaleza última de la existencia humana, en tanto y en cuanto el hombre es un ser mortal que lleva impregnado en el destino de su naturaleza y existencia el germen de la muerte.

La muerte es un fenómeno bio-fisiológico que forma parte del proceso de vivir del ser humano, cuya experiencia es privativa del ser humano. Es un acontecimiento mundano terrenal; es la crisis suprema y definitiva del hombre; es algo propio de cada uno que puede llegar en cualquier instante sin que lo quiera, lo pida ni lo rechace. El fenómeno de la muerte es una posibilidad presente, permanente e indetenible en la vida de todo ser humano. Así, la vida deviene en un adecuado arte de enfrentar, prevenir, alejar y superar periódicamente sus posibles manifestaciones.

Se afirma no con poca razón que la muerte es una necesidad fundamental como parte del proceso de la naturaleza, pues de no existir no cabrían más seres humanos en el globo terráqueo, y la sobrepoblación ilimitada e incontrolada rebalsaría y haría imposible la supervivencia humana. Por esta razón el equilibrio llega a establecerse por la desaparición continua de seres que rinden su tributo a la muerte al enterarse que la muerte es el remedio de todos los males y que se usa una sola vez.

En su artículo “El sentido de la muerte”, Mijail Malishev explica: “La conciencia de la muerte introduce, entre el animal y el hombre, una ruptura más profunda que la capacidad del segundo para fabricar utensilios, hablar y pensar. Quizá el hombre se convirtió en hombre desde el momento en que empezó a enterrar los cadáveres de sus congéneres, inventó el ritual funerario y elaboró las creencias en la supervivencia o en la resurrección en el más allá de los fallecidos. En todo caso, el hombre es el único ser vivo que sabe que tarde o temprano va a morir y, por tanto, piensa no sólo en cómo va a vivir, sino también en cómo va a morir. Ante la amenaza del arribo de la muerte, el hombre identifica al hombre y se identifica a sí mismo como ser humano. Podemos suponer que el hombre primitivo sabía ya, cuando enterraba a sus congéneres, del sentido de la muerte, pues en caso contrario difícilmente hubiera inhumado a sus cadáveres”[9].

 



[1] Yuval Noah Harari,  “Homo Deus. Breve historia del mañana”, México, primera edición, diciembre, 2016, pp.36-37.

[2]  Klineberg, Otto. Psicología Social.  Fondo de Cultura Económica, Biblioteca de Psicología y Psicoanálisis dirigida por Erich Fromm, México, Primera edición en español, 1963, p.170.

[3] Ramón y Cajal, Santiago, Obras Literarias Completas. Charlas de Café.  Aguilar, S.A. de Ediciones, Madrid (España), 1950, p.1010-1011.

[4] Sartre, Jean-Paul. “El ser y la nada”, trad.Valmar, Bs.As., 1966, especialmente pp.656-660.

[5] Schaff, A., “Marxismo e individuo humano”, México, 1967, p.47.

[6] Bloch, E., “Das Prinzip Hoffnung”, Frankfurt A. M., 1959, p.15.

[7] Cf.Vuillemin, “Essai sur la signification de la mort”, París, 1948.

[8] Cf,p.ej., Varios, “Fundamentos de la Filosofía marxista-leninista”, Berlín, 1972, O el “Diccionario Filosófico del marxismo-leninismo”, de BUHR, M y KOSING, A., Berlín, 1974.

[9]Mijail Málishev, El sentido de la muerte. https://www.redalyc.org/pdf/104/10410106.pdf

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