LA MUERTE COMO PROBLEMA EXISTENCIAL DEL HOMBRE
Escribe: Dr. Eudoro Terrones Negrete
VIII.
LA MUERTE COMO PROBLEMA EXISTENCIAL DEL HOMBRE
Filósofos, científicos,
biotecnólogos, antropólogos, psicoanalistas, psicólogos, sociólogos,
escritores, sacerdotes, teólogos, pedagogos, poetas, periodistas y hombres de a
pie en algún momento de sus vidas han reflexionado y siguen reflexionando sobre
el fenómeno de la vida como valor, el fenómeno de la muerte como antivalor y como
problema existencial fundamental del hombre ante la urgencia de encontrar una
respuesta al reto de la muerte.
Desde hace muchos años, personas
y empresarios filantrópicos vienen invirtiendo miles de millones de dólares en
proyectos de investigación científica para salvarnos de la muerte prematura,
regenerar órganos y tejidos, prolongar o triplicar, cuando menos, la esperanza
de vida, luchar contra la muerte, vencerla o garantizar la eterna juventud y
con ello revolucionar la sociedad global.
Yuval Noah Harari, en su obra
“Homo Deus. Breve historia del mañana”, asevera que “El vertiginoso desarrollo
de ámbitos tales como la ingeniería genética, la medicina regenerativa y la
nanotecnología fomenta profecías cada vez más optimistas. Algunos expertos
creen que los humanos vencerán a la muerte hacia 2200, otros dicen que lo harán
en 2100, Kurzweil y De Grey son incluso más optimistas: sostienen que
quienquiera que en 2050 posea un cuerpo y una cuenta bancaria sanos tendrá una
elevada probabilidad de alcanzar la inmortalidad al engañar a la muerte una
década tras otra. Según Kurzweil y De Grey, cada diez años, aproximadamente,
entraremos en la clínica y recibiremos un tratamiento de renovación que no sólo
curará enfermedades, sino que también regenerará tejidos deteriorados y
rejuvenecerá manos, ojos y cerebro. Antes de que toque realizar el siguiente
tratamiento, los médicos habrán inventado una plétora de nuevos medicamentos,
mejoras y artilugios. Si
Kurzweil y De Grey están en lo cierto, quizá algunos
inmortales caminen ya por la calle junto al lector…, al menos si este camina
por Wall Street o la Quinta Avenida”.[1]
Diríamos con Santiago Ramón y
Cajal, Premio Nobel de Medicina 1906: “Quien no se preocupa de la constitución
del Universo y de los problemas de la vida y de la muerte, no pasa de ser un
cuadrúmano con pretensiones”.
No con poca razón se afirma que
la filosofía se origina cuando el hombre empieza a filosofar. La filosofía es
producto de la actividad del filósofo (el filosofar). Filosofar que algunos lo
han definido como “aprender a vivir” y “aprender a morir”, una ocupación
intelectual o reflexiva propia del filósofo que trata de conseguir
explicaciones válidas, confiables y útiles a cuestiones, dilemas y problemas de
la cotidiana existencia humana.
Para Sócrates: “—Es cierto, por consiguiente, Simmias, que
los verdaderos filósofos se ejercitan para la muerte, y que ésta no les parece
de ninguna manera terrible. [...] siempre que veas a un hombre estremecerse y
retroceder cuando está a punto de morir, es una prueba segura de que tal hombre
ama, no la sabiduría, sino su cuerpo, y con el cuerpo los honores y riquezas, o
ambas cosas a la vez”.
Manuel Kant en la Introducción de
sus “Lecciones de Lógica” formuló estas 4 preguntas básicas que deberían ser
planteadas por la filosofía en su sentido cósmico: ¿Qué es el hombre? (a esta
pregunta responde la Antropología) ¿Qué puedo saber? (a esta pregunta responde
la Metafísica), ¿qué debo hacer? (a esta pregunta responde la Moral) y ¿qué me cabe esperar? (a esta pregunta responde la Religión). Preguntas
que implican una reflexión profunda sobre la naturaleza última de la existencia
humana, en tanto y en cuanto el hombre es un ser mortal que lleva impregnado en
el destino de su naturaleza y existencia el germen de la muerte.
En su recorrido existencial los
hombres pasan del nacimiento a la muerte a veces alegres por haber alcanzado
sus objetivos, fines y metas trazados, y a veces tristes o renegando por no
haber podido satisfacer sus ambiciones, aspiraciones y necesidades plenas para
sí o para toda su familia. Unos lograron entender y dar respuesta a los
problemas de la vida sobre la base de esfuerzos, sacrificios, privaciones y
capacitaciones; otros, con sus actitudes pesimistas, mezquinas y egoístas se
quedaron en medio camino, insatisfechos y descontentos.
En la Edad Antigua, Platón
concebía al filósofo como “el espectador de todo tiempo y de toda existencia”.
Posteriormente, Aristóteles precisó: “Todo hombre desea naturalmente saber”. En
la Edad Media, Santo Tomás de Aquino en su obra Suma Contra Gentiles afirma:
“La naturaleza ha depositado en cada hombre la necesidad de saber la causa de
aquello que ve; y precisamente por la admiración de lo que veían (los hombres),
y cuyas causas les eran desconocidas, los hombres empezaron a filosofar, y
finalmente descansaron al encontrar la causa de cuanto buscaban”. En la Edad
Contemporánea, Karl Jaspers enfatiza: “Todo hombre en cuanto hombre filosofa”.
La población mundial al 2022
llegó a ocho mil millones de personas. Dentro de este contexto el vivir humano
deviene en preocupación constante por la variedad y complejidad de los
problemas que embarga, y el fenómeno de la
muerte aún más inquieta, preocupa y aterroriza a los seres humanos. Los hechos
(sociales, políticos, educativos, culturales, ecológicos, económicos, jurídicos,
etc.) no van ni vienen como el hombre quiere ni como lo planifica o dispone.
La
muerte es la materia prima de la actividad pensante del ser humano; es motivo de reflexión crítica y autocrítica, de
regocijo y aflicción; es tema enigmático y tabú en las culturas, países,
naciones y civilizaciones; es el peor de los males en el planeta Tierra, desde
tiempos inmemoriales hasta nuestros días.
San Agustín (354-430 d.C.) en su obra La Ciudad de Dios,
puntualiza: “Desde el instante en que comenzamos a existir en este cuerpo
mortal, nunca dejamos de tender hacia la muerte. Ésta es la obra de la
mutabilidad durante todo el tiempo de la vida (si es que vida debe llamarse):
el tender hacia la muerte. No existe nadie que no esté más cercano a la muerte
después de un año que antes de él, y mañana más que hoy, y hoy más que ayer, y
poco después, más que ahora, y ahora, poco más que antes. Porque el tiempo
vivido es un pellizco dado a la vida, y diariamente disminuye lo que resta: de
tal forma, que esta vida no es más que una carrera hacia la muerte”.
El
hombre es el único animal racional que “sabe que debe morir”, es consciente de
que va a morir tarde o temprano, pero no sabe cuándo va a morir, cómo va a morir,
dónde va a morir, de qué va a morir, por qué va a morir y para qué va a morir.
El hombre es el único animal que es consciente y capaz de enterrar o de cremar
a sus muertos.
Los progresos en la bioética, en la medicina, en las
diferentes ciencias y en la tecnología si bien es cierto han contribuido a
mejorar la calidad de vida de las personas y prolongar la vida, pero no nos han
enseñado cómo combatir con efectividad, eficacia y eficiencia la muerte y como
evitar la muerte para tranquilidad y felicidad absoluta de la humanidad.
Para
el psicólogo canadiense Otto Klineberg (1899-1992) “La muerte es motivo de
aflicción, no sólo en nuestra sociedad, sino probablemente en la mayoría de las
culturas conocidas. Sin embargo, hay casos en que es motivo de regocijo. Se
sabe de ciertos grupos de naturales de Siberia y de esquimales, así como de
pobladores de las Islas Fidji que sentían verdadera ansiedad por morirse antes
de entrar de lleno en la vejez. Esos isleños creían que la vida en la tierra
era, simplemente, el preludio a una vida eterna, en la que poseerían las
facultades corporales y mentales que tuviesen en el momento de morir. Si vivían
hasta que fueran decrépitos, así continuarían para siempre. Por esta razón, un
hijo respetuoso podía matar a sus padres, con la firme convicción de que les
estaba haciendo el mayor favor posible. La creencia en la inmortalidad también
existe entre nosotros, pero no la abrigamos con tanta convicción”[2]
El hombre
es una indisoluble unidad biológica, psicológica y axiológica; es un ser social
que nace, crece, se reproduce, se desarrolla, se realiza y muere en un
determinado espacio y tiempo histórico. El ciclo biológico del hombre se inicia
con la concepción y el desarrollo prenatal en el seno materno y culmina con la
muerte.
El
hombre es una unidad indisoluble por su aptitud emocional, por su poder
creativo, por su motivación de logro, por su capacidad de planificación y de
organización, por su visión de futuro. Tiene conciencia psicológica y
conciencia moral, tiene pensamiento, conocimiento, experiencia, razón,
voluntad, intuición, sentimiento, e inteligencia, y tiene también memoria,
imaginación, lenguaje articulado, capacidad perceptiva y capacidad
comunicativa.
La
evolución biológica comprende el crecimiento y desarrollo de las partes del
cuerpo, el aumento de estatura y de peso, transformaciones en las glándulas de
secreción interna y cambios en la conducta.
La
evolución psicológica del hombre comprende la maduración psíquica, es decir el
desarrollo de capacidades mentales como la inteligencia, la memoria, la
imaginación, la atención, la percepción, el pensamiento, las emociones, la
capacidad de aprender conocimientos, el desarrollo del lenguaje, el aprendizaje
de nuevos idiomas y las diversas formas de conducta.
Desde el
nacimiento hasta la muerte el hombre vive en un proceso de adaptación e
integración a la sociedad, desplegando sus actividades, realizando sus
aspiraciones, sorteando y superando obstáculos, afrontando los problemas
cotidianos, luchando y procurando alcanzar formas y niveles de vida, bienestar
y felicidad compatibles con la dignidad humana. El hombre se esfuerza por
conocerse a sí mismo y conocer a los demás: busca mejores posibilidades,
alternativas y vías de autorrealización plena, recibe y asimila las influencias
positivas del mundo externo (estímulos, satisfacciones e insatisfacciones).
Durante
el transcurso de la existencia humana solemos escuchar expresiones cono éstas:
“Notorio es que los años no poseen la misma duración subjetiva al terminar que
al iniciarse el curso de la existencia. De niños, decimos: “Un año más, ¡qué
alegría! De viejos, pensamos: “Un año menos, ¡qué pena!” escribía Santiago
Ramón y Cajal, en sus “Charlas de Café” (Madrid, 1932). Hay
personas que se “hacen el muerto”, al quedar inactivos o en silencio
para no ser advertidos por las otras personas de su entorno o de la comunidad
en el que trabaja o vive. Hay personas que “no tienen donde caerse muerto”,
al carecer de dinero o vivir en la miseria por motivos diversos. O que al
restablecerse de una enfermedad gravísima “vuelven de la muerte a la vida”.
O “estar uno a la muerte” al encontrarse en riesgo o peligro inminente
de morir.
El
insigne Menéndez y Pelayo exclamaba en su lecho de muerte: “¡Qué lástima
morirse cuando me faltaba tanto que leer”! Y quedando tantos angustiosos
misterios por esclarecer.
El
médico y científico español, Santiago Felipe Ramón y Cajal, refiere en la
siguiente anécdota que “A dos leguas de Alcantarilla (Murcia), y en pleno
socarral, vivía una familia de centenarios. Lo habían sido el padre y el
abuelo, y llevaba camino de emularlos una hija, tronco de tres generaciones
robustas. Cuando la vi, frisaba en los noventa y siete; dormía en una especie
de pocilga húmeda y angosta; caminaba todos los días cuatro leguas para vender
en Alcantarilla huevos y comprar provisiones, y abusaba lastimosamente del
aguardiente y del tabaco. Pregunté a la anciana si se sentía satisfecha de su
senectud fuerte y lozana, y respondióme con aire melancólico y desolado: “No,
señor; me cansa la vida; deseo que cuanto antes se me lleve la Virgen del Carmen.”
Y la ingenua viejecita murió dos años después, no por caducidad irremediable,
sino a causa de un hartazgo de higos chumbos”.[3]
Los
misterios de la vida y los secretos de la muerte están en el genoma humano. En
el globo terráqueo todo tiene su inicio (la vida), todo tiene su fin (la
muerte) y todo lo que vive muere.
A
través del llanto y del luto el hombre manifiesta su tristeza por la muerte de
un ser querido, de un amigo o una amiga, de un personaje importante o de una
autoridad de la comunidad.
Las
opiniones acerca de la muerte siempre son mayoritariamente en contra y
minoritariamente a favor. Para unos, la muerte es un fenómeno trágico, triste, no
tiene sentido y es muy fácil de soportar; para otros, les resulta muy difícil. El
teólogo y escritor francés Francois Fénelon
enfatizaba: “La muerte sólo será triste para los que no han pensado en ella”.
Para el
filósofo existencialista alemán Martín Heidegger el hombre es en el mundo un
extranjero que se precipita en la nada. El hombre es un “ser-para-morir”, pero
no sólo para morir una vez, sino que en cada instante se realiza como
“un-ser-que-muere”. La muerte es un hecho biográfico, se inscribe en su misma
existencia, como la corporalidad: vivir es morir. Los vivos lo estamos…porque
“todavía no hemos muerto”.
Por su
parte, el filósofo francés Jean-Paul Sartre manifiesta que “Es absurdo que hayamos
existido y es absurdo que muramos”. “Todo existente nace sin razón, se
desarrolla por debilidad y muere por azar”. “La vida es proyecto y espera. El
término debiera ser fruición y goce y reposo. Pero jamás se llega a ese
término. La muerte interrumpe, desde el exterior, la propia realización.
Estamos condenados a unas conquistas sin sentido y a unos anhelos sin
cumplimiento. “La vida es una pasión inútil.”[4]
No cabe duda que la
muerte no respeta ni perdona a nadie, ocurre a cualquier edad del ser humano, unifica
a todos los individuos, iguala a todos los seres humanos, juzga con la misma
vara a todos y carece de preferencias o simpatías individuales. Lao-Tsé, decía: “Diferentes en la vida, los hombres
son iguales en la muerte.”
Quien mal vive, poco vive, porque
quien vive una vida desordenada y con malos hábitos alimenticios estos suelen
acarrear enfermedades de todo tipo y que conducen a la muerte y terminan con la
muerte.
Quien poco o nada tiene hace corto
su testamento o muere sin dejar testamento, por ser muy poco o nada lo que
tiene que heredar. Lo que no ocurre con los millonarios que no duermen bien por
pensar antes de morir en los muchos bienes muebles e inmuebles que tiene que
incluir en su testamento y hacen largo su testamento.
La
mayoría de personas del mundo abrigan el interés y la curiosidad de saber qué
es la muerte, cómo es la muerte, cuáles son las primeras y las últimas
manifestaciones de la persona fenecida, quiere saber a qué causas se debe la
muerte, de qué manera puede esquivarse de la muerte y cuáles sus consecuencias.
Es consciente que nadie tiene la vida comprada y que en cualquier momento puede
fallecer. El hombre presiente y percibe la muerte a través de su
amenaza o de la muerte de un pariente o de otras personas y consiguientemente
tiene el deber de prepararse para un buen morir y así ejercitar su derecho a una
muerte planificada y digna.
Confesó
el marxista Adam Schaff[5]
que la muerte es, sin discusión, el “talón de Aquiles” de la Cosmovisión
marxista. Porque “también en el socialismo mueren los hombres, y este es el más
grave problema que la filosofía no puede resolver”. Y Ernesto Bloch[6],
marxista alemán, reconoció que “la muerte es la respuesta más dura a la
utopía”.
Los
marxistas lo saben, porque consciente o inconscientemente minimizan el
problema, considerando la muerte como un “hecho biológico intrascendente”, no
como un absurdo ni un valor”[7].
Los Manuales del marxismo ortodoxo eluden cuidadosamente la cuestión; sus
Diccionarios ni siquiera contienen el término “muerte”[8].
Manuel
Kant en la Introducción de sus “Lecciones de Lógica” formuló estas 4 preguntas:
¿Qué es el hombre? ¿Qué puedo saber?, ¿qué debo saber? y ¿qué me cabe esperar? Preguntas que
implican una reflexión profunda sobre la naturaleza última de la existencia
humana, en tanto y en cuanto el hombre es un ser mortal que lleva impregnado en
el destino de su naturaleza y existencia el germen de la muerte.
La muerte es un fenómeno
bio-fisiológico que forma parte del proceso de vivir del ser humano, cuya
experiencia es privativa del ser humano. Es un acontecimiento mundano terrenal;
es la crisis suprema y definitiva del hombre; es algo propio de cada uno que
puede llegar en cualquier instante sin que lo quiera, lo pida ni lo rechace. El
fenómeno de la muerte es una posibilidad presente, permanente e indetenible en
la vida de todo ser humano. Así, la vida deviene en un adecuado arte de
enfrentar, prevenir, alejar y superar periódicamente sus posibles
manifestaciones.
Se afirma no con poca razón que
la muerte es una necesidad fundamental como parte del proceso de la naturaleza,
pues de no existir no cabrían más seres humanos en el globo terráqueo, y la
sobrepoblación ilimitada e incontrolada rebalsaría y haría imposible la
supervivencia humana. Por esta razón el equilibrio llega a establecerse por la
desaparición continua de seres que rinden su tributo a la muerte al enterarse
que la muerte es el remedio de todos los males y que se usa una sola vez.
En su artículo “El sentido de la
muerte”, Mijail Malishev explica: “La
conciencia de la muerte introduce, entre el animal y el hombre, una ruptura más
profunda que la capacidad del segundo para fabricar utensilios, hablar y
pensar. Quizá el hombre se convirtió en hombre desde el momento en que empezó a
enterrar los cadáveres de sus congéneres, inventó el ritual funerario y elaboró
las creencias en la supervivencia o en la resurrección en el más allá de los
fallecidos. En todo caso, el hombre es el único ser vivo que sabe que tarde o
temprano va a morir y, por tanto, piensa no sólo en cómo va a vivir, sino
también en cómo va a morir. Ante la amenaza del arribo de la muerte, el hombre
identifica al hombre y se identifica a sí mismo como ser humano. Podemos
suponer que el hombre primitivo sabía ya, cuando enterraba a sus congéneres,
del sentido de la muerte, pues en caso contrario difícilmente hubiera inhumado
a sus cadáveres”[9].
[1] Yuval Noah
Harari, “Homo Deus. Breve historia del
mañana”, México, primera edición, diciembre, 2016, pp.36-37.
[2]
Klineberg, Otto. Psicología Social. Fondo de Cultura Económica, Biblioteca de
Psicología y Psicoanálisis dirigida por Erich Fromm, México, Primera edición en
español, 1963, p.170.
[3] Ramón y Cajal, Santiago, Obras Literarias Completas. Charlas de Café. Aguilar, S.A. de Ediciones, Madrid (España), 1950, p.1010-1011.
[4] Sartre, Jean-Paul. “El ser y la nada”, trad.Valmar, Bs.As., 1966, especialmente pp.656-660.
[5] Schaff, A., “Marxismo e individuo humano”, México,
1967, p.47.
[6] Bloch, E., “Das Prinzip Hoffnung”, Frankfurt A. M.,
1959, p.15.
[7] Cf.Vuillemin,
“Essai sur la signification de la mort”, París, 1948.
[8] Cf,p.ej., Varios, “Fundamentos de la Filosofía
marxista-leninista”, Berlín, 1972, O el “Diccionario Filosófico del
marxismo-leninismo”, de BUHR, M y KOSING, A., Berlín, 1974.
[9]Mijail Málishev,
El sentido de la muerte. https://www.redalyc.org/pdf/104/10410106.pdf