Artículos periodísticos y de investigación

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1 de febrero de 2023

La muerte como problema existencial del hombre (XIII)

LA MUERTE COMO PROBLEMA EXISTENCIAL DEL HOMBRE

Escribe: Dr. Eudoro Terrones Negrete 


 

XIII.           LA MUERTE DE SÓCRATES[1]

Uno de los discípulos más queridos de Sócrates, Fedón, estuvo cerca de la cama de Sócrates el día que bebió la cicuta en la prisión y sentado a su derecha en un asiento bajo, y Sócrates en otro más alto. Sócrates, luego de pasar su mano por la cabeza de Fedón, cogerle el cabello que caía sobre sus espaldas y con el cual tenía la costumbre de jugar, le dijo: “Fedón: Mañana te harás cortar estos hermosos cabellos”, en clara recordación a los griegos que se hacían cortar los cabellos a la muerte de sus amigos y los colocaban sobre su tumba.

Magníficas e informadas disquisiciones nos ofrece la filosofía Emily Wilson[2], autora de la polémica obra La muerte de Sócrates. Héroe, villano, charlatán, santo: “Varios estudiosos de finales del siglo XX han sostenido que el relato que hace Platón de la muerte de Sócrates no es fiel, es demasiado bueno y bello para ser verdad. La ingestión de cicuta produce babas, hace que sudes profundamente, provoca dolor de estómago y de cabeza, vómitos, aceleración del ritmo cardiaco, convulsiones, sequedad bucal y estremecimientos. El cuadro no se asemeja en absoluto a la descripción de la muerte que hace Platón en el Fedón. La visión platónica, tan alejada de los verdaderos síntomas, tan puesta en escena, sugiere que su versión es netamente ficcional si bien basada en un hecho real. Ergo…”.

“No hay, no debería haber consecuencias precipitadas. Enid Bloch ha puesto en entredicho esa visión más realista, menos ficcional, muy antiplatónica. Bloch -acaso el nombre no sea casual en este caso- ha probado que Platón nos ofrece una descripción fiel de los p0robables síntomas médicos de Sócrates durante los últimos instantes de su vida: la cicuta venenosa, una de las tres variantes de la cicuta, no afecta al sistema nervioso central, sino sólo al sistema periférico, de ahí que los que la ingieren se vean afectados exactamente en la forma descrita por Platón: su cuerpo se agarrota poco a poco hasta que mueren indoloramente una vez que la parálisis afecta al sistema respiratorio o al corazón”[3].

Coincido con Emily Wilson cuando en la introducción de su obra referida señala que Sócrates “no sólo fue condenado a muerte por sus ideas sino por las personas con las que se relacionó” y que para poder entender bien la muerte de Sócrates, “hemos de conocer la historia de su tiempo, a sus amigos, su familia, sus enemigos y sus amantes”.

Y precisamente esto es lo que he tratado de hacer desde los inicios de las páginas del ensayo: “Sócrates: el filósofo, el maestro y el mártir de la filosofía” para una mejor comprensión integral de la vida y del pensamiento de este “pensador extraño y radical”, aun cuando sobre las fuentes “no tenemos forma de acceder directamente a los hechos”, toda vez que lo poco que sabemos sobre Sócrates proviene de las versiones de sus discípulos Platón, Jenofonte, Aristófanes y Aristóteles.

No cabe duda alguna que los dirigentes demócratas fueron los que derrocaron a los tiranos de Atenas y los encargados de ejecutar a Sócrates en el año 399 antes de Cristo. Por entonces, su discípulo Platón tenía 28 años de edad.

Sócrates murió con firmeza y lealtad a sus principios, a sus creencias, a su filosofía de la vida. Murió con dignidad, sin claudicación alguna y seguro que ha actuado con fiel respeto a las leyes de la ciudad, después de vivir entregado de entero a la filosofía y a la educación del pueblo ateniense, sin percibir remuneración alguna. “Se sentó al borde de la cama, puso los pies en tierra, y habló en esta postura todo el resto del día”.

Y esta tranquilidad de espíritu y de conformidad de conciencia sobre su destino se justifica cuando Sócrates[4] en el diálogo Fedón, manifiesta lo siguiente: “Todo hombre, que durante su vida ha renunciado a los placeres y a los bienes del cuerpo y los ha mirado como extraños y maléficos, que sólo se ha entregado a los placeres de la ciencia, y ha puesto en su alma, no adornos extraños, sino adornos que le son propios, como la templanza, la justicia, la fortaleza, la libertad, la verdad; semejante hombre debe esperar tranquilamente la hora de su partida para el Hades, estando siempre dispuesto para este viaje cuando quiera que el destino le llame. Respeto a vosotros, Simmias y Cebes y los demás aquí presentes, haréis este viaje cuando os llegue vuestro turno. Con respecto a mí, la muerte me llama hoy, como diría un poeta trágico, y ya es tiempo de que me vaya al baño, porque me parece que es mejor no beber el veneno hasta después de haberme bañado, y ahorraré así a las mujeres el trabajo de lavar mi cadáver”.

El filósofo murió en fiel acatamiento de “una orden formal para morir” que dice le enviaba Dios y que en su condición de filósofo se prestaba gustoso a la muerte. Y feneció pensando encontrar en el otro mundo dioses tan buenos y tan sabios, hombres mejores que los que dejaba y poder reunirse allí con hombres justos. Murió confiando que hay algo reservado para los hombres después de esta vida: la de gozar bien infinitos, y que, según la antigua máxima, los buenos serían mejor tratados que los malos.

“Los hombres ignoran – dice Sócrates en el diálogo Fedón- que los verdaderos filósofos no trabajan durante su vida sino para prepararse a la muerte; y siendo esto así, sería ridículo que después de haber proseguido sin tregua este único fin, recelasen y temiesen, cuando se les presenta la muerte… Lo propio y peculiar del filósofo es trabajar más particularmente que los demás hombres, en desprender su alma del comercio del cuerpo”.[5]

Al filosofar sobre la muerte, Sócrates estuvo convencido que por medio del razonamiento el alma descubre la verdad. A la separación del alma y del cuerpo lo denominó “la muerte”. Reflexionó sobre la esencia de las cosas, sobre lo que son las cosas en sí mismas. No se cansó de repetir que por medio del pensamiento (alma) y no por los sentidos del cuerpo es como se llega a conocer mejor la realidad de los objetos o la esencia pura de las cosas del mundo, sentenciando que el cuerpo nunca nos conduce a la sabiduría.

“Por consiguiente, dice Sócrates en el Fedón, siempre que veas a un hombre estremecerse y retroceder cuando está a punto de morir, es una prueba segura de que tal hombre ama no la sabiduría, sino su cuerpo, y con el cuerpo los honores y riquezas, o ambas cosas a la vez”.[6]

Con el brazo en alto, explicó a sus discípulos que el filósofo debe estar dispuesto a enfrentarse valientemente y con fortaleza espiritual y moral a cualquier circunstancia de la vida, entre ellas, la propia muerte.

Luego que Sócrates terminó de hablar pasó a darse un baño, luego llegaron sus hijos y las mujeres de su casa, habló con ellos en presencia de Critón -quien le propuso la huida-, les impartió algunas órdenes y se despidió para siempre. Cerca de la puesta del sol, Sócrates se sentó, llega el servidor de las once y, de pie junto a él, le dijo estas palabras: “De ti ya he conocido este tiempo en todo lo que eres el hombre más noble, paciente y bueno de cuantos jamás vivieron aquí, y ahora sé bien que no te enojas contra mí, sino contra los culpables, que ya los conoces. Ahora, pues, como sabes, lo que vengo a comunicarte, adiós, y procura soportar sencillamente lo inevitable”.[7]

Y, llorando, dio la vuelta y se marchó. Sócrates mirándole, respondió: “Salud también a ti, y yo haré lo que me dices”. Las últimas palabras de Sócrates fueron las siguientes: “Critón, debemos un gallo a Asclepio; no te olvides de pagar esta deuda”.[8]

 



[1] Terrones Negrete, Eudoro. SÓCRATES: El maestro, el filósofo y el mártir de la filosofía. Centro Regional de Ediciones Culturales y Educativas /CRECE, Segunda Edición, 2022, Toronto, Canadá, pp.212 y 216.

[2] Emily Wilson, La muerte de Sócrates. Héroe, villano, charlatán, santo. Biblioteca Buridán, 2008. E. Wilson es una destacada filósofa por el Balliol College de Oxford, doctora en Literatura Inglesa del Renacimiento por el Corpus Christi College de Oxford y doctora en Literatura Clásica y Comparativa por la Universidad de Yale.

[3] http://zettelfilosofia.zoomblog.com/archivo/2009/04/23/la-muerte-de-Socrates.html

[4] Platón. Diálogos: Apología de Sócrates. Critón. Fedón. Menón. Editorial Mantaro, Primera edición: julio de 1997, pp.101 y 102.

[5] Platón. Diálogos: Apología de Sócrates. Critón. Fedón. Menón. Editorial Mantaro, Primera edición, julio de 1997, p.51.

[6] Platón. Op.cit. p.55

[7] Platón. Ibidem.

[8] Era un sacrificio en acción de gracias al dios de la medicina, que le libraba por la muerte de todos los males de la vida.


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