LA MUERTE COMO PROBLEMA EXISTENCIAL DEL HOMBRE
Escribe: Dr. Eudoro Terrones Negrete
XIII.
LA
MUERTE DE SÓCRATES[1]
Uno de los
discípulos más queridos de Sócrates, Fedón, estuvo cerca de la cama de Sócrates
el día que bebió la cicuta en la prisión y sentado a su derecha en un asiento
bajo, y Sócrates en otro más alto. Sócrates, luego de pasar su mano por la
cabeza de Fedón, cogerle el cabello que caía sobre sus espaldas y con el cual
tenía la costumbre de jugar, le dijo: “Fedón: Mañana te harás cortar estos
hermosos cabellos”, en clara recordación a los griegos que se hacían cortar los
cabellos a la muerte de sus amigos y los colocaban sobre su tumba.
Magníficas e
informadas disquisiciones nos ofrece la filosofía Emily Wilson[2],
autora de la polémica obra La muerte de Sócrates. Héroe, villano, charlatán,
santo: “Varios estudiosos de finales del siglo XX han sostenido que el
relato que hace Platón de la muerte de Sócrates no es fiel, es demasiado bueno
y bello para ser verdad. La ingestión de cicuta produce babas, hace que sudes
profundamente, provoca dolor de estómago y de cabeza, vómitos, aceleración del
ritmo cardiaco, convulsiones, sequedad bucal y estremecimientos. El cuadro no
se asemeja en absoluto a la descripción de la muerte que hace Platón en el
Fedón. La visión platónica, tan alejada de los verdaderos síntomas, tan puesta
en escena, sugiere que su versión es netamente ficcional si bien basada en un
hecho real. Ergo…”.
“No hay, no
debería haber consecuencias precipitadas. Enid Bloch ha puesto en entredicho
esa visión más realista, menos ficcional, muy antiplatónica. Bloch -acaso el
nombre no sea casual en este caso- ha probado que Platón nos ofrece una
descripción fiel de los p0robables síntomas médicos de Sócrates durante los
últimos instantes de su vida: la cicuta venenosa, una de las tres variantes de
la cicuta, no afecta al sistema nervioso central, sino sólo al sistema periférico,
de ahí que los que la ingieren se vean afectados exactamente en la forma
descrita por Platón: su cuerpo se agarrota poco a poco hasta que mueren
indoloramente una vez que la parálisis afecta al sistema respiratorio o al
corazón”[3].
Coincido con Emily
Wilson cuando en la introducción de su obra referida señala que Sócrates “no
sólo fue condenado a muerte por sus ideas sino por las personas con las que se
relacionó” y que para poder entender bien la muerte de Sócrates, “hemos de
conocer la historia de su tiempo, a sus amigos, su familia, sus enemigos y sus
amantes”.
Y precisamente
esto es lo que he tratado de hacer desde los inicios de las páginas del ensayo:
“Sócrates: el filósofo, el maestro y el mártir de la filosofía” para una mejor
comprensión integral de la vida y del pensamiento de este “pensador extraño y
radical”, aun cuando sobre las fuentes “no tenemos forma de acceder
directamente a los hechos”, toda vez que lo poco que sabemos sobre Sócrates
proviene de las versiones de sus discípulos Platón, Jenofonte, Aristófanes y
Aristóteles.
No cabe duda
alguna que los dirigentes demócratas fueron los que derrocaron a los tiranos de
Atenas y los encargados de ejecutar a Sócrates en el año 399 antes de Cristo.
Por entonces, su discípulo Platón tenía 28 años de edad.
Sócrates murió con
firmeza y lealtad a sus principios, a sus creencias, a su filosofía de la vida.
Murió con dignidad, sin claudicación alguna y seguro que ha actuado con fiel
respeto a las leyes de la ciudad, después de vivir entregado de entero a la
filosofía y a la educación del pueblo ateniense, sin percibir remuneración
alguna. “Se sentó al borde de la cama, puso los pies en tierra, y habló en esta
postura todo el resto del día”.
Y esta
tranquilidad de espíritu y de conformidad de conciencia sobre su destino se
justifica cuando Sócrates[4]
en el diálogo Fedón, manifiesta lo siguiente: “Todo hombre, que durante
su vida ha renunciado a los placeres y a los bienes del cuerpo y los ha mirado
como extraños y maléficos, que sólo se ha entregado a los placeres de la
ciencia, y ha puesto en su alma, no adornos extraños, sino adornos que le son
propios, como la templanza, la justicia, la fortaleza, la libertad, la verdad;
semejante hombre debe esperar tranquilamente la hora de su partida para el Hades,
estando siempre dispuesto para este viaje cuando quiera que el destino le
llame. Respeto a vosotros, Simmias y Cebes y los demás aquí presentes, haréis
este viaje cuando os llegue vuestro turno. Con respecto a mí, la muerte me
llama hoy, como diría un poeta trágico, y ya es tiempo de que me vaya al baño,
porque me parece que es mejor no beber el veneno hasta después de haberme
bañado, y ahorraré así a las mujeres el trabajo de lavar mi cadáver”.
El filósofo murió
en fiel acatamiento de “una orden formal para morir” que dice le enviaba Dios y
que en su condición de filósofo se prestaba gustoso a la muerte. Y feneció
pensando encontrar en el otro mundo dioses tan buenos y tan sabios, hombres
mejores que los que dejaba y poder reunirse allí con hombres justos. Murió
confiando que hay algo reservado para los hombres después de esta vida: la de
gozar bien infinitos, y que, según la antigua máxima, los buenos serían mejor
tratados que los malos.
“Los hombres
ignoran – dice Sócrates en el diálogo Fedón- que los verdaderos filósofos no
trabajan durante su vida sino para prepararse a la muerte; y siendo esto así,
sería ridículo que después de haber proseguido sin tregua este único fin,
recelasen y temiesen, cuando se les presenta la muerte… Lo propio y peculiar
del filósofo es trabajar más particularmente que los demás hombres, en
desprender su alma del comercio del cuerpo”.[5]
Al filosofar sobre
la muerte, Sócrates estuvo convencido que por medio del razonamiento el alma
descubre la verdad. A la separación del alma y del cuerpo lo denominó “la
muerte”. Reflexionó sobre la esencia de las cosas, sobre lo que son las cosas
en sí mismas. No se cansó de repetir que por medio del pensamiento (alma) y no
por los sentidos del cuerpo es como se llega a conocer mejor la realidad de los
objetos o la esencia pura de las cosas del mundo, sentenciando que el cuerpo
nunca nos conduce a la sabiduría.
“Por consiguiente,
dice Sócrates en el Fedón, siempre que veas a un hombre estremecerse y
retroceder cuando está a punto de morir, es una prueba segura de que tal hombre
ama no la sabiduría, sino su cuerpo, y con el cuerpo los honores y riquezas, o
ambas cosas a la vez”.[6]
Con el brazo en
alto, explicó a sus discípulos que el filósofo debe estar dispuesto a
enfrentarse valientemente y con fortaleza espiritual y moral a cualquier
circunstancia de la vida, entre ellas, la propia muerte.
Luego que Sócrates
terminó de hablar pasó a darse un baño, luego llegaron sus hijos y las mujeres
de su casa, habló con ellos en presencia de Critón -quien le propuso la huida-,
les impartió algunas órdenes y se despidió para siempre. Cerca de la puesta del
sol, Sócrates se sentó, llega el servidor de las once y, de pie junto a él, le
dijo estas palabras: “De ti ya he conocido este tiempo en todo lo que eres el
hombre más noble, paciente y bueno de cuantos jamás vivieron aquí, y ahora sé
bien que no te enojas contra mí, sino contra los culpables, que ya los conoces.
Ahora, pues, como sabes, lo que vengo a comunicarte, adiós, y procura soportar
sencillamente lo inevitable”.[7]
Y, llorando, dio
la vuelta y se marchó. Sócrates mirándole, respondió: “Salud también a ti, y yo
haré lo que me dices”. Las últimas palabras de Sócrates fueron las siguientes:
“Critón, debemos un gallo a Asclepio; no te olvides de pagar esta deuda”.[8]
[1] Terrones Negrete, Eudoro. SÓCRATES: El maestro, el
filósofo y el mártir de la filosofía. Centro Regional de Ediciones Culturales y
Educativas /CRECE, Segunda Edición, 2022, Toronto, Canadá, pp.212 y 216.
[2] Emily Wilson, La muerte de Sócrates. Héroe,
villano, charlatán, santo. Biblioteca Buridán, 2008. E. Wilson es una
destacada filósofa por el Balliol College de Oxford, doctora en Literatura
Inglesa del Renacimiento por el Corpus Christi College de Oxford y doctora en
Literatura Clásica y Comparativa por la Universidad de Yale.
[3] http://zettelfilosofia.zoomblog.com/archivo/2009/04/23/la-muerte-de-Socrates.html
[4]
Platón. Diálogos: Apología de Sócrates. Critón. Fedón.
Menón. Editorial Mantaro, Primera edición: julio de 1997, pp.101 y 102.
[5]
Platón. Diálogos: Apología de Sócrates. Critón.
Fedón. Menón. Editorial Mantaro, Primera edición, julio de 1997, p.51.
[6] Platón. Op.cit. p.55
[7] Platón. Ibidem.
[8] Era un sacrificio en acción de gracias al dios de la
medicina, que le libraba por la muerte de todos los males de la vida.