EL
APRISMO MORALMENTE
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
Moralmente, el aprismo, desde sus
orígenes, viene luchando contra el Oro y el Hierro, contra las fuerzas
inmorales del materialismo criollo, contra el nepotismo oficialista, contra los
plumíferos de la gran prensa capitalista, se encamina a poner fin a los
contubernios, a los negociados, a las coimas, a las empresas electoreras, al
narcotráfico y al contrabando, a la pandilla de terroristas y de malhechores, a
los que cometen las más detestables inmoralidades.
El aprismo está contra todo tipo de
privilegio, de gollerías y de prerrogativas en los estamentos oligárquicos del
anti-cambio y de la anti-reforma. El aprismo nació con el más sólido
sentimiento patriótico para «tatuar con sangre en la historia, la huella
pujante y triunfal, que dará a los que luchen mañana, digno ejemplo de acción
contra el mal».
No le faltó razón a Víctor
Raúl cuando explicaba que no sólo la educación técnica, también la educación
moral, la educación económica y la
educación política, constituyen las firmes palancas para impulsar el
desarrollo, el crecimiento y el progreso de los pueblos, en tanto despiertan y
fomentan en las personas la conciencia de la responsabilidad (pedagogía de la
responsabilidad) y un elevado espíritu
de lucha por la transformación estructural de la sociedad (pedagogía
sociopolítica para el cambio).
Cuando Haya abogaba por
una educación moral ciudadana lo hacía con el sano propósito de defender a la
sociedad de sus enemigos internos y externos, de procurar que los trabajadores
manuales e intelectuales acepten con responsabilidad los cargos públicos para
los cuales puedan estar preparados, y posibilitar el manejo de la cosa pública
y privada de manera eficiente, honesta y transparente, con autoridad incorruptible y conducta
ejemplar. Fue enfático al manifestar que “Los mejores programas económicos y
políticos fracasarían sin una enérgica tentativa para la educación moral del
Perú. Ambos son para nosotros primordiales”.
Entre los líderes políticos de Perú y de
América Latina, Víctor Raúl era uno de los pocos convencidos que para
reconstruir y reorganizar un país era fundamental: a) la reorganización total
de nuestra economía; b) la aplicación de una política educativa integral, c) la
moralización estricta de la administración de los poderes del Estado, d) educar al pueblo más con el ejemplo moral
que con la palabra, y e) la aplicación de sanciones drásticas: que el que robó,
devuelva lo robado; que el que es delincuente responda ante la justicia, porque
un movimiento como el aprista no puede tolerar pillos en su seno, debería ser
una fuerza de inflexibles moralización y de cura política que traiga como
consecuencia justicia, libertad y bienestar para la colectividad.
La moralidad gubernativa es una de las enseñanzas
básicas que debe darse al pueblo. El gobernante, el parlamentario, el ministro,
el funcionario, el trabajador manual e intelectual deben ser ejemplos de
conducta moral, que practiquen los principios y valores éticos, que demuestren
cotidianamente ser honrados e incorruptibles y que están trabajando en alguna
institución o empresa del Estado no para servirse de ella sino para servir
desinteresadamente a la sociedad por el bienestar colectivo y el futuro del
país.
En un país como el nuestro, donde todo se
«amansa, apaga, tuerce y larva», el aprismo mantiene su personalidad política
en forma incorruptible. No corrompe a nadie y no se deja corromper. Se mantiene
firme e indeclinable en su línea de moralización.
Desde su fundación el aprismo siempre ha exigido
y seguirá exigiendo a cada uno de sus militantes y dirigentes probada
honestidad en los carpos públicos.
Se dice, por ejemplo, que históricamente
nadie se ha atrevido acusar a los apristas que ocuparon cargos públicos, de
haberse enriquecido a costa del Estado. Cuando se produjo el golpe militar de
octubre de 1968, comisiones especiales pasaron largos meses en las oficinas del
Congreso – donde los apristas habían sido mayoría- en el esfuerzo inútil de
encontrar latrocinios. Al final, tuvieron que abandonar su intento. Lo mismo
ocurrió en los centenares de municipios electos donde había alcaldes apristas.
El aprismo ha sido ejemplo de moralidad y de corrección.
Sin moralización no habrá solución a los
males de la sociedad. El aprismo sostiene que la moralización debe empezar por
los moralizadores que deben dar ejemplo de honradez, de veracidad y de
dignificación de la política gubernamental con el objeto de que el pueblo les
tenga fe y confianza.
El aprismo es partidario de una educación
moral que despierte en el ciudadano la conciencia de la responsabilidad
(pedagogía de la responsabilidad) y un elevado espíritu de lucha por la
transformación estructural del país (pedagogía sociopolítica para el cambio).
Educación moral que ha de culminar en la práctica cotidiana de los valores
éticos positivos, que capacite a la comunidad, para su plena realización
creadora..
La educación moral que el Estado imparta a la
población deberá orientarse a asegurar el cumplimiento estricto de la
Constitución y las leyes de la República, sin dejarse seducir por ningún
halago, promesa o amenaza; obediencia de la ley en vista del bien común y no
tanto por el temor de las sanciones; educación moral en la población que haga
posible la persecución, la denuncia, el rechazo y la captura a los malhechores
y entregarlo a los tribunales correspondientes, defendiendo a la sociedad de
sus enemigos internos y externos; educación moral de la población a fin de
convertirse en celosos guardianes de la inversión de los fondos de la Nación en
obras que beneficien a la ciudadanía; educación moral a la población para que
ésta acepte con responsabilidad cargos públicos para los cuales pueda estar
preparado, y a ejercer el derecho de una profesión u oficio honesto, en
perfecto acuerdo con la moral y las buenas costumbres. El aprismo está
convencido que el engrandecimiento del Perú depende del engrandecimiento moral
y espiritual de sus ciudadanos.
La moralización que el aprismo propugna es
una moralización que deberá realizarse con tino y sin excesos, evitando su
aplicación para perpetrar el abuso, la venganza, la injusticia, los privilegios
y las desigualdades.
La política moralizadora permitirá alcanzar
la austeridad en el gasto público, el superávit empresarial, la recuperación de
la confianza y la fe perdida en las instituciones y autoridades, el rescate del
principio de autoridad, la erradicación del caciquismo político influyente, la
desaparición del «amiguismo», del «compadrazgo», del nepotismo en el sector
público paraestatal, la pérdida del poder de las cúpulas
oligárquico-dirigenciales. La moralización traerá consigo la aceleración del
trámite burocrático en la administración pública, la seguridad en su puesto de
trabajo para el servidor público, evitará la conversión del Estado en propiedad
privada o de grupos y de familias plutocráticas, erradicará el aprovechamiento
doloso del poder, contribuirá a renovar e inyectar de sangre nueva a las
instituciones democráticas, limpiándolas de los elementos corruptos.
La moralización aplicada en toda su extensión
dará al país gobernantes y gobernados que no corrompan ni se dejen corromper,
hará posible la oportunidad y equidad en la distribución de la riqueza
nacional, de los bienes y servicios, limpieza en la administración de la cosa
pública, la eliminación de todo tipo de protección a debilidades y fechorías;
la erradicación de testaferros, contrabandistas, usureros, agiotistas,
defraudadores, malversadores de fondos públicos, malhechores y pandillas de
delincuentes asociados y justicia y
bienestar para todos los peruanos.
En el Perú, durante las
cuatro primeras décadas del siglo XX, la política se desarrolló sobre la base
de pisco y butifarra, las bajas pasiones e
intrigas, la chismografía, calumnia y difamación a las personas. Fue una
política de juego sucio, sostenida por el fraude, el veto electoral, el soborno
y el chantaje. Los medios de comunicación eran los voceros incondicionales del
poder económico. Fue una política de negociados a puerta cerrada, con cartas
escondidas debajo de la mesa y que encubría intereses obscuros. Clubes de
compadres intentaban llegar a Palacio, más a punto de bayonetas y tanques, que
con planes de gobierno, inteligencia o sabiduría. Dirigentes políticos de facciones contrarias
se juntaban para censurar gabinetes, arrebatar y quemar ánforas electorales,
soliviantar los ánimos ciudadanos, deshonrar a personas e instituciones,
tratando de revivir el odio gratuito entre
peruanos, o el enfrentamiento entre gobernantes y gobernados.
Para entonces, la Alianza Popular Revolucionaria Americana,
doctrinaria y vigorosa, tuvo que enfrentarse a las facciones de la derecha conservadora
(portavoz de la plutocracia limeña), del comunismo internacional (caja de
resonancia del colonialismo mental europeo) y del militarismo (representante de
la oligarquía económica nacional y violadores de la Constitución política).
Es que nuestros políticos de undécima hora formaron
agrupaciones a montones, un año antes de cada elección nacional, para
desaparecer después del segundo día de su derrota. Les faltó de todo. Por
ejemplo, preparación profesional, formación política, cultura cívica, ética
política, fraternidad humana, espíritu de justicia social, disciplina
partidaria, bagaje cultural, elevado sentido de responsabilidad para con el
futuro del Perú.
Algo más. Carecieron de
mucha cultura y de pedagogía política, de conciencia de patria y visión de
futuro. Exhibían a sus anchas, sin escrúpulo alguno, sus autocondecoraciones de
ser los campeones del dicterio, del insulto, del lenguaje soez y toda forma baja de lucha. Hacían gala de su
dinero mal habido, de sus jugosas cuentas bancarias, de sus amistades con
algunos militares golpistas que de cuando en cuando arrasaban a nuestra débil
democracia.
Ha transcurrido más de
medio siglo y la política aún no recupera su sitial como ciencia de buen
gobierno.
A los dirigentes políticos
opositores del Aprismo, y de la undécima hora, les falta cultura política, ética política, espíritu de
fraternidad y vocación de servicio social. Valdría la pena que se matricularan
en las universidades para estudiar Ciencias políticas y luego aspirar a
representar los intereses de la Nación. Tal vez así podría cambiar en algo la
baja credibilidad que tienen los dirigentes y parlamentarios y disminuirían los
casos de transfuguismo político y de corrupción.
En el Perú debería
reformarse la Constitución Política de 1993 con el fin de establecer mayores
requisitos a quienes postulan para un cargo político en el Congreso de la
República e inclusive para desempeñarse como ministros de Estado, presidentes
de gobiernos regionales y alcaldes provinciales o distritales.
Dignificar la política,
según el aprismo, implica muchas cosas. Por ejemplo, ejercitar la autocrítica,
la mutua crítica y la crítica a los demás; usar métodos lícitos y éticos en el
cumplimiento de sus funciones, desterrar
la demagogia sobre problemas del país. Para dignificar la política se requiere
mantener el diálogo democrático, proscribir actitudes de electoralismo
doméstico, combatir la agitación de masas, y combatir las conductas subversivas
y antipatrióticas.
Un partido político
moderno, como lo es el aprismo, es una organización jurídico-constitucional que
nace en la conciencia del pueblo, de abajo hacia arriba, que representa una
tendencia ideológica y de lucha liberadora, que se forma como medio de
organización política y de intermediación entre el gobierno y la opinión
pública, por aspiraciones legítimas de mejores condiciones de vida y de
justicia social.