TEORÍA DEL CRISTIANISMO ACERCA DEL HOMBRE
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
Con el cristianismo se afirma la creencia
en un Dios creador del mundo y del hombre, las relaciones del hombre con su
creador, el hombre como criatura divina tiene su fin último en Dios y Dios
reclama al hombre el estricto cumplimiento de sus mandamientos cristianos como
imperativos supremos, absolutos e incondicionados.
La concepción cristiana del hombre está
lejos de la teoría pesimista que afirma que el hombre es esencialmente
corrompido, deshonesto y malogrado, con todos los vicios, defectos, debilidades
y anormalidades. Y está lejos también de la teoría del optimismo que sostiene
que el hombre es totalmente bueno, el hombre es un ser con todas las cualidades
positivas, las virtudes necesarias para ser feliz, cosa que se desdice en la
práctica.
Lo que el hombre es y lo que debe hacer y
esperar se define en su relación ya no con la comunidad humana o polis, ya no
con el universo o mundo, sino con Dios. El hombre viene de Dios y va hacia Él.
Los hombres son hermanos porque tienen un padre común: Dios.
El amor humano está supeditado al amor
divino. En la vida del hombre, el orden sobrenatural prima sobre el orden
natural humano. Se habla de un mundo cristiano donde impere la igualdad, la
fraternidad, la cooperación, la solidaridad, el amor a los semejantes, la
afirmación de la fe cristiana, el cumplimiento de los mandamientos de Dios como
leyes, la plasmación de la libertad, la capacidad de servir a las demás
personas y la justicia plenas en el mundo sobrenatural. Todo hombre debe ser un
fin y no un medio para los demás.
Para la teoría cristiana la vida moral del
hombre alcanza su plena realización sólo en la medida en que el hombre se eleve
al orden sobrenatural. La religión cristiana se consolida en el hombre como una
fe y un dogma. Todo poder aquí en la tierra proviene de Dios. Dios creó al
hombre a su imagen, le dio autoridad sobre todas las cosas de la creación y lo
consideró como el ser más valioso de la tierra. Dios quiere que el hombre sea
salvo y por eso envío a Jesús a este mundo para sufrir, morir por el hombre y
rescatarlo de sus vicios, flaquezas, debilidades y pecados. Cada hombre tiene
el mismo valor en cuanto es creación de Dios y por tanto todos se deben el
mismo respeto y no cabe discriminación ni marginación alguna entre las
personas.
Por eso es pecado discriminar a las
personas por su color de piel, raza, profesión, idioma, nacionalidad, recursos
económicos o por otras causas; todos los hombres tienen los mismos deberes y
las mismas responsabilidades que cumplir ante Dios si quieren gozar de los
beneficios del reino de Dios y estar protegidos por las leyes de Dios.
Dios ha dado al hombre el derecho de vivir
en paz, con amor, unidos los unos con los otros, y nunca le ha dado al hombre
el derecho de matar a las personas ni de declarar la guerra por disputas de
herencias, de riquezas, de territorios, de poderes políticos y económicos. Dios
le hadado al hombre un sexo para que puedan disfrutarlo y tener hijos, para que
puedan reproducirse, crecer y multiplicarse,
no para hacer mal uso y abuso de su sexo, no para caer en desviaciones y
anormalidades sexuales (homosexualismo, lesbianismo, adulterio, poligamia,
pedofilia, incesto, zoofilia, etc.).
La sexualidad es una bendición en el
matrimonio y no una maldición o degeneración, es un precioso e invalorable
regalo que Dios ha dado al ser humano. Dios ha dado al hombre el matrimonio
para bendecirlo, para realizarse en forma pública y no privada, para que el
hombre no esté solo en el mundo y esté unido para siempre con su pareja ideal y
compatible en sentimientos y proyectos de vida, para que los dos sean «una sola
carne» y un solo destino que debe ser alcanzado
mediante el recorrido por un mismo camino. Por eso Jesús dijo: «Lo que
Dios juntó no lo separe el hombre».
Dios dijo «Amaos los unos a los otros con
amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a otros», porque el
amor cubrirá multitud de pecados y es fuente de iluminación de la inteligencia
para permanecer en el camino correcto, digno y justo. Pero no solo amor,
también el hombre debe saber que es necesario el arrepentimiento, el perdón,
las disculpas del caso, para que no haya desconfianza, odio, represalia,
venganza y bajas pasiones entre hermanos cristianos.
En fin mucho se puede seguir diciendo
sobre la filosofía cristiana respecto al hombre y su tránsito por este mundo
terrenal. Dar una lectura a la Biblia, al antiguo y al nuevo testamento,
resultaría muy provechoso para todo buen creyente e hijo de Dios. Te invitamos
a abrir dichas preciosas páginas llenas de sabiduría, que estamos seguros
contribuirán en mucho a corregir rumbos equivocados, a consolidar el camino
correcto y a lograr mejores formas de vida cristiana.
Desde la concepción cristiana, el hombre
es un ser creado por Dios, a su imagen y semejanza, y llamado a una salvación
definitiva. Pero también es un ser libre, capaz de virtud y de pecado, es un
ser imperfecto pero perfectible, es un
ser pecador pero capaz de recibir el perdón de Dios. Dice el Génesis que Dios
hizo al hombre “a su imagen y semejanza”, es decir, lo dotó de cuerpo y alma, de espíritu y de facultades cognoscitivas:
sentidos, razón, inteligencia, intuición, voluntad, imaginación, sensibilidad,
emoción, sentimiento, para superar sus limitaciones e imperfecciones.
El hombre es un ser religioso y buscador
de Dios. Es un ser religioso por sentirse unido a la divinidad mediante un
vínculo espiritual que crea determinadas obligaciones hacia ella, o de una
serie de prácticas en que se reconoce la existencia de un ser superior al
hombre, y al cual se siente vinculado durante su existencia, a la vez que
obligado por sentimientos de sumisión y dependencia.
El hombre está unido a Dios a través de
actos emocionales, como la fe, la seguridad, la esperanza, el temor, la
reverencia, la humildad, la devoción y el amor; actos humanos que son de
carácter práctico, como por ejemplo dar gracias a Dios, rogar, hacer votos,
bendecir, alabar, obedecer, sacrificar y adorar.
Según la doctrina social cristiana sólo el
hombre es un ser impregnado de religiosidad. «El hombre es un buscador de Dios»
(Max Scheler), «El hombre es un animal religioso» (De Quatrefages), «El hombre
es un animal que cree en los dogmas» (Chesterton), «La antropología no conoce
pueblos ateos» (Ratzel).
Pero también, el hombre como creyente en
un ser sobrenatural, -del cual procede todas las cosas y todo lo que existe en
el Universo-, eleva cotidianamente sus plegarias y oraciones a Dios, desde el
rincón de su alcoba o desde un lugar inadvertido en su centro de trabajo, para
que todo salga bien o para que el camino de su existencia terrenal se halle
liberada de tentaciones, flaquezas, desencantos, debilidades, frustraciones, angustias,
bajas pasiones, envidias, represalias, vicios, maldades, prejuicios y
odiosidades, en procura de una filosofía de la vida perfeccionada y digna.
El hombre es verdaderamente hombre sino
gracias a la vida del corazón, a la vida religiosa y moral, toda vez que del
corazón brotan los grandes pensamientos, las grandes acciones y esperanzas para
un mundo que puede salvarse en Dios y con Dios, afirmando la concepción
cristiana de la vida en lucha permanente por reconquistar y consolidar el
imperio del alma.
«Sólo cuando veo en mi prójimo a un
hermano, soy verdaderamente hombre» (Dostoiewsky), «Sin Dios y sin caridad, el
hombre no es un hombre, sino un bárbaro».
El hombre cristiano, es el hombre con fe
y mística en ideales y creencias
supremas. Tiene la fortaleza indestructible de la fe. Es el hombre que cree en
un Dios omnipotente, omnisapiente, omnipresente e inmortal, de quien procede
todo lo que existe en el Universo.
El hombre como ser religioso tiene y
siente vínculos extranaturales, distintos de los prácticos y científico
terrenales.
El hombre cristiano, es el hombre más
exigente consigo mismo, el que se siente
muy cerca del corazón mismo de los elementos del mundo; reconoce en su
naturaleza mucho de la naturaleza de Dios, intenta asimilarse a él o trata de
imitarlo.
Santo Tomás de Aquino precisa que el
hombre cristiano es un ser cognoscente porque
tiene necesidad de «saber la causa de aquello que ve», es decir, la
causa que produzca la esencia y la existencia de los fenómenos, de los hechos y
de las cosas que lo rodean.
“Para San Agustín, del mismo modo que el
hombre tiene una luz natural que le permite conocer, tiene una conciencia
moral. La ley eterna divina, a la que
todo está sometido, ilumina nuestra inteligencia, y sus imperativos constituyen
la ley natural. Es como una
transcripción de la ley divina en nuestra alma. Todo debe estar sujeto a un orden perfecto: ut umnia sint ordenatissima. Pero no basta con que el hombre conozca la ley; es menester, además, que
la quiera; aquí aparece el problema
de la voluntad. El alma tiene un peso que la mueve y la lleva, y este peso es
el amor: pondus meum amor meus. El
amor es activo, y es él quien, en definitiva, determina y califica la voluntad:
recta itaque voluntad est bonus amor et
voluntas perversa malus amor….” refiere Julián Marìas.[1]
El hombre es un ser consciente de su
propia existencia. Sabe lo que hace, piensa antes de hacer algo y hace algo
después de haber pensado. Sabe que ha tenido un pasado, que vive en el presente
y que tendrá un futuro. El hombre conoce primero para conocer a los demás. Sabe
que es una persona y no un simple individuo. Se da cuenta de lo que dice, de lo
que promete, de lo que hace y de lo que aspira alcanzar a lo largo de su
existencia.
El hombre como criatura divina tiene su
fin último en Dios y Dios reclama al hombre el estricto cumplimiento de sus
mandamientos cristianos, como imperativos supremos, absolutos e
incondicionados.
Lo que el hombre es y lo que debe hacer y
esperar se define en su relación con la comunidad humana y con Dios. El hombre
viene de Dios y va hacia Èl.
El amor humano está supeditado al amor
divino. En la vida del hombre, el orden sobrenatural prima sobre el orden
natural humano. Se habla de un mundo cristiano donde debe imperar la igualdad,
la fraternidad, la cooperación, la solidaridad, el amor a los semejantes, la
afirmación de la fe cristiana, el cumplimiento de los mandamientos de Dios como
leyes, la plasmación de la libertad y la justicia plenas en el mundo
sobrenatural.
Para la doctrina social cristiana la vida
moral del hombre alcanza su plena realización sólo en la medida en que el
hombre se eleve al orden sobrenatural. La religión cristiana se consolida en el
hombre como una fe y un dogma. Todo poder aquí en la tierra proviene de Dios.
Dios creó al hombre a su imagen, le dio autoridad sobre todas las cosas de la
creación y lo consideró como el ser más valioso de la tierra.
Dios quiere que el hombre sea salvo y por
eso envió a Jesús a este mundo para sufrir, morir por el hombre y rescatarlo de
sus vicios, flaquezas, debilidades y pecados.
Cada hombre tiene el mismo valor en cuanto
es creación de Dios y, por tanto, todos se deben el mismo respeto y no cabe
discriminación ni marginación alguna entre las personas. Por eso es pecado discriminar
a las personas por su color de piel, raza, profesión, idioma, nacionalidad,
recursos económicos o por otras causas. Todos los hombres tienen los mismos
deberes y las mismas responsabilidades que cumplir ante Dios si quieren gozar
de los beneficios del reino de Dios y estar protegidos por las leyes de Dios.
Dios ha dado al hombre el derecho de vivir
en paz, con amor, unidos los unos con los otros, y nunca le ha dado al hombre
el derecho de matar a las personas ni de declarar la guerra por disputas de
herencias, de riquezas, de territorios, de poderes políticos y económicos.
Dios le ha dado al hombre un sexo para que
pueda disfrutarlo y tener hijos, para que pueda reproducirse, crecer y
multiplicarse, no para hacer mal uso y
abuso de su sexo, no para caer en desviaciones y anormalidades sexuales
(homosexualismo, lesbianismo, adulterio, poligamia, pedofilia, incesto,
zoofilia, etc.).
La sexualidad es una bendición en el
matrimonio y no una maldición o degeneración, es un precioso e invalorable regalo
que Dios ha dado al ser humano.
Dios ha dado al hombre el matrimonio para
bendecirlo, para realizarse en forma pública y no privada, para que no esté solo en el mundo y esté unido para
siempre con su pareja ideal, para que los dos sean «una sola carne» y un solo
destino que debe ser alcanzado mediante
el recorrido por un mismo camino. Por eso Jesús dijo: «Lo que Dios juntó no lo
separe el hombre».
Dios dijo «Amaos los unos a los otros con
amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a otros», porque el
amor cubrirá multitud de pecados y es fuente de iluminación de la inteligencia
para permanecer en el camino correcto, digno y justo. Pero no solo amor,
también el hombre debe saber que es necesario el arrepentimiento, el perdón,
las disculpas del caso, para que no haya desconfianza, odio, represalia,
venganza y bajas pasiones entre hermanos cristianos.
En fin mucho se puede seguir diciendo
sobre la filosofía cristiana respecto al hombre y su tránsito por este mundo
terrenal. Dar una lectura a la Biblia,
al Antiguo y al Nuevo Testamento, resultaría muy provechoso para todo buen
creyente e hijo de Dios.
[1] Marías, Julián. Historia de la Filosofía. Prólogo Xavier
Zubiri. Epílogo: José Ortega. Revista de Occidente, S.A., Madrid (España),
Vigesimonovena edición, 2007, p.114.