PARA QUE LA HISTORIA NO SE REPITA EN EL PERÚ
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
Para que la historia no se
repita en el Perú, los demócratas no deberíamos dar un cheque en blanco a la
mayoría absoluta del poder legislativo de Fuerza Popular o al nuevo gobierno
con pretensiones de dictadura.
Los peruanos ya sabemos cómo
fueron las dictaduras de Augusto Bernardino Leguía Salcedo, Luis Miguel Sánchez
Cerro, Manuel Arturo Odría, Juan Velasco Alvarado y la del autogolpista Alberto
Fujimori.
La tradicional política en
el Perú se desarrolló sobre la base de contubernios, pisco y butifarra, bajas
pasiones, intrigas y chismografías. No dejó de faltar la injuria, la calumnia y
la difamación, los golpes bajos, el juego sucio, la manipulación de la opinión pública a través
de medios de comunicación y hasta el veto a determinados candidatos y partidos
políticos. Predominaron los caudillos que defendían los intereses de la
oligarquía económica, del militarismo,
de las empresas oligopólicas transnacionales y del capitalismo privado.
Que no se repita la historia
política en el Perú. Hace 118 años, Manuel Gonzales Prada manifestó el 21 de
agosto de 1898 que los partidos políticos fueron por lo general “sindicatos de
ambiciones malsanas, clubes eleccionarios o sociedades mercantiles”; que los
caudillos eran “agentes de las grandes sociedades financieras, paisanos astutos
que hicieron de la política una faena lucrativa o soldados impulsivos que
vieron en la presidencia de la República el último grado de la carrera militar”.
No me cansaré de afirmar: La
vida republicana del Perú estuvo signada por gobiernos de facto (militares) y
gobiernos democráticos que se distribuyeron y compartieron el poder político
vía la razón de la fuerza o la fuerza de la razón, sin haber superado la
polarización social, las conductas antiéticas, menos aún la marginación, la
exclusión social, el desempleo, la pobreza, los conflictos sociales y la
fragmentación de la representación en el Congreso de la República.
El carácter vertical,
autoritario y anti-partido de la mayoría de los gobiernos militares de Perú, ha
creado una conciencia contraria al régimen democrático y a los partidos
políticos, contribuyendo a su desacreditación y atomización. Aquí están los gobiernos de Leguía, Sánchez
Cerro, Odría, Velasco Alvarado, principalmente en el siglo XX. Y en el siglo
XXI cuidado con aquellos líderes políticos que les sobra aserrín en el cerebro pero les falta
conciencia, vocación y liderazgo democrático y respeto al Estado de derecho.
Producto
de las dictaduras advino el fracaso de los intentos de modernización del
Estado, el colonialismo político, la carencia de una cultura democrática, la
incubación del Estado corrupto y sirviente de las oligarquías
económico-financieras o de intereses de empresas transnacionales.
Por
eso es que, las mayorías nacionales jamás perdonarán a dictadores disfrazados de demócratas, a líderes novatos encumbrados
como candidatos a la presidencia de la República, que nacen de la noche a la
mañana promovidos por la concentración de medios, y que sólo buscan llenarse
los bolsillos de dinero con el solo afán de satisfacer sus intereses individuales
o de grupos de poder económico que representan, usar los recursos del Estado
para favorecer a sus familias, enraizar los lazos de corrupción amparados en la
inmunidad de una mayoría absoluta de congresistas, para luego combatir a sus
opositores con megacomisiones investigadoras digitadas desde Palacio, que amenazan
inhabilitar políticamente a sus opositores.
Son
elementos esenciales de toda democracia representativa la presencia de
organizaciones políticas, el régimen plural de partidos, la separación e
independencia de los poderes públicos. La democracia de calidad funciona con
partidos políticos de calidad, bien organizados y que cuentan con filosofía,
doctrina e ideología propias.
Históricamente,
la debilidad y el descrédito de los partidos ha implicado la debilidad y el
descrédito de la democracia, originando nefastas consecuencias: imperio de la
improvisación, transfuguismo político, desinterés de los ciudadanos por la
política como ciencia de buen gobierno, incremento de la impunidad y corrupción
en los poderes del Estado, carencia de liderazgo ejemplar y una singular
vivencia de desgobierno.
Para
que la historia no se repita en el Perú se requiere de una civilidad con
conciencia democrática, educativa, cultural, política, geográfica, histórica, ecológica,
pero a la vez participativa en las decisiones, gestiones y acciones del
gobierno de turno, fiscalizadora del comportamiento de los partidos políticos, sindicatos,
organizaciones sociales, ONGs, concentración de medios de comunicación social y
funcionarios de los poderes del Estado.
En
el Perú, el 5 de junio de 2016 es la segunda vuelta electoral, se elegirá al
nuevo presidente de la República, consecuentemente es una fecha clave para el
gobierno de los próximos cinco años.
El
elector peruano tiene que votar con la fuerza de la razón y no con la fuerza
popular de los sentimientos y resentimientos, de los intereses encontrados.
Tiene que pensar bien, antes de decidir por quién votar, para no golpearse el pecho
después en señal de arrepentimiento cuando la gobernante elegida o el gobernante
elegido no cumplió con sus promesas electorales.