Artículos periodísticos y de investigación

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12 de diciembre de 2024

Introducción a la ética del investigador científico universitario

 INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA DEL INVESTIGADOR CIENTÍFICO UNIVERSITARIO

Escribe: 

Dr. Eudoro Terrones Negrete

Introducción a la Ética del Investigador Científico Universitario

La ética es la rama de la filosofía que se ocupa del estudio de los actos del individuo según determinados principios normativos, que establecen lo que está bien y lo que está mal. Se ocupa del estudio de los hábitos, de las costumbres o  de la manera de ser del hombre. La ética estudia el comportamiento moral del hombre en sociedad. La ética tiene como objeto de reflexión la moral del ser humano. La ética trata de reflexionar, fundamentar y esclarecer la moral como experiencia humana. La ética investiga qué es una conducta buena y qué condiciones deben cumplir las instituciones humanas para moralizar al individuo, a las instituciones, a los poderes del Estado y a la sociedad.

La ética del investigador científico universitario es un  conjunto de normas, reglas, proposiciones, principios y valores que regulan su comportamiento ético en el campo de la investigación y en sus relaciones con los miembros de la comunidad universitaria científica y la sociedad en general.

“Tanto en el ámbito del hacer científico (empírico y formal) como en el artístico –refiere Alfredo Marcos-hay una ineludible dimensión axiológica. Filósofo de la ciencia como Larry Laudan o Javier Echevarría han orientado su reflexión en las últimas décadas hacia la cuestión de los valores en ciencia. Podemos distinguir entre valores epistémicos (como la verdad), morales (como la bondad) y estéticos (como la belleza). Pues bien, no se pueden considerar los valores estéticos como privativos del arte, sino que están presentes también en ciencia y sirven como apoyo para la adopción de decisiones científicas, como han apuntado, entre otros, dos filósofos con sensibilidad histórica: Pierre Duhem y Thomas Kuhn. Para ambos, la simplicidad, la elegancia, la belleza formal, la armonía…son criterios útiles y legítimos para la elección de teorías. Los más destacados científicos (Copérnico, Galileo, Kepler, Einstein y otros muchos) han mantenido siempre alerta su sensibilidad estética a la hora de hacer ciencia, y muchas veces han tomado decisiones en función de lo que dicha sensibilidad les indicaba”.[1] 

No cabe duda que hay una relación e integración directa entre la ciencia, la ética y la estética en los procesos de producción de la ciencia como actividad humana y social.

Acabamos de dar vuelta al siglo XX, un siglo cargado de enormes avances en ciencia y tecnología que nos han acercado a las partículas más íntimas de los seres vivos, así como a revelaciones insospechadas de la dinámica del universo. Este conocimiento formidable de nosotros mismos y de nuestro universo se acompaña del dominio de medios que han mejorado ostensiblemente la calidad de vida de la humanidad, pero que también le han dotado, irremediablemente, de mecanismos para autodestruirse como especie (Cari Sagan, 1996).[2] Los aspectos éticos o las buenas prácticas del investigador científico tienen relación con todos los campos y áreas de  su quehacer profesional y la actividad científica.

El comportamiento ético de los investigadores es un requisito para la credibilidad de la ciencia y del propio investigador científico, para avanzar en la excelencia de las investigaciones o para mejorar la calidad en las investigaciones y sus relaciones con las instituciones y la sociedad y para el reconocimiento que se merece por parte de la sociedad y el Estado.                                                     

La ciencia moderna, aplicada a la investigación, da como resultado mayores logros a la humanidad y teniendo en cuenta que se vive en un mundo basado en la investigación y gobernado por ideologías fundamentadas en la ciencia y en el uso de instrumentos creados por la ciencia, es necesario ser conscientes de que dichas ideologías e instrumentos pueden ser utilizados de forma objetiva o subjetiva, o correcta e incorrectamente, es decir, de un modo ético o no. Por este motivo, es importante hablar de una ética de la investigación, es decir, de una investigación con conciencia. Una investigación cuyos resultados sean correctamente utilizados, puntualiza Manuel Galán Amador.[3]

Estamos viviendo en la era de la información y la comunicación con una gran cantidad de información  que fluye a la velocidad de la luz y que no puede ser decodificada a plenitud y que influye positiva o negativamente en la vida de las personas e instituciones, por lo cual necesitamos adaptarnos a una postura cada vez más crítica y analítica, para así lograr ser un buen investigador que satisfaga las expectativas de las personas y las sociedades del planeta.

La ciencia debe estar al servicio de la vida, de las necesidades, del bienestar y la felicidad de los seres humanos, al servicio de las relaciones óptimas del investigador en su centro laboral con sus colaboradores y otros científicos.

El investigador asume un comportamiento con rasgos éticos que es, por esencia, racional, libre, consciente, voluntario y responsable de las consecuencias de sus actos. El investigador científico posee altos estándares éticos en su comportamiento, actividad científica y al momento de tomar decisiones éticas  y resolver los dilemas éticos.

La ciencia es imperfecta, falible y perfectible,  precisamente porque está construida por los seres humanos. Y los seres humanos, que son muchos de ellos científicos, son  seres imperfectos y falibles, pero a su vez perfectibles.

La ética de la investigación es una subdivisión especial de la metodología de la investigación, que trata de minimizar las desventajas, problemas éticos o consecuencias negativas de los resultados de una investigación y de maximizar las ventajas, beneficios o aportes positivos a favor de las personas, instituciones y la humanidad. Esto implica necesariamente que el investigador científico en su actividad profesional tenga en cuenta la ética durante el proceso de selección de problemas y de modelos; la ética en el acopio y la selección de datos o informaciones; la ética en el proceso de elaboración de la publicación; y la ética en la aplicación de los resultados de la investigación.

Desde el punto de vista ético el investigador científico aspira alcanzar la verdad sobre los hechos, fenómenos, situaciones y problemas que investiga; procura saber cómo y por qué se presenta el fenómeno ético, cuáles son sus causas y posibles efectos,  para luego de un análisis riguroso con la aplicación de métodos y técnicas científicas concluir en la formulación sistemática de sus principios y leyes comprobables.

La ética del investigador científico norma y regula la conducta moral que cada uno de los investigadores de las diferentes disciplinas del saber humano está obligado a cultivar y desarrollar en una sociedad inclusiva, participativa, pluralista, de responsabilidad solidaria y con valores mínimos.

La preocupación por los problemas morales acerca de la ciencia no es nueva. Entre otros, científicos con inclinaciones filosóficas y filósofos con inclinaciones científicas que se ocuparon del tema, se puede mencionar a Lucrecio, Spinoza, Hume, Kant, Feuerbach, Engels, Dewey y Schlick. Y los escrúpulos de conciencia de los científicos fueron expresados ya en la primera guerra mundial, por ejemplo, por Albert Einstein y Bertrand Russell, haciéndose más intensos cuando nazis y comunistas trataron de controlar y avasallar a la ciencia. En principio, los problemas morales y éticos no son atemporales. Hay una gran disparidad de códigos morales, que en la actualidad están confluyendo a un cierto corpus de ideas básicas que son aceptadas por la mayor parte de la humanidad como más o menos universales, como las expresadas en las diversas declaraciones de derechos humanos.[4]

La ciencia llega a corromperse cuando se pone al servicio de los privilegios, de los intereses creados, de la destrucción, de la opresión, del dogma, de las ideologías, del poder económico, la degradación del medio ambiente, de la guerra, del armamentismo, del narcotráfico, del terrorismo, de gobiernos despóticos, de la delincuencia, de las mafias, de la opresión del pueblo, de teorías conspirativas, de intenciones perversas y del prurito de hacer el daño a las demás personas. “La ética del científico no es diferente de la ética del político o del periodista; no es ni más culpable ni más inocente que todos los demás, porque su ética no depende de su actividad profesional sino de su participación en la vida de la sociedad como otro ser humano. Es curioso que se acuse a la ciencia y a los científicos, cuando no se lo hace con los políticos y los militares que emplean los productos científicos para la destrucción y la muerte, o a los empresarios por depredar el medio ambiente en busca de ganancias” refiere Pablo Schulz en su artículo “La ética en ciencia”.95

Para que una conducta sea ética en términos de investigación, el investigador deberá responder, actuar e investigar correctamente, utilizando medios lícitos o permitidos, liberado de presiones y de intereses monetarios.

La ética en la investigación científica tiene que ver con la responsabilidad moral de los investigadores acerca del uso que le dan a sus investigaciones, y a la forma de desarrollar el proceso de la investigación, redactar todo el texto y las conclusiones.

“Las últimas dos décadas – indican Martín Aluja y Andrea Birke- se han caracterizado por un aumento en el reporte de violaciones a la integridad científica (National Academy of Sciences, 1992; Steneck, 2000). La opinión generalizada (e.g., Macrina, 2000; y Shamoo y Resnik, 2003) es que este incremento se debe a factores tales como: a) aumento de científicos y académicos en proporción al decremento de posiciones laborales en la industria, gobierno y academia; b) recursos financieros limitados (competencia por proyectos, espacio físico, equipo, técnicos, competencia por obtener reconocimiento o créditos, etc.); c) presión por publicar que genera el síndrome conocido en los Estados Unidos como “Publish or Perish” (Kleschick et al., 2000; Bostanci, 2002; Shamoo y Resnik, 2003); d) evaluación del científico en términos de la habilidad de éste por generar recursos y e) necesidad de cumplir con cada vez más engorrosos requerimientos administrativos (Stanley-Samuelson y Higley, 1997)...”

“Durante los años sesenta y setenta los casos de fraude o plagio eran considerados para la sociedad como “actos no representativos de una comunidad científica” (LaFollette, 1996). En los años ochenta comenzaron a presentarse los primeros casos de “fraude” en universidades reconocidas como Harvard y Yale en Estados Unidos. En respuesta a estos hechos, aparecen libros como Betrayers of the Truth (Broad y Wade, 1982) y Cantor´s Dilemma (Djerassi, 1991, El dilema de Cantor, FCE, 1993), que criticaban a una comunidad científica que, ante sucesos escandalosos de fraude y plagio, se mostraba indiferente”.

“Entre los casos más recientes de conducta éticamente inaceptable, destaca en Estados Unidos el del reconocido cardiólogo Robert Slutsky de la Universidad de California-San Diego (UCSD), quien produjo 137 artículos en 7 años (ca. 1 artículo por cada 13 días laborales). Después de un exhaustivo análisis por un panel de revisores, se determinó que de los 137 artículos publicados, la validez del 56 % de éstos era dudosa y 9 % era fraudulenta (Whitely et al., 1994). Otros acontecimientos que también han encabezado los titulares de periódicos y revistas son los casos de los alemanes Friedhelm Herrmann y Marion Branch, y los de los doctores Jan Hendrik Schön y Anders Pape Moller, acusados de alteración, fabricación y falsificación de datos (Bostanci, 2002: Service, 2002; Vogel et al., 2004)”.[5]

Por todas las consideraciones expuestas, y otras más que nos reservamos para una segunda edición de esta obra, consideramos que la investigación científica, la investigación humanística y la investigación tecnológica, tanto en sus procesos y resultados como también durante su divulgación, deben estar enmarcados y ajustados a los lineamientos éticos. 

“El Código de Nüremberg (1947) es la primera declaración internacional sobre investigación en seres humanos, estableciendo con claridad la finalidad, el diseño, el riesgo, las precauciones y la necesidad de evitar sufrimiento o daño cuando se realiza un experimento, y también establece el consentimiento del ser humano con el que se experimentará (consentimiento informado), la calificación científica del que conduce el experimento así como su responsabilidad, la conveniencia de suspender la prueba cuando el científico estime que existe peligro, y asimismo la libertad del sujeto de experimentación para decidir en cualquier momento del curso de la investigación que ésta ha llegado a su fin” refiere Roberto M. Cataldi Amatriain (1998:44).

A partir de esta declaración internacional se dieron muchos documentos, se aprobaron declaraciones nacionales, códigos de ética de universidades, códigos de ética de institutos de investigación y de centros de investigación, leyes que protegen el derecho de propiedad intelectual de los autores, la privacidad de las personas, la protección del anonimato del paciente y que regulan el comportamiento ético de los investigadores en general. Cabe referir, por ejemplo: La Declaración de Helsinki I de la Asociación Médica Mundial (1964); la recomendación de la UNESCO sobre la situación de los investigadores científicos (1974); la Declaración de Tokyo-Helsinki II (1975); la Declaración del Comité Internacional de Editores de Revistas Médicas (San Francisco, 1991) sobre la protección del anonimato del paciente; las Guías éticas internacionales para investigación; la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos aprobada por la Conferencia General de la UNESCO (1997); la Declaración Internacional sobre los Datos Genéticos Humanos aprobada por la Conferencia General de la UNESCO (2003) y la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos (2005).

 



[1] Marcos, Alfredo. Ciencia y Acción. Una filosofía práctica de la ciencia. Fondo de Cultura Económica, México, primera reimpresión, 2013, p.322.

[2] Ospina G., Luis Fernando.  Ética en la investigación. http://www.bdigital.unal.edu.co/783/20/263_-_19_Capi_18.pdf

[3] Galán Amador, Manuel,      en         su artículo Ética         en       la investigación.

http://www.rieoei.org/jano/3755GalnnJano.pdf

[4] Pablo C. Schulz, en el artículo La ética en la ciencia. http://www.ehu.eus/reviberpol/pdf/JUN05/schulz.pdf 95 http://www.ehu.eus/reviberpol/pdf/JUN05/schulz.pdf

[5] Aluja, Martín y Andrea Birke (Coordinadores). El papel de la ética en la investigación científica y la educación superior. Academia Mexicana de Ciencias. Fondo de Cultura Económica, segunda edición, México, 2004, pp.92 y 93.

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