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12 de diciembre de 2024

La ética del investigador científico universitario en la sociedad global (V)

 

LA ÉTICA  DEL INVESTIGADOR CIENTÍFICO UNIVERSITARIO EN LA SOCIEDAD GLOBAL (V)

Escribe: 
Dr. Eudoro Terrones Negrete


“El problema de crecimiento o decadencia de una sociedad es moral y no físico; depende sobre todo de sus miembros”.

Arnold Toynbee.

“Más y más personas reconocen que, aunque sea sólo por razones económicas, una nueva ética, una nueva actitud frente a la naturaleza, la solidaridad humana y la cooperación, son imprescindibles para evitar la aniquilación del mundo occidental…la gente añora seres humanos que posean la sabiduría y la valentía para actuar según sus convicciones”.

Erich Fromm, Ética y Psicoanálisis (México, 1986).

  

La «cultura» de la corrupción e inmoralidad y el hombre sin moral 

En el actual mundo global en que vivimos, tan complejo, variado y cambiante, interesa y preocupa la denominada “cultura” de la corrupción e inmoralidad, por sus efectos negativos en las sociedades lentas y las sociedades veloces. 

La «cultura» de la corrupción e inmoralidad, que socava las estructuras morales de la sociedad, tiene su manifestación en el soborno, el chantaje, la malversación de fondos, la evasión tributaria, la interceptación telefónica, la sobre-valuación y sub-valuación, la manipulación genética y de conciencias, la criogénesis, el alquiler de vientres, el nepotismo en las empresas, los acuerdos o pactos secretos con la intención de hacer daño a las personas e instituciones, el incumplimiento de contratos de obras públicas o privadas, el uso de bienes, recursos y servicios de universidades y del Estado para fines personales o político-partidarios y la presentación de declaraciones falsas de patrimonio personal.

También el financiamiento ilegal de campañas políticas, la expedición ilegal de visas y de pasaportes, las defraudaciones financieras, las quiebras fraudulentas de empresas, el robo y la quema de archivos sobre casos de corrupción e inmoralidad administrativas, la expedición de cuestionables fallos judiciales, el cobro de dinero para liberar a detenidos y personas comprometidas en delitos de narcotráfico, entre otros.

La cultura de la corrupción e inmoralidad es una epidemia sin fronteras. «La mordida, el embuste y el fraude» parecen convertirse en un «código de conducta» de funcionarios, administrativos, jueces, ejecutivos, políticos, legisladores y algunos investigadores. Pareciera confirmarse aquello que dice: «La tierra sufre hoy de cáncer. Ese cáncer se llama hombre sin moral».

 

¿Por qué la Ética es una Ciencia?

 

 En una revisión histórica  y desde el punto de vista ético de lo que significa el hombre podríamos decir que es un ser profundamente ético, porque es un ser libre, que elige y decide, que realiza actos racionales, conscientes, voluntarios, responsables, honestos y justos, que emite juicios de valor sobre sus propios actos y los actos de las demás personas.

Lo ético y lo moral sólo corresponde a la persona humana, a nadie más.  Los hombres “somos seres morales en cuanto seres sociales” (George H. Mead), seres no programados y condenados a elegir o a tomar cualquier tipo de decisiones durante el transcurso de la existencia.

Edgard de Assis Carvalho, de la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo, Brasil, con justa razón expresa: “Es conveniente recordar que ética, en griego ethos, significa la morada humana, la casa común, la Tierra-patria-matria, que clama por un proyecto de sustentabilidad, una política de civilización que sea capaz de reintegrar el cosmos, la materia, la vida, el hombre”. 

Algunos autores sostienen que Homero fue el primero que usó la palabra ethos en su significado de “Lugar habitado por hombres y animales”. Posteriormente el filósofo metafísico y existencialista Martín Heidegger se refiere al ethos como “lugar o morada” y por ello dice que la morada o ethos del hombre es el ser.

Ethos significa costumbre[1], lo acostumbrado, lo permitido, comportamiento, hábito, carácter, forma y manera de ser de las personas. Ethos es un conjunto de hábitos de los cuales el hombre se apropia, modificando su naturaleza.

La ética, llamada también filosofía moral o filosofía práctica, es una parte de la filosofía que estudia, analiza, describe y explica la conducta moral del hombre, la conciencia moral, los valores morales, las obligaciones del hombre  en la sociedad, los problemas fundamentales de la moral y el buen gobierno de la vida humana.

La ética es una ciencia porque tiene su propio campo de estudio, su objeto y método de investigación, cuyos resultados pueden ser verificados, rectificados y explicados en sus planteamientos y conclusiones.

En cuanto ciencia (término éste derivado de la voz “scientia”, de “scire”, conocer o aprender), la ética es un saber unificado, objetivo, a priori, universal, metódico, sistemático, racional, causal, especializado y necesario.

Veamos algunos conceptos respecto a la ética como ciencia:

“La ética es la ciencia que establece los principios generales de la moralidad para las diferentes formas de la actividad humana (Regis Jolivet); 

“La ética es la ciencia de la conducta humana” (Herbert Spencer);  “La ética es una ciencia del obrar especulativa o teórica en su estructura y práctica en su fin”; “La ética o moral natural (definición etimológica) es la ciencia filosófica teórica y práctica que investiga la moralidad (objeto formal) de los actos humanos (objeto material) y estudia los valores (ética axiológica y ética analítica), y la vida y la conducta moral de la persona (aspecto individual o personal) y de la comunidad humana (dimensión social), teniendo siempre como fin la honestidad (causa final de la ética)” (Luka Brajnovic).

Hans Leisegang, profesor de la Universidad Libre de Berlín, indica que la “tarea de la Ética científica es investigar el reino de los valores morales y su estructura”.[2]

La ética es ciencia de la voluntad en acción y del buen obrar; es ciencia del deber ser y del deber hacer; es la disciplina normativa de obligatoria necesidad y utilización en la investigación científica, que permite al investigador pensar bien, trabajar bien, emprender bien, actuar bien en términos de “mayor bien para el mayor número” de personas de la sociedad.

La ética científica busca saber la verdad, la causa y el efecto hasta donde lo es posible, busca el cómo y el porqué de los hechos, fenómenos o actos de la conducta del ser humano en su vinculación con el mundo educativo, cultural, social, político, económico y ecológico en que vive, para luego concluir en la formulación sistemática de principios, leyes y teorías comprobables.

Según los Ph.D. Anthony Carpe y Anne E. Egger: “La ética científica apela a la honestidad y la integridad en todas las etapas de la práctica científica, desde la divulgación de los resultados, independientemente de cuales sean, hasta la atribución adecuada de los colaboradores. Este sistema de la ética guía la práctica de la ciencia, desde la recopilación de datos a la publicación y más allá aún. Como en otras profesiones, la ética científica está muy integrada en la manera que trabajan los científicos y ellos son muy conscientes que la fiabilidad de su trabajo y el conocimiento científico en general depende de la adhesión a esa ética. Muchos de los principios éticos en la ciencia están relacionados con la producción de un conocimiento científico imparcial, que es esencial cuando otros científicos tratan de expandir los resultados de las investigaciones o basarse en ellas para otros estudios. La publicación de datos que sea fácilmente accesible, la revisión por parte de colegas, la duplicación y la colaboración que requiere la ética científica, ayudan a que la ciencia progrese continuamente mediante la validación de los resultados de investigación y confirmando o formulando preguntas sobre los resultados”.[3]

Mario Bunge, tratando de interpretar la problemática de la ciencia y de la ética expresa: “Nuestro tema es de rigurosa actualidad. En casi todo el mundo la juventud cuestiona la moralidad de la ciencia y, en menor medida, el carácter acientífico de los códigos morales vigentes. Algunos critican la alianza de la ciencia con el establishment. Otros llegan a culpar a la ciencia misma de la guerra, de la desocupación, del enajenamiento y del deterioro de la naturaleza. Y todos se quejan de que el hombre haya puesto los pies en la Luna sin antes haber arreglado su propia casa. En suma, ya no se da por descontado que la ciencia sea buena ni se admite que la moral dominante sea sabia. Antes bien, se tiende a concebir la ciencia como un poder diabólico y a despreciar la ética por ignara”.[4]

Blanca Inés Prada Márquez, de la Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga (Colombia), refiere que algunos autores se preguntan también si es posible una ética científica, pregunta que podría significar que es posible fundamentar la ética en la ciencia, o más bien, que toda ciencia (y toda actividad humana) debe fundamentarse en la ética. Por lo menos podemos hablar de tres proyectos de ética científica: en el siglo XVII el proyecto cartesiano, y en el siglo XX los proyectos de Mario Bunge y Miguel Ángel Quintanilla. Descartes, en el prefacio a los Principios plantea su idea moral fundamentada en las ciencias. Con la imagen del árbol nos dice que la moral es una rama que presupone un conocimiento completo de las otras ciencias (la medicina y la mecánica que eran las ciencias de su época) y por ello era el último peldaño en la escala de la sabiduría.

La misma idea había sido expresada en la sexta Parte del Discurso del método, en donde escribió: Esas nociones (de la física) me han enseñado que es posible llegar a conocimientos muy útiles para la vida, y que, en lugar de la filosofía especulativa, enseñada en las escuelas, es posible encontrar una filosofía práctica, por medio de la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros y de los demás cuerpos que nos rodean, tan distintamente como conocemos los oficios varios de nuestros artesanos, podríamos aprovecharlas del mismo modo, en todos los usos a que sean propias y de esta forma hacernos como dueños y señores de la naturaleza. Descartes, optimista como Bacon frente al desarrollo científico, fue el primero en creer en la utopía tecnológica de la modernidad, al considerar que la tecnología nos ayudaría a vivir mejor, a ser más felices, controlando racionalmente la naturaleza y las pasiones, pero como en su época el desarrollo científico era incipiente, considera suficiente plantear sólo una moral provisional, en espera de un mayor desarrollo de las ciencias y las artes. Después de Descartes ha habido varios proyectos para fundamentar la ética en la ciencia, no tanto en una ciencia puramente teórica, como lo era la ciencia de la época cartesiana, sino en una ciencia experimental, capaz de tener eficacia gracias a su aplicación en la transformación del mundo. Así pues, en el siglo XX con el impresionante desarrollo de la tecnología, algunos pensadores creyeron llegado el momento de realizar el proyecto cartesiano, postulando que la ética debía basarse en la racionalidad científico-tecnológica y convertirse en tecnoética. Una tecnoética que como la ciencia pudiera describir y explicar los actos humanos, pred4ecir y aplicar dichas predicciones para controlar y dominar la naturaleza humana y la sociedad. El primer caso al que quiero referirme es al de Mario Bunge, quien entiende la “ética científica” como la ciencia de la conducta deseable, empleando el método científico y los conocimientos de la ciencia acerca del individuo y la sociedad. Esta ética requeriría tres niveles: el descriptivo, el normativo y el metaético. Por lo tanto, “la nueva ética que se prefigura constará probablemente de tres ramas: la ética descriptiva o ética psicosocial, que sería la ciencia de la conducta considerada como fenómeno psicosocial; la ética normativa o ética teórica, ética de la conducta deseable en cada contexto; y la metaciencia o filosofía científica de la ética científica que sería la consideración filosófica de la ética científica”. De la sensibilización del científico ante los problemas morales y de la capacidad del moralista para fundar su discurso en el saber contrastado de la ciencia, depende, según Bunge, el éxito del proyecto de fundamentación racional del saber ético...No se puede hacer hoy una ética de espaldas a la ciencia, pero tampoco olvidar que todo discurso ético es ya un discurso filosófico sin que esto suene como partidismo hegemónico a favor de la filosofía, sino en el sentido de que todo discurso ético está orientado hacia el deber ser. Por su parte Quintanilla, para quien la opción por la racionalidad científica, quisiera hacer de la ética una tecnología capaz de controlar la maldad humana y lograr la realización del bien. Si la moral se entiende como costumbre, la ética sería entonces una tecnología social que podría cambiar las malas costumbres e incentivar otras. Pero si la moral se entiende como acción determinada por los genes, entonces la ética sería una tecnología biológica, presuponiendo en ambos casos lo que es moral para poder controlar y transformar el comportamiento humano. Pero ¿quién tiene los criterios para decidir? ¿Quién sabe lo que es el bien para medir una acción particular?... ¿Los científicos? Si así fuese, caeríamos en una pérdida absoluta de libertad y por lo tanto de la ética misma. O ¿acaso los políticos? En ese caso ¿no estarían los científicos autorizados a ocultar su responsabilidad moral?...

 


[1] Costumbre es la práctica efectiva y repetida de una determinada conducta; lo acostumbrado es considerado como lo bueno, lo permitido. La costumbre es un acto creador del derecho, toda vez que “por la costumbre, lo que es se convierte en lo que debe ser”.

[2] Leisegang, Hans. Introducción a la Filosofía. Manuales UTEHA N° 75, Primera edición en español, Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana, México, 1961, p.97.

[3] Anthony Carpi, PH.D., Anne E. Egger, PH.D. La ética científica. http://www.visionlearning.com/es/library/Proceso-de-la-Ciencia/49/La ética científica/161

[4] Bunge, Mario. Ética, Ciencia y Técnica. Editorial Sudamericana, Argentina, segunda edición, abril de 1997, p.7.

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