DIFERENCIAS ENTRE EL HOMBRE Y LA ESPECIE
ANIMAL[1]
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
El hombre es una de las más o menos
ochocientas mil especies animales que actualmente pueblan el planeta Tierra,
que tiene características especiales que le diferencia de los animales
irracionales.
El hombre ocupa la cúspide del reino
animal, pertenece al tipo de los vertebrados, a la clase de los
mamíferos y al orden de los bimanos, de estación bípeda vertical.
En 1699, el anatomista inglés Edward Tyson
(1649-1708), al disecar un chimpancé, verificó sus profundas semejanzas con el
hombre, por lo que la naturaleza animal desde este momento mereció la más alta
consideración.
En el siglo XVIII, Carlos Lineo, uno
de los padres de la ecología y fundador de la moderna taxonomía, en su trascendental obra
«Sistema natural»[2] colocó
al hombre y a los macacos en géneros correlativos, Homo y Simia, pertenecientes
al orden de los primates. Colocar al hombre y a los macacos en situaciones
próximas no significaba reconocer igualdad de origen, mas apenas registrar semejanza
estructural, sin que eso implicase relaciones de dependencia o parentesco. En
el mismo siglo, el precursor de la antropología física, Bufón (1707-1788),
observó que «la primera verdad que se deduce de un examen riguroso de la
Naturaleza es tal vez humillante para el hombre, que se debe por sí mismo a la
clase de los animales, los cuales se asemeja por todo que tiene de natural».
A Herbert Spencer, destacado naturalista,
filósofo, psicólogo
y sociólogo británico, le cabe la gloria de haber formulado por vez primera esa teoría en su
obra Principios de biología (1863),
donde también proclamó ser la evolución un fenómeno general, inherente a la
naturaleza del universo, aplicable tanto a los átomos cuanto a las galaxias,
concepción de cierto modo revivida y muy desarrolladas, como filosofía
coherente, por P. Teilhard de Chardin al analizar el «fenómeno humano». Más
tarde, el biólogo británico Thomas Henry Huxley (1825-1895) levantó la bandera
de la evolución humana en su obra Pruebas
sobre la posición del hombre en la naturaleza, en la cual demostraba con
abundante material la descendencia humana a partir de antepasados no humanos. Solamente
en 1871 Charles Darwin publicó en dos volúmenes, El Origen del Hombre, documentando ampliamente el origen de la
especie humana a partir de los antropoides.
En el año 1953, el paleontólogo
y biólogo
estadounidense George Gaylord Simpson creó la familia especial (homínidos) para abarcar a los
hombres vivos y a los fósiles,
próxima
de la familia de los póngidos,
que encierra a los antropoides vivos y a los fósiles.
Tres años
después,
Gerhard Heberer extendió
la familia de los homínidos,
en la que se distinguen dos subfamilias, una para los hombres vivos y fósiles,
y otra para los australopitecíneos, o macacos-hombres, esto es, las formas que
precedieron inmediatamente el género Homo.
Pruebas científicas basadas en la biología
molecular y en la imunoquímica, confirman, por ejemplo, que se halló el chimpancé
mucho más próximo del hombre. Y así fue posible establecer la siguiente
secuencia: 1. Hombre; 2. Chimpancé o gorila; 3. Orangután; 4. Gíboes: 5.
Macacos del Viejo Mundo; y 6. Macacos del Nuevo Mundo.
Se puede afirmar, sin duda alguna, que
para la ciencia el hombre surgió por mecanismo evolutivo. Como ocurrió con los
demás seres vivos, mutaciones, recombinaciones genéticas y selección natural, a
lo largo de millones y millones de años, originaron al hombre actual, a partir
de un tronco común al de los otros primates.
«El hombre – dice Leisegang[3]
–se distingue del animal en que este último vive como puede, mientras que el
hombre vive como quiere y en un mundo tal como él lo quiere, en el cual todo es
considerado por él como amanualidad, cosa, y no como separado en sujeto
y objeto, o sea, como objeto. Se lo tropieza en el trato diario con las cosas
de un común, en la preocupación por las complicaciones de la vida diaria. En
esta preocupación conocemos nosotros el «para qué» de las cosas y el «de dónde»
proceden, el «designio del hombre», cuya existencia posibilita; el «para qué
algo es valioso» como la vivencia inmediata del valor».
«Pero en razón de su mayor capacidad
cerebral y de la posesión del lenguaje, el hombre posee mayor flexibilidad de
acción que otros animales; puede controlar más el mundo que lo rodea, adquirir
una variedad de conocimientos mucho mayor y trasmitir en forma más efectiva lo
que ha aprendido. El hombre es el único animal que posee cultura» explica Ely
Chinoy[4],
entendiéndose por cultura a la totalidad de lo que aprenden los individuos como
miembros de una sociedad; a su modo de vida, pensamiento, acción y sentimiento.
El aspecto corporal es lo que distingue al
hombre del resto de las formas vivientes. Se dice, por ejemplo, que entre el
genoma humano y el del chimpancé, la diferencia supone alrededor del cinco por
ciento; el extraordinario desarrollo de la corteza cerebral, tanto cualitativa
como cuantitativamente, o la capacidad de producir sonidos articulados que
permiten el lenguaje, son propiedades singulares y única dentro del mundo de
los seres vivos. También diferencia al hombre del animal la capacidad de
razonamiento, de pensar, de elección y decisión. En su aspecto corporal el hombre
comparte con los demás seres vivientes la mutación y la precariedad.
Frente a los demás animales, el hombre
tiene el cráneo más grande, su frente más alta, su mentón más conformado; su
cerebro tiene cuatro veces más neuronas que el de un chimpancé e infinidad de
posibilidades funcionales suplementarias. Otra diferencia es la velocidad en el
desarrollo: el hombre sólo alcanza la madurez muchos años después que el mono;
el niño es un retardado en relación al mono, que a los cinco o seis años ya es
madura sexualmente y adulto; «El animal
comprende los gestos, aprende el significado de las palabras no tanto como
palabras, sino como señales análogas al lenguaje animal; sabe también hacerse
comprender por medio de gestos y de gritos. Pero el animal no aprende a hablar,
ni siquiera el mono, que a lo sumo maneja una o dos palabras. Insuficiencia de
inteligencia, falta de neuronas, cerebro demasiado pequeño. «Sólo le falta
hablar», dicen los amigos de los animales», señala Paul Chauchard[5].
El hombre es libertad y autoconciencia, es
voluntad e imaginación. El hombre tiene capacidad de actuar intencionada y
creativamente, de manipular y transformar la realidad y crear sus propios
instrumentos y equipos de trabajo según sus objetivos, fines y metas que se
propone, que muy bien puede expresarse en la talla de una piedra, en la
construcción de una vivienda o en la preparación del fuego y de los alimentos para
satisfacer sus necesidades.
El hombre se diferencia del animal por el
mayor desarrollo y complejidad de su cerebro, que comparado con los grandes
monos aproximadamente es tres veces más pesado (entre 1,200 y 1,800 gramos); y
las superficies que ocupan las circunvoluciones cerebrales en el hombre (2,200
centímetros cuadrados) es cuatro veces superior que en tales monos. Y el
pensamiento del hombre es predominantemente lingüístico y está marcado por el
fenómeno del lenguaje y el idioma particular del grupo social al que pertenece.
El hombre también es capaz de formar familia en forma consciente y por su libre
decisión y elección. El hombre tiene cuerpo celular y cultura supracelular, en
comparación a los animales que sólo tienen cuerpo celular.
El hombre se organiza en grupos sociales o
en colectividades más y más amplias y complejas para dominar la naturaleza que
lo circunda. Mientras el animal actúa por instinto, sin conocer el objetivo de
su acción, el hombre obra inteligentemente. Se podría añadir también otro
aspecto fisiológico del hombre: la desaparición de las épocas de celo en su especie.
El sabio alemán Wolfgang Köhler
(1887-1967) pudo comprobar que colocado frente a situaciones imprevistas el
chimpancé usaba una inteligencia racional, y no una mera mecánica de reflejos,
para alcanzar el objetivo deseado.
Jorge Guillermo Llosa, en su obra Nueva ciencia del hombre, informa sobre
este hecho investigativo de Köhler que causó impresión en el mundo científico.
Refiere que «El mono, en efecto, es capaz no solamente de utilizar objetos como
instrumentos sino que fabrica instrumentos para hacer instrumentos (el nivel
del homo habilis); prevé –mediante una operación mental- una sucesión de actos
(como el de subirse a un taburete y correr un cerrojo para alcanzar la banana)
o se las ingenia para introducir una caña en otra y lograr así que el bastón –o
brazo artificial- se alargue hasta la distancia deseada.
De estas observaciones deduce Weinert que
«un cerebro de antropomorfo es capaz de pensar lógicamente y de ejecutar una
serie de acciones a las que no se puede negar el carácter de encadenamiento
lógico». «Muchos mamíferos tienen capacidad de comunicación mediante signos no
verbales. El cerebro del chimpancé le permite el «in sight», es decir la
apreciación de conjunto de una situación y los actos que hay que emprender para
hacerle frente con éxito. También le permite asociar cosas o acciones con
signos que las representen. Los esposos Gardner han enseñado a los chimpancés
un lenguaje gestual como el que utilizan los sordomudos. Su vocabulario de
gestos significantes puede llegar hasta 200 «palabras». Estos alumnos
chimpancés distinguen formas gramaticales, construyen palabras y frases nuevas,
todo mediante el lenguaje de los gestos. Lo que es más asombroso – y que antes
había sido negado- es su capacidad de reconocer imágenes y fotografías. Cuando
el chimpancé instruido ve una fotografía de una botella de licor hace el gesto
que corresponde a «beber»...»
«Más aún, los Gardner han fabricado una
«máquina computadora» para uso de los chimpancés, que dispone de un teclado de
signos que los monos manejan y con el que pueden construir frases del tipo
«máquina-dame-fruta».
J. Guillermo Llosa afirma: «La
inteligencia lógica y la capacidad de comunicación no son calidades exclusivas
de los primates superiores. Ellas se manifiestan también en los delfines,
elefantes, canes y, particularmente, en los ratones de laboratorio. Estos
últimos, sometidos a las experiencias del laboratorio, demuestran facultades de
representación mental del espacio y hacen uso de memoria y de discernimiento». También
puntualiza: «Los grandes simios poseen una masa cerebral voluminosa, un alto
coeficiente en la relación cerebro-cuerpo y un elevado desarrollo neuronal y de
conexiones sinápticas. Les falta el órgano de fonación y por ello es imposible
que hablen. Pero el lenguaje –pese a la confusión que introduce la palabra
«lengua» – no tiene que ser necesariamente articulado verbalmente. En sentido
lato toda comunicación de mensajes por medio de símbolos es un lenguaje, como
es el caso de los gestos-signos y de todas las artes. En el primate que descendió
de los árboles y adoptó la postura erguida se reunió todo el complejo anatómico
y social que condujo al lenguaje verbal: cerebro, vista estereoscópica y
cromática, manos libres, faringe, laringe y boca, vida de relación en grupo. A
su vez –por aquello de que «la función engendra el órgano»- y a lo largo de un
prolongado proceso evolutivo, el lenguaje vocal, el acceso al pensamiento
abstracto a través de la palabra, aceleró el desarrollo del cerebro nuevo o neo
córtex. Todo esto significa que entre hombre y primates superiores hay una
diferencia de desarrollo anatómico, fisiológico y social, pero no de calidad
intrínseca que haga necesario el recurso a un «alma espiritual» introducida no
se sabe cómo ni de dónde en la naturaleza. Lo distintivo del hombre no está en
el desarrollo de su inteligencia – que es un asunto de grado- sino en el mundo
cultural creado gracias a ese nivel intelectual y que inaugura modos de vida y
una forma de evolución absolutamente sin precedentes, al menos dentro del
ámbito que nos es conocido de nuestro sistema planetario».
«Como dice Otto Köehler, «compartimos con
otros mamíferos la capacidad de aprender y finalmente la facultad de
pensamiento no verbal»; «los animales no pueden poner nombres pero tienen la
facultad del pensamiento no-verbal. Tal pensamiento se adapta al uso para el
que se destina, del mismo modo que cualquier órgano está adaptado a su uso y
por las mismas razones».
«Pero no sólo en la inteligencia algunos
animales exhiben rasgos considerados humanos. Algunos de ellos revelan poseer
sentimientos. La conducta de los perros denota amistad, fidelidad, alegría,
tristeza, como lo dice el verso de Neruda: «Hoy he visto a Dios en los ojos
tristes de mi perro»... Los chimpancés se hacen amigos personales de quienes los
cuidan y los grandes simios exteriorizan sentimientos de desprecio, protesta o
dignidad ofendida hacia carceleros y mirones. Animales inteligentes y
domesticados por el hombre han desarrollado rudimentos de conducta altruista en
beneficio del grupo, lo que entre humanos se llama «moral». Inclusive entre
simios no domesticados, como unos macacos del Japón, se ha verificado que
enseñan a sus congéneres conocimientos aprendidos y no simplemente
instintivos (como es el arte de separar el grano de la arena, lo que constituye
un verdadero ejemplo de «tradición cultural»). En otras palabras, la
perfectibilidad intelectual no es atributo exclusivo del hombre».
«Según hemos visto algunos animales son
capaces de pensamiento racional, aunque no sea verbal. Basta con esto para
establecer que la racionalidad no es exclusiva ni distintiva del hombre y que
animalidad no debe entenderse como no-racional y radicalmente distinto a lo
supuestamente humano».
Cicerón, en su importante trabajo Del sumo bien y del sumo mal, manifiesta:
«Hay, no obstante, algunas bestias, en las cuales existe cierta semejanza de
virtud, como en los leones, en los perros, en los caballos, en los cuales no
sólo vemos ciertos movimientos corporales, como en el cerdo, sino también
algunos que parecen proceder del alma. Pero las ventajas del hombre están todas
en el alma, y entre las facultades del alma, en la razón, de la cual nace la
virtud, que definimos como perfección». Asimismo, en su obra Los oficios, explica la diferencia entre
el hombre y las bestias en los términos que siguen: «En primer lugar, todos los
animales han recibido de la naturaleza el instinto de conservar su vida y su
cuerpo, de huir de todo lo que les puede ser perjudicial, de buscar y prevenir
lo necesario para mantenerse, como el sustento, el cubierto y otras cosas
semejantes. También ha inspirado a todos el apetito, cuyo objeto es la
propagación, y un cierto cuidado con los frutos de este instinto. Pero hay esta
gran diferencia entre el hombre y la bestia: que ésta, no teniendo otra cosa
que el sentido, se acomoda a sólo aquello que se le pone delante con muy corto
sentimiento de lo pasado y futuro. Mas el hombre, que participa de las luces de
la razón, por la cual conoce las causas de las cosas y sus consecuencias, no se
le ocultan sus progresos ni antecedentes; compara los semejantes, y une a las
cosas presentes las futuras; registra fácilmente todo el curso de la vida, y
previene lo necesario para pasarla».
Frederik Jacobus
Johannes
Buytendijk, naturalista, antropólogo, fisiólogo y psicólogo neerlandés del siglo XX, en su obra El hombre y el
animal. Ensayo de psicología comparada, hace una diferenciación entre el
hombre y el animal, especificando que: 1º. El animal vive necesariamente
inmerso o sumergido en su ambiente, el hombre puede distanciarse de él,
enfrentarse a él y objetivarlo; 2o. El hombre puede elegir el ambiente en que
ha de vivir, el animal está obligado a vivir en un ambiente determinado; 3o. El
animal se limita a reaccionar frente a su ambiente y frente a los objetos que
lo integran, el hombre modifica y transforma uno y otros hasta convertirlos en
un mundo auténticamente humano, completamente distinto del ambiente natural.
Así se explica que las diferentes especies animales tengan adscritas
determinadas zonas geográficas en las que necesariamente han de desplegar su
existencia, so pena de muerte. El hombre, en cambio, no está sujeto a estas limitaciones.
Todos los ámbitos geográficos le son asequibles porque puede transformarlos,
adaptarlos a sus propias exigencias y necesidades; 4o. El animal sólo actúa con
cosas; el hombre, además de actuar con cosas, actúa con valores. La inserción
de los valores (verdad, belleza, utilidad) en la vida humana explica la
existencia de las obras artísticas, científicas y técnicas».
Para Buytendijk, el camino que
conduce a la comprensión del misterio humano ha de partir de la realidad de su
existencia y de la relación con el mundo constituido por el propio hombre. El
riesgo de extravío de las psicologías basadas en el mero análisis y
satisfacción de tendencias instintivas y la insuficiencia de la psicología
empírica y experimental sólo puede superarse con el apoyo del método
fenomenológico[6].
El filósofo polaco, Józef María Bochenski
(1902-1995), piensa que el hombre “Es pues, ante todo, un animal y presenta
todas las características del animal. Es un organismo, tiene órganos sensibles,
crece, se nutre y muere; posee poderosos instintos: el de conservación y de
lucha, el sexual y otros, exactamente como los demás animales. Si comparamos al
hombre con los otros animales superiores, vemos con toda certeza que forma una
especie entre las otras especies animales…”[7]
Bochenski afirma que el hombre es
“un animal raro, de especie única”. Argumenta que el hombre es dueño de la
naturaleza, ha cambiado la faz de la tierra. Y esto es posible porque el hombre
tiene conciencia, tiene razón e inteligencia y es más inteligente que cualquier
otro animal, puede pensar en sí mismo, se preocupa de sí mismo, se pregunta por
el sentido de su propia vida y tiene clara conciencia de su finitud y de su
mortalidad, se crea permanentemente nuevas necesidades sin estar nunca
satisfecho. “Así se ve por el hecho de que el hombre, y sólo él, ostenta una
serie de cualidades completamente particulares. Las más notables son las cinco
siguientes: la técnica, la tradición, el progreso, la capacidad de pensar de
modo totalmente distinto que los otros animales y, finalmente, la reflexión”[8].
Mientras que para Hegel lo que vale
en el hombre es lo que éste tiene de abstracto o universal, para Kierkegaard,
-considerado el padre del existencialismo y el Anti-Hegel-, lo que vale es el
hombre concreto en sus fases estética, ética y religiosa. Mientras que Max
Stirner busca reconquistar al hombre concreto, Sartre busca reconquistar la
libertad en el hombre.
Se podría también aseverar que el animal se caracteriza por la
inmediatez de su respuesta ante los requerimientos de su entorno o hábitat; el
hombre, en cambio, tiene la facultad de retardar, retrasar o interrumpir la
respuesta a través del proceso que se denomina pensamiento.
Finalmente, en apretada síntesis podemos
decir que el hombre se diferencia de los demás animales por lo siguiente: El
hombre es un animal racional; tiene conciencia de sí mismo y conciencia de los
demás; tiene el derecho de elegir y de ser elegido en los cargos de las organizaciones sociales y de
participar en la elección y construcción de su destino y futuro; usa el
lenguaje articulado y su capacidad de comunicación verbal y no verbal; utiliza
su imaginación e inteligencia para crear, inventar, producir instrumentos de
trabajo para alcanzar el dominio de la naturaleza y transformarla. Asimismo emite
juicios de valor, juicios estéticos y juicios morales, cultiva el espíritu
religioso, desarrolla el amor por la verdad, el saber, la cultura y la
investigación científica; cultiva el espíritu de independencia, de autonomía y
de liberación de las cadenas de la esclavitud, la barbarie, la explotación y
las injusticias. Por su propia naturaleza social el hombre tiene predisposición
al proceso de socialización y vocación de servicio al bien común.
[1] Terrones
Negrete, Eudoro. Filosofía de la
Globalización. Fondo Editorial Universidad Jaime Bausate y Meza. Primera
edición, Lima, 2010, pp.21-28.
[2] El título completo de
“Sistema natural” es Systema naturae per regna tria naturae, secundum
classes, ordines, genera, species, cum characteribus, differentiis, synonymis,
locis, traducido como: «Sistema natural, en tres reinos de la naturaleza,
según clases, órdenes, géneros y especies, con características, diferencias,
sinónimos, lugares».
[3] Leisegang, Antropología
filosófica y filosofía existencial.
[4] Chinoy, Eli. Introducción a la
Sociología. Editorial Paidós,
1980.
[5] Chauchard, Paul, Sociedades animales, sociedad humana. Ediciones Eudeba, 1960.
[6]
http://es.wikipedia.org/wiki/Frederik_J._J._Buytendijk.
[7] Bochenski, J.M. Introducción al pensamiento filosófico,
Editorial Herder S.A., Barcelona,
15ª edición, 2002, p.81.
[8] Bochenski, Op.cit.,
p.82.