INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA DEL INVESTIGADOR CIENTÍFICO
UNIVERSITARIO
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
La
ética es la rama de la filosofía que se ocupa del estudio de los actos del
individuo según determinados principios normativos, que establecen lo que está
bien y lo que está mal. Se ocupa del estudio de los hábitos, de las costumbres
o de la manera de ser del hombre. La
ética estudia el comportamiento moral del hombre en sociedad. La ética tiene
como objeto de reflexión la moral del ser humano. La ética trata de
reflexionar, fundamentar y esclarecer la moral como experiencia humana. La
ética investiga qué es una conducta buena y qué condiciones deben cumplir las
instituciones humanas para moralizar al individuo, a las instituciones, a los
poderes del Estado y a la sociedad.
La ética del
investigador científico universitario es un
conjunto de normas, reglas, proposiciones, principios y valores que
regulan su comportamiento ético en el campo de la investigación y en sus
relaciones con los miembros de la comunidad universitaria científica y la
sociedad en general.
“Tanto en el ámbito
del hacer científico (empírico y formal) como en el artístico –refiere Alfredo
Marcos-hay una ineludible dimensión axiológica. Filósofo de la ciencia como
Larry Laudan o Javier Echevarría han orientado su reflexión en las últimas
décadas hacia la cuestión de los valores en ciencia. Podemos distinguir entre
valores epistémicos (como la verdad), morales (como la bondad) y estéticos
(como la belleza). Pues bien, no se pueden considerar los valores estéticos
como privativos del arte, sino que están presentes también en ciencia y sirven
como apoyo para la adopción de decisiones científicas, como han apuntado, entre
otros, dos filósofos con sensibilidad histórica: Pierre Duhem y Thomas Kuhn.
Para ambos, la simplicidad, la elegancia, la belleza formal, la armonía…son
criterios útiles y legítimos para la elección de teorías. Los más destacados
científicos (Copérnico, Galileo, Kepler, Einstein y otros muchos) han mantenido
siempre alerta su sensibilidad estética a la hora de hacer ciencia, y muchas
veces han tomado decisiones en función de lo que dicha sensibilidad les
indicaba”.[1]
No cabe duda que hay
una relación e integración directa entre la ciencia, la ética y la estética en
los procesos de producción de la ciencia como actividad humana y social.
Acabamos
de dar vuelta al siglo XX, un siglo cargado de enormes avances en ciencia y
tecnología que nos han acercado a las partículas más íntimas de los seres
vivos, así como a revelaciones insospechadas de la dinámica del universo. Este
conocimiento formidable de nosotros mismos y de nuestro universo se acompaña
del dominio de medios que han mejorado ostensiblemente la calidad de vida de la
humanidad, pero que también le han dotado, irremediablemente, de mecanismos
para autodestruirse como especie (Cari Sagan, 1996).[2]
Los
aspectos éticos o las buenas prácticas del investigador científico tienen
relación con todos los campos y áreas de
su quehacer profesional y la actividad científica.
El comportamiento ético de los
investigadores es un requisito para la credibilidad de la ciencia y del propio
investigador científico, para avanzar en la excelencia de las investigaciones o
para mejorar la calidad en las investigaciones y sus relaciones con las
instituciones y la sociedad y para el reconocimiento que se merece por parte de
la sociedad y el Estado.
La ciencia moderna, aplicada a la
investigación, da como resultado mayores logros a la humanidad y teniendo en
cuenta que se vive en un mundo basado en la investigación y gobernado por
ideologías fundamentadas en la ciencia y en el uso de instrumentos creados por
la ciencia, es necesario ser conscientes de que dichas ideologías e
instrumentos pueden ser utilizados de forma objetiva o subjetiva, o correcta e
incorrectamente, es decir, de un modo ético o no. Por este motivo, es
importante hablar de una ética de la investigación, es decir, de una
investigación con conciencia. Una investigación cuyos resultados sean
correctamente utilizados, puntualiza Manuel Galán Amador.[3]
Estamos viviendo en la era de la
información y la comunicación con una gran cantidad de información que fluye a la velocidad de la luz y que no
puede ser decodificada a plenitud y que influye positiva o negativamente en la
vida de las personas e instituciones, por lo cual necesitamos adaptarnos a una
postura cada vez más crítica y analítica, para así lograr ser un buen
investigador que satisfaga las expectativas de las personas y las sociedades
del planeta.
La ciencia debe estar al servicio de la vida,
de las necesidades, del bienestar y la felicidad de los seres humanos, al
servicio de las relaciones óptimas del investigador en su centro laboral con
sus colaboradores y otros científicos.
El investigador asume un
comportamiento con rasgos éticos que es, por esencia, racional, libre,
consciente, voluntario y responsable de las consecuencias de sus actos. El
investigador científico posee altos estándares éticos en su comportamiento,
actividad científica y al momento de tomar decisiones éticas y resolver los dilemas éticos.
La ciencia
es imperfecta, falible y perfectible,
precisamente porque está construida por los seres humanos. Y los seres
humanos, que son muchos de ellos científicos, son seres imperfectos y falibles, pero a su vez
perfectibles.
La ética de la
investigación es una subdivisión especial de la metodología de la
investigación, que trata de minimizar las desventajas, problemas éticos o
consecuencias negativas de los resultados de una investigación y de maximizar
las ventajas, beneficios o aportes positivos a favor de las personas,
instituciones y la humanidad. Esto implica necesariamente que el investigador
científico en su actividad profesional tenga en cuenta la ética durante el
proceso de selección de problemas y de modelos; la ética en el acopio y la
selección de datos o informaciones; la ética en el proceso de elaboración de la
publicación; y la ética en la aplicación de los resultados de la investigación.
Desde el punto de
vista ético el investigador científico aspira alcanzar la verdad sobre los
hechos, fenómenos, situaciones y problemas que investiga; procura saber cómo y
por qué se presenta el fenómeno ético, cuáles son sus causas y posibles
efectos, para luego de un análisis
riguroso con la aplicación de métodos y técnicas científicas concluir en la formulación
sistemática de sus principios y leyes comprobables.
La ética del
investigador científico norma y regula la conducta moral que cada uno de los
investigadores de las diferentes disciplinas del saber humano está obligado a
cultivar y desarrollar en una sociedad inclusiva, participativa, pluralista, de
responsabilidad solidaria y con valores mínimos.
La preocupación por
los problemas morales acerca de la ciencia no es nueva. Entre otros,
científicos con inclinaciones filosóficas y filósofos con inclinaciones
científicas que se ocuparon del tema, se puede mencionar a Lucrecio, Spinoza,
Hume, Kant, Feuerbach, Engels, Dewey y Schlick. Y los escrúpulos de conciencia
de los científicos fueron expresados ya en la primera guerra mundial, por
ejemplo, por Albert Einstein y Bertrand Russell, haciéndose más intensos cuando
nazis y comunistas trataron de controlar y avasallar a la ciencia. En
principio, los problemas morales y éticos no son atemporales. Hay una gran
disparidad de códigos morales, que en la actualidad están confluyendo a un
cierto corpus de ideas básicas que son aceptadas por la mayor parte de la
humanidad como más o menos universales, como las expresadas en las diversas
declaraciones de derechos humanos.[4]
La ciencia llega a
corromperse cuando se pone al servicio de los privilegios, de los intereses
creados, de la destrucción, de la opresión, del dogma, de las ideologías, del
poder económico, la degradación del medio ambiente, de la guerra, del
armamentismo, del narcotráfico, del terrorismo, de gobiernos despóticos, de la
delincuencia, de las mafias, de la opresión del pueblo, de teorías
conspirativas, de intenciones perversas y del prurito de hacer el daño a las
demás personas.
“La ética del
científico no es diferente de la ética del político o del periodista; no es ni
más culpable ni más inocente que todos los demás, porque su ética no depende de
su actividad profesional sino de su participación en la vida de la sociedad
como otro ser humano. Es curioso que se acuse a la ciencia y a los científicos,
cuando no se lo hace con los políticos y los militares que emplean los
productos científicos para la destrucción y la muerte, o a los empresarios por
depredar el medio ambiente en busca de ganancias” refiere Pablo Schulz en su
artículo “La ética en ciencia”.[5]
Para que una conducta
sea ética en términos de investigación, el investigador deberá responder, actuar
e investigar correctamente, utilizando medios lícitos o permitidos, liberado de
presiones y de intereses monetarios.
La ética en la
investigación científica tiene que ver con la responsabilidad moral de los
investigadores acerca del uso que le dan a sus investigaciones, y a la forma de
desarrollar el proceso de la investigación, redactar todo el texto y las
conclusiones.
“Las
últimas dos décadas – indican Martín Aluja y Andrea Birke- se han caracterizado
por un aumento en el reporte de violaciones a la integridad científica
(National Academy of Sciences, 1992; Steneck, 2000). La opinión generalizada
(e.g., Macrina, 2000; y Shamoo y Resnik, 2003) es que este incremento se debe a
factores tales como: a) aumento de científicos y académicos en proporción al
decremento de posiciones laborales en la industria, gobierno y academia; b)
recursos financieros limitados (competencia por proyectos, espacio físico,
equipo, técnicos, competencia por obtener reconocimiento o créditos, etc.); c)
presión por publicar que genera el síndrome conocido en los Estados Unidos como
“Publish or Perish” (Kleschick et al.,
2000; Bostanci, 2002; Shamoo y Resnik, 2003); d) evaluación del científico en
términos de la habilidad de éste por generar recursos y e) necesidad de cumplir
con cada vez más engorrosos requerimientos administrativos (Stanley-Samuelson y
Higley, 1997)...”
“Durante
los años sesenta y setenta los casos de fraude o plagio eran considerados para
la sociedad como “actos no representativos de una comunidad científica”
(LaFollette, 1996). En los años ochenta comenzaron a presentarse los primeros
casos de “fraude” en universidades reconocidas como Harvard y Yale en Estados
Unidos. En respuesta a estos hechos, aparecen libros como Betrayers of the
Truth (Broad y Wade, 1982) y Cantor´s Dilemma (Djerassi, 1991, El dilema de
Cantor, FCE, 1993), que criticaban a una comunidad científica que, ante sucesos
escandalosos de fraude y plagio, se mostraba indiferente”.
“Entre los
casos más recientes de conducta éticamente inaceptable, destaca en Estados
Unidos el del reconocido cardiólogo Robert Slutsky de la Universidad de
California-San Diego (UCSD), quien produjo 137 artículos en 7 años (ca. 1
artículo por cada 13 días laborales). Después de un exhaustivo análisis por un
panel de revisores, se determinó que de los 137 artículos publicados, la
validez del 56 % de éstos era dudosa y 9 % era fraudulenta (Whitely et al.,
1994). Otros acontecimientos que también han encabezado los titulares de
periódicos y revistas son los casos de los alemanes Friedhelm Herrmann y Marion
Branch, y los de los doctores Jan Hendrik Schön y Anders Pape Moller, acusados
de alteración, fabricación y falsificación de datos (Bostanci, 2002: Service, 2002;
Vogel et al., 2004)”.[6]
Por todas las
consideraciones expuestas, y otras más que nos reservamos para una segunda
edición de esta obra, consideramos que la investigación científica, la
investigación humanística y la investigación tecnológica, tanto en sus procesos
y resultados como también durante su divulgación, deben estar enmarcados y
ajustados a los lineamientos éticos.
“El Código de
Nüremberg (1947) es la primera declaración internacional sobre investigación en
seres humanos, estableciendo con claridad la finalidad, el diseño, el riesgo,
las precauciones y la necesidad de evitar sufrimiento o daño cuando se realiza
un experimento, y también establece el consentimiento del ser humano con el que
se experimentará (consentimiento informado), la calificación científica del que
conduce el experimento así como su responsabilidad, la conveniencia de
suspender la prueba cuando el científico estime que existe peligro, y asimismo
la libertad del sujeto de experimentación para decidir en cualquier momento del
curso de la investigación que ésta ha llegado a su fin” refiere Roberto M.
Cataldi Amatriain (1998:44).
A partir de esta
declaración internacional se dieron muchos documentos, se aprobaron
declaraciones nacionales, códigos de ética de universidades, códigos de ética
de institutos de investigación y de centros de investigación, leyes que
protegen el derecho de propiedad intelectual de los autores, la privacidad de
las personas, la protección del anonimato del paciente y que regulan el
comportamiento ético de los investigadores en general. Cabe referir, por
ejemplo: La Declaración de Helsinki I de la Asociación Médica Mundial (1964);
la recomendación de la UNESCO sobre la situación de los investigadores
científicos (1974); la Declaración de Tokyo-Helsinki II (1975); la Declaración
del Comité Internacional de Editores de Revistas Médicas (San Francisco, 1991)
sobre la protección del anonimato del paciente; las Guías éticas
internacionales para investigación; la Declaración Universal sobre el Genoma
Humano y los Derechos Humanos aprobada por la Conferencia General de la UNESCO
(1997); la Declaración Internacional sobre los Datos Genéticos Humanos aprobada
por la Conferencia General de la UNESCO (2003) y la Declaración Universal sobre
Bioética y Derechos Humanos (2005).
[1] Marcos, Alfredo. Ciencia y
Acción. Una filosofía práctica de la ciencia. Fondo de Cultura Económica,
México, primera reimpresión, 2013, p.322.
[2] Ospina G., Luis Fernando. Ética en la investigación.
http://www.bdigital.unal.edu.co/783/20/263_-_19_Capi_18.pdf
[3] Galán Amador, Manuel, en su artículo Ética en la investigación.
http://www.rieoei.org/jano/3755GalnnJano.pdf
[4] Pablo C. Schulz, en el artículo La
ética en la ciencia. http://www.ehu.eus/reviberpol/pdf/JUN05/schulz.pdf
[5] http://www.ehu.eus/reviberpol/pdf/JUN05/schulz.pdf
[6] Aluja, Martín y Andrea Birke (Coordinadores). El papel de la ética en la investigación científica y la educación
superior. Academia Mexicana de Ciencias. Fondo de Cultura Económica,
segunda edición, México, 2004, pp.92 y 93.