LA UNIVERSIDAD EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
La universidad es el
laboratorio vivencial y científico de la sociedad, es el espacio académico
superior en el que se analiza y cuestiona los antiguos y nuevos problemas de
las diferentes disciplinas del saber humano y de la sociedad, a la vez que se
plantea la solución a dichos problemas.
La sociedad
del conocimiento se caracteriza por desarrollarse en ambientes y escenarios
altamente dinámicos, interactivos, competitivos y cambiantes, con estudiantes y
profesionales que se encuentran en permanente búsqueda del saber, de la
educación, la cultura, la ciencia y la tecnología, a fin de dominar métodos,
técnicas, procedimientos, herramientas e instrumentos que les permitan
enfrentar los retos y desafíos e interpretar y transformar la realidad natural
y social.
En la sociedad del
conocimiento la función principal de la universidad es la investigación
científica. A través de ella se logra producir y crear nuevos conocimientos, a
la vez que analizar y resolver los problemas del hombre y de las sociedades,
formular estrategias básicas para la edificación de una sociedad equitativa,
inclusiva, participativa, justa, digna, responsable y solidaria.
En una época como la
nuestra, más impregnada de realizaciones científico-técnicas, es necesario que
el “soberano” recobre conciencia de la importancia y la trascendencia de la
actividad científica. Los nuevos tiempos, de permanentes cambios, exigen la
presencia activa de profesionales creadores e innovadores, que incorporen a su
saber la cultura humanística, ética, científica y tecnológica para contribuir
con la solución efectiva de los problemas del hombre y de las sociedades.
Los profesionales de
la sociedad del conocimiento deben intervenir en el proceso de humanización de
la ciencia[1],
de democratización de la ciencia, de sensibilización de la sociedad sobre los
nuevos fenómenos de la época y en la creación de la conciencia pública sobre el
valor de la ciencia en el Siglo XXI.
Y en esta lucha
titánica por un mundo mejor el periodista científico también tiene su lugar.
“El periodista científico debe ser y deberá seguirlo siendo con mucha más fuerza
en el futuro, un seleccionador informado, un generalista sistematizador, un
comentarista crítico, un orientador objetivo, un intermediador ágil y claro
entre científicos y público, un informante confiable y en buena forma un
pedagogo que pueda usar su gran sala de clases sin murallas que es el diario,
la radio o la televisión para enseñar a preguntar, más que enseñar a responder”
señala Sergio Prenafeta Jenkin en su artículo “Periodismo científico,
periodismo del futuro”.[2]
Y ante el espacio
marginal e insignificante que ocupa la ciencia en los medios de comunicación
social, éstos están llamados a realizar un esfuerzo notable de divulgación
científica y tecnológica[3],
con el fin de despertar vocaciones
científicas, despertar el interés y lograr que el hombre del pueblo, el público
tenga conocimiento de los resultados de la investigación científica que se
realizan en los ámbitos académicos y a nivel de la comunidad científica
nacional y mundial. Este solo hecho sería determinante para que las
universidades públicas y privadas, los medios políticos y económicos de los
países pasen de la política científica de escritorio y puramente declamatoria a
la política científica participativa, efectiva y resolutiva de problemas. Al
respecto, el entonces Vicepresidente del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología del Ecuador (1986), Luis Romo Saltos afirmó: “Si no existe difusión,
se produce un divorcio entre los científicos y sus pueblos, pues estos pueblos
no pueden dar una interpretación justa del valor de la ciencia”.
El artículo 1, del
artículo 27 de la Declaración de Derechos del Hombre, adoptada por la Asamblea
General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, dice así: “Toda
persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la
comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en
los beneficios que de él resulten”.
Cabe advertir, sin
embargo, que en los países no desarrollados según expresiones de Jairo Laverde
,“el sistema educativo es deficiente en la enseñanza de las ciencias desde
preescolar hasta la universidad, no está sustentada sobre el método científico,
no estructura el pensamiento analítico y crítico sino que fomenta la memoria y
la repetición, no desarrolla el pensamiento formal y no se basa en las culturas
autóctonas. Con este enfoque educativo no se forma el pensamiento racional del
hombre de la calle y, menos aún, se puede formar al científico”.
Según la Conferencia
Mundial de Educación Superior celebrada en 1998, el crecimiento, el desarrollo
y el progreso de las sociedades y de la humanidad están determinados por el
avance del conocimiento, de la ciencia y de la tecnología. En esta misma
conferencia mundial se afirmó categóricamente que “promover, generar y difundir
el conocimiento por medio la investigación debe ser parte de los servicios que
la universidad ha de prestar a la comunidad, para proporcionar las competencias
adecuadas para contribuir al desarrollo cultural, social y económico de las
sociedades, fomentando y desarrollando la investigación científica y
tecnológica, a la par que la investigación en el campo de las ciencias
sociales, las humanidades y las artes creativas”.
Se ha dicho en
múltiples círculos académicos por diversos autores, entre ellos Jairo Laverde,
que la investigación científica es una condición necesaria para el desarrollo,
pero no es suficiente para alcanzar el definitivo e integral desarrollo humano.
Como también se afirma que la ciencia y la tecnología no generan el desarrollo,
pero sin ciencia y tecnología no hay desarrollo.
Ernesto de la Torre
Villar y Ramiro Navarro de Anda[4]
precisan que “Los educadores, encargados de vigilar y orientar el desarrollo de
la mente y el espíritu del hombre, han recomendado desde los días de Sócrates y
Platón, la necesidad de cultivar desde la tierna infancia el ejercicio racional
mediante el estudio sistemático y reflexivo. Uno de los programas pedagógicos
más sólidos y efectivos –probado a través de varias centurias-, la Ratio
Studiorum, dispone que a los estudiantes se les debe enseñar a trabajar
científicamente y a proponer por escrito, también en forma científica, el fruto
de sus trabajos. Una de sus normas recomienda: “se debe procurar iniciar a los
estudiantes en el método del trabajo científico o en la metodología de una
manera conveniente. Enséñeseles, por lo tanto, a manejar los libros, los
comentarios, las revistas, las enciclopedias; a interpretar las diversas notas
de las ediciones críticas; aprendan las normas aprobadas para las citas de los
autores; la manera de sacar notas y de ordenar los apuntes; enséñeseles la
manera de proceder para dar el juicio de un libro o de un escrito; y finalmente
a practicar todo aquello que se necesita para emprender un trabajo científico”.
Esta sagrada misión de
la universidad, sólo puede cumplirse en la medida que logre formar
profesionales excelentes y comprometidos con el
crecimiento, el desarrollo y progreso de la sociedad.
Y para que las sociedades puedan contar con excelentes profesionales universitarios, se requiere
contar con excelentes estudiantes y excelentes maestros universitarios, dentro
de una comunidad educativa universitaria con actitud y mentalidad favorable al
gran cambio integral.
[1] El proceso de humanización de la
ciencia consiste en hacer que el hombre común participe como usuario en el
proceso de la ciencia y la tecnología (Da Costa Bueno) y difundir la idea de
que la ciencia es el del hombre y para el hombre, que la ciencia debe estar al
servicio del hombre y no el hombre al servicio de la ciencia.
[2] Convenio Andrés Bello / Secretaría Ejecutiva SECAB- Fundación Konrad
Adenauer KAS. El periodista científico
toca la puerta del Siglo XXI. Ciencia y Tecnología N| 9, Editorial Gente
Nueva, Bogotá, Colombia, 1988, p.241.
[3] “El periodismo científico consiste en divulgar la ciencia y la
tecnología a través de los medios informativos. Es una especialidad reciente
del periodismo: Nace más o menos en los años veinte, cuando empieza la gran
explosión científica y al mismo tiempo, surgen los grandes diarios
informativos. Tiene la importancia de acercar el saber y los conocimientos de
la minoría hasta la mayoría” (Manuel Calvo Hernando).
[4] De la Torre
Villar, Ernesto y Ramiro Navarro de Anda. Metodología
de la investigación bibliográfica, archivística y documental. McGraw-Hill,
México, 1992, p.XIII.