FRANCISCO
MIRÓ QUESADA CANTUARIAS Y SU CONCEPCIÓN DEL HOMBRE
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
A la edad de cien años fallece el filósofo, matemático, escritor, periodista y director general del diario El Comercio, Francisco Miró Quesada Cantuarias (1918-2019).
Nació el 21 de diciembre de 1918 y murió el 11 de junio de 2019, tras permanecer internado durante un mes en una clínica de Lima-Perú.
Inició su carrera periodística cultural a los 17 años escribiendo el artículo "La filosofía de Schopenhauer y los dibujos animados". Ejerció la docencia en las universidades Mayor de San Marcos, Cayetano Heredia,
de Lima y Ricardo Palma.Obtiene su grado de bachiller en Filosofía
(1938) y de doctor en Filosofía (1939). Participa en la vida política, se
afilia al Partido de Acción Popular, es elegido Ministro de Educación y
embajador del Perú en Francia.
Es autor de las obras: Sentido del
Movimiento Fenomenológico (1940); El Problema de la Libertad y la Ciencia
(1943); Lógica (1946); Iniciación Lógica (1958); La Otra Mitad del Mundo
(1959); Apuntes para una Teoría de la Razón (1963); Humanismo y Revolución
(1969); Filosofía de las Matemáticas (1976); Ensayos de Filosofía del Derecho
(1986); Las Supercuerdas (1993); Hombre, Sociedad y Política (1993); Razón e
Historia en Ortega y Gasset (1993), Problemas fundamentales de la Lógica Jurídica,
Despertar y proyecto del filosofar latinoamericano.
Francisco Miró Quesada Cantuarias[1],
en la parte 2 “El hombre sin teoría” de su obra Hombre, Sociedad y Política, explica que el hombre es un “animal
teórico por excelencia”: “En realidad –esto es uno de los grandes aportes del
pensamiento contemporáneo- el hombre no puede vivir sin teoría. El hombre es un
animal teórico por excelencia. Por eso la sabiduría de los antiguos lo calificó
de “animal racional”, porque las teorías se hacen con la razón. Ya nadie piensa
que hay hombres teóricos y hombres prácticos, hombres dedicados al pensamiento
y hombres dedicados a la acción. Todos los hombres son teóricos. Sólo que los
unos lo saben y se distinguen por su afán de profundizar en la teoría, mientras
que otros se contentan con vivir sumidos en ella y en utilizarla para conseguir
sus fines inmediatos. Pero nuestra vida está rodeada de teoría. Desde nuestra
confianza en el Sol, en el hecho de que haya Sol, hasta nuestra confianza en la
firmeza del suelo que pisamos, todo es fruto de la teoría, del pensamiento
científico, de nuestra capacidad de pensar sobre los eventos y de
interpretarlos. Es gracias a la teoría que podemos enfrentarnos al mundo, que
podemos tener un mundo, que podemos prever los sucesos, manejarlos, dirigirlos,
aprovecharlos. Es gracias a que ha habido hombres dedicados a descubrir cómo es
el mundo, que los “hombres prácticos” pueden dedicarse a modificarlo gracias a
la técnica, producto tardío y secundario de la teoría”.
Asimismo explica que “La teoría, el
conocimiento de las cosas y de los hechos, surge como necesidad del hombre para
defenderse de los embates del mundo. Nace en función de él. El hombre ordena su
mundo para orientarse en el laberinto sin cuartel de los hechos. Lo ordena para
poder llegar a la meta que se ha propuesto. Y sólo conociéndose puede saber qué
cosa es lo que persigue y cuáles son las verdaderas relaciones con su mundo. O
sea, que toda teoría sobre el mundo, sobre las cosas que lo rodean, implica
necesariamente una teoría sobre sí mismo. Pensar sobre el mundo es ya pensar
sobre sí mismo, porque el mundo no es sino el término de la acción. Es, además,
pensar que el pensamiento tiene tales y cuales posibilidades, que es capaz de
dominar determinadas situaciones. Es pensar sobre aquello que se va a hacer con
el conocimiento adquirido sobre el mundo, es pensar sobre el propio destino”[2].
Prosigue el filósofo: “Sólo que aquí las
cosas empiezan a ser de naturaleza muy distinta. Porque el hombre como realidad
es infinitamente más complicado que el mundo. Teorizar sobre el mundo es mucho
más fácil que teorizar sobre el hombre mismo. En el mundo circundante se
encuentran regularidades más o menos simples, sucesiones de diversos estados
que se repiten cíclicamente; el día y la noche, las mareas, los movimientos de
los astros. Y debido a esta simplicidad y a esta regularidad toda teoría, por
más elaborada que ella sea, puede verificarse. Basta deducir de sus
presupuestos las diversas consecuencias que ellos encierran implícitamente.
Mientras estas consecuencias coincidan con los hechos se puede seguir creyendo
que la teoría es verdadera. Pero si los hechos la contradicen, entonces habrá
que rechazar la teoría o modificarla o adaptarla. De otra manera se hace
insostenible. Este proceso de verificación es la base de todo conocimiento
posible de realidades y es lo que ha permitido al hombre evolucionar de las más
primitivas e infantiles teorías a los actuales sistemas de la física, de la
astronomía y de la biología. En principio todo hombre puede echar por tierra
una teoría sobre el hombre: le basta actual de tal manera que contradiga lo que
la teoría permita prever sobre sus acciones. Claro que en algunos casos las
predicciones se cumplen. Pero es en el plano de lo superficial o de lo
patológico. En última instancia nadie puede predecir nada sobre lo que hará un
ser humano. Y la esencia de la teoría consiste en derivar consecuencias, es
decir, en hacer predicciones”[3].
“Pero si teorizar sobre el hombre mismo es
tarea tan difícil y limitada, todas nuestras teorías sobre el mundo y la vida
corren un sutil y grave peligro. Porque para teorizar sobre las cosas es
necesario, como hemos visto, presuponer algo sobre el hombre mismo, sobre su
propia capacidad de teorizar y sobre la meta que le corresponde alcanzar en la
vida. Todo cambio radical en la teoría del hombre acarrea inevitablemente un
cambio sobre nuestra manera de ver el mundo. Y, en consecuencia, produce
inseguridad y zozobra. Porque tener que cambiar una teoría sobre el mundo es
reconocer que lo que creíamos saber sobre él no era tan seguro, que la tierra
que pisábamos se ha vuelto repentinamente arena movediza, en la cual nos
podemos hundir. Además, tener que cambiar nuestros puntos de vista sobre
nosotros mismos es reconocer que estábamos errados, que todo lo que creíamos
saber eternamente sobre nuestras posibilidades y nuestro destino, ha quedado
puesto entre paréntesis…”[4]
Miró Quesada Cantuarias, puntualiza
también: “…se piensa que haga lo que hiciere el hombre está condenado a
teorizar y que renunciar a todo menos a formarse un concepto cabal del mundo,
de las cosas y de sí mismo. El hombre necesita de la teoría para vivir, sin
ella va a la deriva, no sabe a qué atenerse, es alma perdida en barco sin
timonel. Aunque niegue la teoría, implícitamente está siempre construyendo un sistema
de conceptos que le permita explicar el sentido de su vida”.[5]
Finalmente expresa el filósofo peruano:
“…El hombre no puede vivir sin orientarse en el mundo. Orientarse en el mundo
requiere una determinada teoría sobre la estructura física del cosmos. Esta
teoría no puede elaborarse sin el lenguaje. El lenguaje es la gran y universal
teoría, es la expresión de la que, en última instancia, de manera colectiva y
anónima, y, en consecuencia, inevitablemente, el hombre cree sobre el mundo y
sobre sí mismo. Es, por lo tanto, imposible vivir como hombre sin presuponer
ciertos axiomas teóricos sobre nuestra naturaleza y nuestro destino”.[6]
Miró Quesada Cantuarias sostiene que las
tareas filosóficas más importantes e inmediatas para su tiempo eran la elaboración
de un nuevo concepto de razón en el plano teórico y el análisis de la situación
y el destino del hombre en el plano práctico. Para Miró Quesada, la filosofía
humanista es superior a la filosofía dialéctica, puesto que se apoya en la
afirmación kantiana de que todo hombre es un fin en sí mismo.[7]
Al respecto, precisa el filósofo peruano que, tras la utilización y aplicación
de métodos rigurosos de análisis en la crítica ideológica, los resultados
muestran “la ineficacia de la dialéctica como método de conocimiento y de
fundamentación ideológica a la vez que la notable operatividad del humanismo”.
Puntualiza: “Por eso los problemas
políticos deben ser encarados mediante principios teóricos, mediante reglas
racionales que permitan llegar a conclusiones objetivas y válidas para todos
los hombres. La acción política debe fundarse en la razón. La razón y en
consecuencia la teoría, debe orientar la praxis. Sólo una política racional,
que permita a los hombres organizar la sociedad en que viven de manera justa, puede
considerarse como una política que responda a las más profundas exigencias
culturales y espirituales del hombre de Occidente”[8].
[1] Miró
Quesada Cantuarias, Francisco. Hombre,
Sociedad y Política. Ariel, Comunicaciones para la Cultura. Lima, 1992,
pp.22-23. El mismo texto“El hombre sin teoría” se encuentra en la obra
“Humanismo y Revolución”. Casa de la Cultura del Perú. Talleres Gráficos
P.L.Villanueva, S.A. Lima, 1969, pp.59-89
[7] Instituto
de Ciencias y Humanidades. Filosofía. Una
perspectiva crítica. Editor Asociación Fondo de Investigadores y Editores,
Lima, 2008, pp.783-784.
[8] Miró
Quesada, Francisco. Humanismo y
Revolución. Casa de la Cultura del Perú. Talleres Gráficos P.L.Villanueva,
S.A. Lima, 1969, p.21.