TOLERANCIA CERO A LA MENTIRA PERIODÍSTICA
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
En
un mundo cada vez más problemático y complejo, con antiguos y nuevos problemas,
los medios de comunicación social públicos o privados y las redes sociales cumplen
un rol preponderante en la lucha contra la injusticia en los campos social,
económico, educativo, cultural, político, jurídico y ecológico.
Los
medios de comunicación social y los periodistas son los intermediarios entre
las acciones de los gobiernos y las sociedades, difundiendo informaciones verídicas,
importantes, trascendentes, útiles y responsables, en busca de solución a los
diversos problemas y la satisfacción de las necesidades de la colectividad.
El
público tiene necesidad de contar con informaciones corroboradas, creíbles y
útiles para la mejor toma de sus decisiones personales, empresariales e
institucionales. Mentir en el periodismo es engañar al pueblo, es inducir a la
población a la toma de decisiones equivocadas, es desorientar a la población en
la elección de sus autoridades y en su lucha contra la injusticia social.
Uno
de los grandes valores que el público usuario de la información exige a los
periodistas es el de la objetividad informativa. Se entiende por
objetividad informativa la calidad ética del periodista para presentar las
noticias o informaciones tal como ocurren en la realidad, en la variedad de sus
detalles auxiliares, en la integridad descriptiva de su espacio geográfico, en la
fidelidad con los personajes que los producen o a quienes afecta, sin llegar a
distorsionar ni a introducir en ellas sus propias opiniones. La objetividad es
un requisito de la verdad informativa. De allí que la exigencia de la veracidad
y de la objetividad figuran en todos los códigos de ética profesional
periodística. Y donde hay objetividad informativa hay tolerancia cero a la
mentira periodística, condición ésta que es la clave para contribuir con éxito
a la superación de los problemas de los países.
La
mentira periodística es la disconformidad de la palabra oral o escrita con el
pensamiento del periodística; es deformar las declaraciones de los
entrevistados y la realidad de los hechos informativos; es torcer los
acontecimientos y materiales periodísticos, de manera intencional y consciente.
parta atentar contra el justo derecho que tiene el público de ser informado con
objetividad, imparcialidad, veracidad y responsabilidad.
En nuestra vida diaria nada raro resulta
escuchar expresiones como estas: “no se puede creer en lo que dicen los
periodistas”, “los periodistas jamás dicen la verdad”, “los periódicos mienten”
y cosas por el estilo. La preocupación por los intereses de la comunidad no
debe ser motivo para que un periódico o medio de comunicación distorsione y
falsee los hechos. El pueblo tiene el derecho de ser bien informado y de saber,
no medias verdades, sino toda la verdad de lo que acontece en la sociedad.
El periodista que miente, que hace
afirmaciones conscientemente mentirosas, que inventa o fabrica noticias y argumentaciones,
que deforma la realidad de los hechos, que no espere alcanzar credibilidad,
buena imagen, respeto y confianza de la población.
En los países del mundo hay periodistas que faltan, de manera consciente,
intencionada e interesada, al código deontológico de la profesión para dar por
ciertas informaciones falsas o inventar historias para aumentar el rating de
lectoría o de audiencia, haciendo permisible que la palabra oral o escrita cada
vez valga menos en las sociedades.
Fernando González Urbaneja nos recuerda la edad de oro
del periodismo en la segunda parte del siglo XX: “Aquella época, segunda parte
del siglo XX, fue la edad de oro del periodismo, elevado a la condición de
profesión con alta reputación, que se ganó la confianza de buena parte de la
ciudadanía por su independencia y por su profesionalidad. Walter Cronkite
(director y presentador de Evening News, de la
CBS, el informativo de más audiencia) era la persona con mayor credibilidad en
los EE. UU., y de él decían que nunca se supo qué votaba; hasta el presidente
Johnson dijo algo así como: si Walter ya no nos cree, hemos perdido la guerra.
Durante esa edad de oro del periodismo, la verdad tenía valor superior,
constituía una exigencia y un deber. Quien mentía incurría en el riesgo de
rechazo social, descrédito y el desahucio como político”[1].
Otro caso. Por desgracia, no es demasiado
difícil encontrarse con llamativos ejemplos de cómo la verdad es despreciada
por algunos “periodistas”. I. Francisco Iglesias en su “Guía de los estudios
universitarios. Ciencias de la Información” (España, 1984, pp.158-159) nos
recuerda que las historias del Periodismo suelen aludir a casos bien
elocuentes, como es el referido al famoso magnate de la prensa americana de
finales de siglo, Mr. Hearst. Este había enviado a Cuba un dibujante, Remilton,
con el encargo de que le remitiese trabajos sensacionales sobre la presumible
situación de guerra en aquel país. Nada más al llegar a La Habana, Remilton
telegrafió al periódico: “Todo tranquilo. No hay aquí desórdenes. No habrá
guerra. Quiero volver”. A lo que contestó Mr. Hearst: “Quédese. Usted
suministrará los dibujos y yo suministraré la guerra”.
El periodista que miente deja de ser
periodista, pues al mentir no informa sino deforma y la misión del periodista
es informar y no deformar a la opinión pública. El periodista mentiroso es un
seudoprofesional de la información y es indigno de llevar la denominación
sagrada, hermosa y elevada de periodista. El periodista mentiroso queda
expuesto a la burla, a la denuncia y sanción social, a la censura y a la
condena permanente por atentar contra la verdad, el buen nombre y el prestigio
de las personas, autoridades e instituciones.
Aurora Vasco Campos refiere: “El caso de Janet Cooke es un claro ejemplo de cómo una
mentira puede llevar del cielo al infierno en muy poco tiempo. Esta periodista
estadounidense que trabajaba para el ‘Washington Post’ consiguió el Pulitzer en 1981 por su artículo ‘El mundo
de Jimmy’, un texto en el que narraba la ficticia historia de un niño de ocho
años adicto a la
heroína. La mentira salió a la luz después de que la capital estadounidense se
lanzara a la búsqueda de este crío para poder ayudarle y, tras reconocerse que
no existía tal caso, Cooke tuvo que devolver el premio”.[2]
El periodista mentiroso, fácilmente mancha
honras ajenas y se vale de una serie de recursos y medios innobles para
alcanzar sus nefastos objetivos. Así, por ejemplo, se vale de la mentira
estadística (falsificación de datos), de la mentira fotográfica (montajes,
retoques o pies de foto que desnaturalizan el contenido informativo gráfico),
de la ambigüedad del lenguaje (para que el público entienda de forma contraria
lo dicho o expresado); hace mal uso de la titulación de informaciones y falta a
la verdad informativa al mantener el silencio intencionado, la calumnia, la
difamación, la injuria y la transgresión del deber de ocultación.
José María Martínez Selva, catedrático de la
Universidad de Murcia, ha escrito el
interesante libro “Psicología de la mentira” (Ediciones Paidós, 2005, 208 pp.)
en el que trata sobre la mentira, el engaño y sus formas en la conversación, el
rol que cumple en los procesos de comunicación; aborda aspectos psicológicos y
sociales de la mentira, la conducta del mentiroso y del que desea descubrir la
verdad; revisa de manera crítica las técnicas y los instrumentos de selección
de las que forma parte el polígrafo y sobre su cuestionable uso en la
investigación de la verdad.
El
periodista con tolerancia cero a la mentira es el que pone en práctica su
capacidad para percibir, medir o juzgar un acontecimiento sin prejuicio alguno
y sin hacer caso a las presiones de agentes externos, de tal modo que otras
personas concuerden con él. El periodista con tolerancia cero a la mentira
jamás distorsiona los hechos, no exagera, no falsifica, no recorta, no matiza,
no malinterpreta ni suprime deliberadamente los hechos. Todo periodista con
valores considera deshonesto y repudiable afirmar como verdadero hechos que
considera falsos. Como todo buen periodista antes de incurrir en la mentira
indignante sigue los cuatro pasos clave para procesar una información:
indagación, verificación, evaluación y divulgación.
Nada
más cierto lo escrito por Septien García, en su obra “El quehacer del
periodista” (1979): “…cuando el hombre de prensa falsea los acontecimientos,
está falsificando un fruto de la libre voluntad humana, induciendo a error a
tantas inteligencias como son las que conozcan sus informaciones alterando, en
fin, el orden moral y embarazando la marcha social hacia la perfección. Podrá
no sufrir de inmediato la sanción de su delito, pero tarde o temprano habrá de
recoger en la forma más inesperada quizás, el amargo fruto de la pasión que
plantó en el lugar donde debería haber sembrado semillas de verdad”.
Lamentablemente
y con mucha frecuencia, la negligencia en el cumplimiento de los principios
éticos de la profesión periodística, la ignorancia supina, el partidismo
político, los intereses subalternos, la falta de independencia económica y
financiera de los medios de comunicación, el afán desmedido de capturar y
usufructuar las ventajas del poder político, o en otros casos, los bajos
sueldos que perciben los periodistas hacen que éstos sucumban ante las
presiones de algunos malos propietarios de medios para hacer lo que no deben
hacer, para incurrir en la mentira interesada, perdiendo objetividad y
veracidad en el quehacer periodístico, atentando una vez más con el sagrado
derecho que tienen los usuarios de la información de recibir una información
potable a la luz de sólidos principios y valores ético periodísticos.
Los
“periodistas” que no practican la tolerancia cero a la mentira, recurren al
sensacionalismo informativo, a la desinformación, a la manipulación de
encuestas y de la opinión pública, al invento de noticias, citas y fuentes, a la deformación de la verdad por omisión,
error, falso énfasis o interés creado, a la defensa de lo indefendible, a la justificación
de lo injustificable, a sabiendas que no es ético, con el fin de congraciarse
con los grupos de poder económico y político. A estos tipos de “periodistas” el
común de las personas los ha etiquetado como “periodistas” mermeleros, “pseudoperiodistas”
y “comerciantes de la información”.
Con las palabras del filósofo alemán, Friedrich Nietzsche, diríamos finalmente:
“No me aterra que me hayas mentido, sino que ya no pueda creerte”.
[1]
Fernando González Urbaneja. Restaurar el valor y
el mérito de la verdad. Cuando la mentira se equipara a la verdad, el
periodismo deviene en propaganda. http://www.cuadernosdeperiodistas.com/cuando-la-mentira-se-equipara-a-la-verdad-el-periodismo-deviene-en-propaganda/
[2]
Aurora Vasco Campos. Las mentiras de los periodistas y cómo terminar con ellas. https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2015-03-24/periodistas-mentirosos-mentira-periodismo_729877/