Artículos periodísticos y de investigación

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13 de mayo de 2023

Comentario Obra 12: Sócrates, el Maestro, el Filósofo y el Mártir de la Filosofía

 

COMENTARIO OBRA 12:

SÓCRATES, EL MAESTRO, EL FILÓSOFO Y EL MÁRTIR DE LA FILOSOFÍA


 

Después del acto académico de presentación de la obra en el auditorio de la Universidad Jaime Bausate y Meza (UJBM): Alfonso Cueva Sevillano, gerente General de A.F.A Editores e Importadores; Dr. Roberto Mejía Alarcón, rector de la UJBM, Dr. Jorge Lazo Arrasco, Gran Amauta del Perú y ex rector de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega y Dr. Eudoro Terrones Negrete, vicerrector Académico de la UJBM y autor de la obra.

 

   

PRÓLOGO

Escribe:

Dr. Carlos Díaz Hernández

 

Me cumple el honor de prologar esta obra del doctor Eudoro Terrones Negrete, a quien tuve la gran fortuna de conocer personalmente en Lima, prodigio de laboriosidad e inteligencia, pues amén de otras actividades docentes y publicistas, ha sido capaz de mantener la pasión y la alegría por el saber hasta unos límites insospechables e inalcanzables por la casi totalidad de las gentes. ¿A quién pudiera extrañar, teniendo en cuenta tales hábitos, que ahora nos regale un hermoso libro sobre Sócrates precisamente, libro al que desde mi condición de filósofo "académico" o "profesional" (¡perdón maestro Sócrates!) reputo serio, riguroso y, por si ello fuera poco, sumamente didáctico.

Doctor en Educación, Magíster en Docencia Universitaria, Periodista profesional colegiado y Profesor Principal en la Universidad Jaime Bausate y Meza, nuestro autor ha publicado la mágica cifra de cuarenta y cinco libros desde el año 1969, es decir, a un ritmo de un libro al año, y no de libros de ocasión, sino de fuste y sentencia, de reflexión e investigación, bien documentados en sus fuentes.

Cuando se estudia a Sócrates como aquí se hace, lo de menos es concordar o discrepar del gran maestro griego, yo mismo dudo de eso que se llama socratismo moral, compartido por Confucio desde el remoto Oriente, y que defiende que quien sabe es bueno, y por ende que sólo el ignorante hace mal, algo que a su vez le exculparía de toda responsabilidad penal. Esta afirmación, como todos sabemos, se desarrollará en muchos diálogos de su discípulo Platón, el cual atribuye un papel casi divino al filósofo sabio, hasta el punto de presentarlo cual único digno de dirigir los gobiernos de los países con justicia y pudor. Ahora bien, según mi particular opinión, tal idea es más bella que la realidad, sobre todo cuando se tiene delante a políticos incultos y voraces, pero la realidad no la avala: quienes saben leer y fuman, no dejan de hacerlo aunque en la cajetilla se recuerde con grandes caracteres: fumar mata.

Pero eso es de menos, lo verdaderamente importante es el genio, la magnitud y la impronta antropológica que la muerte de Platón nos dejó en heredad y pervivencia. Y digo la muerte, porque ella sella la maestría y el magisterio de quienes elaboran ideas y pronuncian palabras: será maestro de humanidad el que muera defendiendo la verdad, no solamente diciéndola, porque sólo así se sobrepasa a la muerte y se la vence. He aquí lo inmortal de una vida: emparentar con el martirio la verdad, sólo así sirve de base para el comportamiento de la humanidad. "Amigo Sócrates, pero más amiga la verdad". Por eso Sócrates enseñaba la virtud personalizadamente: «Desciende a las profundidades de ti mismo, y logra ver tu alma buena. La felicidad la construye uno mismo solamente con la buena conducta». De ahí estos corolarios socráticos básicos, que el presente libro nos recuerda: “La virtud produce agrado, el vicio desagrado. Hay que renunciar a los vicios” y “El mayor mal no es sufrir la injusticia, sino padecerla”.

Mientras tanto, lejos de enfatizar el saber y muy cerca de reconocer la necesidad de estudiar, recordamos que el entendimiento alumbra como las velas, derramando lágrimas, y no hay saber que no tenga 99% de transpiración y 1% de inspiración: “El maestro Confucio dijo: El primer absurdo consiste en pretender alcanzar el bien prescindiendo del estudio, y su consecuencia es la decepción; el segundo consiste en intentar alcanzar la ciencia sin entregarse al estudio, lo que conduce a la incertidumbre; el tercero consiste en el deseo de ser sincero prescindiendo del estudio, lo que provoca el engaño; el cuarto consiste en pretender obrar rectamente sin haber recibido la instrucción adecuada, con lo que se cae en la temeridad; el quinto consiste en querer compaginar el valor con la incultura, lo que da lugar a la insubordinación; finalmente, si se desea alcanzar la perseverancia prescindiendo del estudio, se cae en la testarudez y obcecación”. Mucho de lo que pasa por sabiduría no es sino pedantería.

Así pues, para pensar con profundidad hay que estudiar mucho y muy mucho, aseguraba también Confucio: “Cuando se penetró en la razón de las cosas, la conciencia se desplegó al máximo y los pensamientos se hicieron sinceros. Cuando eso ocurrió, el corazón se hizo recto. Cuando eso ocurrió, cada uno se perfeccionó a sí mismo. Cuando eso ocurrió, el orden comenzó a reinar en la familia. Cuando eso ocurrió, el Estado fue bien gobernado. Cuando eso ocurrió, la paz se extendió por el universo. Los antiguos príncipes se esforzaban primero en gobernar con rectitud sus propios reinos. Para ello, se aplicaban ante todo en ordenar bien sus familias. Para ello, procuraban previamente corregirse a sí mismos. Para ello, ponían un especial cuidado en adornar su alma de todas las virtudes. Para ello, se esforzaban en conseguir la rectitud y sinceridad de todas sus intenciones. Para ello, se entregaban con ardor al perfeccionamiento de sus conocimientos morales, que consiste en descubrir los móviles de las acciones. Si alcanzamos la perfección personal, se establecerá el orden en nuestra familia. Entonces, el reino será rectamente gobernado. Y cuando todos los reinos son bien gobernados, el mundo entero goza de paz y armonía. Desde el más noble al más humilde, todos tienen el deber de mejorar y corregir su propio ser. El perfeccionamiento de uno mismo es la base de todo progreso y desarrollo moral”.     

Así de rigurosamente tomada en serio, la filosofía ayuda a vivir una vida buena. Como en el caso de Sócrates, ella propicia la actitud serena y prudente, el discernimiento desapasionado enseñando a vivir. En su deseo de hacer el bien, proporciona contenidos formativos que nos ayudan a ser plenos, y no simplemente felices a cualquier precio, por eso propone un corazón alegre, encantado con la realidad pese a las desventuras, porque un corazón triste sería un triste corazón; un corazón liberador que supera aquellas esclavitudes que destruían; un corazón esencial que se conforma con poco para ser feliz; un corazón modesto que se abre a lo grande y lo saluda; un corazón bueno  en el buen sentido de la palabra bueno, que no echa nada al fuego, que espera, disculpa, acompaña y se esfuerza por ponerse enérgicamente en positivo: la antítesis del corazón duro; que perdona y permite rehacer la experiencia de estrechar vínculos.

La “vida buena” aporta también esa convivencia amistosa que según Cicerón constituye el mayor placer de la vida. En orden a ello el filósofo trabaja por los derechos humanos y rechaza las discriminaciones sociales y laborales, mostrando una efectiva preocupación y sensibilidad con las personas desfavorecidas. Desde luego no solamente la filosofía puede trabajar en esta línea, pero la filosofía intentará también fundamentar racionalmente esas actitudes: al filósofo se le ha de pedir un esfuerzo de profundización y de sistematización.  La búsqueda de la vida buena no concluye en la perfección de este mundo, pues todo pensamiento que no se decapita desemboca en la trascendencia, en lo eterno. Ahora bien, no cabe búsqueda de lo eterno sin alguna esperanza en la bondad de la realidad de esta vida. A diferencia de quien contempla a los humanos como seres egoístas y orgullosos inmersos en el mal y destinados a la náusea o a la nada, el filósofo ayudará a encontrar razones para la esperanza y a renacer de nuevo a quien parecía destruido y roto.        

La filosofía ayuda mucho a conocerse a sí mismo, algo para lo cual hay que bajar a las profundidades del propio espíritu, convicción básica también para el mundo oriental. Un discípulo entregó a Buda una flor y le pidió que le explicara su doctrina. El maestro tomó la flor, la contempló en silencio durante un largo rato, y, sin mediar palabra, con un gesto indicó al discípulo que se retirase. Al parecer, de esta anécdota se deriva el zen: el misterio no se alcanza con palabras ni con razonamientos, sino mediante la contemplación. Ella produce la imperturbabilidad. Cierto ejército rebelde irrumpió en una ciudad y hasta los monjes del templo budista de la localidad huyeron. Todos, excepto el abad. El general quedó atónito: “¿No sabes, rugió, que estás viendo a un hombre que puede traspasarte con su espada sin un parpadeo?” “¡Y tú, replicó el abad, estás viendo a un hombre que puede ser traspasado por una espada sin un parpadeo!” El general, desconcertado, pasado un momento se inclinó reverencialmente y se marchó.

Quien se conoce a sí mismo ha de ser crítico de sí mismo (autocrítico, auto irónico diríamos con Sócrates) y de los demás (heteroirónico). Criticar no es destruir. Sin amor, la crítica es envidia. La filosofía enseña a denunciar al gato que quiere pasar por liebre, y a tal efecto no tiene pelos en la lengua. Esto entraña vivir en el riesgo, pues “donde hay poca justicia es peligroso tener razón” (Quevedo). Sólo supero los propios errores que reconozco. Por lo demás, el verdaderamente crítico con su propio yo compañero sabe aceptarse a sí mismo (¿para qué despedazarse a sí propio?) y reconocer en los otros sus aspectos positivos. No echemos la culpa de nuestra cojera al empedrado: ¿no estaría mejor reconocer las cosas, a fin de cambiarlas cuando podamos y de aceptarlas si no podemos?                   

La filosofía de raíz socrática ayuda a saber vivir, convivir y dialogar construyendo un mundo mejor, como el maestro nos enseñara a todos a través de su discípulo Platón. Para los filósofos presocráticos saber era entender, para Sócrates discernir, para Platón definir, para Aristóteles demostrar, para Kant es trabajar en favor de toda la humanidad.  La acción es la hora de la verdad; sin la acción, todo se nos vuelven excusas y lamentos, como indica Quevedo en su Sueño del Infierno: “Y llegando a una cárcel oscurísima oí gran ruido de cadenas, grillos y fuego, azotes y grillos. Pregunté a uno de los que allí estaban qué estancia era aquella, y me dijeron que era el cuartel de los ¡oh, quién hubiera..'. Son gente necia que en el mundo vivía mal y se condenó sin entenderlo, y ahora aquí se les va todo en decir: '¡oh, quién hubiera dado limosna! ¡oh, quién hubiera oído misa! ¡oh, quién hubiera callado! ¡oh, quién hubiera favorecido al pobre! ¡oh, quién hubiera confesado'”. Por eso no fueron filósofos. “Yan-kieu dijo a Confucio: “Tu doctrina me complace, maestro, pero no me siento con fuerzas para practicarla”. El maestro le contestó: “Los débiles emprenden el camino, pero se detienen a la mitad; tú ni siquiera tienes voluntad para iniciar el camino; no es que no puedas, sino que no quieres”. No basta, pues, con saber, por muy importante que ello sea: hay que actuar, y actuar bien; cuando debes hacer una elección y no la haces, esto ya es una elección. Así que, cuando no tengas otra cosa que hacer, planta un árbol: irá creciendo mientras tú duermes.

La filosofía, pues, ayuda a querer saber, para saber querer. Tanto Confucio como Sócrates, coetáneos, recordemos, defendieron que la bondad se aprende y, una vez bien aprendida, no cabe portarse mal: “El maestro dijo: si nuestras palabras son sinceras y se hallan conformes con la recta razón, cuantos nos escuchen modificarán su conducta y entrarán por el camino de la virtud. Si nuestra conversación resulta agradable y persuasiva, induciremos a todos los hombres a buscar la verdad. Es imposible que tras una conversación persuasiva el hombre no se sienta incitado a la búsqueda de la verdad. No creo que pueda existir nadie que, tras haber escuchado unas palabras sinceras y conforme a la recta razón, deje de convertirse hacia la virtud”. Tal vez Sócrates y Confucio exageraban, pues una cosa es conocer lo que es mejor y otra llevarlo a cabo; en lo que no exageraban es en que saber y querer forman unidad ¿Te has preguntado qué haría contigo quien supiese pero no (te) quisiera? Para que tal cosa no ocurra, recuerda: “¿Para qué te sirve, Sócrates, aprender a tocar la lira si vas a morir?” “Me sirve para tocar la lira antes de morir”.

En Occidente existen dos tipos de actitudes casi sin término medio, la de quienes no saben parar y la de quienes viven inmóviles, parados-paralizados, abúlicos hastiados que se limitan a vegetar, a comer del subsidio fácil, y al final terminan con una especie de anorexia existencial, como la que Herman Melville describe en su célebre Bartleby el escribiente, que muere de auto consunción:

«-¿Quiere decirme, Bartleby, dónde ha nacido?

-Preferiría no hacerlo.

-¿Quiere contarme algo de usted?

-Preferiría no hacerlo.

-¿Cuál es su respuesta, Bartleby?

-Por ahora prefiero no contestar».

A cada día le basta su afán, que es la virtud del esfuerzo en el esfuerzo por la virtud. Ansia de superación, diría Ortega: «Varias veces he dicho que yo no he pretendido venir a enseñar nada a vuestros estudiosos, no porque estos lo sepan todo, lo cual no es verdad, sino porque yo apenas si sé algo, y aun para enseñar ese algo me falta una autoridad que no he tratado nunca de conquistar. Conozco muy bien no ser sabio y dudo mucho que deba ser llamado profesor. Cuando miro a retro tiempo y veo mis años mozos, hallo que fue mi alma, a defecto de mejores cualidades, un incendio perdurable de entusiasmo que no sabía acercarse a cosa alguna sin intentar centrarla y abrillantarla con su fuego interior. Me ha poseído siempre una como fe profunda en que todas las cosas son susceptibles de ilimitada mejora y que nos basta con fijar los ojos en el más humilde objeto para que aparezcan sobre sus flancos prodigiosas reverberaciones. Nada hay mísero ni sórdido si sabemos contemplarlo y, como dice el viejísimo ‘purana’ indio, dondequiera que el hombre pone en el suelo la planta, pisa siempre cien senderos. Después de todo, es esta fe en que el universo es susceptible de infinita mejora el sentido radical que da Platón a la Filosofía cuando hacía nervio de ella el ‘Eros’, la aspiración de amor» (Meditación del pueblo joven). Sólo así podremos comenzar a salir de la industria de la inercia y de la queja.

¿Nos hace felices la virtud? Como dijera Erich Fromm, «la felicidad es una adquisición debida a la productividad interior del ser humano. Felicidad y gozo no son la satisfacción de una necesidad originada por una carencia fisiológica o psicológica; no son el alivio de una tensión, sino el fenómeno que acompaña a toda actividad productiva en el pensar, en el sentir y en el hacer. El gozo y la felicidad no son diferentes en calidad; difieren solamente en cuanto que el gozo se refiere a un acto singular, mientras que la felicidad es una experiencia continua o integrada de gozo; podemos hablar de gozos en plural, pero solamente de felicidad en singular. La felicidad es la indicadora de que la persona ha encontrado la respuesta al problema de la existencia humana: la realización productiva de sus potencialidades siendo simultáneamente uno con el mundo y conservando su propia integridad. Al gastar su energía productivamente acrecienta sus poderes, se quema sin ser consumido. La felicidad es el criterio de excelencia en el arte de vivir. Aunque se la  considera frecuentemente como lo opuesto al pesar y al dolor, el sufrimiento físico o mental es parte de la existencia humana y el experimentarlos es algo inevitable. Rehuir la pena a toda costa sólo puede lograrse al precio de un aislamiento total, el cual excluye la capacidad para experimentar la felicidad. Lo opuesto a la felicidad no es, por consiguiente, el pesar o el dolor, sino la depresión que resulta de la esterilidad interior y de la improductividad» (Ética y psicoanálisis). Y por eso, por el carácter abierto y transitivo de la productividad interior, felicidad y afectividad son como el mar y los peces, y al supuesto derecho a la felicidad le correspondería en todo caso la contrapartida del deber de corresponder.

Lo admirable es que el ser humano siga luchando a pesar de todo y que, desilusionado o triste, cansado o enfermo, siga trazando caminos, arando la tierra, luchando contra los elementos y hasta creando obras de belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil. “Esto debería bastar para probarnos que el mundo tiene algún misterioso sentido y para convencemos de que, aunque mortales y perversos, los hombres podemos alcanzar de algún modo la grandeza y la eternidad. Y que, si es cierto que Satanás es el amo de la tierra, en alguna parte del cielo o en algún rincón de nuestro ser reside un Espíritu Divino que incesantemente lucha contra él, para levantamos una y otra vez sobre el barro de nuestra desesperación” (Ernesto Sábato). En este sentido cabria esforzarse siempre por descubrir el valor del sufrimiento sin masoquismo ni victimismo, ni miserabilísimo: «Un atardecer de 1947 –escribe Sábato-, mientras iba camino de una aldea de Italia a otra, vi a un hombrecillo inclinado sobre su tierra, trabajando todavía afanosamente, casi sin luz. Su tierra labrada renacía a la vida. Al borde del camino se veía todavía un tanque retorcido y arrumbado. Pensé qué admirable es a pesar de todo el hombre, esa cosa tan pequeña y transitoria, tan reiteradamente aplastada por terremotos y guerras, tan cruelmente puesta a prueba por incendios y naufragios y pestes y muertes de hijos y padres».

Me escribía Chema Berro respecto de los militantes obreros que ambos hemos conocido: «Murieron tras una vida dedicada a la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores). Es el caso de cantidad de compañeros mayores, gran parte de los cuales van viviendo y muriendo en el exilio. Sus nombres aparecen en nuestros humildes periódicos, en una breve nota que casi con seguridad anuncia que su fallecimiento se ha producido arropado por sus familiares y por sus compañeros, sus hermanos de la CNT. Son nombres que no nos dicen casi nada, pero todos ellos esconden una biografía impresionante. Hicieron lo que se les pidió con una capacidad asombrosa. Se codearon, tuvieron que codearse, con los grandes personajes de la historia sobresaliendo por su capacidad y por su dignidad, ganándose la consideración y el aprecio de todos ellos, de sus propios contrincantes en el campo de las ideas. Pero ese reconocimiento quedó en el círculo de sus contactos directos, sin traspasar el umbral de la historia, sin entrar en los libros o haciéndolo de refilón y de paso, sin quedar individualmente, como legado para las futuras generaciones. Salieron del anonimato y volvieron al anonimato para seguir haciendo lo que tenían que hacer, de nuevo en tareas más humildes. Dedicaron la vida a la CNT y ésta se convirtió en un buen medio para dedicarla a su clase, a su causa y, de una forma más general, a su país y a toda la humanidad. Seguramente esa capacidad de anonimato, esa capacidad de enterrarse para dar fruto, esa renuncia a su prodigiosa individualidad para convertirse en una parte, sólo una parte, de algo colectivo, sólo puede darse en gente que tiene una misión, una causa, algo por lo que vivir y luchar y morir y enterrarse. Buena lección, no aprendida, para la situación actual ¡tan distinta! Hoy cualquiera está dispuesto a hacer de su pequeña diferencia un abismo insalvable; y si nos tocaran nuestro ego, nuestra individualidad, ello se convertiría en el centro de todos los problemas. Actuamos en función de nuestros deseos, reducidos a apetencias cada vez más inmediatas, más absorbentes y absorbidas por un mundo que no ha aprendido, que ha olvidado que la realización, si se reduce a satisfacción de las apetencias, se convierte en locura y en huida hacia ninguna parte, y que sólo se realiza en la medida en que se convierte en entrega, en renuncia hasta el enterramiento, en la medida en que se somete a esa misión que traspasa y ordena las apetencias y les da sentido, y nos lo da a nosotros... Pero el futuro no se ve desde el presente sin la perspectiva que da el pasado. La memoria es parte del ser, parte de la posibilidad de ser y del futuro. Renunciando a nuestro pasado no tendríamos sentido, ni tan siquiera existiríamos. Ellos son nuestro pasado, y recuperar su memoria y proyectarla, darle continuidad, es nuestra tarea y nuestro mejor homenaje. El único que seguramente quieren y esperan. Conseguir, en definitiva, que el anónimo ‘Fulano de tal, militante de la CNT’, siga siendo el mejor de los epitafios».

Pero el Banquero (el existente y el que muchos desean llegar a ser: demasiados soldados llevan en su mochila el bastón de mariscal) tendrá que decirnos cuáles son esos otros valores no puramente económicos a los que él alude sin especificar, pues la verdad es que todos los valores del Banquero del dinero provienen, al dinero se dirigen, y con dinero se compran (es decir, tienen valor porque tienen precio): también con dinero se apesebran artistas, intelectuales, políticos, y todo lo que haga falta, incluso la misma madrileña Universidad Complutense premiando al Banquero rodeado de reyes, gobierno, etc., a los pocos meses encarcelado por corrupto y por estafador. Irresistible es el prestigio de los Salones para aquellos que sólo saben ser si se visten con el ropaje de la cortesanía, siempre necesitada de dinero. ¡El dinero, el dinero es el hombre!, gritaban ya los primeros tímidos Banqueros de Grecia, sin que en modo alguno hayan desaparecido de nuestros oídos sus ecos. Suerte que este libro del Dr. Eudoro Terrones nos lo recuerda impagablemente haciendo honor a su nombre: Eudoro, regalo bueno.

Madrid, septiembre de 2011.

 

 

Dr. CARLOS DÍAZ HERNÁNDEZ, EL FILÓSOFO DEL PERSONALISMO COMUNITARIO ([1])


  

Escribe:

Dr. Eudoro Terrones  Negrete

 

Con el saludo cordial quiero expresar la cálida y fraternal bienvenida a nuestra Universidad,  al doctor Carlos Díaz Hernández, con motivo de su visita a Perú para sustentar sendas conferencias magistrales en varias universidades de Lima, y particularmente en la Universidad Jaime Bausate y Meza.

El doctor Carlos Díaz Hernández es el principal investigador y difusor del pensamiento personalista comunitario en lengua española. Es profesor titular en la Universidad Complutense de Madrid, profesor visitante permanente de la Universidad Pontificia de México, fundador del Instituto Mounier de España, México, Argentina y Paraguay, actual Presidente de la Fundación Emmanuel Mounier, miembro del Consejo de Redacción de la revista “Acontecimiento” y de la Colección “Persona”.

Este influyente filósofo en la juventud, el más productivo de estos tiempos, es un conferencista polémico que ha vertido sus ideas en universidades de América latina, Europa, África, entre oros. Defiende por doquier el personalismo comunitario de Emmanuel Mounier y el anarquismo cristiano.

Mostrando una extraordinaria vitalidad intelectual, Díaz Hernández, a sus 65 años de edad es autor de más de 200 libros, los mismos que fueron traducidos a varios idiomas.

Es autor de una serie de libros: Memoria y deseo; Personalismo obrero: presencia viva de Mounier; Hombre y dialéctica en el marxismo-leninismo; Del anarquismo como fenómeno político-moral; Pro y contra Stirner; Julián Besteiro o el socialismo en libertad; El anarquismo como fenómeno político-moral; La actualidad del anarquismo; Contra Prometeo; Sabiduría y locura; La buena aventura de comunicarse; ¿Qué es ser joven?; El sujeto ético; El sueño hegeliano del estado ético.

Asimismo, Nihilismo y estética. Filosofía de fin del milenio; De la razón dialógica a la razón profética; La política como justicia y pudor; Cuando la razón se hace palabra; Releyendo el anarquismo; Manifiesto para los humildes; Víctor García: El Marco Polo del anarquismo; Diez miradas sobre el rostro del otro; Valores del futuro que viene; La filosofía, sabiduría primera; Diego Abad Santillán; Mi encuentro con el personalismo comunitario; Pedagogía de la ética social. Para una formación en valores; El nuevo pensamiento de Franz Rosenzwei  y Cómo hacer el amor filosóficamente.

Carlos Díaz Hernández  no es un filósofo alejado de la realidad y de la vida social, no es un filósofo de escritorio que se encierra en sus cuatro paredes para dar a luz sus ideas y lanzarlas a posteriori a los cuatro vientos sin saber quien las recoja. Es un filósofo social, con conciencia social y conciencia profesional, de pensar y actuar a favor de los que más sufren, de los que menos tienen y de los que más aspiran a una vida digna y con justicia social.

Alguna vez declaró para la prensa: “Yo vivo como un monje en medio de la civilización. Estudio y escribo como orino, como una necesidad fisiológica. Apenas me ocupo de muchas cosas. No conduzco un coche, ni voy a un banco, ni tengo idea de cuestiones cotidianas para millones de personas... Lo mío es una suerte de antena de orientación que, permanentemente cuando salgo a la calle, apunta a los más pobres, a los desfavorecidos. A escribir sobre cómo cambiar; a eso dedico mi vida…. A mí me duele la miseria, el ser humano".

Confiesa con toda sinceridad: “Soy diferente al filósofo de academia, al ratón de biblioteca, que sólo sabe hablar con cuatro colegas de cuatro arcanos propios de su especialidad. No soy así. Busco estar cerca de los pobres, también físicamente… El nivel de cercanía que se siente con la viuda, el huérfano y el extranjero del Antiguo Testamento, no hay que perderlo de vista. Ese primer nivel es básico. No hacer las cosas para los pobres, sino desde y con ellos.”.

Como es de dominio público, el personalismo es una doctrina filosófica que reconoce a la persona humana como valor absoluto por sobre todas las cosas, la persona es un fin y no un instrumento, una cosa o un cliente. Es una actitud y búsqueda constante porque lo único estable en la sociedad es el cambio y lo único permanente en el hombre es su “hacerse”, su continua creación en todas las latitudes y circunstancias.

Al respecto, el filósofo español Díaz Hernández explica enfáticamente: “La base sobre la que se asienta el personalismo comunitario es que el ser es el centro de la realidad. Y no el tener. Hoy, todo se mide por los parámetros del tener. Evidentemente algo tenemos que tener, tenemos que comer. Pero no me distraigo en acumular dinero: quiero que haya justicia social; es para eso para lo que trabajo".

Díaz Hernández, el filósofo de los más pobres, afirma: "el personalismo comunitario  de lo que trata es de que la persona sea el centro, que a uno no lo midan por los parámetros económicos, que pueda vivir con dignidad; que no sean el centro la vanidad, la tontería, la estupidez del mundo”.

Concluyo estas breves palabras de presentación y de bienvenida, pero sin agotar el tema sobre la vida y obra del filósofo, manifestando que el doctor Carlos Díaz es un pensador profundo e innovador, que realiza cotidianamente sendas reflexiones críticas respecto a lo que tienen en común las cosas detrás de su aparente diversidad, pero fundamentalmente sobre el ser humano en su esencia y existencia vital.

 

VICEPRESIDENTE ACADÉMICO DE LA UNIVERSIDAD MARÍTIMA DEL PERÚ, DR. JULIO CÉSAR VLADIMIR ELGUERA CABRERA, COMENTA LA OBRA “SÓCRATES: EL MAESTRO, EL FILÓSOFO Y EL MÁRTIR DE LA FILOSOFÍA”

En misiva dirigida por el Dr. Julio César Vladimir Elguera Cabrera al Dr. Eudoro Terrones Negrete, con fecha Lima, 6 de noviembre del 2012, expresa su comentario sobre la referencia en referencia:

Es muy grato dirigirle la present e, para saludarlo y felicitarlo por el libro de su autoría, que va a presentar el día viernes 9 de la presente semana.


Le agradezco muchísimo el haberme invitado al acto de presentación de su nuevo e interesantísimo libro “Sócrates: El Maestro, el Filósofo y el Mártir de la Filosofía”, con motivo del IV aniversario de la aprobación de la Ley 29278 que convierte a la histórica Escuela de Periodismo Jaime Bausate y Meza en Universidad Jaime Bausate y Meza.

Me siento9 orgulloso, que el más destacado de mis exalumnos de la especialidad de Filosofía y Ciencias Sociales, de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional de Huánuco “Hermilio Valdizán”, continúe con la vocación filosófica que surgió desde sus primeros años de estudiante universitario en la ciudad de Huánuco, y que a través de su experiencia ha ido plasmando su vocación, expresándola en una frondosa producción intelectual y filosófica, para ahora entregarnos el producto filosófico más logrado, con una redacción impecable, con la profundidad filosófica que dan los años de meditación en los grandes temas de la filosofía.

Una investigación sobre el filósofo ateniense, Sócrates, indudablemente que ha requerido un gran esfuerzo y dedicación persistente; y le da una gran seriedad intelectual a su investigación las fuentes que ha consultado, como son, entre otras: la obra de Platón, Jenofonte, Aristóteles, Diógenes de Laercio, y la monumental obra sobre la cultura y la filosofía griega antigua, me refiero a la obra de Werner Jaeger “Paideia”. Además, de la amplia bibliografía que nos muestra en su libro aludido.

Por todo ello, Dr. Eudoro Terrones Negrete, estimado amigo y colega, reciba mis felicitaciones por su excelente libro, que sin lugar a dudas, constituye un valioso aporte a la bibliografía peruana, sobre temas filosóficos fundamentales.

Atentamente,

Dr. Julio César V. Elguera Cabrera,

Vicepresidente Académico de la Universidad Marítima del Perú

 

 

 



([1]) El Dr. Carlos Díaz Hernández sustentó dos concurridas conferencias magistrales en el auditorio de la Universidad Jaime Bausate y Meza, en Lima-Perú, el día 19 de mayo de 2010 con la asistencia de estudiantes, ma3estros universitarios y público en general, abordando los temas “Filosofía de la comunicación y valores del futuro” y “El pensamiento personalista comunitario en el Siglo XXI”, en los horarios de 11.00 a.m. y 7:00 p.m., respectivamente. Las palabras de bienvenida estuvieron a cargo del coordinador académico de la Universidad, doctor Eudoro Terrones Negrete, cuyo texto se transcribe en esta obra.

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