COMENTARIO OBRA 12:
SÓCRATES, EL MAESTRO, EL FILÓSOFO Y EL MÁRTIR DE
LA FILOSOFÍA
Después del acto académico de
presentación de la obra en el auditorio de la Universidad Jaime Bausate y Meza
(UJBM): Alfonso Cueva Sevillano, gerente General de A.F.A Editores e
Importadores; Dr. Roberto Mejía Alarcón, rector de la UJBM, Dr. Jorge Lazo
Arrasco, Gran Amauta del Perú y ex rector de la Universidad Inca Garcilaso de
la Vega y Dr. Eudoro Terrones Negrete, vicerrector Académico de la UJBM y autor
de la obra.
PRÓLOGO
Escribe:
Dr. Carlos Díaz
Hernández
Me
cumple el honor de prologar esta obra del doctor Eudoro Terrones Negrete, a
quien tuve la gran fortuna de conocer personalmente en Lima, prodigio de
laboriosidad e inteligencia, pues amén de otras actividades docentes y publicistas,
ha sido capaz de mantener la pasión y la alegría por el saber hasta unos
límites insospechables e inalcanzables por la casi totalidad de las gentes. ¿A
quién pudiera extrañar, teniendo en cuenta tales hábitos, que ahora nos regale
un hermoso libro sobre Sócrates precisamente, libro al que desde mi condición
de filósofo "académico" o "profesional" (¡perdón maestro
Sócrates!) reputo serio, riguroso y, por si ello fuera poco, sumamente
didáctico.
Doctor en Educación, Magíster en Docencia
Universitaria, Periodista profesional colegiado y Profesor Principal en la
Universidad Jaime Bausate y Meza, nuestro autor ha publicado la mágica
cifra de cuarenta y cinco libros desde el año 1969, es decir, a un ritmo de un
libro al año, y no de libros de ocasión, sino de fuste y sentencia, de
reflexión e investigación, bien documentados en sus fuentes.
Cuando se estudia a Sócrates como aquí se
hace, lo de menos es concordar o discrepar del gran maestro griego, yo mismo
dudo de eso que se llama socratismo moral, compartido por Confucio
desde el remoto Oriente, y que defiende que quien sabe es bueno, y por ende que
sólo el ignorante hace mal, algo que a su vez le exculparía de toda
responsabilidad penal. Esta afirmación, como todos sabemos, se desarrollará en
muchos diálogos de su discípulo Platón, el cual atribuye un papel casi divino
al filósofo sabio, hasta el punto de presentarlo cual único digno de dirigir
los gobiernos de los países con justicia y pudor. Ahora bien, según
mi particular opinión, tal idea es más bella que la realidad, sobre todo cuando
se tiene delante a políticos incultos y voraces, pero la realidad no la avala:
quienes saben leer y fuman, no dejan de hacerlo aunque en la cajetilla se
recuerde con grandes caracteres: fumar mata.
Pero eso es de menos, lo verdaderamente
importante es el genio, la magnitud y la impronta antropológica que la muerte
de Platón nos dejó en heredad y pervivencia. Y digo la muerte, porque ella
sella la maestría y el magisterio de quienes elaboran ideas y pronuncian palabras:
será maestro de humanidad el que muera defendiendo la verdad, no solamente
diciéndola, porque sólo así se sobrepasa a la muerte y se la vence. He aquí lo
inmortal de una vida: emparentar con el martirio la verdad, sólo así sirve de
base para el comportamiento de la humanidad. "Amigo Sócrates, pero más
amiga la verdad". Por eso Sócrates enseñaba la virtud personalizadamente:
«Desciende a las profundidades de ti mismo, y logra ver tu alma buena. La
felicidad la construye uno mismo solamente con la buena conducta». De ahí estos
corolarios socráticos básicos, que el presente libro nos recuerda: “La virtud
produce agrado, el vicio desagrado. Hay que renunciar a los vicios” y “El mayor
mal no es sufrir la injusticia, sino padecerla”.
Mientras tanto, lejos de enfatizar el saber y
muy cerca de reconocer la necesidad de estudiar, recordamos que el
entendimiento alumbra como las velas, derramando lágrimas, y no hay saber que
no tenga 99% de transpiración y 1% de inspiración: “El maestro Confucio dijo:
El primer absurdo consiste en pretender alcanzar el bien prescindiendo del
estudio, y su consecuencia es la decepción; el segundo consiste en intentar
alcanzar la ciencia sin entregarse al estudio, lo que conduce a la
incertidumbre; el tercero consiste en el deseo de ser sincero prescindiendo del
estudio, lo que provoca el engaño; el cuarto consiste en pretender obrar
rectamente sin haber recibido la instrucción adecuada, con lo que se cae en la
temeridad; el quinto consiste en querer compaginar el valor con la incultura,
lo que da lugar a la insubordinación; finalmente, si se desea alcanzar la
perseverancia prescindiendo del estudio, se cae en la testarudez y obcecación”.
Mucho de lo que pasa por sabiduría no es sino pedantería.
Así pues, para pensar con profundidad hay que
estudiar mucho y muy mucho, aseguraba también Confucio: “Cuando se penetró en
la razón de las cosas, la conciencia se desplegó al máximo y los pensamientos
se hicieron sinceros. Cuando eso ocurrió, el corazón se hizo recto. Cuando eso
ocurrió, cada uno se perfeccionó a sí mismo. Cuando eso ocurrió, el orden
comenzó a reinar en la familia. Cuando eso ocurrió, el Estado fue bien
gobernado. Cuando eso ocurrió, la paz se extendió por el universo. Los antiguos
príncipes se esforzaban primero en gobernar con rectitud sus propios reinos.
Para ello, se aplicaban ante todo en ordenar bien sus familias. Para ello,
procuraban previamente corregirse a sí mismos. Para ello, ponían un especial
cuidado en adornar su alma de todas las virtudes. Para ello, se esforzaban en
conseguir la rectitud y sinceridad de todas sus intenciones. Para ello, se
entregaban con ardor al perfeccionamiento de sus conocimientos morales, que
consiste en descubrir los móviles de las acciones. Si alcanzamos la perfección
personal, se establecerá el orden en nuestra familia. Entonces, el reino será
rectamente gobernado. Y cuando todos los reinos son bien gobernados, el mundo
entero goza de paz y armonía. Desde el más noble al más humilde, todos tienen
el deber de mejorar y corregir su propio ser. El perfeccionamiento de uno mismo
es la base de todo progreso y desarrollo moral”.
Así de rigurosamente tomada en serio, la
filosofía ayuda a vivir una vida buena. Como en el caso de Sócrates, ella
propicia la actitud serena y prudente, el discernimiento desapasionado
enseñando a vivir. En su deseo de hacer el bien, proporciona contenidos
formativos que nos ayudan a ser plenos, y no simplemente felices a cualquier
precio, por eso propone un corazón alegre, encantado con la realidad pese a las
desventuras, porque un corazón triste sería un triste corazón; un corazón
liberador que supera aquellas esclavitudes que destruían; un corazón esencial
que se conforma con poco para ser feliz; un corazón modesto que se abre a lo
grande y lo saluda; un corazón bueno en el buen sentido de la
palabra bueno, que no echa nada al fuego, que espera, disculpa, acompaña y se
esfuerza por ponerse enérgicamente en positivo: la antítesis del corazón duro;
que perdona y permite rehacer la experiencia de estrechar vínculos.
La “vida buena” aporta también esa
convivencia amistosa que según Cicerón constituye el mayor placer de la vida.
En orden a ello el filósofo trabaja por los derechos humanos y rechaza las
discriminaciones sociales y laborales, mostrando una efectiva preocupación y
sensibilidad con las personas desfavorecidas. Desde luego no solamente la
filosofía puede trabajar en esta línea, pero la filosofía intentará también
fundamentar racionalmente esas actitudes: al filósofo se le ha de pedir un
esfuerzo de profundización y de sistematización. La búsqueda de la
vida buena no concluye en la perfección de este mundo, pues todo pensamiento
que no se decapita desemboca en la trascendencia, en lo eterno. Ahora bien, no
cabe búsqueda de lo eterno sin alguna esperanza en la bondad de la realidad de
esta vida. A diferencia de quien contempla a los humanos como seres egoístas y
orgullosos inmersos en el mal y destinados a la náusea o a la nada, el filósofo
ayudará a encontrar razones para la esperanza y a renacer de nuevo a quien parecía
destruido y roto.
La filosofía ayuda mucho a conocerse a sí
mismo, algo para lo cual hay que bajar a las profundidades del propio espíritu,
convicción básica también para el mundo oriental. Un discípulo entregó a Buda
una flor y le pidió que le explicara su doctrina. El maestro tomó la flor, la
contempló en silencio durante un largo rato, y, sin mediar palabra, con un
gesto indicó al discípulo que se retirase. Al parecer, de esta anécdota se
deriva el zen: el misterio no se alcanza con palabras ni con
razonamientos, sino mediante la contemplación. Ella produce la
imperturbabilidad. Cierto ejército rebelde irrumpió en una ciudad y hasta los
monjes del templo budista de la localidad huyeron. Todos, excepto el abad. El
general quedó atónito: “¿No sabes, rugió, que estás viendo a un hombre que
puede traspasarte con su espada sin un parpadeo?” “¡Y tú, replicó el abad,
estás viendo a un hombre que puede ser traspasado por una espada sin un
parpadeo!” El general, desconcertado, pasado un momento se inclinó
reverencialmente y se marchó.
Quien se conoce a sí mismo ha de ser crítico
de sí mismo (autocrítico, auto irónico diríamos con Sócrates) y de los demás
(heteroirónico). Criticar no es destruir. Sin amor, la crítica es envidia. La
filosofía enseña a denunciar al gato que quiere pasar por liebre, y a tal
efecto no tiene pelos en la lengua. Esto entraña vivir en el riesgo, pues
“donde hay poca justicia es peligroso tener razón” (Quevedo). Sólo supero los
propios errores que reconozco. Por lo demás, el verdaderamente crítico con su
propio yo compañero sabe aceptarse a sí mismo (¿para qué despedazarse a sí
propio?) y reconocer en los otros sus aspectos positivos. No echemos la culpa
de nuestra cojera al empedrado: ¿no estaría mejor reconocer las cosas, a fin de
cambiarlas cuando podamos y de aceptarlas si no
podemos?
La filosofía de raíz socrática ayuda a saber
vivir, convivir y dialogar construyendo un mundo mejor, como el maestro nos
enseñara a todos a través de su discípulo Platón. Para los filósofos
presocráticos saber era entender, para Sócrates discernir, para Platón definir,
para Aristóteles demostrar, para Kant es trabajar en favor de toda la
humanidad. La acción es la hora de la verdad; sin la acción, todo se
nos vuelven excusas y lamentos, como indica Quevedo en su Sueño del
Infierno: “Y llegando a una cárcel oscurísima oí gran ruido de cadenas,
grillos y fuego, azotes y grillos. Pregunté a uno de los que allí estaban qué
estancia era aquella, y me dijeron que era el cuartel de los ¡oh, quién
hubiera..'. Son gente necia que en el mundo vivía mal y se condenó sin
entenderlo, y ahora aquí se les va todo en decir: '¡oh, quién hubiera dado
limosna! ¡oh, quién hubiera oído misa! ¡oh, quién hubiera callado! ¡oh, quién
hubiera favorecido al pobre! ¡oh, quién hubiera confesado'”. Por eso no fueron
filósofos. “Yan-kieu dijo a Confucio: “Tu doctrina me complace, maestro, pero
no me siento con fuerzas para practicarla”. El maestro le contestó: “Los
débiles emprenden el camino, pero se detienen a la mitad; tú ni siquiera tienes
voluntad para iniciar el camino; no es que no puedas, sino que no quieres”. No
basta, pues, con saber, por muy importante que ello sea: hay que actuar, y
actuar bien; cuando debes hacer una elección y no la haces, esto ya es una
elección. Así que, cuando no tengas otra cosa que hacer, planta un árbol: irá
creciendo mientras tú duermes.
La filosofía, pues, ayuda a querer saber,
para saber querer. Tanto Confucio como Sócrates, coetáneos, recordemos,
defendieron que la bondad se aprende y, una vez bien aprendida, no cabe
portarse mal: “El maestro dijo: si nuestras palabras son sinceras y se hallan
conformes con la recta razón, cuantos nos escuchen modificarán su conducta y
entrarán por el camino de la virtud. Si nuestra conversación resulta agradable
y persuasiva, induciremos a todos los hombres a buscar la verdad. Es imposible
que tras una conversación persuasiva el hombre no se sienta incitado a la
búsqueda de la verdad. No creo que pueda existir nadie que, tras haber escuchado
unas palabras sinceras y conforme a la recta razón, deje de convertirse hacia
la virtud”. Tal vez Sócrates y Confucio exageraban, pues una cosa es conocer lo
que es mejor y otra llevarlo a cabo; en lo que no exageraban es en que saber y
querer forman unidad ¿Te has preguntado qué haría contigo quien supiese pero no
(te) quisiera? Para que tal cosa no ocurra, recuerda: “¿Para qué te sirve,
Sócrates, aprender a tocar la lira si vas a morir?” “Me sirve para tocar la
lira antes de morir”.
En Occidente existen dos tipos de actitudes
casi sin término medio, la de quienes no saben parar y la de quienes viven
inmóviles, parados-paralizados, abúlicos hastiados que se limitan a vegetar, a
comer del subsidio fácil, y al final terminan con una especie de anorexia existencial,
como la que Herman Melville describe en su célebre Bartleby el escribiente, que
muere de auto consunción:
«-¿Quiere decirme, Bartleby, dónde ha nacido?
-Preferiría no hacerlo.
-¿Quiere contarme algo de usted?
-Preferiría no hacerlo.
-¿Cuál es su respuesta, Bartleby?
-Por ahora prefiero no contestar».
A cada día le basta su afán, que es la virtud
del esfuerzo en el esfuerzo por la virtud. Ansia de superación, diría Ortega:
«Varias veces he dicho que yo no he pretendido venir a enseñar nada a vuestros
estudiosos, no porque estos lo sepan todo, lo cual no es verdad, sino porque yo
apenas si sé algo, y aun para enseñar ese algo me falta una autoridad que no he
tratado nunca de conquistar. Conozco muy bien no ser sabio y dudo mucho que
deba ser llamado profesor. Cuando miro a retro tiempo y veo mis años mozos,
hallo que fue mi alma, a defecto de mejores cualidades, un incendio perdurable
de entusiasmo que no sabía acercarse a cosa alguna sin intentar centrarla y
abrillantarla con su fuego interior. Me ha poseído siempre una como fe profunda
en que todas las cosas son susceptibles de ilimitada mejora y que nos basta con
fijar los ojos en el más humilde objeto para que aparezcan sobre sus flancos
prodigiosas reverberaciones. Nada hay mísero ni sórdido si sabemos contemplarlo
y, como dice el viejísimo ‘purana’ indio, dondequiera que el hombre pone en el
suelo la planta, pisa siempre cien senderos. Después de todo, es esta fe en que
el universo es susceptible de infinita mejora el sentido radical que da Platón
a la Filosofía cuando hacía nervio de ella el ‘Eros’, la aspiración
de amor» (Meditación del pueblo joven). Sólo así podremos comenzar a
salir de la industria de la inercia y de la queja.
¿Nos hace felices la virtud? Como dijera
Erich Fromm, «la felicidad es una adquisición debida a la productividad
interior del ser humano. Felicidad y gozo no son la satisfacción de una
necesidad originada por una carencia fisiológica o psicológica; no son el
alivio de una tensión, sino el fenómeno que acompaña a toda actividad
productiva en el pensar, en el sentir y en el hacer. El gozo y la felicidad no
son diferentes en calidad; difieren solamente en cuanto que el gozo se refiere
a un acto singular, mientras que la felicidad es una experiencia continua o
integrada de gozo; podemos hablar de gozos en plural, pero solamente de
felicidad en singular. La felicidad es la indicadora de que la persona ha
encontrado la respuesta al problema de la existencia humana: la realización
productiva de sus potencialidades siendo simultáneamente uno con el mundo y
conservando su propia integridad. Al gastar su energía productivamente
acrecienta sus poderes, se quema sin ser consumido. La felicidad es el criterio
de excelencia en el arte de vivir. Aunque se la considera frecuentemente
como lo opuesto al pesar y al dolor, el sufrimiento físico o mental es parte de
la existencia humana y el experimentarlos es algo inevitable. Rehuir la pena a
toda costa sólo puede lograrse al precio de un aislamiento total, el cual
excluye la capacidad para experimentar la felicidad. Lo opuesto a la felicidad
no es, por consiguiente, el pesar o el dolor, sino la depresión que resulta de
la esterilidad interior y de la improductividad» (Ética y psicoanálisis).
Y por eso, por el carácter abierto y transitivo de la productividad interior,
felicidad y afectividad son como el mar y los peces, y al supuesto derecho a la
felicidad le correspondería en todo caso la contrapartida del deber de
corresponder.
Lo admirable es que el ser humano siga
luchando a pesar de todo y que, desilusionado o triste, cansado o enfermo, siga
trazando caminos, arando la tierra, luchando contra los elementos y hasta
creando obras de belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil. “Esto debería
bastar para probarnos que el mundo tiene algún misterioso sentido y para
convencemos de que, aunque mortales y perversos, los hombres podemos alcanzar
de algún modo la grandeza y la eternidad. Y que, si es cierto que Satanás es el
amo de la tierra, en alguna parte del cielo o en algún rincón de nuestro ser
reside un Espíritu Divino que incesantemente lucha contra él, para levantamos
una y otra vez sobre el barro de nuestra desesperación” (Ernesto Sábato). En
este sentido cabria esforzarse siempre por descubrir el valor del sufrimiento
sin masoquismo ni victimismo, ni miserabilísimo: «Un atardecer de 1947 –escribe
Sábato-, mientras iba camino de una aldea de Italia a otra, vi a un hombrecillo
inclinado sobre su tierra, trabajando todavía afanosamente, casi sin luz. Su
tierra labrada renacía a la vida. Al borde del camino se veía todavía un tanque
retorcido y arrumbado. Pensé qué admirable es a pesar de todo el hombre, esa
cosa tan pequeña y transitoria, tan reiteradamente aplastada por terremotos y
guerras, tan cruelmente puesta a prueba por incendios y naufragios y pestes y
muertes de hijos y padres».
Me escribía Chema Berro respecto de los
militantes obreros que ambos hemos conocido: «Murieron tras una vida dedicada
a la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores). Es el caso de
cantidad de compañeros mayores, gran parte de los cuales van viviendo y
muriendo en el exilio. Sus nombres aparecen en nuestros humildes periódicos, en
una breve nota que casi con seguridad anuncia que su fallecimiento se ha
producido arropado por sus familiares y por sus compañeros, sus hermanos
de la CNT. Son nombres que no nos dicen casi nada, pero todos ellos
esconden una biografía impresionante. Hicieron lo que se les pidió con una
capacidad asombrosa. Se codearon, tuvieron que codearse, con los grandes
personajes de la historia sobresaliendo por su capacidad y por su dignidad,
ganándose la consideración y el aprecio de todos ellos, de sus propios
contrincantes en el campo de las ideas. Pero ese reconocimiento quedó en el
círculo de sus contactos directos, sin traspasar el umbral de la historia, sin
entrar en los libros o haciéndolo de refilón y de paso, sin quedar
individualmente, como legado para las futuras generaciones. Salieron del
anonimato y volvieron al anonimato para seguir haciendo lo que tenían que
hacer, de nuevo en tareas más humildes. Dedicaron la vida a la CNT y
ésta se convirtió en un buen medio para dedicarla a su clase, a su causa y, de
una forma más general, a su país y a toda la humanidad. Seguramente esa
capacidad de anonimato, esa capacidad de enterrarse para dar fruto, esa
renuncia a su prodigiosa individualidad para convertirse en una parte, sólo una
parte, de algo colectivo, sólo puede darse en gente que tiene una misión, una
causa, algo por lo que vivir y luchar y morir y enterrarse. Buena lección, no
aprendida, para la situación actual ¡tan distinta! Hoy cualquiera está
dispuesto a hacer de su pequeña diferencia un abismo insalvable; y si nos
tocaran nuestro ego, nuestra individualidad, ello se convertiría en el centro
de todos los problemas. Actuamos en función de nuestros deseos, reducidos a
apetencias cada vez más inmediatas, más absorbentes y absorbidas por un mundo
que no ha aprendido, que ha olvidado que la realización, si se reduce a
satisfacción de las apetencias, se convierte en locura y en huida hacia ninguna
parte, y que sólo se realiza en la medida en que se convierte en entrega, en
renuncia hasta el enterramiento, en la medida en que se somete a esa misión que
traspasa y ordena las apetencias y les da sentido, y nos lo da a nosotros...
Pero el futuro no se ve desde el presente sin la perspectiva que da el pasado.
La memoria es parte del ser, parte de la posibilidad de ser y del futuro.
Renunciando a nuestro pasado no tendríamos sentido, ni tan siquiera
existiríamos. Ellos son nuestro pasado, y recuperar su memoria y proyectarla,
darle continuidad, es nuestra tarea y nuestro mejor homenaje. El único que
seguramente quieren y esperan. Conseguir, en definitiva, que el anónimo ‘Fulano
de tal, militante de la CNT’, siga siendo el mejor de los epitafios».
Pero el Banquero (el existente y el que
muchos desean llegar a ser: demasiados soldados llevan en su mochila el bastón
de mariscal) tendrá que decirnos cuáles son esos otros valores no puramente
económicos a los que él alude sin especificar, pues la verdad es que todos los
valores del Banquero del dinero provienen, al dinero se dirigen, y con dinero
se compran (es decir, tienen valor porque tienen precio): también con dinero se
apesebran artistas, intelectuales, políticos, y todo lo que haga falta, incluso
la misma madrileña Universidad Complutense premiando al Banquero rodeado de
reyes, gobierno, etc., a los pocos meses encarcelado por corrupto y por
estafador. Irresistible es el prestigio de los Salones para aquellos que sólo
saben ser si se visten con el ropaje de la cortesanía, siempre necesitada de
dinero. ¡El dinero, el dinero es el hombre!, gritaban ya los primeros
tímidos Banqueros de Grecia, sin que en modo alguno hayan desaparecido de
nuestros oídos sus ecos. Suerte que este libro del Dr. Eudoro Terrones nos lo
recuerda impagablemente haciendo honor a su nombre: Eudoro, regalo
bueno.
Madrid,
septiembre de 2011.
Dr. CARLOS DÍAZ
HERNÁNDEZ, EL
FILÓSOFO DEL PERSONALISMO COMUNITARIO ([1])
Escribe:
Dr. Eudoro Terrones Negrete
Con el saludo cordial quiero expresar la
cálida y fraternal bienvenida a nuestra Universidad, al doctor
Carlos Díaz Hernández, con motivo de su visita a Perú para sustentar sendas
conferencias magistrales en varias universidades de Lima, y particularmente en
la Universidad Jaime Bausate y Meza.
El doctor Carlos Díaz Hernández es el
principal investigador y difusor del pensamiento personalista comunitario en
lengua española. Es profesor titular en la Universidad Complutense de
Madrid, profesor visitante permanente de la Universidad Pontificia de
México, fundador del Instituto Mounier de España, México, Argentina y Paraguay,
actual Presidente de la Fundación Emmanuel Mounier, miembro del
Consejo de Redacción de la revista “Acontecimiento” y de la Colección “Persona”.
Este influyente filósofo en la juventud, el
más productivo de estos tiempos, es un conferencista polémico que ha vertido
sus ideas en universidades de América latina, Europa, África, entre oros.
Defiende por doquier el personalismo comunitario de Emmanuel Mounier y el
anarquismo cristiano.
Mostrando una extraordinaria vitalidad
intelectual, Díaz Hernández, a sus 65 años de edad es autor de más de 200
libros, los mismos que fueron traducidos a varios idiomas.
Es autor de una serie de libros: Memoria
y deseo; Personalismo obrero: presencia viva de Mounier; Hombre y dialéctica en
el marxismo-leninismo; Del anarquismo como fenómeno político-moral; Pro y
contra Stirner; Julián Besteiro o el socialismo en libertad; El anarquismo como
fenómeno político-moral; La actualidad del anarquismo; Contra Prometeo;
Sabiduría y locura; La buena aventura de comunicarse; ¿Qué es ser joven?; El
sujeto ético; El sueño hegeliano del estado ético.
Asimismo, Nihilismo y estética. Filosofía de
fin del milenio; De la razón dialógica a la razón profética; La política como
justicia y pudor; Cuando la razón se hace palabra; Releyendo el anarquismo;
Manifiesto para los humildes; Víctor García: El Marco Polo del anarquismo; Diez
miradas sobre el rostro del otro; Valores del futuro que viene; La filosofía,
sabiduría primera; Diego Abad Santillán; Mi encuentro con el personalismo
comunitario; Pedagogía de la ética social. Para una formación en valores; El
nuevo pensamiento de Franz Rosenzwei y Cómo hacer el amor
filosóficamente.
Carlos Díaz Hernández no es un
filósofo alejado de la realidad y de la vida social, no es un filósofo de
escritorio que se encierra en sus cuatro paredes para dar a luz sus ideas y
lanzarlas a posteriori a los cuatro vientos sin saber quien las recoja. Es un filósofo
social, con conciencia social y conciencia profesional, de pensar y actuar a
favor de los que más sufren, de los que menos tienen y de los que más aspiran a
una vida digna y con justicia social.
Alguna vez declaró para la prensa: “Yo vivo
como un monje en medio de la civilización. Estudio y escribo como orino, como
una necesidad fisiológica. Apenas me ocupo de muchas cosas. No conduzco un
coche, ni voy a un banco, ni tengo idea de cuestiones cotidianas para millones
de personas... Lo mío es una suerte de antena de orientación que,
permanentemente cuando salgo a la calle, apunta a los más pobres, a los
desfavorecidos. A escribir sobre cómo cambiar; a eso dedico mi vida…. A mí me
duele la miseria, el ser humano".
Confiesa con toda sinceridad: “Soy diferente
al filósofo de academia, al ratón de biblioteca, que sólo sabe hablar con
cuatro colegas de cuatro arcanos propios de su especialidad. No soy así. Busco
estar cerca de los pobres, también físicamente… El nivel de cercanía que se
siente con la viuda, el huérfano y el extranjero del Antiguo Testamento, no hay
que perderlo de vista. Ese primer nivel es básico. No hacer las cosas para los
pobres, sino desde y con ellos.”.
Como es de dominio público, el personalismo
es una doctrina filosófica que reconoce a la persona humana como valor absoluto
por sobre todas las cosas, la persona es un fin y no un instrumento, una cosa o
un cliente. Es una actitud y búsqueda constante porque lo único estable en la
sociedad es el cambio y lo único permanente en el hombre es su “hacerse”, su
continua creación en todas las latitudes y circunstancias.
Al respecto, el filósofo español Díaz
Hernández explica enfáticamente: “La base sobre la que se asienta el
personalismo comunitario es que el ser es el centro de la realidad. Y no el
tener. Hoy, todo se mide por los parámetros del tener. Evidentemente algo
tenemos que tener, tenemos que comer. Pero no me distraigo en acumular dinero:
quiero que haya justicia social; es para eso para lo que trabajo".
Díaz Hernández, el filósofo de los más pobres,
afirma: "el personalismo comunitario de lo que trata es de que
la persona sea el centro, que a uno no lo midan por los parámetros económicos,
que pueda vivir con dignidad; que no sean el centro la vanidad, la tontería, la
estupidez del mundo”.
Concluyo estas breves palabras de
presentación y de bienvenida, pero sin agotar el tema sobre la vida y obra del
filósofo, manifestando que el doctor Carlos Díaz es un pensador profundo e
innovador, que realiza cotidianamente sendas reflexiones críticas respecto a lo
que tienen en común las cosas detrás de su aparente diversidad, pero
fundamentalmente sobre el ser humano en su esencia y existencia vital.
VICEPRESIDENTE ACADÉMICO DE LA
UNIVERSIDAD MARÍTIMA DEL PERÚ, DR. JULIO CÉSAR VLADIMIR ELGUERA CABRERA, COMENTA
LA OBRA “SÓCRATES: EL MAESTRO, EL FILÓSOFO Y EL MÁRTIR DE LA FILOSOFÍA”
En misiva dirigida
por el Dr. Julio César Vladimir Elguera Cabrera al Dr. Eudoro Terrones Negrete,
con fecha Lima, 6 de noviembre del 2012, expresa su comentario sobre la referencia
en referencia:
Es muy grato dirigirle la present e, para saludarlo y felicitarlo por el libro de su autoría, que va a presentar el día viernes 9 de la presente semana.
Le agradezco
muchísimo el haberme invitado al acto de presentación de su nuevo e interesantísimo
libro “Sócrates: El Maestro, el Filósofo y el Mártir de la Filosofía”, con
motivo del IV aniversario de la aprobación de la Ley 29278 que convierte a la
histórica Escuela de Periodismo Jaime Bausate y Meza en Universidad Jaime
Bausate y Meza.
Me siento9
orgulloso, que el más destacado de mis exalumnos de la especialidad de
Filosofía y Ciencias Sociales, de la Facultad de Educación de la Universidad
Nacional de Huánuco “Hermilio Valdizán”, continúe con la vocación filosófica
que surgió desde sus primeros años de estudiante universitario en la ciudad de
Huánuco, y que a través de su experiencia ha ido plasmando su vocación,
expresándola en una frondosa producción intelectual y filosófica, para ahora
entregarnos el producto filosófico más logrado, con una redacción impecable,
con la profundidad filosófica que dan los años de meditación en los grandes
temas de la filosofía.
Una investigación
sobre el filósofo ateniense, Sócrates, indudablemente que ha requerido un gran
esfuerzo y dedicación persistente; y le da una gran seriedad intelectual a su
investigación las fuentes que ha consultado, como son, entre otras: la obra de
Platón, Jenofonte, Aristóteles, Diógenes de Laercio, y la monumental obra sobre
la cultura y la filosofía griega antigua, me refiero a la obra de Werner Jaeger
“Paideia”. Además, de la amplia bibliografía que nos muestra en su libro
aludido.
Por todo ello, Dr.
Eudoro Terrones Negrete, estimado amigo y colega, reciba mis felicitaciones por
su excelente libro, que sin lugar a dudas, constituye un valioso aporte a la
bibliografía peruana, sobre temas filosóficos fundamentales.
Atentamente,
Dr. Julio César V. Elguera
Cabrera,
Vicepresidente
Académico de la Universidad Marítima del Perú
([1]) El
Dr. Carlos Díaz Hernández sustentó dos concurridas conferencias magistrales en
el auditorio de la Universidad Jaime Bausate y Meza, en Lima-Perú, el día 19 de
mayo de 2010 con la asistencia de estudiantes, ma3estros universitarios y
público en general, abordando los temas “Filosofía de la comunicación y valores
del futuro” y “El pensamiento personalista comunitario en el Siglo XXI”, en los
horarios de 11.00 a.m. y 7:00 p.m., respectivamente. Las palabras de bienvenida
estuvieron a cargo del coordinador académico de la Universidad, doctor Eudoro
Terrones Negrete, cuyo texto se transcribe en esta obra.