APUNTES SOBRE LA DEMOCRACIA LATINOAMERICANA
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
El
término democracia proviene del griego demos,
“pueblo” y cratos, “fuerza, poder,
autoridad”. La
democracia es un régimen político o una forma de gobierno del Estado. La frase
que mejor sintetiza y define a la democracia es la expresada por Abraham
Lincoln: “Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Pueblo
es un conjunto de habitantes de un lugar, región o país que tienen un gobierno
propio. Cada pueblo tiene su prehistoria, protohistoria, intrahistoria,
historia y posthistoria que lo definen, caracterizan y diferencian de los demás
pueblos del mundo.
De
todos los regímenes políticos, la democracia es el mejor, con todos sus
defectos, limitaciones, problemas e imperfecciones, por cuantos mantiene
intacta las libertades ciudadanas y propende al rescate, la defensa y la
consolidación de los derechos fundamentales de las personas como condiciones
indispensables para el logro de la justicia social y la felicidad de la
población.
“Todos
los intentos para organizar política y culturalmente a nuestros pueblos, – refiere
el filósofo peruano Antenor Orrego-, nos
vinieron anteriormente de la periferia extraña, como simples reflejos y remedos
importados del Viejo mundo y, por eso, todos fracasaron. Nos vino de la
periferia extracontinental el liberalismo romántico y se produjeron esos broncos
caudillos personalistas que implantaron la anarquía desolada de las facciones
sangrientas y turbulentas en los primeros años de la Independencia. Nos vino
como norma mimética el positivismo europeo y se instauraron esos tiranos
ilustrados, como Porfirio Díaz, que oprimió a México treinta años en nombre del
“progreso” y de las “luces”, o como el doctor Francia, en Paraguay, que reeditó
la dictadura paternal y conventual de los jesuitas que, también empapó en
sangre a su país con harta frecuencia. Estos sujetos “providenciales”,
“necesarios” e “ilustrados” son los que han desgarrado a sus pueblos con más
acerba crueldad”.[1]
Pero
también, afirma Antenor Orrego, “se consolida el predominio de las oligarquías
criollas que, en nombre de la democracia, han cometido los crímenes más
execrables. No necesitamos aludir al hecho escandaloso que Juan Vicente Gómez,
en Venezuela, Sánchez Cerro, en el Perú, el general Melgarejo en Bolivia, y
todos los tiranos y dictadores más recientes, irrumpen directamente del
desorden y de la anarquía que se produjeron a raíz de la Independencia, como
hijos putativos de la Enciclopedia, cuyo espíritu, se intentó trasladar a este
Continente”[2].
En
países de América Latina, en los que por mucho tiempo se aplicaron y se aplican políticas equivocadas, mal
dirigidas, pésimamente concebidas y realizadas en función de intereses
oligárquico-plutocráticos y del imperialismo, no fue difícil comprobar hasta
dónde ha ido la imprevisión, la ignorancia, el entreguismo de los gobernantes,
las contemplaciones y los paños tibios, la negligencia e insensibilidad social,
el descuido de quienes llegaron al Gobierno en “asalto al presupuesto de la
República”, para beneficiar a corruptas megaempresas oligopólicas extranjeras y
no para dar solución a las necesidades de los pueblos.
Por
muchos años, la democracia ha sido mal utilizada por la extrema derecha y la
extrema izquierda, quienes hicieron de las organizaciones políticas Partidos de
contubernios, de grandes negociados, empresas electoreras a favor del mejor
postor primordialmente de intereses foráneos. Convirtieron a los gobiernos
democráticos en Clubes de Compadres en busca del Presupuesto nacional para pagar
favores políticos; convirtieron en centros de poder desde los cuales amasaban
ingentes fortunas y se cometían las más detestables corrupciones e
inmoralidades. Convivieron con oligarcas y latifundistas, con tecnócratas y
burócratas dorados, con contrabandistas y narcotraficantes. La esclavitud
económica e intelectual se mantuvo por mucho tiempo en pie firme.
“Los
civilistas dijeron de Perú que es un pueblo de “eunucos, sin hombres bravos” y
que “en este país basta un poco de látigo para que todos se arrodillen”. Los
colonos mentales europeos, es decir, los totalitarios nos calificaban como uno
de los países “de eco y de reflejos”. Dictadores y tiranos nos motejaban como
“pueblo de cobardes”. La derecha reaccionaria nos miraba como el “país para los
negocios ilícitos”. Oligarcas, latifundistas y golpistas de estado, nos tenían
como “el país incapaz de gobernarse”. Los escépticos y pesimistas, los
derrotistas y agentes de la bancocracia han dicho siempre que “en este país
todo se compra y todo se vende”, que “en este país todos comienzan las cosas
pero nunca las completan”[3].
Antenor
Orrego llegó a decir: “Nunca hemos oído mayor inepcia que, para negar el
ejercicio de la democracia, se diga que el pueblo no está preparado todavía
para ejercitarla. Este es un pretexto o argumento de tiranos y de mercaderes sin
escrúpulo, acostumbrados a lograr espléndidos beneficios personales en un
ambiente de fuerza, de privilegio y a trueque de la opresión y del sufrimiento
de su pueblo”[4].
En
el contexto histórico latinoamericano podemos observar principalmente la existencia
de dos clases de democracia: democracia directa, pura o plebiscitaria y
democracia indirecta o representativa, cada uno con sus propios métodos,
tácticas y estrategias para generarla, regenerarla, desarrollarla, purificarla,
controlarla. La democracia directa,
llamada también democracia pura o democracia plebiscitaria, se realiza a través de mecanismos de
participación del pueblo en el ejercicio del poder: asambleas, plebiscito,
referéndum, iniciativa popular, votaciones de todo el pueblo. En la democracia indirecta o democracia representativa se
expresa el ejercicio de la soberanía a través de los dirigentes, las autoridades
o los representantes elegidos por el pueblo en comicios electorales libres y
periódicos mediante el voto de la mayoría.
En
un país democrático hay libertad de opinión, expresión y difusión del pensamiento,
de iniciativa y de crítica; el ciudadano apoya lo bueno de la acción de Gobierno
y combate, censura y critica con métodos democráticos aquellas acciones que le
parece mal; las libertades civiles están garantizadas por el poder judicial; el
poder del gobierno tiene limitaciones; predomina el Estado de derecho, con
respeto y acatamiento de la Constitución, de las leyes y la autonomía de los
poderes del Estado; los ciudadanos gozan de los mismos derechos en la vida
política, económica y cultural y participan en la dirección y los servicios del
Estado; hay subordinación de la minoría a la mayoría; se reconoce el principio
de igualdad de derechos de los ciudadanos; las instituciones representativas y los
partidos políticos se basan en la voluntad de las mayorías ciudadanas expresadas
en elecciones libres.
En
los países latinoamericanos la verdadera
democracia hace posible la concertación de esfuerzos, iniciativas e ideas de
las minorías y las mayorías para asegurar y lograr la justicia social, el
bienestar general y la felicidad de la población; hace posible conciliar el
gobierno con la libertad, el buen uso del poder político con la voluntad y la
aspiración de los ciudadanos, dentro de un Estado de derecho, descentralizado y
civilizado.
En
un estado democrático moderno es posible el respeto a los derechos
fundamentales de la persona humana; es posible la protección de las libertades
civiles y los derechos individuales; es posible la igualdad de oportunidades en
la participación en la vida social, educativa, cultural, política y económica
de la sociedad. También es posible la unión del poder económico y el poder
político en aras del bien común, siempre
que exista un clima de mutuo entendimiento, comprensión y tolerancia entre el
gobernante y los gobernados.
En una democracia el sufragio es el mecanismo
primordial de participación de los ciudadanos, sufragio que se caracteriza por
ser universal, libre, igual, directo y secreto y a través del cual se elige a
dirigentes, autoridades o a
representantes para un determinado período establecido en la Constitución política, las
leyes y los reglamentos de los países.
En
la democracia latinoamericana no es raro observar que, las clases dominantes,
los opinólogos empíricos y los propietarios de la concentración de medios de
comunicación encaramados en ideologías europeizantes y ultraviolentistas, en
lugar de defender los intereses de las mayorías ciudadanas defienden en muchos
casos sus propios intereses del “tanto tienes, tanto vales”, para seguir
engañando, oprimiendo y explotando a los pueblos. Utilizan la democracia para
sus fines maquiavélicos y con mentalidad extranjera y antidemocrática hacen
circular la especie “Cerremos el Congreso”.
Fernando
Savater, en su obra “Ética y Ciudadanía” decía que en una democracia, “la peor
corrupción que hay es la que secuestra el poder que tienen los ciudadanos, y se
la guarda un señor porque dice que va a hacer un mejor uso con él que el que
van a hacer los ciudadanos…La primera corrupción que combate la democracia es
la corrupción de los que quieren robar el poder y hacer con él lo que les
parezca adecuado”.
Pero
no sólo se secuestra el poder o se roba el poder, también se roba el dinero del
pueblo a vista y paciencia de sus autoridades o en complicidad con las autoridades.
La corrupción más grande del siglo XX lo perpetró la megaempresa brasileña
ODEBRECHT, que involucró a presidentes de la República, congresistas, ministros,
políticos, funcionarios de los gobiernos imperantes y cuyo proceso de investigación,
procesamiento y sanción judicial llevará muchos años, con incalculables pérdidas
económicas y devaluación moral para los países y gobiernos latinoamericanos.
Para
que la democracia funcione bien y perdure como forma de gobierno en América Latina se requiere de
mucha educación política y de mucha educación axiológica de las personas, desde
la educación inicial hasta la educación superior no universitaria y
universitaria; se requiere de autoridad moral ejemplar y ejemplarizadora de
maestros, autoridades, gobernantes y gobernados; se requiere de un sistema de control
permanente y de sanción jurídica imparcial; se requiere de partidos políticos con
principios y valores éticos, partidos políticos refundados, incorruptibles,
transparentes, renovados, modernizados o regenerados, más cercanos y abiertos a
la ciudadanía, a sus necesidades, problemas y demandas.
Concluimos
este artículo siguiendo las expresiones de Fernando Savater: “La política es la
que intenta mejorar las instituciones y la ética intenta mejorar a las
personas; a lo mejor, si hay mejores personas también habrá mejores
instituciones”. Un estado democrático funciona bien cuando hay educación
política científica y ética gubernamental, educación política y ética
ciudadana.
[1] Orrego, Antenor. Hacia un
humanismo americano. Librería-Editorial Juan Mejía Baca, Lima, 1966,
pp.24-25.
[3] Terrones Negrete, Eudoro. Revolución
sin remedos (Posición anticolonialista mental del aprismo). Impreso en
Ind.Gráfica de la Sociedad de Beneficencia Pública de Huancayo, abril, 1986,
p.8.