LA UNIVERSIDAD EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
No cabe duda que en el siglo XXI muchos partidos políticos, sindicatos, sectores empresariales y universidades progresistas de raigambre democrática, nacionalista, revolucionaria y popular se han definido por una posición favorable a la globalización, en su enfoque ambivalente y con rostro humano, que tiene por eje central al hombre, con deberes, derechos y oportunidades de vivir en una sociedad abierta y en un mundo sin fronteras.
A la fecha no existe denominación general única para designar al tipo de sociedad del siglo XXI. A través de nuestras investigaciones realizadas logramos identificar más de cincuenta denominaciones. Y sólo para citar algunas de ellas: era de los medios de comunicación desmasificados, era de la transitoriedad, era del mercado global, era técnica universal (Friedrich Rapp), era tecnotrónica (Zbigniew Brzezinski), era de la información (Bill Gates, Michael Dertouzos), era de la postinformación (Nicholas Negroponte), era paleocibernética (Youngblood), era del superindustrialismo (Alvin Toffler), era informática (Francis Fukuyama), era cibernética (Giovanni Sartori), era tecnológica (Sergio Cotta), sociedad postindustrial (Daniel Bell), sociedad poscapitalista (Peter F. Drucker), sociedad del conocimiento y de la información (Irene Plaz Power), sociedad digital (Esther Dyson), sociedad network (Manuel Castells), civilización neo-biológica (Kevin Nelly), Telepolis (Javier Echevarría), Nueva Babel, Sociedad global y Mundo sin Fronteras.
El fenómeno de la globalización que ocurre en el presente siglo debe entenderse como un producto histórico, que marca una nueva era en la historia de la humanidad. Es una etapa superior del desarrollo capitalista, que trae consigo la universalización del capitalismo, de la ideología neoliberal y la transformación del espacio y del tiempo en la vida de las personas. Es una creciente interacción, integración económica e interdependencia cibernética entre gobiernos, países, regiones y sociedades del mundo, producida por la expansión y potenciación de los mercados de capital, del comercio y de la inversión externa directa.
El fenómeno de la globalización constituye el proceso de búsqueda del crecimiento y del desarrollo socioeconómico, en un ambiente mundial, con circulación libre del conocimiento, de los mercados de capitales comerciales, productivos, financieros (eliminación de barreras) y de la avanzada tecnología de la información y la comunicación.
Eugenio Chang-Rodríguez[1] con sobradas razones afirma categóricamente: “Otra visión profética de Haya desde el punto de vista económico fue lo que hoy llamamos globalización, el advenimiento de una nueva fase del capitalismo signado por la profundización de los principios del libre mercado y de las leyes que universalizan la dialéctica capitalista. La globalización es el proceso que integra las distintas economías nacionales en un único mercado capitalista mundial, a la vez que expande las fronteras del movimiento de capitales, la circulación de las personas, la cultura, la informática, los conocimientos y las técnicas. El proceso de la globalización no es reciente: comenzó en 1492 con la conquista europea de América y la mundialización del imperialismo, pero se ha acelerado en los últimos años. La globalización sigue siendo uno de los mayores retos para los países desarrollados, en vías de desarrollo y el llamado Tercer Mundo. Para poder explotar plenamente el potencial de crecimiento de este fenómeno y garantizar el mejor reparto de sus beneficios, la Unión Europea procura establecer un modelo de desarrollo sostenible mediante un convenio multilateral a fin de reconciliar el crecimiento económico, la cohesión social y la protección del medio ambiente”.
La globalización es un término polisémico, posee varias significaciones, dependiendo del área de conocimiento desde donde se le enfoque o de la posición político-ideológica de sus autores. Este fenómeno mundial fue posible por dos tipos de confluencias: confluencia técnica y confluencia económica. La confluencia técnica de la informática, de las telecomunicaciones y de la industria audiovisual; y la confluencia económica conformada por recursos de capital y por empresas múltiples de diversos sectores de la producción.
En octubre de 1998, la UNESCO concluyó en París una serie de importantes recomendaciones que debería asumir la educación superior mundial en el siglo XXI para servir a un desarrollo sostenible del planeta. Entre dichas recomendaciones están las siguientes: “Se reconoce que la enseñanza superior es un factor de desarrollo de una sociedad y una economía fundada en el conocimiento. Empero, hay que estar en condiciones de impartir una formación pertinente y de calidad al mayor número posible de jóvenes, para brindarles acceso al mercado del empleo y permitirles actualizar ulteriormente sus conocimientos”.
“El reto de la calidad – señala la UNESCO- no puede disociarse de la búsqueda del rendimiento y del establecimiento de criterios de evaluación. Es conveniente que esas normas y criterios tomen en cuenta la variedad de las situaciones. La necesidad de desarrollar una cultura de la evaluación es inseparable de la noción de calidad, que a su vez está íntegramente vinculada a una democratización efectiva del sistema de educación superior”. Pero también, ante la presencia de conflictos y paradojas (expansión y dispersión de la demanda; el paro que afecta a un número creciente de diplomados, el deber de igualdad y de justicia y los límites financieros de una masificación educativa, el deber ético y las tentaciones de abuso de los conocimientos y los descubrimientos), la UNESCO recomienda que “la educación superior debe elaborar una nueva ambición, recurrir a su adaptabilidad, su flexibilidad y su imaginación para desarrollar capacidades de resolución de problemas y de anticipación, armarse de un espíritu crítico constante, y promover el trabajo de equipo, sin abandonar jamás su filtro ético”, “compartir las responsabilidades con el conjunto de los interlocutores”, “instaurar nuevas formas de gestión que fortalezcan el trabajo colegiado y la transparencia”, “desarrollar sus relaciones con el mundo económico evitando adoptar una actitud mercantil”, “mancomunar esfuerzos con las empresas en proyectos de investigación”, “tomar conciencia de la necesidad de cambio”, “respetar la autonomía de los establecimientos y el ejercicio de las libertades académicas”.
Los países en vía de desarrollo tienen el compromiso y destino histórico de luchar mancomunadamente por su independencia económica, política, educativa y cultural, dentro de un régimen político democrático. En este sentido realizan sumos esfuerzos por concertar políticas generadoras de más empleo, más inclusión social y más bienestar, con el fin de contribuir a la protección y defensa del medio ambiente, a la erradicación de la carrera armamentista, a la superación de antiguos y nuevos problemas, tales como el analfabetismo tradicional y tecnológico, el narcotráfico, la pobreza, el narcoterrorismo, la corrupción, la inseguridad ciudadana, la desigualdad social, entre otros.
“Se suele decir que las universidades son instituciones sumamente conservadoras y reticentes al cambio. Sin embargo, existe abundante evidencia de la capacidad de transformación en estas instituciones (Askling y Henkel, 2000; Clark, 1998 y 2004; Brint, 2002), como respuesta a las cambiantes condiciones del ambiente político, social y financiero en que se desenvuelven, aunque parece ser cierto que esas transformaciones tienen mayor probabilidad de verificarse cuando vienen exigidas perentoriamente por fuerzas externas que cuando vienen impulsadas por procesos endógenos de la universidad”, (Bernasconi, 2015, p. 266).
En la actual sociedad del conocimiento, a los gobiernos latinoamericanos y a las universidades no les queda otro camino que cerrar filas para desarrollar acciones conjuntas contra los enemigos de fuera y de dentro, defender las identidades culturales, afirmar las soberanías nacionales, proteger los mercados internos, saber tratar con los inversionistas extranjeros en términos de equidad y de justicia social, alentar las inversiones extranjeras directas, suscribir tratados de libre comercio con Japón, China, la Unión Europea, Canadá, Estados Unidos, etc., lograr espacios de integración económica hacia adentro y hacia fuera con objetivo social, garantizar el crecimiento continuo y descentralizado, suspender las leyes antidumping que son usadas como medidas proteccionistas encubiertas y desarrollar un sistema de comercio multilateral.
A partir del Tercer Milenio, las universidades de los diversos países del mundo se inscriben dentro de la nueva sociedad del conocimiento, cuyos grandes desafíos deberán ser superados incorporando tecnología de última generación, fomentando y desarrollando la educación de calidad para poder competir exitosamente entre ellas y contribuir al bienestar de la colectividad.
[1] Chang-Rodríguez, Eugenio. Víctor Raúl Haya de la Torre: Bellas Artes, Historia e Ideología. Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, Lima, 2018, pp. 208-209.