SINOPSIS
DE LA POLÍTICA EN EL PERÚ
Escribe: Eudoro Terrones Negrete
No se ha reparado quizá todavía en el hecho de que ningún país
sudamericano llegó a sumar en el siglo XIX una cantidad de luchas
internacionales tan grande como el Perú. Ellas fueron las siguientes: invasión
de Bolivia (1828); guerra con la Gran Colombia (1829); choques
civil-internacionales entre peruanos, bolivianos y chilenos (1836-1837); última
guerra con Bolivia (1841-42), campaña del Ecuador (1859), conflicto con España
(1866); fuera del Pacífico (1879-83). En total, se sucedieron nueve guerras,
abarcando quince años”, refiere el historiador peruano Jorge Basadre en “La
promesa de la vida peruana”, pero todas estas guerras fueron libradas con
carácter defensivo.
En el siglo XIX y hasta las dos terceras
partes del siglo XX, la democracia en el Perú nació y murió muchas veces.
Guerras, tiranías, dictaduras y breves tiempos de democracia vivieron los
peruanos. Más pudieron las bayonetas, metralletas y tanques blindados de
militares ambiciosos de poder político que las inmensas aspiraciones de
justicia de la población. La sociedad se volcó a las calles sin rumbo y sin
destino, sin un objetivo humanista que integre sus demandas y reivindicaciones
y sin posibilidades de manifestarse libremente ante las pretendidas “reformas
estructurales del Estado” que imponían ajustes, sacrificios y encarecimiento de
la vida.
Históricamente, co-gobernaron el
Perú los militares -vía golpe de Estado- y los civiles en su mayoría
de derecha. Cuando la fuerza de la razón entraba en crisis, de repente se
levantaba algún militarista para imponer la razón de la fuerza, argumentado que
los civiles no estaban preparados para gobernar el país. Y así poco a poco se
adormecía la conciencia ciudadana y se incrementaba la desconfianza colectiva
en la política y los políticos. La democracia no podía estabilizarse,
regenerarse y expandirse, y gobierno tras gobierno aumentaba la pobreza, la
desigualdad, la exclusión, el desempleo, la corrupción y la injusticia en todos
los poderes del Estado. Los derechos humanos y las libertades individuales
entraron en sus cuarteles de invierno.
Decía el maestro Luis Alberto Sánchez: “En
mi país se hizo célebre una dolorosa frase antipatriótica. Vivíamos los amargos
días de la guerra del Pacífico. El desbarajuste nacional era causa directa de
los fracasos; surgió en medio del desorden un caudillo tratando de ordenar el
país: Piérola. Y yo no sé si es cierto, pero no ha sido negado jamás, el hecho
de que sus enemigos, el civilismo peruano, enunció su consigna de odio:
“Primero los chilenos que Piérola”.
Ulteriormente, desde 1931 se hizo duradera
la consigna promovida por los agentes nativos del imperialismo yanqui y del
comunismo internacional: “Primero la dictadura militar que el Aprismo”. ¿Y cuál
fue su efecto? Por muchos años a los apristas les fueron cerradas las puertas
de la legalidad, sus derechos políticos estuvieron disminuidos, no se les
permitió organizarse libremente, sólo pudieron elegir y no ser elegidos para
cargos públicos en las elecciones municipales y nacionales. Su máximo líder
Haya de la Torre, fue permanentemente desterrado, calumniado en los medios de
la derecha y del comunismo.
Los grupos de poder económico tras capturar
el poder político convirtieron el Palacio de gobierno en un club de compadres
en busca del presupuesto nacional, con el fin de amasar fortunas, pagar favores
políticos y perpetrar las más detestables corrupciones, inmoralidades y
desfalcos. Así tuvimos gobiernos entreguistas, serviles del imperialismo e
insensibles a las demandas del pueblo.
Advino entonces la
desnacionalización, la esclavitud económica y el colonialismo mental. El Estado
era representante de los intereses extranjeros y sirviente del imperialismo,
que hipotecaba los recursos naturales a las empresas transnacionales. El Estado
centralizó por mucho tiempo los servicios y las inversiones en la capital de la
República, privando a los pueblos del interior del país la solución oportuna de
sus ancestrales problemas de tierra, luz, agua, vivienda, educación, salud, pan
y libertad.
El Apra fue el único partido político en
Perú e Indoamérica que más ha sufrido terror, persecución, martirio y cuyas
victorias electorales le fueron desconocidas por el atropello, el veto o el
fraude con el propósito de impedir su llegada a Palacio de gobierno. Algo más:
fue el único partido político que fue llevado ante la Corte Internacional de La
Haya, en la persona de su Jefe y Fundador Víctor Raúl Haya de la Torre, acusado
de “crímenes comunes”, para después de una rigurosa e imparcial investigación
ser absuelto por cuanto el gobierno de Odría no pudo demostrar que los delitos
de que acusaban a Haya de la Torre sean delitos comunes, según el fallo de la
Corte Mundial del 20 de noviembre de 1950.
Algo más. Las tiranías militares
persiguieron a los apristas en forma sangrienta. Más de seis mil de sus
afiliados cayeron bajo las balas de la represión reaccionaria; muchos de sus
líderes fueron ejecutados, murieron en las prisiones. Derechas e izquierdas
totalitarias se aliaron tratando de exterminar este movimiento histórico. Y no
pudieron conseguir sus malévolos objetivos.
El filósofo indoamericano Antenor Orrego Espinoza, en
su obra Pueblo-Continente, refiere:
“Al caudillismo militar y personalista, sucede el héroe civil, que es innumerable,
que es la masa misma que se deja matar heroicamente en las trincheras de
Trujillo, que se triza en las mazmorras del frontón, de la Intendencia y del
Real Felipe, que agoniza en las selvas infernales del Satipo y del Madre de
Dios, que cae en los fusilamientos clandestinos bajo los muros de Chan-Chan,
que se abate en los asesinatos de Huaraz, Cajamarca, Cajabamba, Ayacucho y
Huancavelica; que muere, en fin, cantando la Marsellesa en los fusilamientos de
los marineros de la Escuadra en San Lorenzo. Es el héroe civil de la nueva
América”.
De esta lucha ideológica, entre el comunismo
internacional y el APRA, éste último salió triunfante. El primero se atomizó en
varios minipartidos y no llegó a ser gobierno en el Perú; en cambio, el Apra
mantuvo su unidad y ya fue dos veces gobierno con Alan García Pérez como
presidente de la República (1985-1990; 2006-2011).