HACIA UNA
ÉTICA CON “ROSTRO HUMANO”
Escribe: Dr.
Eudoro Terrones Negrete
La corrupción es una epidemia sin fronteras, es el cáncer del siglo
XXI, que no tiene cuándo acabar y que se está extendiendo ininterrumpidamente
en todas las sociedades y naciones del mundo, generando malestar social y
serias consecuencias a la humanidad.
La “mordida”, la “coimisión” el embuste y el fraude parece
convertirse en el código de conducta de muchos empleados, ejecutivos, jueces,
políticos, legisladores e inclusive comunicadores sociales.
Alguien dijo, no con poca razón: “Somos la cuna de la corrupción,
pero los genes de ese bebé vienen de fuera”, como producto de una cultura de la
corrupción importada desde los grandes centros de poder económico y político
mundiales.
El fallecido escritor y psiquiatra venezolano, Herrera Luque, en
su obra Los viajeros de Indias, relata
que la cultura del crimen y de la corrupción es un problema heredado de los
conquistadores españoles. Sólo se salvaría Chile que fue conquistado por
Vascos. Desde que el mundo es mundo, la corrupción existe”.
Usura, soborno, chantaje, malversación de fondos, evasión
tributaria, sueldos crecientes para un puñado de funcionarios en países con
exclusión social y extrema pobreza, nepotismo, interceptación telefónica,
sobrevaluaciones y subvaluaciones, manipulación de conciencias, etc.,
constituyen la herencia negra de gobiernos corruptos y de una educación que
parece inclinarse no a formar en valores sino a deformar conciencias.
Asimismo, la erotización y genitalización de la sociedad, devienen
en opios del pueblo y en negocios más rentables a corto plazo. El
reconocimiento de la paternidad de los hijos por la presión de los medios de
comunicación social, no es nada ético, toda vez que dicho reconocimiento no
resulta de la libre voluntad o decisión de la propia conciencia de la persona.
Lo expuesto, son algunas expresiones de formas y de casos de
inconductas y cuestiones morales de nuestra época que día a día van socavando
los cimientos morales de las sociedades. Es que aún pervive una ética relegada
a la esfera de lo privado y no se articula el desarrollo de una ética política,
económica, educativa y profesional con verdadero “rostro humano” y al servicio
de la inmensa mayoría nacional y mundial.
“Los escándalos por falta de ética empresarial como los de Enron,
Worldcom o Arthur Andersen ha causado a la economía más daño que el atentado
del 11 de setiembre”, dijo a EFE la filósofa Adela Cortina, durante el I
Congreso Iberoamericano de Ética y Filosofía Política, que reunió en Alcalá de
Henares a 850 filósofos, procedentes de 200 universidades de 23 países
iberoamericanos.
Todo esto nos lleva a pensar que nuestra época exige un replanteo
y una redefinición axiológica y deontológica profesional. La niñez y la
juventud no quieren crecer en una sociedad que crea culpa, que produce malos
ejemplos, que genera actos de impunidad y de inmunidad en amplios sectores de
la población.
La toma de conciencia, el “mea culpa”, la sanción jurídica a todos
los actos de corrupción e inmoralidad, sin compadrazgo ni medias tintas, puede
ser uno de los puntos de partida para que los valores espirituales, religiosos
y morales recuperen su lugar.
El común de las personas y empresas deberían empezar a cambiar por
dentro, a nutrir sus pensamientos con pastillas de verdad poliédrica, a
inyectar sus acciones con sólidos principios y valores éticos, con
independencia de criterio y honestidad intelectual.
Urge que se retome el compromiso de imprimir las acciones humanas
de responsabilidad social, jurídica, política y ética; de sensibilidad y
solidaridad, de sentido de justicia y de espíritu de bien común. La cultura de
la anticorrupción debería empezar desde el hogar, la escuela, las universidades
y los centros de trabajo.
Así como la planta sólo crece vigorosa cuando hunde fuertemente
sus raíces en la tierra, así también el hombre sólo crecerá moralmente cuando
impregne de sentido ético y sentido social su conducta cotidiana.
La vida humana es base, no cúspide. La base de la vida humana son
los bienes morales o espirituales, fundamentalmente, y no sólo los bienes
materiales y bienes económicos.