FILOSOFÍA (TEXTO UNIVERSITARIO)[1]
PRÓLOGO
DEL DR. ENRIQUE L. DÓRIGA[2]
A todos nos agrada que
los demás tengan los mismos gustos y compartan las mismas aficiones que
nosotros. Si nos entusiasma la música de Tchaikovski, si preferimos un carro
japonés a uno europeo, si nuestras lecturas preferidas giran en torno del
Universo: sentimos complacencia cuando encontramos a alguien que comparte esas
mismas inclinaciones. Es como recibir un espaldarazo, una confirmación de
nuestro sentido estético, de nuestro juicio técnico, de nuestra curiosidad
científica.
Por ello no pude negarme
al profesor Eudoro Terrones Negrete cuando amablemente me solicitó que
prologara su libro de FILOSOFÍA (Texto
Universitario). Me hacía ver que el campo filosófico, en el que ejerzo la
docencia, tiene valor aun en este mundo tecnificado y pragmático de las
postrimerías del siglo XX. Una razón adicional me movió a aceptar: se trata de
un texto escrito especialmente para estudiantes de periodismo. Me detendré a
explicar algo más esta segunda razón.
Todos sabemos que Locke
en su teoría del Estado introdujo la distinción entre el poder ejecutivo y el
legislativo; poderes a los que Montesquieu añadió el poder judicial. Hoy en
día, al margen de las constituciones de los Estados y de los tratados teóricos
y como reconocimiento de su importancia táctica, se habla de periodismo como de
un cuarto poder. Y no se trata de una exageración. Basta recordar el papel que
la prensa norteamericana y el Washington Post en particular desempeñaron en el
caso Watergate y en la posterior renuncia obligada del presidente Richard Nixon
en agosto de 1984. Pero ¿de dónde procede este poder ajurídico, no inscrito en
los códigos, de la prensa?
Según la grandiosa visión
de Pierre Teilhard de Chardin estamos en una época en que el aumento de “psiquismo”
nos lleva a una unificación creciente de la Humanidad. La felicidad, comodidad
y rapidez de los transportes aéreos y sobre todo, los medios de comunicación
social con su casi instantaneidad en la transmisión de las noticias son factores
fundamentales de esta unificación de la información y del pensamiento.
Como bien afirma J.F.
Revel en su interesante obra “El conocimiento inútil”, tarea primordial de la
prensa es informar. Admiramos a las cámaras de TV que no dudan de arriesgar sus
vidas (más de uno la ha dejado en el cometido) con tal de captar la imagen
precisa en el momento preciso. Esa información, que esencialmente es
transmisión de los hechos, debe ser veraz, completa e imparcial. El público que
compra un diario o enciende el televisor espera del periodista que le informe
sobre el acaecer diario tal como éste ha sido. No puede el periodista alterar
los hechos ni tan siquiera silenciarlos porque no coincidieron con sus propias ideas.
Durante la guerra ideológica aún vigente en la década pasada no le era lícito
al periodista de “derechas” callar los logros alcanzados por la Cuba de Fidel
en materia de salud; ni al periodista de “izquierdas”, dejar de comunicar a sus
lectores los avances económicos conseguidos en el Chile de Pinochet. El
periodista no puede cercenar ni distorsionar la información, sacándola de su
contexto o introduciendo en la noticia su propia opinión, muy respetable
quizás, pero ajena a la información objetiva.
Y no puede hacerlo no
sólo por razones éticas personales, sino además sociales. Las decisiones de los
ciudadanos, incluidos los individuos particulares, los sindicalistas, los
educadores, los empresarios, los políticos y los parlamentarios, se basan
principalmente (y con frecuencia, exclusivamente) en la información
suministrada por los medios de comunicación social. De aquí que desinformación
(por manipulación, tergiversación u ocultamiento de la noticia) equivale en la
práctica a las malas elecciones, malas decisiones y desgobierno.
La segunda tarea
importantísima del periodista es formar la opinión pública. Aquí si entra en
juego su visión personal del asunto o problema. El lugar apropiado para expresar
esa opinión no es como acabamos de ver, la noticia (que debe ser “aséptica”)
sino el artículo editorial o el comentario político, social, religioso,
económico o artístico. Porque los problemas de la vida real presentan múltiples
facetas, inabarcables con una sola mirada, es preciso que exista una prensa,
libre de censuras, mordazas y presiones. Pero conviene no olvidarlo, la opinión
del periodista con sus razones a favor o en contra de una decisión del gobierno
o, simplemente, de una postura política, social, económica o religiosa sólo es
éticamente válida si ese periódico ha tenido y tiene la valentía de no ocultar
información auténtica a sus lectores. Porque en definitiva son ellos (cada uno
de ellos) quienes, poseedores de toda la información, han de juzgar si las
razones del periódico liberal o conservador, socialista o democristiano, católico
o indiferente, pesan más, igual o menos que las de su oponente.
El deber de informar y el
derecho de opinar conllevan dos exigencias básicas. No puede haber buena
información si quien ha de proporcionarla no es competente en la materia sobre
la que escribe. Quien no entiende de medicina será muy difícil y en la práctica
imposible que transmita bien a sus lectores y en forma inteligible para ellos
las conclusiones de un congreso médico o los alcances de una disposición del
Ministerio de Salud. Por esto los estudios de periodismo no pueden limitarse al
estrecho campo de una carrera formal, en la que se enseña y se aprende cómo dar
una noticia, sino que debe incluir una especialización (derecho, medicina,
política, economía, teología, etc.), que le permita al periodista asimilar
realmente el contenido del cable sin alterarlo por ignorancia. Así se evitarán
esas “perlas”, que hacen las delicias de los lectores acuciosos: Taiwan es el
país más densamente poblado del mundo: en 36000 metros cuadrados viven 20´000,000
de habitantes. El Sol consume cada segundo 4.2. por ciento de su masa, pero
durará billones de años.
El derecho a opinar exige
en el periodista una formación filosófica (ahora empalmamos con la razón de ser
de este prólogo), que le proporcione en primer lugar facilidad para el
razonamiento abstracto; después, una mentalidad crítica; luego, amplitud de
miras al contratar lo subjetivo de las apreciaciones humanas; en cuarto lugar,
una base axiológica enraizada en la persona y en la sociedad. Un periodista así
estará capacitado para enjuiciar correctamente (aunque siempre sujeto a
inevitables errores humanos), sin filias y fobias (por lo menos, conscientes),
sin intereses creados, sin ansias de medrar, sin ambiciones crematísticas,
Sócrates, san Agustín, santo Tomás de Aquino y Kant pueden ser modelos de una
búsqueda sincera de la verdad y de una vida conforme con esa verdad.
El libro de Filosofía del
profesor Eudoro Terrones, puede ayudar a que los estudiantes consigan estas
altas metas. Con amplitud de espíritu recoge lo dicho por filósofos de
tendencias muy diversas y deja al lector la tarea de precisar su valor global y
de aprovechar cuanto en cada teoría hay de bello y verdadero. La exposición es
clara, sin pretensiones científicas, pues se trata de un texto introductorio en
el quehacer filosófico. Dentro de su brevedad son muchos los autores que desfilan
ante los ojos del lector. Algunos clásicos, nunca omitidos en los manuales;
otros, como Francisco Suárez, dignos de mención, pero frecuentemente
preteridos. Es mérito adicional del profesor Terrones Negrete haberlos
rescatado del anonimato. A veces la misma exigencia de brevedad hace que
algunas afirmaciones no sean tan precisas, y que el pensamiento de tal o cual
autor queda algo distorsionado. Es el impuesto que hay que pagar a la concisión
y el resumen.
No quiero concluir este
prólogo sin aludir a un segundo tomo, SINOPSIS
DE LA FILOSOFÍA, en que el Autor completa su trabajo expositivo con una
selección antológica de los filósofos estudiados. Así el estudiante puede
saborear directamente lo que los filósofos dijeron, percibir la belleza de un
diálogo platónico, la profundidad psicológica de los escritos agustinianos, la
claridad del pensamiento cartesiano, la profundidad oscura de las Críticas
kantianas, el estilo fluido de Ortega y Gasset.
Sólo me resta desear
éxito al libro del profesor Terrones Negrete y que pronto podamos ver la
segunda edición corregida y aumentada, aunque siempre orientada hacia los
futuros periodistas.
Lima, 2 de marzo de 1992.
Enrique L. Dóriga.
[1]
Eudoro Terrones Negrete es el
autor de las obras Filosofía (Texto Universitario)
y Sinopsis de la Filosofía
(Antología), cuya primera edición se publicaron en Lima, el 4 de abril de 1992,
por Edición Gráfica ÍCARO Comunicaciones.
Estas obras fueron utilizadas como material de consulta del curso de Filosofía
que enseñaba el autor por muchos años a los estudiantes de la Escuela de
Periodismo “Jaime Bausate y Meza”, Categoría Universitaria Ley N° 25167. El EQUIPO
DE APOYO A LA INVESTIGACIÓN de las obras
estuvo integrado por: Aldo Galindo Ccallocunto (Dirección Técnica), Dr. Alberto
Saberbein Terrones y Dr. Justo Enrique Debarbieri (Asesoría de investigación),
Dr. Juan O. Negrete Coello (Asesoría jurídica), Fredy Quispe Guerra
(Coordinación), Carmen Aquino de Espinoza (Administración y Finanzas), Clara
Luz Álvarez Rodríguez (Análisis lingüístico y redacción), Fredy Campos Ochoa
(Jefatura de promoción), Isabel Ramos Ramos y Ana Ingunza Bravo (Mecanografiado
de originales), Víctor Hugo Terrones Álvarez (Composición de textos) y Manuel
Ismael Suárez Arévalo (Archivo general).
[2]
Enrique L. Dóriga, magíster en Filosofía, doctor en Teología,
catedrático principal y jefe del Departamento Académico de Humanidades de la
Universidad del Pacífico de Lima-Perú.