EL FILOSOFAR COMO ORIGEN DE LA FILOSOFÍA
Se
dice, no con poca razón, que la filosofía se origina cuando el hombre empieza a
filosofar. Para el filósofo mexicano Fernando Savater: “En cierto sentido,
todos somos filósofos”.
El
término filosofía designa desde sus inicios los esfuerzos racionales generales
del hombre para observar, interpretar, entender y explicar los fenómenos de la
naturaleza, su propia esencia y existencia, los problemas del hombre y su
posición que ocupa en el Universo. Sabemos, por Aristóteles y otros griegos
posteriores, que los primeros filósofos griegos principiaron sus especulaciones
rechazando los mitos y las explicaciones religiosas del universo que eran muy
frecuentes en su tiempo.
Los
primitivos filósofos griegos basaban sus conclusiones en observaciones y
razonamientos, y no realizaba n experiencias, por cuanto todos los cuerpos de
doctrina que hoy llamamos ciencias formaban parte de la filosofía. Por esta
razón se llama a veces a la filosofía la “madre de las ciencias”.
La
filosofía es producto de la actividad del filósofo (el filosofar). Filosofar
que algunos pensadores lo han definido como “aprender a vivir” y “aprender a
morir”, una ocupación intelectual o reflexiva propio del filósofo tratando de
conseguir una explicación a cuestiones, situaciones o problemas que se plantea
en su cotidiana existencia o de resolver el enigma de la vida y del mundo.
Y
precisamente fueron los griegos los que empezaron por preguntarse de qué están
hecho todas las cosas, cuál es el principio o fundamento de las cosas, etc., fueron
los griegos los que dieron las primeras respuestas a través de los filósofos
presocráticos. Y empezaron explicando que el origen de todo cuanto hay en el
universo radica en el agua, el aire, el fuego, el apeirón, el número, el
cambio, el logos o razón, el átomo, entre otros.
Pero
en lo que se refiere al uso por vez primera de la forma verbal “filosofar” se atribuye a Heráclito de
Éfeso, cuando dijo: “Conviene que los hombres filosofen, es decir, que sean
sabedores de muchas cosas”. “Es necesario que los hombres filósofos sean buenos
indagadores (istoras) de muchas
cosas”.
Al
respecto, Heráclides Póntico refiere que Pitágoras, en su afán de no
considerarse “sabio” – pues estaba convencido que la “sabiduría” sólo era
potestativo de Dios- cierta vez llegó a Fliunte (ciudad del Peloponeso) en
donde por sus grandes dotes de elocuente, disertador, se ganó el aprecio y la
popularidad de parte del tirano Leonte –príncipe de los fliuntinos- y llevado
por éste al interrogatorio sobre cuál era el arte que cultivaba, Pitágoras
respondió: “ninguno” y más bien era “filósofo” o amante de la sabiduría. O en
otros términos, cuando le preguntaron a Pitágoras si era un sabio, contestó:
“No, pero soy un amante de la sabiduría”.
F.
M. Sciacca[1] atribuye
también a Pitágoras el mismo mérito: “Dice la tradición que fue Pitágoras
quien, como retrocediendo humildemente frente a la majestad de la sabiduría
divina, se nombró por vez primera no sabio
sino filósofo: simplemente amigo de
la sabiduría, veritatis amicus. Sofía
es la ciencia de Dios, filosofía es
la ciencia del hombre. Dios “no es filósofo”, dice Platón, porque es el Sabio”.
Resulta
que Pitágoras, y más tarde Sócrates, entendían y estaban convencidos que “sólo
Dios es el verdadero sabio” y que el hombre por su propia naturaleza imperfecta
y mortal, por “asemejarse a Dios en todo lo posible” era sólo “amante del
saber”, es decir un filósofo.
[1] Sciacca, Michele F. La
Filosofía y el
concepto de la Filosofía .
Ediciones Troquel, S.A. Buenos Aires, 1962.